Poder
no poder…
FRENTE
A CARREFOUR DE SAN FERNANDO, una muchedumbre espera llevarse algo, con actitud
más de regalo de fiesta navideña que de desesperación por la carencia.
Algunos
saqueadores y Cristina Kirchner tienen mucho en común. No pueden no poder.
Frente al límite, lo cruzan. Van por todo. O, mejor, van como sea. Arrebatar lo
del otro sin culpa puede no estar mal. Es una forma de inmadurez y una
representación clásica de la impotencia. Poder no poder requiere la fortaleza
de no alienarse en la negación.
La identificación proyectiva de algunos saqueadores con el kirchnerismo se percibe en la diferencia entre pedir y agarrar. El viernes en San Fernando una pobre mujer, en los alrededores del Carrefour sitiado, decía frente a las cámaras de televisión: “Y ahora vamos a la fábrica de zapatos aquí cerca y si no nos dan zapatos, les rompemos todo”.
Es comprensible que personas acostumbradas
durante años a recibir del Estado o del puntero sus necesidades básicas, cuando
no las tengan cubiertas asuman que tienen derecho de ir y tomarlas.
Freud decía que en los grupos las emociones
de las personas se intensifican enormemente mientras las habilidades
intelectuales se reducen significativamente. En el clásico libro Experiencias
en grupos, W.R. Bion escribió: “En su búsqueda de líder, el grupo encuentra un
esquizo-paranoide o un histérico maligno; si éstos le fallan, le servirá una
personalidad psicopática con tendencias delictivas; si la personalidad
psicopática fracasa, el grupo elegirá un sujeto defectuoso en alto grado y de
fácil verbosidad”.
La repetición es otro punto de unión entre
algunos saqueadores y la peor parte de la cultura kirchnerista. Echarle la
culpa al otro –la derecha, las corporaciones, Macri, Clarín, los jueces o
Moyano– se convirtió en algo permanente. Saqueos, tomas y ocupaciones en
diciembre se transforman en algo estacional: las fiestas aumentan la necesidad
de gratificaciones. Lo que nos enseña la historia es que la historia no enseña
nada.
En la Argentina no hay más pobreza que en
el resto de Latinoamérica que justifique saqueos. Ni más derecha, ni más
corporaciones ni medios hegemónicos que justifiquen un oficialismo
perpetuamente en guerra. Otra técnica que hizo escuela desde la cúspide a la
base de la sociedad: el victimario que se victimiza.
La compulsión y la paranoia hacen perder el
control del propio destino. Bion también escribió en Experiencias en grupos que
“reconocer la existencia de un enemigo es el primer requisito de los grupos y
los satisface un hombre o una mujer con rasgos paranoicos, (porque) si la presencia
de un enemigo no es lo bastante obvia para el grupo lo mejor que se puede hacer
es elegir un líder para quien sí lo sea”.
Néstor Kirchner, por lo menos a veces, supo
que no podía todo. Y que tampoco nadie podía todo. El éxtasis de no tener
límites es un momento de empoderamiento a costa de alguien a quien se despoja.
Pero es poco duradero porque lo real reaparece cuando se lo niega en lugar de
aceptar el problema y dedicarle esfuerzo constante.
La falta de límite frente al otro y lo que
es del otro, como a la ley y a la Justicia, precede al kirchnerismo, que es
consecuencia de ese deterioro y no sólo su retroalimentador. No se supera un
shock tan enorme como el que tuvo su epílogo en 2002 sólo con una década de
crecimiento, aunque sea la de mayor crecimiento de la historia.
Hace cinco domingos esta contratapa se
tituló “El 2002 aún no terminó”. Tras los saqueos de ayer, luce premonitoria.
Pero es lógico vaticinar que quien se da por curado de una enfermedad de la que
sólo está mejorando corre más riesgos de una recaída. La responsabilidad del
Gobierno es por esa omnipotencia despoderada.