La terrible temporada que vivió el fútbol
argentino en 2018…
Angelici, Chiqui
Tapia y D’Onofrio durante la presentación de la Superfinal.
Como
en el tango de Gardel y Le Pera, el deporte que convoca a multitudes termina el
año a los tumbos. La final de la Copa, un ejemplo de lo que no debería hacerse.
La eliminación en el Mundial de Rusia. La violencia de cada día.
© Escrito por Gustavo Veiga
el domingo 23/12/2018 y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.
2018 quedará en el podio de
los años más conflictivos de nuestro popular deporte. Si la palabra cabotaje
tiene una connotación negativa cuando se habla de fútbol, define muy bien lo
que nos pasó. El nuestro es de vuelo corto. Podría incluso afirmarse: un fútbol
low cost. La maltratada final por la Copa Libertadores entre River y Boca lo
reflejó más que todo. No se jugó en el país, tampoco en Sudamérica y ni
siquiera en América. La mudaron a Europa.
La violencia en cualquiera de sus
connotaciones –física, verbal, virtual y simbólica– siguió generando tsunamis.
Las medidas para moderarla o controlarla siempre fueron y serán incompletas. El
poder de la AFA o la Superliga es una caricatura de consensos y buenas artes.
Sus dirigentes suelen ser ventajeros. La temprana eliminación de la Selección
nacional en el Mundial de Rusia se sumó a la lista de calamidades, más por lo
que sucedió a su alrededor que por su juego decepcionante. La ofensiva para
entregarles en bandeja los clubes al mercado quedó estancada, pero volverá. Por
estas y otras razones, el año que se aproxima podría ser mejor con apenas un
par de buenas noticias. ¿Será o no será?
La manoseada “final del
mundo” –como los medios sensacionalistas la llamaron acá– dejó un ministro
renunciado, la grieta entre los presidentes Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio
y una ley anti-barras bravas como secuelas. Martín Ocampo seguramente se
reciclará en la política con otro cargo en el gobierno. La investigación, si va
más allá de su responsabilidad, difícilmente supere la detención y
procesamiento del mecánico tornero Matías Firpo, uno de los hinchas que le
arrojó piedras al micro con el plantel de Boca.
Pero habrá una ley que se
apruebe –por ahora con media sanción, en general y en la Cámara Baja– para
complacer a las buenas conciencias. “Un mamarracho oportunista” como se quejó
un dirigente de la AFA consultado por Página/12, que dejó heridas entre la
conducción del fútbol. “Ni nos consultaron y encima les pedimos por nota a los
diputados que convocaran, pero ni nos llamaron”, completó. El legislador Martín
Lousteau coincidió con aquella, la primera definición. Llamó a la ley “engendro
jurídico”. Y eso que es oficialista.
La norma tal como está
concebida por el gobierno incrementa penas, tipifica nuevas contravenciones o
delitos, en suma, ratifica la doctrina Chocobar para el fútbol en su círculo
multitudinario. El jueves pasado, un policía bonaerense mató de un escopetazo
en La Plata al trapito Mario González. No había un partido, pero hubo un
muerto. ¿Qué pasará cuando los torneos se reanuden y cuidacoches,
limpiavidrios, vendedores ambulantes o hinchas de a pie se encuentren mano a
mano con uniformados, con o sin armas letales?
Pueden suceder dos cosas:
que se produzca un operativo deliberado y mal realizado como el que llevó al
bus de Boca por un desfiladero donde llovían cascotes u otra víctima fatal. La
historia demuestra que en la Argentina la policía es capaz de asesinar incluso
con balas de goma. Javier Jerez, un hincha de Lanús, murió así el 10 de junio
de 2013 en el estadio Único platense.
También puede reprimir cuando nada lo
justifica. Ocurrió en el Obelisco contra los hinchas de River durante el
festejo por la Copa Libertadores o en la Bombonera cuando los de Boca hicieron
el banderazo para despedir al equipo antes del viaje a Madrid. Sí ese día el
estadio estaba excedido en su capacidad, la responsabilidad fue de la comisión
directiva. Pero no del público. Las estadísticas de violencia no solo las
engrosan barrabravas.
La Conmebol se sumó a esta
final de vodevil local con un papel estelar. Decidió mudarla a la capital española
porque se trataba de un gran negocio de audiencia. La expansión del mercado
televisivo nos deparará más finales en tierra prometida. O donde aparezca el
que ponga más plata. Ahí están Qatar, los Emiratos Árabes Unidos o Japón en el
pasado reciente para confirmarlo. No les basta con llevarse los mejores
futbolistas. También se llevan los mejores espectáculos.
La eliminación temprana de
la Selección nacional en el Mundial de Rusia fue el otro hecho del año. La
crónica de un fracaso anunciado. Jorge Sampaoli la dirigió apenas entre junio
de 2017 y el mismo mes de 2018. Una llegada a las instancias finales –lo mínimo
que se vaticinaba era alcanzar los cuatro primeros lugares– se transformó en
espejismo. La caída por goleada ante Francia en los octavos de final resultó el
desenlace de una cadena de malas decisiones. Que habían empezado mucho antes
con la renuncia de Gerardo Martino y el despido de Edgardo Bauza. Si al actual
entrenador del Santos se le suma Lionel Scaloni, la cuenta da cuatro directores
técnicos desde 2014 a la fecha.
La dinámica de lo impensado
que tan bien utilizaba Dante Panzeri como metáfora para definir al fútbol, es
casi una bandera que describe un montón de situaciones alrededor del juego. En
nuestro país los políticos y funcionarios votan una ley anti-barras que
afectará al deporte más importante sin consultar a sus dirigentes y los
dirigentes modifican el reglamento de un campeonato cuando está por la mitad.
Pasó con la Primera B Metropolitana que, de dos ascensos, aumentó a cinco.
Cuatro serán directos y uno mediante un torneo reducido. Para justificarlo
sostienen que la B Nacional deberá contar con 32 equipos en 2019. Casualidad o
no, hoy el segundo de la tabla en la B Metro es Barracas Central: el club del
presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia.
Podrían agregarse otras
lindezas de nuestro fútbol criollo que permanecen inalterables, pese al paso
del tiempo: un Estado que esquilma a los clubes, un gobierno circunstancial y
de derecha que pretende entregarlos al mercado, la reventa de entradas, la poca
disposición a respetar los acuerdos que se firman, el sensacionalismo de los
medios que construyen una subjetividad funcional al negocio de unos pocos, el
pack fútbol que seguirá aumentando de la mano de la inflación y ahí paramos.
Al
menos pasaron a un segundo plano las deudas crónicas de las instituciones. Ya
no se escuchan tantos reclamos de jugadores, técnicos y demás empleados. Algo
es algo.