Simbolismos De Una
Transición Agitada…
Macri deshace con gestos el discurso oficial. A veces, un gesto puede más
que mil palabras. La política no se hace con gestos, pero previo a asumir un
cargo de tan alta responsabilidad como el de Presidente de la Nación, las
pequeñas y no tan pequeñas decisiones del futuro Jefe de Estado pueden poner a
la luz un estilo y una determinada escala de valores y jerarquía de
prioridades.
© Escrito en jueves 10/12/2015 por Rafael Eduardo Micheletti y publicado
por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Así como en su momento se habló mucho de los gestos del Papa Francisco
en los primeros días de su pontificado, sin ánimo de equiparar ámbitos ni
personalidades, se pueden analizar los gestos que ha tenido hasta ahora Macri
en el muy breve pero a la vez intenso tiempo intermedio entre su triunfo
electoral y su asunción. Los mismos no han servido sólo para marcar un estilo personal,
sino también para pulverizar en un muy breve período de tiempo el andamiaje
simbólico que quedaba en pie de lo que ha sido el discurso oficial en la última
década.
¿Se puede decir que
unos cuantos gestos del presidente electo han bastado para demoler lo poco que
quedaba del famoso “relato”?
Para empezar, más allá de algunas pocas excepciones, Macri ha
conformado un gabinete con muy alta capacidad técnica. De esta manera, destruyó
en un abrir y cerrar de ojos el mito oficialista de que la política es siempre
y solamente sinónimo de militancia. Macri no designó militantes, no se cerró en
su círculo íntimo ni se rodeó de incondicionales. Pensó en poner al frente de
la Argentina los que para él eran los mejores. Demostró que su discurso sobre
el “trabajo en equipo” no es un simple eslogan.
Otro gesto importante del flamante presidente electo fue realizar de
inmediato una conferencia de prensa de verdad, con preguntas libres, y prometer
(habrá que ver si lo sostiene) que se lleven a cabo en forma regular durante su
mandato. Este pequeño pero poderoso gesto marca una ruptura importante con el
populismo: el gobernante no es dueño de la verdad y su poder no le confiere
derechos sino obligaciones. Debe rendir cuentas al detalle de cada cosa que
hace con el poder que el pueblo soberano le presta.
Con una movida magistral, Macri dinamitó el discurso según el cual él
venía a destruir todo lo hecho por el gobierno saliente, a romper en todos los
frentes y a instalar un retorno al pasado. Mantuvo en su puesto al ministro de
Ciencia y Tecnología, Lino Barañao, prestigioso científico artífice de uno de
los pocos aciertos que puede mostrar Cristina en medio de tanta pérdida de
credibilidad. Esto va de la mano con el desarrollismo predicado por Cambiemos,
muy lejos de la suerte de elitismo materialista que pretendieron endilgarle.
Como si todo lo anterior fuera poco, el líder Qom, Félix Díaz, con
quien Macri se había reunido durante la campaña firmando un acta compromiso,
decidió levantar el ya legendario acampe en la 9 de Julio cuya persistencia se
debía a la iracunda negativa de Cristina a recibirlo. Lo hizo en medio de una
fuerte crítica al kirchnerismo, al cual tildó de “discriminador”. ¿No era acaso
que la líder populista tenía una conexión especial con los excluidos, que el
populismo era el mejor vehículo para procesar demandas sociales insatisfechas y
que Macri era sinónimo de represión, exclusión y discriminación? ¿Tan rápido se
dieron vuelta los papeles?
Otra ruptura con Cristina fue el fuerte ritmo de trabajo que ya le
imprimió Macri a su gestión, incluso antes de asumir. A pesar del muy escaso
tiempo que tuvo luego de la ardua campaña antes de la asunción, ya se puso a
trabajar a toda máquina, reuniéndose con su gabinete, dando conferencias de
prensa y viajando a países vecinos como Brasil y Chile al efecto de restaurar
relaciones bilaterales tan deterioradas durante el kirchnerismo. La política ya
no se trata de quedarse con los brazos cruzados, negar los problemas (como la
inseguridad y la inflación) y victimizarse echando culpas para afuera, sino de
arremangarse y trabajar; de no perder el tiempo que es del pueblo.
Tanto pasó en tan corta transición, que también hubo tiempo para la
polémica. Casi como queriendo darle crédito a la teoría de Nelson Castro sobre
la enfermedad del poder de Cristina, la mandataria saliente se enfrascó en un
inexplicable capricho al pretender alterar dos tradiciones institucionales: que
el paso de mando se hace en la Casa Rosada (como incluso lo ha reconocido el
propio kirchnerismo a través de su lamentable dibujo animado “Paka-Paka”
orientado a adoctrinar a los chicos) y que, en todo caso, se le reconoce al
presidente entrante la facultad de elegir los pormenores de la ceremonia que lo
inviste. Frente a este desquicio y atropello, Macri se plantó, transmitiendo y
quizás adelantando una suerte de firmeza en lo tocante a la defensa de las instituciones
tan vapuleadas por el gobierno saliente. Al parecer, si Cristina persiste en su
sinsentido, la entrega del bastón de mando será protagonizada por la Corte
Suprema.
Además de rodearse de ministros probos con peso y criterio propio,
Macri también hizo su primera reunión de gabinete, demostrando un cierto estilo
de diálogo y colegialidad que había brillado por su ausencia con Cristina y con
los caudillismos en general. De nuevo, el presidente no es el dueño de la
verdad y más importante que hablar es saber escuchar.
Por último, sin pretensión de exhaustividad, se puede mencionar como
gesto de peso el hecho de que el primer viaje de Macri fue a Brasil, donde
mantuvo un diálogo muy cordial con Dilma Rousseff, quien lo recibió en su
despacho como si se tratara de un presidente en funciones. Macri ha generado
una gran expectativa en la región en relación a la posibilidad de restaurar
relaciones amistosas y constructivas de Argentina con sus vecinos. Otra vez,
¿no era que el kirchnerismo bregaba por la unidad latinoamericana y Macri por
el imperialismo y el colonialismo?