Ciegos…
Agenda periodística encogida. Núcleo de temas de interés reducido a casi
nada. Manda el Mundial y ya se desdibuja, velozmente, la historia de las
tropelías de Boudou. Imposible situarse en otras bases de interés público. El
llamado “mundo mediático” vive sobrecogido en su propia pequeñez de miras. Las
lóbregas obscenidades farandulescas pueblan la mañana, la tarde y la noche de
la TV y de la radio, y de pronto llegó el Mundial.
Si el equipo nacional
prospera, la locura ensimismada prosperará. El mundo ofrece, sin embargo,
escenas de valioso interés sobre las cuales el interés colectivo es casi nulo,
al menos por estas latitudes. Todo sucede como si el planeta, supuestamente
globalizado, se hubiese vuelto más ajeno que nunca. Una sociedad absorta en sí
misma se desentiende de modo casi completo de las barbaries y villanías que se
consumen todo el tiempo en diversas latitudes.
Esta semana, dos países ocupados en su momento por tropas de los Estados
Unidos (Afganistán e Irak), y otro severamente implicado en esas guerras,
Pakistán, han vuelto a vivir momentos trágicos, en esa secuela infinita de
ataques terroristas que el mundo ya ha naturalizado como normales. Toda la
sangre derramada, incluso por las propias tropas que intervinieron, que no
fueron sólo estadounidenses, parece haber sido rematada en vano.
En Karachi, Pakistán, país fronterizo con Afganistán, ataques de
escalofriante osadía dejaron un saldo de decenas de muertos. No fueron hechos
consumados por aficionados; las de los talibanes fueron acciones militares
importantes y muy poderosas, ejecutadas por comandos bien equipados. Movimiento
de perfil medieval y de estirpe sangrienta, los talibanes pesan en ambos
países, Afganistán y Pakistán.
Dogmáticos, fundamentalistas y violentos, ellos
eran la retaguardia de Osama bin Laden y Al Qaeda cuando entraron los
norteamericanos en el país, tras el salvaje atentado del 11 de septiembre de
2001. En Afganistán, los norteamericanos dejaron 2.229 uniformados muertos En
simultáneo a eso, dos años y medio después de la retirada completa de las
tropas de Estados Unidos de Irak, el jihadismo levanta su perfil convirtiendo
este trágico país árabe en un pantano imposible.
Lo demuestra la caída de la
ciudad iraquí de Mosul en manos de las furiosas brigadas de Al Qaeda. Ahora se
sabe que tras la expedición militar norteamericana, tras sus propios 4.448
muertos, la violencia y el exterminio entre las facciones islámicas (sunitas y
chiitas) no sólo no menguaron, sino que se han hecho más letales y salvajes que
nunca. Con los apóstatas occidentales fuera de escena, la guerra interislámica,
tanto en Irak como en Siria, es más brutal que nunca.
La tragedia de Siria no le mueve un pelo a nadie. Ya son 160 mil los
muertos de una guerra civil primitiva y bestial, cuya repercusión en Occidente
es irrelevante. El gran periodismo internacional cubre estos hechos con guantes
quirúrgicos, pese a la documentada enormidad de la barbarie en curso. El
periodismo norteamericano e inglés, en lugar de hablar de “terroristas” alude a
los “radicales”; en lugar de escribir “asesinos”, los menciona como
“militantes”. Las bombas y los ataques asesinos más inescrupulosos son contra
estaciones de buses, escuelas, liceos y mercados.
No es una típica guerra convencional. Es un escenario de terrorismo puro
y duro; sólo procura intimidar, destruir y aniquilar. La idea es que lo que hoy
son Siria e Irak se convierta en un gigantesco y negro califato, formateado en
los moldes del siglo XII.
No sólo la peste letal en Irak y Afganistán/Pakistán continúa su curso
en medio de una evidente pasividad internacional. En Nigeria, las 200 niñas
secuestradas nunca aparecieron. La misma desgracia en el origen: una banda de
terroristas denominados islamistas cuyo grupo Boko Haram es el nombre de la
etnia tribal hausa, que se traduce como “la educación occidental es un pecado”.
Preadolescentes raptadas a punta de fusil por una banda de masculinos forajidos
que dicen ser más islamistas que el islam, que se proponen que Africa sea un
continente monocolor y –sobre todo– monorreligioso. Por eso, niñas nacidas de
hogares cristianos son islamizadas con trágica violencia.
En este marco, el cristianismo es una de las grandes víctimas y uno de
los grandes perseguidos en esa Africa copada por la beligerancia brutal del
hiperislamismo.
Formidable desprecio por la vida. Estos grupos terroristas (Al Qaeda,
los talibanes, las sectas islamistas enfrentadas en la guerra de Siria, Boko
Haram) exhiben un denominador común: para todos ellos, la vida no importa nada,
esté dicho o no en el Corán. Estas “guerra santas” son toleradas, como si se
tratara del perfil natural y folclórico de pueblos diferentes, una desgracia
que, como gotea día a día, es una práctica de liquidación y exterminio admitida
y hasta santificada.
Es también un fanatismo de barbarie, extremo, directamente surgido de
los túneles más oscuros de la alta Edad Media, un proceso difícil de comprender
y menos de admitir. Si, al menos, se tratara de recuperar la dignidad integral
del mundo islámico y sus sociedades nacionales, estos terroristas empachados de
sangre desde hace ya tantos años no están en condiciones de comprender, ni lo
pretenden, que su accionar no sólo no recupera la dignidad y la autoestima del
mundo islámico. Al contrario, ratifica la idea de que ese mundo sangriento que
ellos denominan “islámico” sólo produce destrucción y violencia infinitas.
¿De qué “genocidio” palestino hablan algunos para justificar su
silencio por estos hechos de barbarie?
Lo del genocidio palestino es una falsedad inverificable, pero es tangible que
ya hay 160 mil seres humanos realmente muertos en Siria, como lo son la
violencia asesina de Al Qaeda en Irak, las bombas de los talibanes en Pakistán
y Afganistán, y lo que sucede en Nigeria con esas pobres criaturas
secuestradas. No pasa nada. Hay un mundo que mira para otro lado, y una
Argentina preocupada por Wanda Nara.
© Escrito por Pepe Eliaschev el Domingo 15/06/2014 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.