Ella lo hizo…
Cristina lo hizo. El cacerolazo no fue espontáneo.
La Presidenta fue la impulsora de la gran convocatoria. Ella se encargó
personalmente, y por cadena nacional, de humillar a cada uno de los sectores que
se expresó.
Fue Cristina la que les mojó la oreja a los abuelos amarretes que
querían comprar diez dólares para su nieto abanderado; a los docentes vagos; a
los empleados de las inmobiliarias que hacen crucigramas esperando un cliente;
a los trabajadores del Banco Ciudad que fueron atacados gratuitamente; a los
jóvenes puntocom que ganan 5.500 pesos por mes y pagan impuesto a las
ganancias; a los jubilados que –para proteger el ahorro de toda su vida– ponen
un plazo fijo y son obligados a perder entre el 10 y el 15% por año; a los
directores de cine que necesitan dólares; a los enemigos de las barras bravas
del fútbol o permitiendo que alguien que le prendió fuego a su esposa y la mató
participe de los actos del oficialismo.
Cristina fue una militante permanente y esforzada.
Se tomó su tiempo y en cada aparición pública fue indignando a un grupo
distinto. Logró así la mayor concentración social opositora desde 2003 en Plaza
de Mayo. En infinidad de ciudades, pueblos y pueblitos también hubo candombe
cacerolero. La diversidad de los reclamos apeló a cada uno de los rubros que la
Presidenta ignora. Por eso concurrieron a su llamado a movilizarse los
familiares de los muertos en el siniestro de la estación Once, los estafados
por la malversación de las estadísticas del Indec que vomitan ante la
provocación de que se puede comer con menos de seis pesos por día. Hubo mucho
llanto y pancartas por las víctimas de la inseguridad, en su mayoría de los
barrios más humildes. Cientos de carteles caseros expresaron con toda claridad
que la gente no soporta a los corruptos que “Ella” tiene a su lado ni que haya
el mínimo intento de autorizar la reelección de la única persona que
actualmente lo tiene prohibido por la Constitución: Cristina Fernández de
Kirchner.
Fue Cristina la gran organizadora de la rebelión
de los maltratados. El principal cantito fue: “Y ya lo ve, es para Cristina que
lo mira por tevé”. Demasiados enemigos reales tiene cualquier gobierno para que
todos los días invente uno nuevo. Y es Cristina la que está planificando una
marcha todavía mucho más numerosa con las órdenes que le dio a Juan Manuel Abal
Medina. Decir que ese sector minoritario está más preocupado por Miami que por
San Juan fue echar nafta al fuego. Es potenciar un plan de provocación que fractura
socialmente al país como en los peores momentos.
Las chicanas, como los chistes, según Freud, son
expresión del inconsciente que vio sólo manifestantes rubios, opulentos, bien
vestidos y tan caretas que no se atrevieron a pisar el pasto. Es difícil
sostener eso con cierta credibilidad. No hubo presidenta vestida con ropa y
accesorios más caros que Cristina. Ni con tantos millones en el banco o que
haya vivido primero en Recoleta y luego haya comprado dos propiedades en Puerto
Madero, como varios de sus colaboradores. Es Cristina la que representa la
codicia. Cuesta descalificar a la clase media desde la clase alta. Y mucho más
si la guardia de hierro que la protege, los muchachos de La Cámpora, son
cualquier cosa menos morochos, sudorosos y proletarios.
¿Desde cuándo ser de clase media es estar
apestado? ¿Ya no corre más eso de “piquete y cacerola, la lucha es una sola”?
¿Qué es la movilidad social ascendente, entonces? Lula se enorgullece de decir
que ayudó a que 20 millones de pobres llegaran a la clase media.
Es cierto que hubo algunos manifestantes que se
expresaron con un odio que envenena la convivencia social. Pero eso también es
responsabilidad de quienes gobernaron en la década del rencor. Así como
jerarquizaron la Corte Suprema, descubrieron los derechos humanos,
implementaron la asignación universal, apostaron a un modelo productivo y al
mercado interno con generación de empleo; de esa misma manera sembraron el odio
desde la altanería y el autoritarismo.
Cuando los presidentes no escuchan, los ciudadanos
gritan más fuerte y más cerca. Con su política, la Presidenta favoreció a
muchos sectores y por eso tuvo tanto apoyo electoral. Pero también hirió a
grandes conglomerados que no son “las corporaciones ni la oligarquía”. ¿Qué
pasó? ¿Qué fue lo que provocó que tanta gente abandonara su casa a la misma
hora y con la misma destinataria de las quejas? No hubo una sola publicidad
televisiva o radial que invitara al acto. Ni un aviso ni una nota previa en
ningún diario. Algo nuevo apareció. Estalló en mil pedazos esa convicción
jurásica del cristinismo de que los compatriotas son tontos llevados de las
narices por los grandes medios. Es de un paternalismo y una subestimación tal
que no se compadece con el peronismo, que sabe que la gente reacciona de
acuerdo a su propia experiencia.
¿No habrá llegado la hora de declarar de interés
público y sujeto a expropiación a las redes sociales? Esa comunicación
horizontal y plural es la contracara de lo que propone el Gobierno con medios
de comunicación que ocultaron vergonzosamente los cacerolazos.
Con la soja volando, Brasil en proceso de
recuperación y menos vencimientos externos, Cristina tiene otra vez la gran
oportunidad de recuperarse. En un ejercicio de imaginación, ella podría decir:
“Argentinos y argentinas, voy a redoblar el esfuerzo para solucionar las
demandas que me plantearon. Trabajaré para bajar la inflación y combatir la
inseguridad. Convocaré a todas las centrales sindicales y todos los partidos
para escuchar sus propuestas. Dejaré de atacar a los que piensan distinto y les
doy mi palabra de que jamás se me ocurrirá modificar la Constitución en mi
propio beneficio”. ¿Qué pasaría si la Presidenta dijera algo parecido en cadena
nacional? Desinflaría la crispación y recuperaría parte de su imagen positiva.
Pero dejaría de ser Cristina. Sería Bachellet, Dilma, Lula o el Pepe Mujica,
duros luchadores de los 70, austeros en sus cuentas bancarias y vestimenta,
humildes y pluralistas de tiempo completo, combatientes de la corrupción y
grandes referentes de los tiempos que vienen porque no dividieron a la sociedad
en la que viven.
No son ni se creen dioses que deben ser temidos.
Pero para muchos, son ángeles democráticos constructores de una sociedad
igualitaria.
© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires el domingo16 de
Septiembre de 2012.