Durante
la endoscopia le perforaron esófago y estómago, generando un enfisema
subcutáneo que la mató en instantes.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 11/02/2018 y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Bien cabría decir, parafraseando a Pablo Neruda, que, cuando una mujer
como Débora Pérez Volpin vuelve definitivamente a la tierra,
hay un rumor, una ola de voz y llanto que prepara y propaga su partida.
Débora fue un ser de luz. Hermosa mujer y maravillosa persona. Honesta,
sincera y provista de un alto compromiso con el prójimo, hacia quien mostró una
dedicación de la que pudimos dar fe todos los que la conocimos y tuvimos el
fenomenal privilegio de trabajar con ella.
Venía padeciendo dolores abdominales desde hacía unas tres semanas. Tenía
antecedentes de una hernia hiatal, afección muy común, que llamativamente
sufren muchos periodistas, locutores, actores, actrices y cantantes. Entre
otras cosas, la hernia hiatal causa reflujo gastroesofágico que, como una de
sus manifestaciones clínicas, puede producir laringitis y afectar las cuerdas
vocales. Como consecuencia de esta patología, ya se había realizado varias
endoscopias de la vía digestiva alta. Por lo tanto, el procedimiento al que
debía someterse el martes 6 era algo absolutamente conocido para ella.
Principio
del fin. En principio, tenía agendado realizarse el estudio el miércoles 7 a
las 17 horas en GEDyT con la Dra. Maribel Braner, integrante del equipo del Dr.
Luis Caro, prestigioso gastroenterólogo con amplia experiencia en estudios
endoscópicos. Pero, ante la persistencia de los dolores abdominales, Débora
decidió acudir al Sanatorio de la Trinidad de Palermo. Los dolores que sufría
no eran intensos. Tanto es así que el domingo había estado nadando –le
apasionaba la natación– sin inconvenientes.
Una vez en el sanatorio, fue atendida en la guardia. Luego de examinarla,
el médico que la vio –con buen criterio– aconsejó la internación para realizar
una serie de estudios diagnósticos. Entre esos estudios estaba la endoscopia,
por lo que obviamente canceló el turno en GEDyT. Más allá de los dolores, del
examen físico no surgió ninguna otra anomalía. Por eso fue que, una vez
acordada la internación, Débora envió un mensaje vía Whatsapp a sus colaboradores
en el que decía: “Chicos no se asusten, estoy internada. Me voy a
hacer una endoscopia porque me duele mucho el abdomen”.
El martes transcurrió con total normalidad. Según hizo saber La Trinidad,
antes de la endoscopia se le practicaron otros dos estudios por imágenes: una
tomografía computada de abdomen y una colangiografía retrógrada.
Alta
programada. Por lo que relatan los familiares, en ninguno de esos estudios
aparecieron alteraciones que pudieran poner en riesgo la vida de la paciente. Por
ende, se llegó a la realización de la endoscopia en forma absolutamente
relajada. Es más, ya estaba planeada el alta para el día siguiente.
La videoendoscopia digestiva alta (VEDA) es un procedimiento que se utiliza
para el estudio de la llamada vía alta que comprende la faringe, el esófago, el
estómago y el intestino delgado. Es un estudio que hoy en día se considera
rutinario y que consiste en la introducción del endoscopio a través de los
segmentos antes mencionados del tubo digestivo. El endoscopio es un instrumento
utilizado para la observación interna de una cavidad, conducto u órgano hueco,
consiste en una sonda flexible que, en su extremo proximal posee una cámara y
en el distal, una luz que permite que la cavidad sea observable. Puede hacerse con
fines diagnósticos y/o también terapéuticos.
Propofol.
Para evitar las reacciones desagradables que produce el reflejo del vómito,
desencadenado por la introducción del endoscopio a través de la vía oral, el
estudio se hace prácticamente siempre con una mal llamada anestesia. A tales
fines, al paciente se le administra propofol, un agente anestésico de corta
duración que, entre sus indicaciones, tiene justamente la de ser utilizado en
las endoscopias. Se trata de una droga con muy buenos niveles de seguridad, que
se administra por vía intravenosa. Su acción sedativa comienza enseguida,
dentro de los primeros 30 segundos, y una vez suspendida el paciente se
recupera rápidamente, con una sensación placentera y sin vómitos.
Ya con el paciente sedado –y previa colocación de una boquilla para
proteger la dentadura–, se introduce el endoscopio por la boca y se lo va
desplazando a través de los distintos segmentos de esa vía digestiva alta. Al
mismo tiempo se va insuflando aire –en forma cuidadosa– a los fines de dilatar
las cavidades y permitir una adecuada observación en 360 grados. Durante
determinados momentos del procedimiento se van tomando fotos, cuyo objetivo es
documentar los diferentes hallazgos que van apareciendo. Habitualmente se le
entrega al paciente el informe escrito con algunas de esas fotos que, en el
caso de encontrarse una patología, corresponde a la zona afectada.
Uno por mil. La endoscopia, por lo tanto, es un procedimiento de alta
seguridad, que suele durar poco tiempo, en general de 8 a 15 minutos. Las
complicaciones en esas prácticas representan menos del uno por mil (1/1.000)
cuando se trata de casos de diagnóstico, pudiendo llegar a alcanzar el 1%
cuando se trata de tratamientos terapéuticos. La mortalidad relacionada con estos
procedimientos es muy baja, situándose aproximadamente entorno al 0,004%, cifra
que puede aumentar con la edad del paciente y la coexistencia de otras
patologías asociadas. Una de esas complicaciones es la perforación del esófago.
En una revision del tema con extensa bibliografía publicada en la Revista
Médica de Chile en 2005 se lee: “la causa más común de perforación esofágica es
hoy la iatrogénica (daño médico involuntario), secundaria a la
instrumentalización endoscópica del órgano… Con la antigua esofagoscopia rígida
existía un riesgo de 0,1 a 0,4% de perforación. El riesgo de perforación
asociada a la esofagoscopia flexible es muy bajo y en la literatura médica
tiene un rango que va del 0,006% al 0,6%”. En general, estas perforaciones
suelen ocurrir en el tercio distal del órgano.
Según un artículo del año 2009 de la Fundación Española de Endoscopia
Digestiva, la morbimortalidad de las perforaciones producidas durante la
endoscopia alcanza el 25%. Los síntomas de perforación durante la endoscopia
alta incluyen dolor severo y/o persistente (habitualmente localizado en región
media-inferior del tórax), taquipnea, taquicardia, leucocitosis y fiebre. En
otras ocasiones, la exploración física pondrá de manifiesto crepitación de
partes blandas en cuello y tórax.
Plena de vida.
Débora entró a realizarse el estudio en buen estado de salud. Como se dijo,
era un estudio programado y nada había que tuviera que ver con una emergencia.
Previamente se le había realizado un electrocardiograma que no mostró ninguna
anormalidad. El endoscopista fue el Dr. Diego Ariel Bialolenkier y la
anestesista fue la Dra. Nélida Inés Puente. El estudio se desarrolló con total
normalidad hasta el minuto 5. Fue entonces que la Dra. Puente le advirtió al
Dr. Bialolenkier que la paciente presentaba una caída brusca en la saturación
de oxígeno. Dicho alerta llevó a la inmediata suspensión del procedimiento. Lo
que sobrevino fue abrupto y fatal. En apenas un instante Débora literalmente se
infló –producto del enfisema subcutáneo– e hizo un paro cardiorrespiratorio del
cual no pudo ser reanimada. ¿Qué fue, pues, lo que sucedió?
Tres fuentes médicas distintas que han tenido acceso a la autopsia
coinciden en señalar que hubo una perforación del esófago, y del estómago
también, que no fueron advertidas. La perforación esofágica fue la más grave y
determinante para el deceso, ya que en medio de la insuflación hizo que
pasara aire a presión desde el esófago al tórax. Este último es una cavidad con
presión negativa, por lo cual la diferencia de presiones hizo que el aire
entrara con suficiente fuerza como para producir un neumotórax (aire en el
tórax) bilateral. Esa cantidad de aire en el tórax generó un
desplazamiento y posterior colapso pulmonar, con repercusión cardíaca. Hubo
también pasaje del aire al mediastino (espacio torácico virtual ubicado en
medio de la caja torácica, entre las dos pleuras, con el esternón por delante y
la columna vertebral por detrás) y también entró en el tejido subcutáneo. El
aire en el tejido subcutáneo (enfisema subcutáneo) fue de tal impacto –por su
dimensión y por la rapidez con la que se produjo– que hizo imposible la
intubación, procedimiento imprescindible para asegurar una buena vía de
oxigenación, sin la cual las maniobras de resucitación están destinadas al
fracaso. Como consecuencia de todo esto, se configuró un cuadro de hipoxia,
hipercapnia (aumento de anhídrido carbónico) y acidosis que afectó severamente
al cerebro y que condujo al paro cardo-respiratorio de origen central
irreversible. La secuencia de los hechos dejó a los médicos en estado de shock.
Hasta ahí lo sucedido desde el punto de vista estrictamente médico. Lo que
vino después, forma parte de una conducta de parte de las autoridades médicas
del Sanatorio de la Trinidad que resultan inexplicables y reprochables. El
comunicado que difundió el martes por la noche fue decididamente malo, ya que
para nada reflejaba la realidad de lo sucedido. Lo que se hizo trascender ayer,
fue aún peor. Ningún miembro de la familia recibió información alguna sobre que
Débora –a quien le habían extirpado la vesícula hace algunos años– tuviera una
inflamación hepática (hepatitis), ictericia y líquido en la cavidad abdominal.
Una de las consecuencias de esa falta de explicaciones acerca de lo que pasó
por parte del Sanatorio, fue el temor que se instaló en muchos pacientes que
tenían turnos para realizarse endoscopias en esta semana. Como resultado,
muchos de ellos suspendieron su realización.
Dolor sin límites.
Fue
conmovedor asistir al velatorio de Débora. “Quiero que me recuerden como una
buena persona” había dicho hace no mucho tiempo cuando este final de drama y de
tragedia era impensado para ella y para todos. El cariño de sus amigos, de sus
colegas y, sobre todo, de la gente que le dio el último adiós en la
Legislatura y en el Cementerio de la Chacarita son testimonio y garantía de que
ese deseo se hará realidad. Mientras tanto, es importante que la Justicia actúe
rápidamente para saber toda la verdad de lo que pasó en ese quirófano del
Sanatorio de la Trinidad en ese infausto martes 6 de febrero. Es lo que merece
la familia y la memoria de Débora Pérez Volpin, una persona que como tan
admirablemente la definió Martín Lousteau, todo lo que tocaba lo transformaba
en algo mejor.