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lunes, 4 de agosto de 2014

Argentísimos… De Alguna Manera...


Argentísimos…

Brito y Grondona: con una bandera comunista y con sus anillos durante los reportajes de PERFIL. Foto: Cedoc Perfil

La muerte de Julio Grondona el mismo día en que emergía Jorge Brito como el superbanquero que iba a salvar a la Argentina del default, para dos días después ser execrado por cadena nacional, me hizo asociarlos por sus continuos avatares divididos entre el aplauso y el insulto a lo largo de 35 años.

Los dos, Grondona y Brito, acumularon más de tres décadas haciendo lo mismo: presidir la AFA y crear el mayor banco privado del país. Los dos comenzaron esa tarea durante la dictadura militar y se adaptaron a los varios presidentes democráticos posteriores. Los dos, con dificultades de dicción; difícil entender sus palabras. Y los dos tuvieron mucho éxito en un país que durante esos mismos 35 años no ha parado de decaer. La trascendencia pública de Grondona y de Brito no habla sólo de ellos. Habla de la Argentina.

El propio Brito, en el largo reportaje que le hice en 2007 para este diario, dijo que si hubiera nacido en Japón no habría tenido éxito. Y que no envió a estudiar a sus hijos a las grandes universidades del primer mundo porque lo que se enseña allí no sirve tanto para la Argentina.

“Yo creo en las relaciones personales”, dijo Brito en aquel reportaje, imprescindible para entender quién es el dueño del Macro (quizás hoy no se abriría de esa manera) y cómo nació el mayor banco argentino.

Por ejemplo, que el nombre del primer Macro surgió de la combinación de letras de la frase “Muy Agradecidos Con Rodrigo”, por el ministro del Rodrigazo que licuó pagos con una maxidevaluación.

También pinta integralmente a Grondona el reportaje largo de este diario que se hizo en el momento en que acordó con el kirchnerismo Fútbol para Todos.

Buscando seducir, Grondona comenzó la entrevista diciendo que venía acompañado de su abogado porque “como usted es el Maradona de los periodistas y éste es un tema tan delicado, quiero poder consultarlo si no recuerdo algún dato”. Además, trajo una camiseta de la selección argentina de regalo para que se la hiciera llegar al director de Editorial Perfil en Brasil, Edgardo Martolio –uno de los periodistas que más lo defendieron–, y que le transmitiera a Lanata, por entonces panoramista de Perfil los domingos, que como no quería dejar de leerlo, le pedía encarecidamente que dejara de fumar porque, si seguía así, le quedaría poca vida.

En cinco minutos, Grondona ya había marcado la cancha instalando su estilo patriarcal. Ser reelecto durante 35 años para conducir una actividad de altísima visibilidad y poder, prácticamente sin oposición, o crear de cero el mayor banco privado nacional (“empecé en 1976 con 5 mil dólares que me prestó mi madre”) no se puede hacer en cualquier país. Son necesarias condiciones de contexto especiales aun para que personas con determinadas capacidades puedan alcanzar destacarse de esa forma. Y probablemente ambos sean los exponentes de un modelo personalista eficaz para décadas de tantas turbulencias, y las antípodas de lo que se enseña en escuelas de gestión como Harvard Business School.

Grondona y Brito simbolizan la misma relación con la ilustración. En su reportaje, Grondona se refirió a algunos políticos que no podían ser líderes porque “al tener mucha intelectualidad, es muy difícil ser caudillo. Yo creo que el caudillo debe tener más intuición que inteligencia (...); si se la pasa tanto leyendo, no puede estar en la calle”. Y Brito, continuando el tema de la educación de sus hijos, dijo que teniendo diez buenos gerentes, prefería que ellos les enseñaran a que sus hijos realizaran un máster en el exterior. Los hechos parecen darle la razón: su hijo, siendo muy joven, ya logró ser vicepresidente primero de River.

Grondona se jactaba de no saber inglés pero de “hablar muy bien el idioma del fútbol”. La diferencia generacional entre ambos es grande, y ya en aquel reportaje a Grondona aparecía su idea recurrente de la muerte: dos veces definió el éxito como un velorio lleno de gente. Con ese termómetro de vida se consideraría muy exitoso si pudiera ver la cantidad de gente que fue al suyo, extendido a dos días en una época en que los velatorios cierran a la noche. Y evidenció su obsesión con el paso del tiempo mostrando a cámara no sólo su anillo, muy  conocido por la leyenda “Todo pasa”, sino también otro anillo que lleva inscripto “Todo llega” (ver foto).

Brito tampoco fue pudoroso para las fotografías: posó con una bandera del Partido Comunista de la ex URSS con el rostro de Lenin (ver foto). Es que, fieles arquetipos de la argentinidad, los dos representan transgresión con conservadurismo y supieron acomodarse al poder de turno y también enfrentar riesgos.

La dificultad como gran motivador es otro denominador común: Brito sufrió la pérdida del padre muy chico, y Grondona, cuando recién comenzaba a ser un adulto. Algún grado de dificultad puede templar el carácter: una estadística muestra que entre quienes llegaron a presidentes de Estados Unidos hay un promedio mayor que la media de personas que padecieron alguna carencia emocional. La propia Cristina Kirchner confirmaría esa tendencia en lo que hace a su relación con el padre.

Es que Grondona y Brito, cada uno en su dimensión, reflejan un país que lleva décadas de retroceso y donde, para destacarse, hacen falta personalidades muy especiales.

El pasaje de Brito del cielo al infierno en sólo un día, de ser visto como “el San Martín financiero” el jueves a ser vendedor de espejos de colores el viernes no indica sólo cómo es Brito. También explica cómo es Cristina Kirchner y cómo ella es emergente de una sociedad que lleva años viviendo en una montaña rusa y de la que no es casual que Maradona sea el más querido representante, además de ser la capital mundial del psicoanálisis.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado el Viernes 01/08/2014 en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.



sábado, 19 de mayo de 2012

Dólar... De Alguna Manera...

Dólar...

Moreno. Con su intervención, la brecha con el dólar oficial hizo que el "blue" vuelva a ser negro.

Lector, el dólar va a aumentar, las tarifas van a aumentar, los subsidios van a bajar y los sueldos en dólares van a bajar. Lo opinable es sólo cuándo eso irá sucediendo.

El Gobierno no sólo sabe que eso es inevitable sino que le conviene que así sea, porque de otra forma su modelo (como cualquier otro) no sería sustentable.

El Gobierno usa a Moreno como asustador en distintos eventos sabiendo que lo puede hacer sólo durante cierto tiempo (los cucos, como los fantasmas, aterrorizan sólo por breves períodos). Y también Moreno sabe que él no puede disciplinar al mercado y que sólo puede hacer creer que lo disciplina (por eso los modos y los gritos  siempre sobreactuados de teatralidad). Su servicio al Gobierno es ganar tiempo para que la realidad emerja cuando no parezca impuesta por el mercado, aunque siempre lo sea y lo único que hayan hecho fuera aguantar un poco más. Pero cada vez le cuesta más cara esa posposición, porque a Moreno le pasa lo mismo que a los magos: descubiertos sus trucos, producen menos efecto.

Cuando Cristina públicamente le dijo: “Moreno, usted es un príncipe al lado de los italianos” –que habían allanado calificadoras de riesgo–, todos los participantes, incluido el propio Moreno, lanzaron una carcajada, porque la ironía destacaba lo opuesto, con todos los sinónimos que el diccionario tiene para innoble: bajo, ruin, vulgar, indecoroso; calificativos que fueron festejados porque no caen sobre los fines que serían nobles sino apenas sobre los medios.

¿Se acuerda, lector, cuando hace pocos meses el aumento del precio del dólar paralelo fue achacado al dueño del Banco Macro, Jorge Brito, por haber especulado comprando dólares? ¿O por la misma causa, al hoy enjuiciado Pedro Blaquier? Ambos ya cayeron en desgracia; sin embargo, el dólar sigue subiendo.

No era lógico que el precio del dólar fuera lo que menos creciera en la Argentina de los últimos años. Como no es lógico que los servicios públicos cuesten ridículamente menos que en el resto del mundo. Como no es lógico que los sueldos promedio en dólares de muchas actividades en Argentina sean el doble que en España o Italia. Y lo que no es lógico no dura. Es cuestión de tiempo.

Una progresiva devaluación del peso que no se trasladara (o se trasladara poco) a los precios internos, es decir a la inflación, sería ideal para el Gobierno y hasta una verdadera panacea. Le resolvería los problemas de competitividad de los exportadores, eliminaría la necesidad de dedicar tanta energía a la “policialización” del dólar, aumentaría el superávit comercial bajando las importaciones y subiendo las exportaciones, aumentaría el superávit fiscal incrementando los ingresos públicos por más ganancias del Banco Central con sus reservas, y por recibir más pesos por las mismas retenciones (además de hacerlas más justas porque hace unos años el Gobierno las explicó como una compensación de una política cambiaria de dólar alto por la cual el Estado pagaba el costo de comprar más dólares que los que precisaba y esterilizar luego con bonos).

Si no fuera conveniente devaluar –con pocos costos inflacionarios–, no le pediría Estados Unidos a China que sobrevalúe su moneda o el ministro de Economía de Brasil no se hubiera quejado de la guerra de monedas, donde los países desarrollados devalúan para sobrevaluar las monedas de los países emergentes y reducirles su competitividad.

Para progresivamente devaluar sin que se traslade a precios internos, habría que enfriar la economía. Si la gente consume menos, los precios terminarán subiendo menos. Y precisamente eso es lo que está haciendo el Gobierno. Enfrió la economía para frenar los aumentos de salarios colocándoles a las paritarias un techo que terminó por estar no debajo del 20%, pero no mucho más arriba. Si no enfriaba, y con la inercia que veníamos, las paritarias hubieran sido mayores del 30%. Y ahí sí, cualquier devaluación por arriba del promedio hubiese retroalimentado la inflación a más del 35%.

Con paritarias cerradas en el 22% de promedio y un enfriamiento del consumo, las expectativas de inflación podrían llegar a contenerse y, en un contexto así, se podría aumentar el precio del dólar oficial cosechando sus beneficios y limitando sus costos inflacionarios.

De cualquier forma, la brecha del 25% entre el dólar oficial y el paralelo irá produciendo efectos similares a una devaluación oficial del peso. Y ya lo produjo en gran parte de los actores económicos cuyos precios tienen algún componente internacional, quienes calculan el valor de reposición de sus materias primas importadas –o nacionales pero exportables– asumiendo que el precio del dólar oficial futuro será como el del paralelo actual. Entonces, ¿por qué el Gobierno no aprovecharía esta oportunidad de cosechar las ventajas de un costo ya producido?

A este Gobierno le gusta  mostrarse más heterodoxo de lo que es. Se hacen los locos, pero no lo son tanto.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 18 de Mayo de 2012.