Mauricio Macri flota
sobre el desastre económico de Argentina…
El
presidente Mauricio Macri junto a los ministros Patricia Bullrich (Seguridad) y
Germán Garavano (Justicia). Fotografía: Agencia Telam
Una economía en la basura es por lo general
una sentencia de muerte para un presidente en busca de la reelección. Sin
embargo, hasta ahora, Mauricio Macri, tiene oportunidad de volver a ganar en
octubre.
© Escrito por Shannon K. O'Neil (Bloomberg)
el miércoles 06/02/2019 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires.
Una economía en la basura es por lo general una sentencia de
muerte para un presidente en busca de la reelección. Sin embargo, hasta
ahora, Mauricio
Macri, tiene oportunidad de volver a ganar en octubre.
Su resistencia electoral contradice la máxima de "Es la economía,
estúpido", y demuestra que otros asuntos pueden captar y captan la
imaginación de los votantes. Más importante aún, muestra los cambios en
Argentina a los que sus oponentes no han logrado adaptarse.
En Argentina, 2018 fue un año para el olvido. El valor
del peso cayó a la mitad, la inflación alcanzó sus mayores niveles desde
principios de la década de 1990 y una recuperación incipiente se desvaneció en
la recesión. El gobierno tuvo que negociar no uno, sino dos rescates del Fondo
Monetario Internacional, por un total de US$57.000 millones.
La mayoría piensa que la economía ya tocó fondo. La próxima
cosecha parece más prometedora, la sequía del año pasado se ha ido. Las
exportaciones argentinas se benefician del fortalecimiento de la moneda
brasileña y la recuperación económica del vecino país. Y la energía está en
auge: los campos petroleros de Vaca Muerta están demostrando ser más ricos y
más productivos de lo esperado.
Sin embargo, incluso en los escenarios más optimistas, pocos esperan más que un tímido crecimiento
económico para cuando los argentinos se dirijan a las urnas.
Aun así, salvo por otra crisis financiera, puede que esto no afecte mucho las
oportunidades de reelección de Macri.
Una razón es
que los votantes son más importantes que sus bolsillos. Como han aprendido
recientemente otros políticos de la región, la seguridad es una de las mayores
preocupaciones de los electores: en una encuesta reciente de D’Alessio
IROL-Berensztein, seis de cada diez argentinos la consideró un asunto
importante.
Otra razón son los cambios sociales que han dejado grandes bloques
de votantes a la deriva. Los alguna vez ubicuos miembros de los sindicatos
argentinos ahora son una clase privilegiada: en 1990, dos de cada tres
trabajadores estaban sindicalizados; para 2008, solo lo estaba la mitad. Los
trabajadores informales ahora constituyen casi la mitad de la fuerza laboral, y
la terca persistencia de la pobreza desde la crisis económica de 2001
dejó a toda una generación, y a un cuarto de los argentinos, en los
márgenes.
El alguna vez dominante partido peronista no
se adaptó. Con seguridad, se enfrenta a una crisis de liderazgo. La
expresidente Cristina Fernández de Kirchner, con todos sus escándalos de
corrupción y su pasado populista, es por mucho la candidata del partido más
favorecida por las encuestas. Su fortaleza continua ha dificultado la reunión
en torno a una alternativa.
Pero el deslucido desempeño del partido refleja dificultades
institucionales más profundas. Al igual que el Partido Revolucionario
Institucional de México –en el gobierno por mucho tiempo y recientemente sacado
del cargo–, los peronistas se han quedado atascados en estructuras
clientelistas y corporativistas desactualizadas y cada vez menos
representativas. Aunque su control sobre su base sindical histórica está
intacto, los nuevos movimientos y organizaciones sociales son menos leales.
El apoyo rural se desintegró a medida que los
jóvenes se desplazaron a las ciudades, y los años de castigo a los impuestos sobre
las exportaciones han enfurecido a sus leales aliados agrícolas. Aunque el partido
sigue controlando buena parte de los gobiernos y las legislaturas provinciales,
su cohesión se ha desvanecido. Las elecciones presidenciales de 2015 y las de
mediados de mandato en 2017 reflejan este desarraigo: el partido perdió su
bastión en la Provincia de Buenos Aires, además de asientos en el Congreso.
Macri está explotando estas vulnerabilidades. Él y los medios han
mantenido vivo el escándalos de la "libreta" de la administración
Kirchner, una absorbente saga de más de una década de reuniones clandestinas y
bolsas de dinero intercambiando manos entre líderes empresariales, miembros del
gabinete y presuntamente la misma Kirchner, todo meticulosamente registrado en
libretas de espiral por un conductor de confianza. En asuntos como la seguridad, Macri se
benefició de su popular ministra de seguridad (y potencial candidata a la
vicepresidencia), Patricia Bullrich, con quien ha programado
apariciones conjuntas, como el reciente anuncio de un decreto para el embargo
de activos.
Su campaña se beneficia de un manejo diestro y enfocado de las
redes sociales, además del contacto personal: el sitio web de la coalición
Cambiemos ha registrado cientos de miles de voluntarios. El gobierno no se ha
negado a construir sus propias redes clientelistas, cultivando a las
organizaciones de la sociedad civil a través de la generosa financiación del
ministerio de desarrollo social.
Macri podría perder
fácilmente su ventaja actual. Otra crisis financiera lo hundiría. La oposición podría
reunirse en torno aún candidato. Pero el mayor riesgo es la base de su
coalición política. Ya se está cocinando un debate en su círculo cercano
respecto a qué tan amplia debería ser la red. Los gobernantes de Buenos Aires y
la provincia circundante quieren un paraguas amplio que abarque la oposición: consideran
que a pesar de las derrotas que ha soportado el peronismo, las maquinarias
locales del partido aún pueden producir votos. Otros en la Casa Rosada creen
que estas alianzas traicionan las promesas de cambio de la coalición y
mancharían la reputación de Macri de hacer las cosas de otro modo.
La próxima administración
tendrá un camino difícil por delante. El salvavidas del FMI venía con compromisos impopulares:
la eliminación del déficit requerirá reformar las pensiones, recortar empleos
gubernamentales y reducir los gastos en general. Además, la red de la
estabilidad financiera no estará disponible, dado que el gobierno debe la
pesada suma de US$57.000 millones al FMI y miles de millones a los
inversionistas privados.
En este punto, Macri
parece ser la persona que enfrentará esos desafíos. No obstante, también
tendrá que lidiar con cambios más fundamentales: la limitada competitividad de
Argentina, el envejecimiento de la población del país y tendencias económicas
más amplias que relegan a los productores de productos básicos a los márgenes
de las cadenas de valor globales. Ganar la reelección podría resultar más fácil
que adaptar a Argentina al futuro que le espera.
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