Dura enseñanza...
Profesor
Gabinete. Marcos Peña. Dibujo: Pablo Temes
El Gobierno cometió
errores y la oposición los desaprovechó. Límites institucionales.
© Escrito por Nelson Castro el domingo
24/12/2017 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Fue
una semana dramática en la que el Gobierno puso en juego su sustentabilidad.
Eso fue lo que estuvo en danza a lo largo de las 17 horas que duró la
maratónica sesión de la Cámara de Diputados que se inició a las dos de la tarde
del lunes 18 y terminó a las 7 de la mañana del martes 19. Ni más ni menos. El
oficialismo debe sacar enseñanzas de todo este episodio. La oposición
–empezando por el kirchnerismo– también. Aunque pretender que el kirchnerismo
aprenda de sus errores –que en algunos casos son horrores– es un
imposible.
Tres frentes.
Tres frentes.
Hubo
tres escenarios sobre los que se desarrolló la densa trama de esa jornada. El
primero fue el recinto de la Cámara de Diputados. El objetivo de los diputados
K era que no hubiera sesión. Para ello armaron una estrategia simple y clara de
obstrucción permanente que empezó con la larga retahíla de las cuestiones de
privilegio –fueron todas iguales y en una cantidad nunca vista a lo largo de la
historia parlamentaria argentina– y, cuando esto fracasó, apelaron a chicanas
basadas en informaciones falsas sobre saqueos y muertes que nunca ocurrieron.
El segundo escenario fue la calle.
El segundo escenario fue la calle.
Allí
la violencia se desató en forma precisa y organizada. Fue tal su virulencia que
la mayoría de los manifestantes que habían ido a la Plaza del Congreso para
hacer sentir su legítima oposición a la ley de reforma previsional huyeron
despavoridos. La magnitud de los incidentes obligó al Gobierno a dejar de lado
sus internas en el área de seguridad y a movilizar a la Gendarmería Nacional y
a la Policía Federal para reforzar así las escuálidas fuerzas de la Policía de
la Ciudad que en un momento estuvieron a punto de ser superadas por los
violentos.
Y el
tercer escenario fue el de las redes sociales –transformadas hoy en día en un
ámbito de violencia desenfrenada e irracionalidad– a través de las que el
kirchnerismo y la izquierda dura fogonearon a los violentos que destrozaron
todo e intentaron avanzar sobre el Congreso.
El kirchnerismo tiene un solo objetivo para su existencia actual: destruir al Gobierno. Ese será su norte de aquí en más. El silencio de Cristina Fernández de Kirchner sobre los hechos de violencia no sorprende. La justificación que hizo el diputado Leopoldo Moreau del cobarde y brutal ataque que sufrió nuestro querido colega Julio Bazán –algunos tuits incitaban lisa y llanamente a matarlo– habla de un vale todo que expresa la impotencia de quienes no se resignan a haber perdido el ejercicio del poder.
Puertas adentro del Gobierno –y en voz muy baja– hay quienes reconocen los errores cometidos en el apuro por aprobar la reforma previsional. La comunicación de la ley fue decididamente mala. “Eso no fue una casualidad. El primer efecto de la ley es malo y si lo hubiéramos explicado demasiado, no habría habido ley”, reconoce una voz calificada de Cambiemos. Otra voz del oficialismo señala que no había opción, porque “las cosas se encadenaron de tal manera que si no se hubiese aprobado el proyecto, todo lo hecho hasta aquí y lo que debe venir habría estado en riesgo”.
Uno de los errores increíbles fue el no haber anunciado el bono compensador, que hubiese atemperado las objeciones que hicieron caer la sesión del jueves 14.
Otro de los errores cometidos por el Gobierno estuvo en el mal manejo de los acuerdos con los gobernadores. El apuro por aprobar la ley en la frustrada sesión del jueves 14 hizo evidente que había faltado un trabajo de mayor cercanía con los gobernadores y con los diputados que les responden. Eso permitió que el kirchnerismo presionase y les copara la parada. Todo esto le representó al oficialismo un alto costo político que reflejaron por estas horas las encuestas de imagen. En ellas, la caída de imagen positiva del Presidente varía entre 8 y 12 puntos. Esto debería servirle al oficialismo para entender que hay límites para su gestión. Que hayan vuelto los cacerolazos es una muestra de ello.
El kirchnerismo tiene un solo objetivo para su existencia actual: destruir al Gobierno. Ese será su norte de aquí en más. El silencio de Cristina Fernández de Kirchner sobre los hechos de violencia no sorprende. La justificación que hizo el diputado Leopoldo Moreau del cobarde y brutal ataque que sufrió nuestro querido colega Julio Bazán –algunos tuits incitaban lisa y llanamente a matarlo– habla de un vale todo que expresa la impotencia de quienes no se resignan a haber perdido el ejercicio del poder.
Puertas adentro del Gobierno –y en voz muy baja– hay quienes reconocen los errores cometidos en el apuro por aprobar la reforma previsional. La comunicación de la ley fue decididamente mala. “Eso no fue una casualidad. El primer efecto de la ley es malo y si lo hubiéramos explicado demasiado, no habría habido ley”, reconoce una voz calificada de Cambiemos. Otra voz del oficialismo señala que no había opción, porque “las cosas se encadenaron de tal manera que si no se hubiese aprobado el proyecto, todo lo hecho hasta aquí y lo que debe venir habría estado en riesgo”.
Uno de los errores increíbles fue el no haber anunciado el bono compensador, que hubiese atemperado las objeciones que hicieron caer la sesión del jueves 14.
Otro de los errores cometidos por el Gobierno estuvo en el mal manejo de los acuerdos con los gobernadores. El apuro por aprobar la ley en la frustrada sesión del jueves 14 hizo evidente que había faltado un trabajo de mayor cercanía con los gobernadores y con los diputados que les responden. Eso permitió que el kirchnerismo presionase y les copara la parada. Todo esto le representó al oficialismo un alto costo político que reflejaron por estas horas las encuestas de imagen. En ellas, la caída de imagen positiva del Presidente varía entre 8 y 12 puntos. Esto debería servirle al oficialismo para entender que hay límites para su gestión. Que hayan vuelto los cacerolazos es una muestra de ello.
¿Por qué el apuro del Gobierno? Por una razón simple: necesita avanzar en la
reducción del déficit fiscal, que es la principal causa de la inflación que
castiga el bolsillo de la gente. Es verdad que en su informe, el FMI advierte
sobre lo imprescindible de reducir ese déficit en unos cien mil millones de
pesos. En realidad, no hacía falta que lo dijera el Fondo Monetario; es de
Perogrullo saber que si el déficit fiscal no se corrige, la economía se
resiente.
Secuelas.
Secuelas.
Las
internas dentro del Gobierno estuvieron –están– a flor de piel. Marcos Peña
está en el centro de todas ellas. Rogelio Frigerio fue el mediador entre tanta
interna y el que, luego del fracaso de la primera sesión, trabajó arduamente
para comprometer la participación más activa de los gobernadores peronistas que
habían afirmado el acuerdo previo. En verdad, el Presidente debería cuidar y
mucho a su ministro del Interior, persona con muñeca política, carácter y
templanza. Esa deuda de gratitud debería extenderse a Emilio Monzó y a Elisa
Carrió.
El delicado momento que se vivió en ese lunes triste y en el que, por milagro, no hubo muertos, deja una moraleja para el Gobierno y para toda la dirigencia política: la Argentina necesita imperiosamente ir a un proceso de pacificación interna sostenido y permanente. No hay lugar para el triunfalismo ni para el enojo. Con el correr de la gestión, Mauricio Macri, que ha hablado siempre de la necesidad de dialogar y ha demostrado voluntad de hacerlo, ha ido cayendo en la tentación de materializarlo con quienes le son afines. Es un error. Chile nos acaba de dar un ejemplo que, a la luz de lo que sucede en nuestro país, luce extraordinario: ver y escuchar a su actual presidenta, Michelle Bachelet, invitar a su casa a dialogar a su sucesor, Sebastián Piñera. Eso da una idea clara de la magnitud del retroceso que la dirigencia argentina ha experimentado, hoy tan alejada de aquel ejemplo extraordinario que dio Raúl Alfonsín, quien, no bien electo presidente, le ofreció a su adversario, Italo Luder, nada menos que la presidencia de la Corte Suprema de Justicia.
Producción periodística: Santiago Serra.
El delicado momento que se vivió en ese lunes triste y en el que, por milagro, no hubo muertos, deja una moraleja para el Gobierno y para toda la dirigencia política: la Argentina necesita imperiosamente ir a un proceso de pacificación interna sostenido y permanente. No hay lugar para el triunfalismo ni para el enojo. Con el correr de la gestión, Mauricio Macri, que ha hablado siempre de la necesidad de dialogar y ha demostrado voluntad de hacerlo, ha ido cayendo en la tentación de materializarlo con quienes le son afines. Es un error. Chile nos acaba de dar un ejemplo que, a la luz de lo que sucede en nuestro país, luce extraordinario: ver y escuchar a su actual presidenta, Michelle Bachelet, invitar a su casa a dialogar a su sucesor, Sebastián Piñera. Eso da una idea clara de la magnitud del retroceso que la dirigencia argentina ha experimentado, hoy tan alejada de aquel ejemplo extraordinario que dio Raúl Alfonsín, quien, no bien electo presidente, le ofreció a su adversario, Italo Luder, nada menos que la presidencia de la Corte Suprema de Justicia.
Producción periodística: Santiago Serra.
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