Viejismo 1...
En muchos aspectos, Fayt puede pensar hoy con 97 años mejor que él mismo a
los 80, a los 70 o a los 60.
Hace poco más de un año le escuché decir a
Fayt –cuando tenía 96 años– que el cuerpo del ser humano no estaba hecho para
vivir tanto: la metáfora del jinete joven montando un caballo envejecido. Fue
en su despacho de Tribunales cuando, junto con los demás miembros de la
Academia Nacional de Periodismo, fuimos a entregarle la Pluma de Honor. Al
despedirnos, me abrazó con tanta emoción que el contacto con sus brazos
frágiles y a la vez cargados de deseo dejó en mi cuerpo un recuerdo que sigue
resonándome a modo de mensaje. No pude dejar de pensar en las paradojas de
cuerpos jóvenes con mentes destruidas por algún deterioro, y cuerpos consumidos
por el natural paso del tiempo o por alguna enfermedad, como el caso de Stephen
Hawking, con mentes vivaces.
Fayt eligió a Lorenzetti como el portador emblemático de
su legado.
Obviamente, la inteligencia fluida que
permite adaptarse a situaciones nuevas de forma flexible sufre declive con los
años. Pero la inteligencia cristalizada que depende del nivel de desarrollo que
alcanzó esa persona a través del aprendizaje, mejora. En muchos aspectos, Fayt
puede pensar hoy con 97 años mejor que él mismo a los 80, a los 70 o a los 60,
porque el deterioro intelectual no es una evolución inexorable del paso de los
años.
Pero así no piensa la mayoría de los
argentinos, sociedad afectada por uno de los índices de viejismo más altos del
mundo. El viejismo es el mismo prejuicio discriminatorio que se produce por
cuestiones de raza, religión o hacia otros grupos sociales estigmatizados, pero
con los viejos.
Se asocia la vejez a decrepitud y
enfermedad, o a cansancio y lentitud intelectual, sin comprender que esa sinonimia
de vejez no es una cuestión de edad, sino de conducta: sólo obturando sus
deseos alguien se vuelve pasado. Y se confunde juventud con novedad, problema
clásico del posmodernismo, que, en su borramiento de las delimitaciones de los
períodos de la vida, predispone a los niños a madurar antes de tiempo y a los
adultos mayores a tatuarse imitando a los adolescentes y/o a ser padres cuando
tendrían que esperar un poco para ser abuelos. Es una homogeneización etaria
que omite cuánto tiene para aportar cada etapa de la vida al conjunto de la
sociedad.
Aun en países más longevos que Argentina es
difícil encontrar un miembro de la Corte Suprema o su equivalente de la edad de
Fayt. En la de Estados Unidos, sobre los 112 miembros que la integraron en toda
su historia, sólo dos alcanzaron los 90 años (Oliver Wendell Holmes y John Paul
Stevens) y renunciaron al llegar a esa edad. Creo que Fayt, si viviera en un
país normal, ya habría tomado la decisión de renunciar, pero hay en su acto de
resistencia un mensaje que nos está enviando a toda la sociedad para que
reflexionemos sobre nuestra tendencia a barrer siempre con todo lo anterior y
sobre nuestra predisposición reiterada a valorar lo nuevo como mejor.
Hay en la actitud de Fayt una rebeldía al
discurso gerontológico que discrimina a los viejos. Como si fuera una
militancia de género, de un sí mismo joven que pueda habitar un cuerpo viejo,
interpelando los prejuicios de los demás sobre la edad. De los que no la ven
asociada a la experiencia sino a lo senil, sin comprender que la vejez, como la
juventud, es una categoría sociocultural que viene cambiando con los siglos.
Fayt se subleva a la clasificación “clase
pasiva” y con su actividad se rebela más aún al kirchnerismo: se va a ir el día
que él quiera, precisamente cuando su renuncia no le sea funcional al
kirchnerismo. Se equivoca el Gobierno en su representación de la vejez porque
atacando a Fayt predispone negativamente a casi todo el Poder Judicial y a un
porcentaje importante de los votantes argentinos que se sienten discriminados
por el mismo viejismo.
Fayt pone sobre la agenda el lugar de
cuarta edad en nuestra sociedad, muchas veces tratada sólo como objeto de
cuidado y no como sujeto. No pocos ancianos sin la vitalidad ni los recursos
intelectuales de Fayt tienen en pequeñas rebeldías la única forma de hacerse
reconocer. Goethe decía que “volverse viejo es volverse invisible para la
sociedad”. Y Fayt, con su actitud, visibiliza a todos.
La vejez es una atrofia de futuro y no se
puede hablar de proyectos cuando no hay futuro.
Pero Fayt tiene un proyecto: no
dejar que el kirchnerismo arrase con la Corte Suprema, y tiene en Lorenzetti la
posibilidad de transmitir en otro más joven su historia y su memoria.
Freud, en su texto El porvenir de una
ilusión, colocaba dentro de la pulsión de vida la pulsión de transmisión, de
elegir quién será el portador emblemático del legado. El deseo humano de
reproducir su propia réplica no puede reducirse al campo biológico de los hijos
genéticos. La entrega a un discípulo de símbolos identificatorios pone al ser
humano a salvo de la ansiedad por la intrascendencia generacional y la amenaza
de olvido.
El mensaje
de Fayt no se dirige sólo a La Cámpora, también en el PRO son viejistas.
“La Justicia está conducida por una persona
de muy buen nivel intelectual, sólida formación académica y con una trayectoria
profesional exitosa”, dijo hace un tiempo Fayt sobre Lorenzetti. Y remató:
“Hasta podría ser un excelente presidente de la Nación”.
Como sujeto histórico, Fayt sabe que
quienes lo sucederán serán los encargados de distribuir el lugar que
ocuparán las tradiciones en el espacio intersubjetivo, y a ellos se dirige.
El mensaje de Fayt contra el viejismo no
tiene como destinatario político sólo al kirchnerismo y a La Cámpora, también
el macrismo es especialmente viejista. Sobre ese tema continuamos en la
contratapa de mañana.
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© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado
09/05/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
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