El error K…
La marcha por Nisman
del miércoles pasado fue gigantesca y hubiera sido aún más concurrida sin la
lluvia. El kirchnerismo, con su beligerancia, contribuyó a agrandarla. Foto:
AP
En el discurso de Cristina Kirchner en Atucha II, el día
de la marcha por Nisman, está la clave para entender el núcleo del error K. En
el discurso de Cristina Kirchner en Atucha II, el día de la marcha por Nisman,
está la clave para entender el núcleo del error K, fuente de la mayoría de sus
desaciertos y de los de su marido, a quien sólo la muerte le impidió sufrir las
mismas consecuencias.
Cristina
contó que en 2001 un empresario, quejándose, le gritó a Fernando de la Rúa
mientras golpeaba la mesa del comedor de la Casa Rosada durante un almuerzo al
que el presidente lo había invitado como integrante de una delegación de la
UIA. Y que a ella ni a su marido nadie se hubiera animado a gritarles.
Agregó
Cristina que la historia se la contó el actual vicepresidente de ADIMRA y ex
presidente de la UIA, el filokirchnerista Juan Carlos Lascurain, y que ese
empresario habría sido el dueño de Techint, Paolo Rocca. Historia que puede ser
cierta porque en aquellos meses de terremoto económico, durante una reunión de
De la Rúa con otra delegación de empresarios, en este caso dueños de grandes
empresas no industriales, fue Héctor Magnetto quien le dijo a De la Rúa que su
gobierno estaba agotado.
Cristina
–como Néstor Kirchner– cree que la crisis de 2001 fue por la debilidad
presidencial. Que personas como Rocca o Magnetto (“antes gobernaban otros que
no eran los que la gente votaba”, dijo Cristina en ese mismo discurso) fueron
los causantes de la crisis y no que, espantados por el terremoto que veían
venir, trataban de torcer el rumbo de sus consecuencias en la dirección menos
perjudicial para sus intereses.
Si
a los ojos de los Kirchner la hecatombe de 2001 se produjo por flaqueza del
presidente, es lógico que crean que la solución a cualquier crisis, y su
profilaxis, sea un presidente muy fuerte, que nunca se deje “marcar la cancha”
y que, aun cuando estuviera equivocado, siempre sería mejor que se mantuviera
firme en el error y no que, al corregirlo, corriera el riesgo de mostrar
debilidad. Redoblar siempre la apuesta es hijo de ese razonamiento equivocado.
Por
eso, ante cada divergencia, Cristina –o Néstor Kirchner en su tiempo– ve una
amenaza a su autoridad. No considera la posibilidad de que se discrepe con determinadas acciones del
Gobierno, sino que se convence de que atacan la propia autoridad presidencial.
Ver golpes institucionales detrás de cada conflicto es resultado de esa matriz
de pensamiento paranoico. Que termina, no pocas veces, logrando el resultado
inverso al buscado, agigantando conflictos, aumentando su presión, en lugar de
descomprimirlos.
Esa
irracional forma de ser y actuar, en un país al que paralelamente le iba muy
bien económicamente hasta 2008, requirió una explicación más elevada que la
perturbación psicológica, e inspiró a muchos intelectuales K a utilizar
conceptos como amigo-enemigo de Laclau o el Estado total de Carl Schmitt para
justificar lo que simplemente eran equivocaciones generadas por una mala
lectura de la realidad, errores que eran disimulados por un enorme ingreso de
recursos, producido por el aumento de los precios de las commodities.
Con
estos precios (aun los achicados a lo largo de 2014), De la Rúa no hubiera
necesitado llamar a Rocca o Magnetto para, infructuosamente, pedirles
cooperación ante la crisis que se avecinaba. Otro ejemplo de la importancia que
tuvo el aumento del precio de las commodities es que el atraso cambiario llegó
este año al mismo punto de tasa de cambio combinada que había en 2001, con
vencimientos de deuda externa en dólares para 2015 en montos menores,
comparables con 2002 y, sin embargo, no se produce un colapso como el de aquel
año.
Cristina
Kirchner creerá que es gracias a que a ella no le grita nadie, sin comprender
que aquel diagnóstico originario sobre la debilidad presidencial de De la Rúa
fue sólo una parte del problema de 2001. Y paga el enorme costo político de ni
quisiera enviar las mínimas condolencias a la viuda y las hijas de Nisman, en
un gesto casi patético de inconmovilidad. Encerrada en su desvarío, se enoja y
termina imaginando que la viuda y la huérfana es ella misma, dado que la muerte
de Nisman la perjudicó más que a sus familiares directos.
Néstor
Kirchner, ante el asesinato del militante del Partido Obrero, dijo que había
sido un tiro a su propio corazón. Y en el discurso de Cristina previo a la
marcha por Nisman se quejó de “lo que tenía que aguantar”.
El
próximo presidente debe cuidarse de caer en otro error de diagnóstico
originario y de creer que el problema del kirchnerismo fue su intransigencia, y
que todo se solucionará siendo flexible y dialoguista.
© Escrito por Jorge Fontevechia el sábado 21/02/2015 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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