Insustancial…
“Cristina
Kirchner subestima a Sergio Massa como una verdadera amenaza. Cree que la
picardía política del intendente es proporcional a su falta de sustancia” (de
la columna “Cristina, entre encuestas y dólares”, de Damián Nabot, el domingo
pasado en Perfil).
Probablemente
la Presidenta tenga razón acerca de la insustancialidad de Massa, entendiendo
por sustancia de la política la ideología. El mejor ejemplo es la estrategia
comunicacional de Massa como flamante candidato: fue al programa de Alejandro
Fantino (se llama Animales sueltos) y aspira a ir al de Susana Giménez.
No
exponerse a responder preguntas de periodistas políticos es una señal. Hay
quienes ven en esa actitud de Massa inseguridad y vacío: no sabría qué
responder. Y otros lo interpretan como una demostración de fortaleza: no
precisa mostrar su sustancia para ganar.
Pero
tenga o no Massa sustancia, la insustancialidad de lo que Massa representa se
plasma en su ambigüedad ideológica sin importar que sea el resultado de una
elección o una limitación.
¿Cómo
alguien tan insustancial llega a ser el político con mejor imagen y mayor
intención de voto de la Argentina? La perplejidad surge de la idea de mérito,
de justificación, de sustancia traducida como virtud. Cristina Kirchner quedó
apegada al planteo clásico de la esencia: para Platón, sólo es lo que se
encuentra en el mundo de las ideas, lo sensible no tiene ni esencia ni
existencia, es pura apariencia; o sea, Massa.
La
política electoral es relacional, es como el poder, reducible a una cuestión de
posición.
Las representaciones electorales son como las representaciones
lingüísticas. Lo que une la representación con lo representado es arbitrario y
convencional.
Tomando
la representación política como el significante y lo representado como el
significado, se podría apelar al texto canónico Curso de lingüística general
del suizo Ferdinand de Saussure, quien sostenía que en la lengua “no había que
prestar atención a lo sustancial, a lo sustantivo sino, por el contrario, sólo
a lo relacional”.
Saussure
funda la lingüística moderna al romper con el enfoque clásico de pensar al
signo en relación con aquello que representa, simplificadamente: ningún lazo
natural los une.
Para Saussure, “el significante lingüístico es incorpóreo, está constituido no
por su sustancia material sino exclusivamente por las diferencias que lo
separan (de los otros)”.
La
lingüística de Saussure se transformó en la disciplina guía del
estructuralismo, influenciando múltiples campos (la cultura es un lenguaje),
como en la antropología a Lévi-Strauss, cuya teoría de la alianza se basa en el
intercambio de símbolos. Todos los fenómenos culturales, desde el arte hasta la
política, son sistemas simbólicos de oposiciones binarias.
La
significación, dice Saussure, no sale del elemento aislado y de su idea
representada, el valor es el resultado de la interdependencia de una
significación con otras significaciones que emana de la presencia de cada uno
de los elementos dentro del sistema (por ejemplo, hoy Scioli más K que nunca).
Uno
de los grandes teóricos de la posmodernidad, Fredric Jameson, calificó a
nuestra época como “la tendencia saussureana de sustituir sustancias por
relaciones”.
En su Curso..., Saussure escribió: “Para determinar el valor de una moneda de
cinco francos, poco importa el elemento tangible que le sirve de soporte (hoy
reservas en dólares), hay que saber que se la puede trocar por una cantidad
determinada de una cosa diferente” (el pan de $ 10 de Moreno, por ejemplo).
El
valor de un elemento de un sistema no es el propio fuera de contexto sino en
relación con otros elementos con los que comparte el sistema. Lo determinante
es el lugar que el elemento ocupa en esa red de relaciones, y nunca es el
resultado solitario del elemento sino de la copresencia de todos los demás con
los que se relaciona.
Lo
único esencial es la relación, nunca el elemento, y esa relación nunca puede
ser creada ni modificada sólo por el individuo. “El valor de cada uno de los
signos –decía Saussure– es el resultado de la presencia simultánea de los
otros”.
Massa
no representaría lo que representa si el oficialismo y la oposición previos a
su surgimiento no hubieran creado la demanda que Massa viene a representar.
“Los valores se definen en oposición a otros valores del mismo sistema y al
campo asociativo basado en relaciones de semejanza”.
Massa, como significante de la ambigüedad, remite a un concepto
multidimensional, a una representación colectiva, donde –parafraseando al
semiólogo Christian Metz– “la (in)inteligibilidad del objeto (Massa) se
convierte a su vez en objeto”.
Umberto
Eco escribió: “La imprecisión, la debilidad y la incompletud no impiden que se
hable de código, a lo sumo se hace ambigua la significación y difícil la
comunicación”.
Massa es signo del vacío político que lo creó. Es, fundamentalmente, producto
de Cristina Kirchner, que eligió a un “insustancial” para ser su primer jefe de
Gabinete no heredado.
La
insustancialidad es un signo de época. No sólo es un atributo de Massa: también
lo es de Scioli y de Macri, los tres principales candidatos actuales a presidir
el país en 2015.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 12/07/2013 y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario