“Llegó la primavera con sus frutos”...
“Después
de 500 años, nuestras iglesias latinoamericanas se han convertido en iglesias
fuente,” analizó el ex sacerdote brasileño.
Leonardo Boff
está convencido de que, con el papa Francisco, llegó mucho más que un hombre
que viene de lejos: en su visión, con él llegaron al Vaticano otra filosofía de
la vida, de la política, otra práctica pastoral, otra sociología y otro
cristianismo.
La ternura y la
inteligencia juntas son armas muy disuasivas. Escuchando hablar al teólogo
brasileño Leonardo Boff se entiende rápidamente por qué su amigo Joseph
Ratzinger lo apartó de la Iglesia cuando se publicó uno de los libros
fundadores de la Teología de la Liberación escritos por Boff, Iglesia, carisma
y poder. Mucho antes de ser papa, Ratzinger fue amigo de Leonardo Boff, pero en
cuanto el severo teólogo alemán empezó a trepar la escalera del poder vaticano
no dudó en levantar la mano para sentar a Leonardo Boff en el mismo sillón
donde, muchos siglos antes, la Santa Sede juzgó a Galileo Galilei. Leonardo
Boff pagó el tributo de sus ideas. Perdió el derecho de ejercer el sacerdocio.
Han pasado muchos años y muchos
combates y Leonardo Boff no perdió ni un ápice de esa inteligencia que envuelve
las cosas en una mezcla de racionalidad y revelación juvenil. El paisaje que
rodea su casa de Petrópolis es idílico, frondoso y absorbente como las ideas
que este intelectual de 75 años va exponiendo con la frescura de un
adolescente. Con el título “El papa del pueblo”, la revista Time eligió al papa
Francisco como personalidad del año. “Lo que hace a este Papa tan importante es
la rapidez con la que capturó la esperanza de los millones de personas que
habían abandonado toda esperanza en la Iglesia”, escribe Time.
Leonardo Boff no está lejos de
pensar lo mismo. Se acaba el año de la elección de Bergoglio como primer papa
no europeo de la historia. En esta entrevista con Página/12, Leonardo Boff hace
un balance de las esperanzas suscitadas por Francisco, de las perspectivas de
transformación que se levantan en el horizonte, de los actos ya cumplidos y de
los que vendrán. El teólogo brasileño está convencido de que, con Francisco,
llegó mucho más que un hombre que viene de lejos: en su visión, con él llegaron
al Vaticano otra filosofía de la vida, de la política, otra práctica pastoral,
otra sociología y otro cristianismo inspirados en la raíz misma del continente.
–Pasan los meses y, a su manera,
el papa Francisco sigue dando sorpresas. ¿Cómo analiza usted este momento
particular del catolicismo a través de una figura que está desplazando casi
todos los centros de gravedad del Vaticano?
–Estamos en una situación
totalmente nueva. Nosotros venimos de un invierno muy duro y riguroso con Juan
Pablo II y Benedicto XVI. Ahora sentimos la primavera con sus flores y sus
frutos. Francisco es un papa que sorprende, que cada día inventa cosas nuevas.
Es la primera vez que un papa no viene de la vieja cristiandad europea, sino de
la periferia, o sea de América latina. Las iglesias de América latina eran
iglesias espejo mientras que las iglesias de Europa eran iglesias fuente.
Ahora, después de 500 años, nuestras iglesias se han convertido en iglesias
fuente. Nuestras iglesias tienen sus tradiciones, sus reflexiones, sus
liturgias, han creado un estilo de cristianismo ligado a la liberación, al
compromiso social. De ese caldo espiritual, político y religioso viene el papa
Francisco. El nuevo papa tiene otro tipo de mensaje, no es el cristianismo
viejo, doctrinario, disciplinar. Se trata de un cristianismo de profunda
comunión con todas las personas, libre de doctrinas castradoras, con un mensaje
basado en la sencillez y la pobreza. Eso es inédito en la historia del papado.
Hay que tener en cuenta que sólo 24 por ciento de los cristianos está en
Europa, 62 por ciento en América latina y los demás en Asia y Africa. Esto
significa que, hoy, el cristianismo es una religión de Tercer Mundo. Tuvo sus
raíces en el Primer Mundo, pero eso ya pasó. Francisco es muy consciente de
esto. Por eso tiene la fantasía creadora y es capaz de decir “hay que cambiar”.
Y creo mucho en su fantasía, en su libertad, en su corazón, en su libertad
espiritual. La Iglesia necesita corazón, no poder. Donde hay poder no hay amor
ni compasión. Francisco tiene amor y compasión. Y no quiere saber nada de poder
ni de tradiciones.
–Para usted entonces Francisco es
un papa de combate.
–Creo que Francisco combina dos
cosas: la ternura de Francisco y el rigor del jesuita. Es franciscano en la
forma de vivir humilde, popular, pero es un jesuita de la racionalidad moderna:
analiza los fenómenos, identifica la causa principal y, cuando descubre, interviene
con mucha determinación. Creo que el Papa es una combinación feliz entre
ternura y vigor. Eso es lo que necesitamos en la Iglesia. Hacia afuera es un
pastor, hacia adentro es muy riguroso. Cuando estuvo en Río de Janeiro, el
discurso más duro que pronunció fue para los obispos y cardenales. Les dijo que
no eran pobres ni interiormente, ni exteriormente, que eran duros con el pueblo
y que no fueron capaces de hacer la revolución de la ternura, de la compasión,
de la compenetración con el pueblo. En Roma dice lo mismo: los ministros de la
Iglesia tienen que salir de la fortaleza hacia el pueblo, y el pueblo debe
poder venir y sentirse en su casa. La Iglesia no está para condenar a nadie
sino para acoger, perdonar, suscitar esperanzas y tener compasión con quienes
tienen problemas. Esa es la característica más bella y evangélica de Francisco.
–Usted cree que Francisco puede
realmente reformar la Iglesia.
–Yo creo que Francisco, antes de
reformar la curia y la Iglesia, ya reformó el papado. El estilo del Papa es
otro. El papado tiene un ritual, en las vestimentas, en los símbolos del poder.
Francisco renunció a todo eso e hizo el trabajo contrario: logró que el papado
se adaptara a sus convicciones, a sus hábitos. Por eso renunció a todos los
símbolos de poder. Dijo: “la Iglesia tiene que ser pobre como Jesús”. ¡San
Pedro no tenía un banco y Jesús no entendía nada de contabilidad! Jesús era un
profeta que traía fe, esperanzas. Francisco rescata la tradición más vieja de
la Iglesia y rehúsa llamarse papa. Papa es un título de los emperadores.
Francisco se considera un obispo de Roma que gobierna la Iglesia en la caridad,
no en el derecho canónico. Eso cambia todo. Francisco es más que un nombre: es
un proyecto de Iglesia, de una sociedad más sencilla, solidaria, es el proyecto
de una simpleza voluntaria, de una sobriedad compartida. Posiblemente, esto va
a crear una crisis entre los obispos y cardenales. Ellos se creen príncipes de
la Iglesia y el Papa no quiere nada de eso. Francisco quiere que se renueve el
pacto de las catacumbas cuando, al final del Vaticano II, 30 obispos se
reunieron en las catacumbas e hicieron votos de vivir en la pobreza, abandonar
los palacios y vivir en el medio del pueblo. Esa es la propuesta para toda la
jerarquía de la Iglesia. Esa será para mí la gran revolución de Francisco.
–¿Con qué fuerzas Francisco podrá
cambiar las malas tendencias profundas de la Iglesia? Por ahora hemos oído un
mensaje pastoral muy entusiasta, pero para llegar a la trasformación completa
hay un gran paso. ¿Acaso se apoyará en la Teología de la Liberación, tan
reprimida por Juan Pablo II y Benedicto XVI?
–Es un papa muy inteligente.
Francisco criticó mucho a los conservadores. El 11 de septiembre aceptó
encontrarse con Gustavo Gutiérrez (el otro inspirador de la Teología de la
Liberación). Eso me parece muy importante para apoyar esa teología que es,
además, en cierta forma, el lugar de donde él viene. La Argentina tiene una
Teología de la Liberación propia, que es la teología de la cultura popular.
Francisco se apoyó en esa teología que se diferencia de la teología de la
liberación común porque no trabaja en torno del conflicto de clases, sino en
torno de la cultura dominante, la cultura dominada, cultura del silencio que
hay que liberar. El está en esa línea. Y de allí viene su novedad. Ya eligió
ocho cardenales de todo el mundo para crear una instancia de decisión. Sería
fantástico si Francisco invitara a mujeres a dirigir los destinos de la Iglesia
en la perspectiva de la globalización. Hasta hoy, el cristianismo era algo
occidental que se fue convirtiendo en algo cada vez más accidental. Tiene que
ser ahora globalizado. Para ser global, tiene que tener otras dimensiones. La
Iglesia no encontró su lugar en la globalización. La Iglesia es muy romanizada,
eurocéntrica. Pero Francisco tiene la visión del jesuita San Francisco Javier,
misionero de China, según la cual la Iglesia tiene que salir. Para mí la mejor
manera es crear una red de iglesias y comunidades que se encarnen en las
culturas y tenga rostros chinos, japoneses, africanos, latinoamericanos. Es
otro tipo de presencia de la Iglesia, no como poder, sino como una instancia de
apoyo a todo lo que es humano. El cristianismo se suma a otras religiones, a
otros caminos espirituales, y renuncia así a su privilegio de excepcionalidad,
como si fuera la única Iglesia verdadera, la única religión válida. No. El
cristianismo está junto a las demás para alimentar valores humanos, para salvar
a nuestra civilización, que está amenazada.
–Sin embargo, el discurso
tradicional del Vaticano aún se mantiene.
–Sí, yo creo que él seguirá
manteniendo el discurso tradicional de defensa de la vida, contra el aborto,
pero con una diferencia: antes, los temas de la moral sexual, familiar, del
celibato de los sacerdotes o del sacerdocio de las mujeres, eran temas
prohibidos, no se podían discutir. Ningún cardenal, obispo o teólogo podía
hablar de esto. Francisco no, él dejó abierta la discusión. El va a abrir una
amplia discusión en la Iglesia y va a recoger elementos que se pueden tornar
universales. Francisco abrió muchos espacios. No sé hasta qué punto podrá
avanzar con esto, pero sí habrá una amplia discusión en la Iglesia.
Posiblemente se logre permitir que las iglesias locales, por ejemplo en Africa,
donde hay otras culturas tribales, otra relación con la sexualidad, puedan
actuar de otra forma ante la utopía cristiana, una forma que no sea sólo la
occidental. Ahora tenemos una sola manera de ser cristiano, pero hay otras. En
América latina estamos demostrando que es posible un cristianismo
afro-indígena-europeo, una mezcla de tres grandes culturas. Por eso aquí la
Iglesia tiene otro rostro, es más abierta, más comprometida con los cambios que
benefician al pueblo. Tenemos que universalizar esto porque la injusticia
mundial es muy grande. Y este papa es muy sensible ante los últimos, los
invisibles. Ahí está su centralidad.
–Ya ha pasado cierto tiempo luego
de la renuncia del papa Benedicto XVI. Ese hecho fue un enorme terremoto para
los católicos del mundo. ¿Cuál es hoy su análisis sobre ese momento de fractura
sin el cual el papa Francisco no hubiese llegado al sillón de Pedro?
–Yo creo que cuando Benedicto XVI
leyó el informe de más de 300 páginas sobre la situación interna de la Iglesia,
sea lo que concernía los problemas del banco del Vaticano, sea los escándalos
sexuales que implicaban a obispos y cardenales, creo que eso lo golpeó
profundamente. Benedicto XVI sintió que no tenía fuerza física, ni psíquica, ni
espiritual para enfrentar un lío semejante. Ese problema no venía desde afuera,
del mundo, de la sociedad, no: el problema venía desde dentro de la Iglesia, de
su parte más central que es la curia romana. Eso lo escandalizó. Benedicto fue
muy humilde al reconocer que otra persona debía venir con más fuerza, con más y
determinación y otra visión de la Iglesia para crear un horizonte de esperanzas
y credibilidad que la Iglesia había perdido totalmente.
–El banco del Vaticano y todos
los escándalos ligados a él fueron uno de los desencadenantes de la renuncia de
Benedicto XVI. Apenas asumió, las primeras medidas que adoptó el papa Francisco
atañen justamente el banco. ¿Cree usted que podrá llevar a cabo la reforma
final de esa institución financiera comprometida con la mafia y la circulación
de dinero opaco?
–En el banco del Vaticano hay
mucho dinero de la mafia, apoyada y comprometida con altas figuras de la curia
romana. En este sentido, hay un riesgo que pesa sobre el Papa. Cuando la mafia
se siente agredida es capaz de cometer crímenes, de eliminar personas. Por eso
es muy inteligente que el Papa no viva en los departamentos pontificiales sino
en una Casa de Huéspedes, es muy inteligente también que no coma solo, sino con
muchas personas. Francisco dijo en broma que así era más difícil envenenarlo.
Pero más allá de esto, creo que Francisco va a inaugurar una dinastía de papas
del Tercer Mundo, de Africa, de Asia, de América latina. Con eso se enriquecerá
el catolicismo con valores de otras culturas que nunca fueron respetadas sino
colonizadas. El cristianismo de América latina es un cristianismo de
colonización. Hicimos muchos esfuerzos para crear un cristianismo nuestro, con
nuestros santos, nuestros mártires. Nuestro cristianismo tiene su propio
rostro, que no es el viejo rostro europeo. Esto va a facilitar que el
cristianismo sea una propuesta buena para la humanidad, no solamente para los
cristianos. Nuestro cristianismo tiene otro elemento de ética, de humanidad, de
espiritualidad para un mundo altamente materializado, tecnológicamente sofisticado.
Francisco encarna ese contrapunto, esa dimensión. Su propuesta tiene futuro.
© Escrito por Eduardo Febbro
el domingo 15/12/2013 y publicado en el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma
de Buenos Aires