Del cuadro al museo...
Como se trata de recordar, los que permanecemos en el mismo lugar, podemos repetir lo que siempre defendimos: el 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás celebrarse.
“El
24 de marzo debiera ser lo que es: el peor día de nuestra historia
contemporánea, el que consagró la muerte como la forma de resolver las
diferencias, llenó de dolor a miles de hogares argentinos, amordazó la libertad
y nos humilló como país. El día más largo, que formalmente terminó el 10 de
diciembre de 1983 y sin embargo sobrevive en la desconfianza que impregna todas
las relaciones, desde las personales hasta las políticas. Si hasta la semántica
nos muestra el error de hacer del 24 de marzo un feriado, una palabra que deriva
de “feriar”: cuando los tribunales de justicia están cerrados.
Entre
nosotros, de lo que se trata es precisamente de que los tribunales estén
siempre abiertos, para hacer justicia con los secuestros, las muertes y
desapariciones, para terminar con la impunidad heredada del autoritarismo.
Si
la evocación del golpe militar de 1976 nos vuelve a enfrentar, entonces habrá
vencido aquel día.”
Este
texto fue escrito ocho años atrás, cuando se instituyó al 24 de marzo como un
día festivo en el calendario, ya que eso es el feriado desde que el ocio y el
turismo se estimulan como consumo. Aún cuando nada debo agregar a mis temores
de entonces, la institucionalización de la memoria con museos y monumentos,
este 24 de marzo, por la imposición de Milani como Jefe del Ejército y el
proyecto de museo en la ESMA, marcan una bisagra. Ambos fueron objetados,
rechazados por organizaciones de Derechos Humanos y del mismísimo Premio Nobel
de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel, sin que el gobierno escuchara esos reclamos.
Milani
y el Museo de la ESMA son, también, dos símbolos de este 24 de marzo. Tal como
como sucedió, en otro sentido, diez años atrás. El entonces Presidente Néstor
Kirchner descolgó el cuadro de Videla, recuperó la ESMA y pidió perdón público
a los argentinos en nombre del Estado, lo que le granjeó la simpatía de una
parte importante del país. Al invitar a las Madres de la Plaza de Mayo al
Palacio del gobierno oficializó lo que Raul Alfonsín no había podido hacer para
dar el paso mayor, el más difícil, ordenar el Juicio a los Comandantes en
contra de muchísimos dirigentes políticos y una sociedad todavía atemorizada.
No porque no crea que las madres y las víctimas que impulsaron la verdad y la
justicia no deban ser homenajeadas sino porque fue a partir de ahí que los
pañuelos blancos dejaron la Plaza para politizarse con los favores del
Palacio.
Diez
años después, la urgencia para hacer de la ESMA un museo, contó con otra
irregularidad previa, difícil de explicar. El Gobierno de la Ciudad de Buenos
Aires, que diez años atrás había recibido el edificio de la ESMA para que
integrara el acervo de la memoria trágica de la ciudad, ahora cedió el Casino
de Oficiales, que integra el predio, para que como Museo se llene de luces y
sonidos en evocación del terror que allí sucedió. Un proyecto de la Secretaría
General de la Presidencia, la Secretaría de Derechos Humanos y la Universidad
de San Martin, siempre elegida a dedo, sin licitación, a la hora de tercerizar
las obras de la cultura.
Como
se trata de recordar, los que permanecemos en el mismo lugar, podemos
repetir lo que siempre defendimos: el 24 de marzo debe recordarse,
conmemorarse, pero jamás celebrarse. Sin embargo, me temo que las
conmemoraciones, acompañadas de murgas, festivales musicales o asados, lejos de
resignificar el terror que allí se vivió, al provocar dolor a tantos otros, en
realidad, exhuman, sacan afuera, proyectan sobre la sociedad, lo que las
víctimas de la ESMA recibieron a manos llenas, la crueldad y la mentira, la
perversidad y la denigración. El edificio de la ESMA como otros llamados Sitios
de la Memoria podrán intercambiarse entre los gobiernos por conveniencia
política o desinterés, lo que no podrán modificar es el legado trágico que
pertenece a todos los argentinos. Sólo por eso debiera evitarse hacer del
terror un espectáculo.
Si
reconciliar es unir lo que fue violado, la reconciliación posible es la que nos
devuelva lo que fue ultrajado, la convivencia democrática. No tan sólo la
simbología de una entrevista de Hebe de Bonafini al general Milani, sino la
subordinación de todos a la democracia. Sobre todo, los que visten uniformes.
Para
conmemorar sin herir, ya está en la hora de que los argentinos que queremos
hacer de la Historia un aprendizaje, no una venganza, recuperemos todo lo que
nos pertenece, por autoridad de lucha y derecho democrático, y nos fue burlado
desde el día que alguien pudo creer que el compromiso con los Derechos Humanos
se reduce a quitar un cuadro de la pared.
© Escrito por Norma
Morandini, Senadora Nacional, el Lunes 24/03/2014
y publicado en su página http://www.normamorandini.com.ar/?p=7617#sthash.vxbLo2KH.dpuf