La Iglesia, Videla, la
guerrilla y el poder redentor de la sangre...
Los obispos rechazaron las declaraciones
periodísticas que hizo el ex dictador Jorge Rafael Videla para mi libro
Disposición Final sobre su “muy buena” relación con la cúpula de la Iglesia
Católica durante los cinco años de su gobierno, entre 1976 y 1981. “La Iglesia
no nos lastimaba”, “le sobraba comprensión”, “se manejaba con prudencia: decía
lo que tenía que decir sin crearnos situaciones insostenibles”, dijo Videla,
quien consideró que lideró “una guerra justa en los términos de Santo Tomás”
contra las guerrillas. “Creo que Dios nunca me soltó la mano. Me ha tocado
transitar un tramo muy sinuoso, muy abrupto, del camino, pero estas
sinuosidades me están perfeccionando a los ojos de Dios, con vistas a mi
salvación eterna”, sostuvo el ex dictador, que en la prisión reza el Rosario
todos los días a las 19 y los domingos, asiste a misa y comulga.
Como periodista, coincido con los obispos
en la necesidad de buscar la verdad. Mi impresión es que Videla representa a un
sector de la Iglesia Católica, a una vertiente conservadora, integrista, y que
sigue convencido de que su misión como católico y militar ha sido restaurar
aquel antiguo concepto de la “nación católica”, agredida primero por el
liberalismo y luego por los diversos socialismos. De allí, su amistad con
monseñor Adolfo Tortolo, que era el titular del Episcopado, arzobispo de Paraná
y vicario general castrense. Tortolo, pero no sólo él, fue un decidido impulsor
del golpe. A los dos meses, Tortolo fue reemplazado al frente de la Iglesia por
el cardenal Raúl Primatesta y eso moderó aquel respaldo activo, aunque el apoyo
continuó, en especial hacia Videla y otros generales que eran considerados
“palomas” frente a los “halcones”, pero no sólo por la Iglesia sino también por
el radicalismo, el sindicalismo y hasta el Partido Comunista.
Creo que, a esta altura del partido, aquel
apoyo está en la historia, es decir no se puede ahora negar o disimular. Pero,
¿a qué se debió? Opino quela Iglesia llegó al golpe en medio de una fuerte
crisis interna, con su jerarquía de sacerdotes y obispos dividida en por lo
menos tres sectores: conservadores, moderados y progresistas. En ese contexto,
el discurso de Videla y de los militares como defensores de los valores
“occidentales y cristianos” y del patrimonio espiritual condensado en la
fórmula “Dios, Patria y Familia” resultaba muy atractivo para la mayoría de los
obispos y unificaba a los sectores conservadores con los moderados frente a los
progresistas.
A la hora de responder a los pedidos de
ayuda de las víctimas de la dictadura pesaron más en el Episcopado los cálculos
políticos, como la conveniencia de no aparecer debilitando a un gobierno en
plena lucha contra las guerrillas, que la preocupación genuina por los derechos
humanos de los detenidos desaparecidos, católicos en su gran mayoría.
Por otro lado, los sacerdotes y obispos
progresistas habían ayudado a engrosar las filas de las guerrillas, en especial
de Montoneros. La jerarquía católica estuvo en ambos lados del mostrador de la
violencia política de los Setenta; el discurso del poder redentor de la sangre
de Cristo sirvió para justificar tanto a militares como a guerrilleros. Claro
que la violencia de las guerrillas no se puede equiparar al terrorismo de
Estado; no hubo dos demonios. Pero la historia no es un menú del que podamos
elegir solo los hechos que más nos interesan o satisfacen.
Videla es el producto de una manera de
entender y vivir el catolicismo; muchos militares, y también muchos
guerrilleros, murieron y mataron creyendo que lo hacían por Cristo. ¿No será
hora de que la Iglesia nos diga unas palabras claras, cristalinas, sobre todo
esto? A partir de ahí, podría exigir a todos sus hijos gestos concretos para
reparar a tantas víctimas.
© Fuente: Revista Vida
Nueva. Escrito por Ceferino Reato y publicado por el Diario Perfil el jueves 13
de diciembre de 2012.