Mostrando las entradas con la etiqueta Miedo. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta Miedo. Mostrar todas las entradas

domingo, 8 de julio de 2018

Padre Pedro Opeka. Candidato al Nobel de la Paz… @dealgunamanera...

Padre Pedro Opeka. Candidato al Nobel de la Paz…


Padre Opeka: “Los planes sociales son lo peor que se le puede hacer a un pobre". Candidato al Nobel de la Paz

© Publicado el jueves 02/07/2015 por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

El sacerdote que rescató a 500.000 personas de la pobreza extrema en Madagascar cuestiona el asistencialismo sin trabajo. Y manda un mensaje a los políticos. Mirá el video.


Este año el Padre Pedro fue propuesto como candidato para al Premio Nobel de la Paz, pero no se olvida de Argentina ni de los políticos: “Los planes sociales son lo peor que se le puede hacer a un pobre. El asistencialismo debe existir siempre con trabajo. El que no trabaja que no coma”.

El Padre Pedro Opeka nació en Argentina hace 67 años, pero cuando cumplió los 20 se fue a vivir a Madagascar, uno de los países más pobres del planeta. Volvió para ordenarse sacerdote en la Basílica de Luján y entendió que su lugar en el mundo era con los humildes en esa isla de África. Allí se instaló para siempre y rescató a más de medio millón de personas que vivían en la basura, creó pueblos y colegios y hoy es considerado como el “Albañil de Dios”.

Opeka dice que todo poder viene del pueblo y que los políticos deben retribuir eso: “Los gobernantes obtienen ese lugar gracias al pueblo, y todo poder que viene del pueblo tiene que servir al pueblo. No hay causa más noble que dar todo por los pobres”. 

Además, el sacerdote dice que en la Argentina hay miedo porque no hay confianza: “Nadie confía en nadie hoy, y para romper ese estigma se necesitan líderes, personas honestas que lo que dicen lo vivan”.










lunes, 18 de enero de 2016

Buenas tardes, tristeza… @dealgunamanera...

Buenas tardes, tristeza…

Las palabras vuelven a las conversaciones, las artes, las esquinas y las plazas.

Las palabras no dan abasto con tanto dispositivo y dejan de ser ellas mismas. No les queda otra que recurrir a las nuevas máscaras: los emoticones.

© Escrito por María Álvarez el martes 12/01/2015 y publicado por el Diario Perfíl de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. 


Ayer fui a la plaza con una amiga y su hijo de cuatro años, Martín. El sol estaba bajando y el aire era fresco, esas tardes de enero en Buenos Aires son únicas. Apenas llegamos, Martín, con un afilado radar infantil, se sumó al festejo de un cumpleaños desconocido y se puso a jugar carreras y a patear todo tipo de pelotas. Nosotras, cada tanto, interrumpíamos los dilemas amorosos, laborales y domésticos para disfrutar con la pandilla de niños, que parecían amigos de toda la vida.

El sol bajó y el cumpleaños empezó a desconcentrarse ante un partido que terminó. Como pudo, cada padre convenció a su hijo y fueron saliendo del espacio verde enrejado. Martín volvió con la remera mojada y los cachetes rojos de felicidad, y se sentó en el banco. Nosotras seguimos hablando, buscando llegar a esas conclusiones teóricas, tan difíciles de seguir en la práctica, que de a poco se fueron diluyendo con la luz y nos dejaron a los tres en un silencio de motores y pájaros.

“Mamá… Estoy triste”, largó Martín de la nada, y rompió la magia de la tarde. Mi amiga le acarició la cabeza y buscó un pañuelo de papel para secarle el pelo transpirado. Los miré. La frase, además de romper la tarde, me había roto el corazón. Puse el foco en mi amiga con ojos aterrados de sorpresa, pregunta y preocupación. Ella me devolvió la mirada, todavía fregando al chico con papel, y me tranquilizó, sonriente: “Es la nueva moda, por todo dice estoy triste”.

Quedé un poco angustiada con la falsa alarma. Como siempre, quise saber un poco más. “¿Por qué estás triste, Martín?”. “Estoy triste”, repitió. “¿Pero sabés por qué? ¿Cómo es la tristeza?”, insistí. Puso los ojos grandes y se sentó para reflexionar. “Sí”, dijo firme, “como en la película”. Mi amiga, que había aprovechado esos minutos para seguir pensando en sus cosas, subtituló a su hijo y aclaró, despreocupada: “Intensamente”.

Ah, sí, Intensamente, la película de Disney que muchos críticos cuentan entre las mejores del año pasado. Esa que los padres defienden porque habla de sentimientos, en donde Alegría no puede ser si no hay familia, amigos, goles, una casa grande y linda. Como si la familia, por ejemplo, fuese una fuente de felicidad por default. Pero ojo que Tristeza también puede ayudar, siempre que no tire tan abajo.

Y por ahí andan Miedo, Ira y Asco, que no se dejan conocer demasiado ni entendemos bien qué pito tocan. Intensamente, sí, claro, esa película que le pone cara a las emociones.

Ahora me voy muy atrás en el tiempo. En los principios del teatro griego, los actores usaban máscaras para transformarse en personajes, anular las individualidades y evitar cualquier tipo de confusión. De ahí viene el símbolo de las dos caretas flotando: la tragedia y la comedia. Pasaron los años y los actores se fueron sacando las máscaras, aceptando el precio de la confusión y explorando las posibilidades del rostro humano. Así, el arte de la actuación dejó de ser binario y se volvió complejo, en el mejor sentido, expresando aquello que no se puede nombrar con una sola palabra como alegría o tristeza.

Las pobres palabras, esas que hoy no dan abasto con tanto dispositivo y dejan de ser ellas mismas para ser ppio, ok, tkm, xq?, ntp, salu2. Llenas de impotencia, mutiladas, no les queda otra que recurrir a las nuevas máscaras: los emoticones. Ellos vinieron a hacer el trabajo sucio y transmiten cerveza o corazón, bronca o tren, mientras las palabras vuelven a las conversaciones, las artes, las esquinas. Esas caritas nos remontan al pasado, cuando la sonrisa era lo bueno y la mueca lo malo. No hay que generar dudas, mejor lo plano, sin matiz o sutileza. Como si habláramos con números. Pulgar arriba, pulgar abajo, aplausos, músculos, uno o varios, besito, guiño.

Todo autoabastecido en una pequeña imagen: carita llorando. El emoticón vino a poner un límite, a cerrar. En cambio las palabras abren, son exigentes, confunden y demandan; las palabras escritas necesitan frases, las habladas necesitan un tono. En su mundo, no todo es tan simple como la tristeza o la alegría de los emoticones y la película de Disney. Esa que marcó tanto a Martín. Esa que le enseñó que el aburrimiento, el cansancio, las ganas de ver televisión o el hambre pueden llamarse simple y solamente Tristeza.







domingo, 16 de septiembre de 2012

CKF, no le tenemos miedo... De Alguna Manera...


Señora Presidenta: nadie le tiene miedo, como Ud pretende...

 Gobernador Daniel Peralta y Cristina Fernández

Entre los pañales que usaba el nene, la megalomanía a full y las amenazas a la provincia, la presidenta Cristina Fernández, da la sensación de estar algo desequilibrada y esto es sumamente grave en un Jefe de Estado.

La mandataria le disparó al gobernador de Santa Cruz (sin nombrarlo) algunas quejas por supuesta administración irregular o indebida y en ese caso la propia presidenta comete un acto de encubrimiento, si sabiendo que hay “cosas turbias” no las denuncia como corresponde y manda una amenaza velada, la cual es más política y efectista que efectiva.

El otro error en el que incurre CFK es en el delito de complicidad. Pues, todos recordamos que hasta el 23 de octubre las gigantografías mostraban su imagen junto a Peralta, sonrientes y prometiéndonos un futuro promisorio “de la mano del modelo que representamos”, “juntos por Santa Cruz”, decía el spot. Si hasta el 23 de octubre todo estaba bien ¿Cómo es posible que en 10 meses la provincia haya sido vaciada a tal punto que estemos en la lona? ¿O ya estábamos en la lona y ella lo encubría mintiéndonos desde el atril, por una cuestión eleccionaria? ¿O nos miente ahora porque en realidad quiere forzar un golpe institucional?. Es tan impostada la posición de la presidenta, que un silencio saludable, le resultaría más efectivo que hablar pisando su sombra.

El estado de megalomanía en que vive la primera mandataria y el rapto de delirio demostrado, cuando dijo “hay que tenerle miedo a Dios “y a mí, un poquito”, mientras la corona de aplaudidores festejaban el hecho de que les infunda temor, es un cuadro psíquico grave para el análisis de un psiquiatra y un mensaje político grave para la sociedad.

El espíritu pretendidamente maternalista desplegado en los aló presidenta, muestra a CFK mezclando sus rutinas de ama de casa con chistes malos, retos a los aplaudidores, una simulada locuacidad campechana y los pañales que usaba Máximo, lo cual no le importa a nadie, rasgos propios de cierto desequilibrio preocupante.

Finalmente, quisiéramos decirle en primera persona:

Señora Presidenta: no le tenemos miedo. Nadie le tiene miedo, excepto, claro, su cohorte de aplaudidores y obsecuentes que en cada aló presidenta, se ponen en las primeras filas asintiendo cualquier cosa que dice y gastando las palmas como gastan las rodillas.

Ud no infunde ningún miedo en nadie, excepto en su entorno, pero su entorno (para el resto de la gente) no existe. Su creciente personalismo y la creencia de que es el obligo del mundo, la está llevando a perder estrepitosamente consenso popular y lo que Ud cree que es una muestra de autoridad, es una expresión de autoritarismo, muy distinto a lo otro y produce un profundo rechazo.

Nadie le tiene miedo, señora presidenta, excepto sus aduladores crónicos, que facturan mientras le sonríen y quieren sostenerla para que a ellos no se les caigan los negocios. Creerse Dios o su lugarteniente, es de una excentricidad incompatible con un Jefe de Estado; no le haría bien escuchar los calificativos que podríamos enumerarle, ante tanta soberbia y falta de sentido común.

Con la dirigencia política que gobierna el país, estamos en manos de Dios, eso es seguro. Ahora, es raro que Ud, Sra presidenta, no haya reflexionado sobre lo que le ocurrió a su esposo, quien creía, tal vez, que bastaba con darle una orden al destino para no ser alcanzado por él y no era necesario cuidar su corazón, porque como decía usted misma, cada vez que su marido salía de una intervención arterial: “hay Kirchner para rato”, creyendo innecesario tenerle miedo a Dios, porque, en definitiva, Néstor era su lugarteniente en la tierra y nada le podría pasar.

La inmortalidad, señora presidenta, no es un don de los seres humanos y el miedo a Dios es una cuestión de fe. A Usted, nadie le tiene miedo y cada vez hay menos que le tienen fe.

© Publicado por la Agencia OPI de la Ciudad de Río Gallegos, Provincia de Santa Cruz  el Lunes 3  de Septiembre de 2012.