Avanza la Nada…
Macri y Cristina, en
el aniversario de la Bolsa de Comercio, donde habrían hablado de los subtes.
—Así es como la Nada se vuelve más fuerte.
—¿Qué es la Nada?
—Es el vacío que queda, la desolación que destruye este mundo, y mi
encomienda es ayudar a la Nada.
—¿Por qué?
—Porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar y aquél que
tenga el control tendrá el Poder.
Fragmento del libro -La historia interminable-, de Michael Ende
Esta vez les tocó a los habitantes de la Ciudad de Buenos
Aires y el Conurbano. Una semana completa sin subtes, medio de transporte
responsable por los movimientos de una cuarta parte de la población, con caos
de tránsito y pérdidas de presentismo y producción en toda una ciudad que representa
el 30% del producto bruto nacional.
Macri, con su habitual hiperkinesia, ni siquiera tuvo los
reflejos para que estos días las grúas no se llevaran los autos mal
estacionados a pesar de que los estacionamientos no tuvieran lugar para recibir
tantos vehículos.
Abandonos peores ya vivieron los santacruceños cuando se
amotinó la policía, o los empleados públicos de la provincia de Buenos Aires
con sus aguinaldos, por citar dos casos recientes. Esta vez la diferencia es
que sólo les tocó a “los privilegiados” porteños.
La similitud que tiene el esmerilado al que sometieron a
Scioli y ahora a Macri, y la repetición en el uso de la misma técnica, permite
intuir un plan que se presume exitoso.
Es que los Kirchner (también el ex presidente) no sólo no
les temen a los conflictos, sino que los gozan. Sabiendo que las inclemencias
de Santa Cruz les permitieron desarrollar estómagos de acero, de los cuales
carecen los políticos de zonas menos conflictivas y con más recursos, se
aprovechan de los estómagos sensibles de los “dirigentes normales” tensando sus
nervios para ver quién se baja simplemente por no soportar tanta presión.
Los Kirchner tienen, sin duda, los atributos justos para
ejercer el poder en una época de enorme alteración por el desquicio que generó
la implosión económica de 2002.
Pero a pesar del crecimiento de casi una década, que
obviamente fue un bálsamo que cicatrizó bastantes heridas, no se esforzaron en
aportar cordura y pacificación a una sociedad lógicamente enferma por dos
colapsos económicos dentro de una misma generación (1989 y 2002).
Probablemente porque cierta intuición les indique que, si la
Argentina se normalizara, los atributos esenciales del kirchnerismo dejarían de
ser una ventaja competitiva frente al resto de los políticos.
La Nada nadea. Pero no es sólo el oficialismo responsable de
una falta de apaciguamiento de los estados alterados de la sociedad. La
oposición pareciera cómoda en el papel de oposición, aceptando que sea el
propio kirchnerismo el que “se arregle” con el caos que él mismo sembró.
Así como Brasil se convirtió en un país normal y pasó a ser
reconocido mundialmente a partir de que dos presidentes de signo ideológico
opuesto mantuvieran la misma política económica, rompiendo la tradición
pendular de décadas, probablemente la Argentina pueda lograr el mismo salto el
día que un gobierno no excéntrico (el menemismo y el kirchnerismo comparten ese
gen) arregle con éxito los problemas dejados por un gobierno excéntrico.
Los radicales no parecen calificar para esa tarea porque son
quienes más confortables se sienten siendo segundos. El socialismo, como el
macrismo, no supera los límites de su zona de influencia y no alcanza
influencia nacional. Y el peronismo no kirchnerista tiene como mayor referente
a Scioli, cuya estrella es descendente, por lo menos por ahora.
Las encuestas muestran que cuando Cristina Kirchner pierde
aprobación, esto no significa que algún otro candidato o político la sume y
absorba esos potenciales votantes. Cuando ella pierde popularidad, también la
pierden Scioli y Macri.
Como en La historia interminable, lo que avanza es la Nada.
Heidegger decía que “el lenguaje es la casa del Ser”. Quizás
una parte de la actual Argentina sea la casa de la Nada. Donde se haga realidad
su controvertida frase: “La Nada nadea”.
Heidegger también decía que “todo lo grande está en medio de
la tempestad”. De ser así, deberíamos esperar lo grande que está por surgir y
todavía no podemos ver.