Lugares
de los que no se vuelven...
Alfredo
Astiz apenas si era un muchachito de 23 años cuando se infiltró en las madres y
acompañó a los integrantes de derechos humanos a los que luego señalaría para
su posterior desaparición. Y a nadie sorprendió que el bien apodado “ángel de
la muerte” fuera joven para ser un miembro más del aparato represivo del estado
de la última dictadura militar y genocida. Se dieron por válidos los
testimonios de los sobrevivientes. La edad del genocida no fue un argumento
para invalidarlos.
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Escrito por Estelita Pe el
sábado 10/08/2019 y publicado en Facebook Revista Libertá de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En todas las causas de lesa humanidad han
sido cruciales los testimonios de los sobrevivientes. Décadas llevó que fueran
escuchados, décadas de lucha y denuncias no sólo de las Madres de Plaza de
Mayo, sino de cientos de ex presos políticos, familiares y compañeros que
VIERON y PADECIERON in situ las torturas y ajusticiamientos, las apropiaciones
de los hijos y las desapariciones de personas.
Cada
megacausa contó con esos valiosos testimonios con los cuales pudimos
reconstruir la barbarie de los centros clandestinos de detención y exterminio,
como la ESMA y La Perla, sólo por nombrar algunas de las causas más resonantes.
Cientos
de esos testigos fueron y son peronistas -como miles de los 30.000 también lo
eran- y cuya memoria y perseverancia en las denuncias fueron imprescindibles
para las condenas a los genocidas. Reconocerlo es un acto de grandeza, como
reconocer los testimonios de aquéllos que no eran peronistas. Todos sumaron a
mantener viva no sólo la memoria, sino vivos a cada compañero y compañera que
vieron en las cárceles clandestinas, en las mesas de tortura, en los partos de
los niños que serían apropiados, en los centros de detención ocultos a una
sociedad primero anestesiada y negadora y luego espantada cuando “descubrió” la
barbarie. Gracias a todos ellos hoy hay condenas a los torturadores,
desaparecedores, asesinos de lesa humanidad.
Graciela
Calvo de Laborde dedicó su vida entera, hasta su último suspiro, a llevar a
cabo su promesa de denunciar, señalar y luchar en pos de revelar cada detalle
de lo que padeció y vivió, de que cada desaparecido cobrara vida con nombre y
apellido y se supiera, a través de su boca, el triste destino de cada uno.
Julio López conservó durante años sus apuntes para denunciar a Etchecolaz y su
banda de asesinos y le costó la vida, una segunda desaparición que todavía no
ha sido esclarecida, sucedida en plena “democracia”. Como ellos, aún hay
sobrevivientes que caminan los pasillos de diferentes tribunales, aportando
datos y testimonios, haciendo gala de una memoria inclaudicable que ha servido
para condenar a unos cuántos genocidas. También los ex presos políticos
testimoniaron en causas contra los responsables de tortura y desapariciones en
las cárceles federales, como la de la U9 de La Plata, donde asesinaron a Dardo
Cabo, Rufino Pirles, Angel Giorgadis y Horacio Rapaport, y también
desaparecieron a Gonzalo Carranza, Jorge Petiggiani, Guillermo Segali y decenas
de familiares que los visitaban en las cárceles. Todo ha sido reconstruido
gracias a esos testimonios de los sobrevivientes de las prisiones de la
dictadura.
Aducir
que Milani era joven para ser parte de la maquinaria de muerte es, como mínimo,
una falacia, y como máximo, una canallada sin nombre, indigna de quienes
reproducen tamaña mentira. Decir que un tenientito de INTELIGENCIA “no sabía
nada” de lo que sucedía en cada lugar donde estuvo es otra falacia basada en la
ignorancia de cuál era el papel que cada integrante cumplía en “inteligencia”,
cocina donde se hervían a fuego lento las listas de los señalados para asesinar
y cuyos cadáveres pueblan decenas de fosas comunes y tumbas desconocidas donde
yacen sus restos esperando que alguna vez llegue la “justicia”.
Como
resultado de la absolución del genocida Milani decenas de sátrapas pretenden
tapar el sol con un dedo. Son los que piensan que la proximidad del domingo
electoral hace imprescindible continuar con el mismo ocultamiento que llevó a
cabo la dictadura. Eso los iguala con los genocidas. Ya no existe la anestesia
de los años de plomo, ya nadie puede aducir que no sabía. Ninguno puede
sostener de manera creíble que un asesino es un “compañero” para salvar las
papas de las elecciones. Y, lo más sorprendente es que, lejos de salvarlas, las
queman a fuego fuerte, tan sólo en unas horas en que sin el menor empacho
pueden señalar a una mujer impecable como es Nora Cortiña, la madre que está,
como el sol, en cada lucha popular, la que no confunde amigos con enemigos, la
que no se saca fotos con genocidas ni se presta para ningún ocultamiento
posible, la que nunca entró en la corrupción con el dinero del estado, la que
no se dejó cooptar por ningún gobierno.
Es
otra barbaridad justificar un fallo canalla dejando en soledad a la familia
Olivera, darle la espalda, prácticamente decir que se joda porque no tiene
pruebas e inaugurar que, por primera vez, los testimonios de los sobrevivientes
se transformen en NADA. Romper con la práctica de validar los testimonios de
las víctimas es uno de los pasos imprescindibles para una “reconciliación”
arrancada con fórceps a una sociedad que no perdona ni perdonará jamás el
genocidio. Sostener la invalidez de su testimonio no sólo deja sola a esa
familia y abre la puerta para la reconciliación, sino que deja abierta la
posibilidad de que todos los futuros testimonios de causas en curso sean
invalidados con el mismo argumento.
Pretender
que ocultando la responsabilidad de Milani detrás de un fallo amañado y parcial
lo redime y lava la sangre de nuestros compañeros con las que empapó sus manos
es otra estupidez que espanta, inclusive, a muchos que este domingo pensaban
votarlos. Vivar la absolución como un logro político en manos de jueces
“compañeros” los deja desnudos y quemados al rojo vivo. Los que apañaron a
Milani solitos se metieron en un callejón sin salida: si lo condenaban,
perderían votos; si lo absolvían, también, porque siembran la desconfianza y el
desencanto en una sociedad ya desconfiada y desencantada, aplastada por la
crisis económica y por cada medida de este gobierno avalada en las cámaras por
muchos miembros de la oposición que hoy se postulan como supuesta alternativa.
Varios de los que levantaron las manos y votaron a favor cada pisotón oficial
sobre nuestras vidas hoy se postulan como una opción diferente, creyendo que
todos adquirimos una amnesia repentina.
Mala
opción vivar la absolución de Milani. Mala opción, poco inteligente y
oportunista si se piensa en los votos del domingo electoral.
Afortunadamente
no son todos los que optan por posiciones tan reñidas con la búsqueda de
verdadera justicia que condene a mentores, torturadores y asesinos de nuestros
compañeros. Vaya mi respeto profundo y agradecido hacia ellos.
Los
nuestros, todos y sin excepciones, los 30.000 ya no están para dar sus
testimonios, no pueden decir “a mí me torturó Fulano, a mí me asesinó Mengano,
a mí me señaló Perengano”. No pueden señalar a Milani para que se haga justicia
en su nombre. Pero nosotros sí podemos hacerlo, mantener la tradición de
creerles a nuestros sobrevivientes, recordar a mujeres como Adriana y hombres
como Julio con su coherencia hasta el final, cueste lo que cueste.
Hay
otra grieta en esta sociedad: entre los que jamás dejaremos pasar a ningún
genocida y los que optan o por el silencio cómplice o por el apoyo expreso a
los genocidas.
Y, de pretender embarrar a una Madre de
Plaza de Mayo como Nora Cortiñas, NO SE VUELVE. Ella es una COMPAÑERA. MILANI
NO. MILANI ES UN GENOCIDA.
¡Livertá!