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viernes, 4 de septiembre de 2020

Malditos prejuicios... @dealgunamanera...

Una reflexión en torno a la agresión que recibió Ofelia Fernández en una universidad de elite…

Ofelia Fernández. Fotografía: Marcelo Escayola.

La conducta de varios estudiantes de la Universidad Di Tella merece una reflexión. En cualquier civilización, agredir al invitado, es un acto de enorme bajeza.

© Escrito por Juan Grabois el miércoles 26/08/2020 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

La conducta de varios estudiantes de la Universidad Di Tella merece una reflexión. Como docente universitario y padre, quisiera compartirla con ustedes, en particular, con los padres de estos jóvenes, conciudadanos y compatriotas nuestros.

Ustedes seguramente quieren lo mejor para su hijo o hija, quiere una educación de calidad para que aprenda y sea un hombre o mujer de bien. Quiere que tenga valores democráticos y humanistas, esos mismos que Di Tella defendía. Por ello, tal vez muchos hagan un esfuerzo para pagar la cuota, acompañarlos en su proceso formativo, apoyarlos en todo sentido.

La Universidad Di Tella es una institución para las clases altas dónde predominan determinadas ideas políticas, tan respetables como cualquier otra en el marco de la democracia.

Evidentemente, no era el espacio más amigable para Ofelia Fernández. Sin embargo, ella aceptó el desafío y expuso respetuosamente sus ideas.


Cuando Ofelia empezó a desarrollar una posición en torno a la solidaridad, muchos alumnos comenzaron a gritarle, interrumpirla, insultarla del modo más vulgar y procaz. Esa conducta grotesca expresa una crisis de valores que trascienden las posiciones políticas y van, incluso, más allá del prejuicio.

En cualquier civilización, agredir al invitado, máxime si el invitado pertenece a otro ámbito sociocultural, es un acto de enorme bajeza. Un acto inmoral, cobarde. Un acto que expresa la forma más vil de la mala educación. ¿Dónde mamaron estos jóvenes esta actitud? ¿en su casa? ¿en la TV? ¿en las redes? ¿en la propia universidad? ¿puede una universidad, por más cara que sea, suplir la falta de valores básicos?. 

La pregunta más importante que creo deberían plantearse: ¿quieren que sus hijos sean eso? ¿quieren que pertenezcan a una élite materialmente rica pero moralmente indigente? ¿quieren hijos superficialmente elegantes y formados pero esencialmente brutales, ignorantes, prejuiciosos, groseros? ¿los enorgullece verlos así?.

Si los hijos de las clases privilegiadas, con acceso a las mejores instituciones y todas las comodidades, no pueden respetar las normas de convivencia más elementales, ¿qué le queda al resto de la juventud? ¿con qué autoridad moral se les exigirá el respeto a las normas?.


Quisiera agregar algo más que no hace al quid de la cuestión pero, como compañero, me siento en la obligación de contar. Ofelia sí dona su sueldo. Más de la mitad. Un sueldo que ella no definió y que en efecto, considera excesivo. Desde que asumió la banca para la que fue democráticamente electa, dona su sueldo no con la actitud del fariseo sino por convicción: por eso no lo anda diciendo. No es la única. Hay muchos hombres y mujeres en nuestro tan demonizado campo político, con aciertos y errores, virtudes y defectos, practican en silencio los valores que otros pregonan.

Ofelia tuvo otra actitud noble. No aprovechó el episodio para victimizarse. Aceptó rápidamente las disculpas de la Universidad. Bien por ella. Me enorgullece ser su compañero. Yo por mi parte, no creo que alcancen las disculpas de la Universidad.

Considero que la comunidad educativa de la misma debe tomar este episodio con la gravedad que amerita. Indagar en el porqué de semejante nivel de intolerancia y trabajar para revertirlo porque no es un hecho aislado: es una actitud constante.




martes, 4 de septiembre de 2012

Ideas políticas: un bien escaso... De Alguna Manera...


Ideas políticas: un bien escaso...
En la política siempre coexisten dos planos: relaciones de poder e ideas. Algunas personas se conectan con la política atraídas por el poder, otras por las ideas. Cuando las ideas escasean, es frecuente que muchos sientan una honda decepción; esto les sucede a no pocos argentinos ante la pobreza de ideas que hoy sufre la política en nuestro país. Por eso resulta refrescante que el grupo Carta Abierta emita documentos en los que se exponen las ideas que justifican sus posiciones políticas. El reciente documento de Carta Abierta fue ya comentado en las páginas de este diario por Jorge Fontevecchia, y también por Beatriz Sarlo en La Nación. Me merece algunas reflexiones adicionales, a riesgo de ser redundante.

Por momentos parece que el documento pretende suscitar polémica con quienes no piensan lo mismo; a veces más bien parece dirigido a quienes comparten su ideario político pero mantienen dudas, miran los detalles pero pueden perder lo esencial del proceso político actual. En cualquier caso, el documento explicita un conjunto de ideas que llevan de ciertas premisas a ciertas conclusiones. La premisa central es que existe la Historia, la cual posiblemente define un destino común a mucha gente. En las sociedades hay fuerzas que operan en contra de ese destino –son “enemigos”– y fuerzas que trabajan a favor. El actor decisivo es siempre el “pueblo”, destinatario último de los designios de la Historia y a la vez motor de ella. Los enemigos en nuestro tiempo son las ideologías de derecha y los medios de comunicación; ellos buscan influir en el pueblo para distraerlo del designio de la Historia. El pueblo suele necesitar del auxilio de los intelectuales; éstos, si adoptan una lógica y una epistemología adecuadas, pueden alcanzan una comprensión de la Historia y transmitirla al pueblo. En las circunstancias actuales de la Argentina, la conclusión es que la presidenta Cristina de Kirchner representa lo esencial del designio de la Historia, más allá de las enormes dificultades involucradas en esa tarea y de sus contradicciones y particularidades –las cuales, para no perder de vista lo esencial del proceso, deben ser soslayadas–.

No hay mucho de nuevo en esa estructura argumental. Ella aparece recurrentemente a través de los tiempos, con distintos contenidos y en distintas situaciones –y con distintos efectos prácticos–. El pensamiento marxista-leninista –por lo menos en sus versiones vulgares– tomó ese formato. El lugar del pueblo lo ocupaba el “proletariado”, imbuido de un instinto básico determinado por las circunstancias; el enemigo era la ideología de la clase dominante, la burguesía. Las ideas correctas, en la versión leninista, estaban a cargo de la vanguardia organizada del proletariado, el Partido y sus núcleos dirigentes. Los efectos prácticos que sufrían quienes no se acomodaban estrictamente a las ideas correctas interpretadas por el grupo de vanguardia eran normalmente muy desagradables. Lenin juzgó necesario definir además una “enfermedad infantil” izquierdista, a la que estaban particularmente expuestos quienes compartían las ideas en lo esencial pero aspiraban a pensarlas por sí mismos. Los intelectuales siempre corren ese riesgo.

Construcciones parecidas se encuentran en otras latitudes del mundo de las ideas. Siempre existieron católicos acusados de herejes por otros católicos –cuando a menudo no han sido más que personas de buena fe que trataron de repensar algunas cosas para ayudar a entender mejor este mundo complejo–. O liberales acusados de anarquistas o inconsecuentes con algunas premisas supuestamente establecidas en algún credo. O personas “de derecha” acusadas de “izquierdistas”, y personas “de izquierda” acusadas de “derechizarse”. No así el peronismo, que se mostró siempre más ambivalente. Perón decía que se podía ser peronista siendo a la vez conservador, o comunista, o radical; Menem que en el peronismo “el que se va sin que lo echen puede volver sin que lo llamen”; pero a la vez siempre existieron en la órbita del peronismo grupos de intelectuales mucho más estrictos en el plano de las ideas y poco dispuestos a esos grados de flexibilidad. Perón supo enojarse mucho con algunos de ellos, o con quienes aspiraban a convertirse en “vanguardia”.

El documento de Carta Abierta no ofrece un programa político, no propone medidas específicas. Tampoco arriba a demasiadas conclusiones políticas; está claro que una conclusión es que hay que apoyar al actual Gobierno, pero no surge de ahí ninguna orientación sobre a quién votar a diputado, si apoyar o no a gobernadores o intendentes justicialistas, y demás. Parece evidente que puede haber quienes, partiendo de las mismas premisas, lleguen a otras conclusiones y prefieran votar a otros candidatos; y –lo que tal vez implique más desafíos para Carta Abierta– quienes desde otras premisas votan a Cristina. Estos últimos son sin duda muchos, posiblemente muchísimos, sin quedar claro si son aliados útiles, a quienes la Historia puede acoger y absolver, o traidores en potencia o tal vez ya en actividad.

Registro dos vacíos en la Argentina actual. Uno es que existen pocas elaboraciones como esta de Carta Abierta en otros grupos políticos, por lo que resulta difícil pasar en limpio qué se piensa dentro de cada uno. La segunda es el escaso diálogo entre quienes piensan distinto. La historia de la humanidad está atravesada por dos tradiciones: la del diálogo y la inquisitorial, la de las ideas que se exponen a ideas distintas y se ventilan y la de las ideas que se encapsulan y encierran en sí mismas. A la larga, en cada ciclo histórico, parece que tiende a imponerse la tradición dialoguista, el glasnost. Pero a veces superar los ciclos inquisitoriales es arduo y doloroso; y para quienes gastan parte de su breve vida dentro de ellos sin compartir esos valores, la vida puede llegar a ser ingrata. El diálogo puede no realzar el sentido de la Historia, pero exalta la vida.

© Escrito por Manuel Mora y Araujo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 2 de Septiembre de 2012.