Una reflexión en
torno a la agresión que recibió Ofelia Fernández en una universidad de elite…
Ofelia Fernández. Fotografía: Marcelo Escayola.
La conducta de varios estudiantes de la
Universidad Di Tella merece una reflexión. En cualquier civilización, agredir
al invitado, es un acto de enorme bajeza.
La conducta de varios estudiantes de
la Universidad Di Tella
merece una reflexión. Como docente universitario y padre, quisiera compartirla
con ustedes, en particular, con los padres de estos jóvenes, conciudadanos y
compatriotas nuestros.
Ustedes seguramente quieren lo mejor
para su hijo o hija, quiere una educación
de calidad para que aprenda y sea un hombre o mujer de bien.
Quiere que tenga valores democráticos y humanistas, esos mismos que Di Tella defendía. Por
ello, tal vez muchos hagan un esfuerzo
para pagar la cuota, acompañarlos en su proceso formativo,
apoyarlos en todo sentido.
La Universidad Di Tella es una institución
para las clases altas
dónde predominan determinadas ideas
políticas, tan respetables como cualquier otra en el marco de
la democracia.
Evidentemente, no era el espacio más amigable para Ofelia Fernández. Sin embargo, ella aceptó
el desafío y expuso
respetuosamente sus ideas.
Cuando Ofelia empezó a desarrollar
una posición en torno a la solidaridad, muchos alumnos comenzaron a gritarle, interrumpirla,
insultarla del
modo más vulgar y procaz. Esa conducta
grotesca expresa una crisis
de valores que trascienden las posiciones políticas y van,
incluso, más allá del prejuicio.
En cualquier civilización, agredir al invitado,
máxime si el invitado pertenece a otro ámbito sociocultural, es un acto de enorme bajeza. Un acto
inmoral, cobarde.
Un acto que expresa la forma más vil de la mala educación. ¿Dónde mamaron estos
jóvenes esta actitud? ¿en su casa? ¿en la TV? ¿en las
redes? ¿en la propia universidad? ¿puede una universidad,
por más cara que sea, suplir la falta de valores básicos?.
La pregunta más
importante que creo deberían plantearse: ¿quieren que sus hijos sean eso? ¿quieren que pertenezcan a una élite
materialmente rica pero moralmente indigente? ¿quieren hijos
superficialmente elegantes y formados pero esencialmente brutales, ignorantes,
prejuiciosos, groseros? ¿los enorgullece verlos así?.
Si los hijos de las clases privilegiadas,
con acceso a las mejores instituciones y todas las comodidades, no pueden
respetar las normas de convivencia más elementales, ¿qué le queda al resto de la
juventud? ¿con qué autoridad moral se les exigirá el respeto a las
normas?.
Quisiera agregar algo más que no
hace al quid de la cuestión pero, como compañero, me siento en la obligación de
contar. Ofelia sí dona
su sueldo. Más
de la mitad. Un
sueldo que ella no definió y que en efecto, considera excesivo.
Desde que asumió la banca para la que fue democráticamente electa, dona su
sueldo no con la actitud del fariseo sino por convicción: por eso no lo anda
diciendo. No es la única.
Hay muchos hombres y mujeres en nuestro tan demonizado campo político, con
aciertos y errores, virtudes y defectos, practican
en silencio los valores que otros pregonan.
Ofelia tuvo otra actitud noble. No aprovechó el episodio para
victimizarse. Aceptó rápidamente las disculpas de la
Universidad. Bien por ella. Me enorgullece ser su compañero. Yo por mi parte,
no creo que alcancen las disculpas de la Universidad.
Considero que la comunidad educativa
de la misma debe tomar este episodio con la gravedad que amerita. Indagar en el
porqué de semejante nivel de intolerancia y trabajar para revertirlo porque no es un hecho aislado: es una actitud
constante.