Ideas políticas: un bien
escaso...
En la política siempre
coexisten dos planos: relaciones de poder e ideas. Algunas personas se conectan
con la política atraídas por el poder, otras por las ideas. Cuando las ideas
escasean, es frecuente que muchos sientan una honda decepción; esto les sucede
a no pocos argentinos ante la pobreza de ideas que hoy sufre la política en
nuestro país. Por eso resulta refrescante que el grupo Carta Abierta emita
documentos en los que se exponen las ideas que justifican sus posiciones
políticas. El reciente documento de Carta Abierta fue ya comentado en las
páginas de este diario por Jorge Fontevecchia, y también por Beatriz Sarlo en
La Nación. Me merece algunas reflexiones adicionales, a riesgo de ser
redundante.
Por momentos parece que
el documento pretende suscitar polémica con quienes no piensan lo mismo; a
veces más bien parece dirigido a quienes comparten su ideario político pero
mantienen dudas, miran los detalles pero pueden perder lo esencial del proceso
político actual. En cualquier caso, el documento explicita un conjunto de ideas
que llevan de ciertas premisas a ciertas conclusiones. La premisa central es
que existe la Historia, la cual posiblemente define un destino común a mucha
gente. En las sociedades hay fuerzas que operan en contra de ese destino –son
“enemigos”– y fuerzas que trabajan a favor. El actor decisivo es siempre el
“pueblo”, destinatario último de los designios de la Historia y a la vez motor
de ella. Los enemigos en nuestro tiempo son las ideologías de derecha y los
medios de comunicación; ellos buscan influir en el pueblo para distraerlo del
designio de la Historia. El pueblo suele necesitar del auxilio de los
intelectuales; éstos, si adoptan una lógica y una epistemología adecuadas,
pueden alcanzan una comprensión de la Historia y transmitirla al pueblo. En las
circunstancias actuales de la Argentina, la conclusión es que la presidenta
Cristina de Kirchner representa lo esencial del designio de la Historia, más
allá de las enormes dificultades involucradas en esa tarea y de sus
contradicciones y particularidades –las cuales, para no perder de vista lo
esencial del proceso, deben ser soslayadas–.
No hay mucho de nuevo en
esa estructura argumental. Ella aparece recurrentemente a través de los
tiempos, con distintos contenidos y en distintas situaciones –y con distintos
efectos prácticos–. El pensamiento marxista-leninista –por lo menos en sus
versiones vulgares– tomó ese formato. El lugar del pueblo lo ocupaba el
“proletariado”, imbuido de un instinto básico determinado por las
circunstancias; el enemigo era la ideología de la clase dominante, la
burguesía. Las ideas correctas, en la versión leninista, estaban a cargo de la
vanguardia organizada del proletariado, el Partido y sus núcleos dirigentes.
Los efectos prácticos que sufrían quienes no se acomodaban estrictamente a las
ideas correctas interpretadas por el grupo de vanguardia eran normalmente muy
desagradables. Lenin juzgó necesario definir además una “enfermedad infantil”
izquierdista, a la que estaban particularmente expuestos quienes compartían las
ideas en lo esencial pero aspiraban a pensarlas por sí mismos. Los
intelectuales siempre corren ese riesgo.
Construcciones parecidas
se encuentran en otras latitudes del mundo de las ideas. Siempre existieron
católicos acusados de herejes por otros católicos –cuando a menudo no han sido
más que personas de buena fe que trataron de repensar algunas cosas para ayudar
a entender mejor este mundo complejo–. O liberales acusados de anarquistas o
inconsecuentes con algunas premisas supuestamente establecidas en algún credo.
O personas “de derecha” acusadas de “izquierdistas”, y personas “de izquierda”
acusadas de “derechizarse”. No así el peronismo, que se mostró siempre más
ambivalente. Perón decía que se podía ser peronista siendo a la vez
conservador, o comunista, o radical; Menem que en el peronismo “el que se va
sin que lo echen puede volver sin que lo llamen”; pero a la vez siempre existieron
en la órbita del peronismo grupos de intelectuales mucho más estrictos en el
plano de las ideas y poco dispuestos a esos grados de flexibilidad. Perón supo
enojarse mucho con algunos de ellos, o con quienes aspiraban a convertirse en
“vanguardia”.
El documento de Carta
Abierta no ofrece un programa político, no propone medidas específicas. Tampoco
arriba a demasiadas conclusiones políticas; está claro que una conclusión es
que hay que apoyar al actual Gobierno, pero no surge de ahí ninguna orientación
sobre a quién votar a diputado, si apoyar o no a gobernadores o intendentes
justicialistas, y demás. Parece evidente que puede haber quienes, partiendo de
las mismas premisas, lleguen a otras conclusiones y prefieran votar a otros
candidatos; y –lo que tal vez implique más desafíos para Carta Abierta– quienes
desde otras premisas votan a Cristina. Estos últimos son sin duda muchos,
posiblemente muchísimos, sin quedar claro si son aliados útiles, a quienes la
Historia puede acoger y absolver, o traidores en potencia o tal vez ya en
actividad.
Registro dos vacíos en la
Argentina actual. Uno es que existen pocas elaboraciones como esta de Carta
Abierta en otros grupos políticos, por lo que resulta difícil pasar en limpio
qué se piensa dentro de cada uno. La segunda es el escaso diálogo entre quienes
piensan distinto. La historia de la humanidad está atravesada por dos
tradiciones: la del diálogo y la inquisitorial, la de las ideas que se exponen
a ideas distintas y se ventilan y la de las ideas que se encapsulan y encierran
en sí mismas. A la larga, en cada ciclo histórico, parece que tiende a
imponerse la tradición dialoguista, el glasnost. Pero a veces superar los
ciclos inquisitoriales es arduo y doloroso; y para quienes gastan parte de su
breve vida dentro de ellos sin compartir esos valores, la vida puede llegar a
ser ingrata. El diálogo puede no realzar el sentido de la Historia, pero exalta
la vida.
© Escrito por Manuel Mora
y Araujo, Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 2 de Septiembre
de 2012.
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