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lunes, 19 de diciembre de 2011

Un remedio peor que la enfermedad... De Alguna Manera...


Un remedio peor que la enfermedad...

El Gobierno intenta hacernos creer que no busca controlar a los diarios ni beneficiar a sus amigos. La historia peronista también los condena.

Tengo 51 años, 37 de periodismo y creo haber escrito por primera vez sobre Papel Prensa hace veinte años, cuando muy pocos lo hacían. No necesito que Sergio Szpolski, Diego Gvirtz o Fuerzabruta me cuenten ningún cuentito del monopolio (ya que estamos, me encantaría que Szpolski contara la historia del Banco Patricios y la AMIA; Gvirtz, la del arrepentido y Barone, la de su prolífica familia en Télam).

Sé lo que es, como editor, comprar papel a “precio abierto” en épocas de hiperinflación: o sea, endeudarte sin saber el monto, pero estar obligado a vender el diario al día siguiente. Sé lo que significaba comprar papel a 100 la tonelada cuando Clarín lo compraba a 50, y sólo tenía stock para sus amigos.

Pero también sé que es lo que el Congreso se apura a aprobar ahora levantando la mano como un sonámbulo: es una venganza que pone a prueba el sistema de justicia y que no hará sino cambiar un mal orden de cosas por otro orden injusto, quizá peor que el anterior.
Papel Prensa fue una empresa irregular inaugurada durante una dictadura. Su solución no puede ser la del papel en manos de funcionarios discrecionales en una democracia de baja intensidad.

Si dependo de algún curso nocturno del Instituto del Relato Dorrego, estoy perdido: les agradezco de antemano al versátil Pacho O’Donnell, Anguita, Caballero, Brienza, Pigna. Les recomiendo el resumen de la historia de Papel Prensa publicado en el tomo II de Argentinos en cualquier edición de 2003.

No se trata aquí de revisionismo, sino de archivos: la obsesión del peronismo por los medios no es nueva y tampoco lo son sus desvelos por el control. Se repite, eso sí, como observara Karl Marx en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte: “Hegel dice –escribe Marx– que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa”.



La Prensa y el General
          
“Las agencias informativas manejadas por los servicios de Inteligencia participan también en esos planes y los diarios venales de los diversos países son asimismo instrumentos a su servicio (…) Si desde un diario se puede hacer chantaje a una persona, desde esta organización se lo puede hacer a toda la Nación. Por este medio se puede llevar al descrédito a un gobierno y a un pueblo entero, a la guerra” (Perón en 1947).

“La Prensa es un diario coloquial en sus aspiraciones y antiargentino en su inspiración. Resume su doctrina en pocas palabras: defensa del privilegio a todo trance, negación de los derechos legítimos del pueblo, política enderezada hacia la entrega del patrimonio argentino a intereses extraños” (Raúl Alejandro Apold, subsecretario de Prensa y Difusión de los dos primeros gobiernos peronistas, en 1948).

“Los órganos que dirigen la guerra, como los comandos que la conducen, poseen oficinas especiales dedicadas al aprovechamiento de todo material informativo. El aprovechamiento es función del Servicio de Inteligencia, toda noticia debe ser explotada en la propaganda, contrapropaganda, provocación, espionaje, etc. En tareas de guerra la verdad es suplantada por la necesidad de servir directa o indirectamente al objetivo que se persigue. Las noticias, informaciones o comunicados que emergen de la Dirección de Guerra o los comandos de la conducción contienen solo la verdad que conviene, a la que se agrega lo que interesa a los fines de la mejor conducción. Para que esta tarea pueda ejecutarse congruentemente es menester una absoluta centralización de esos servicios. Las grandes centrales de información son las únicas técnicamente habilitadas para la explotación integral de la noticia” (Perón, en Los vendepatria, desde su exilio, año 1957).



Obsesión por el control.

En aquellos años era La Prensa, con una circulación, diría, de 745.894 ejemplares en 1944: el 26 de abril la dictadura de Edelmiro Farrell (de la que Perón fue ministro de Guerra) decidió clausurarlo por cinco días por una denuncia publicada contra los hospitales municipales. La Prensa empleaba entonces a casi 1.700 personas y consumía 26 mil toneladas de papel, con 22 páginas de lunes a sábado y treinta los domingos. Según relata Hugo Gambini en su Historia del peronismo, de los seis matutinos que se editaban entonces en la Capital, sólo dos (Democracia y El Laborista) fueron favorables a la fórmula Perón-Quijano. La Prensa, La Nación, El Mundo y Clarín la criticaban, al igual que tres de los los cuatro vespertinos: Crítica, Noticias Gráficas y La Razón. La Epoca era el único que a la tarde se inclinaba por el “coronel del pueblo”.

En marzo de 1946, a tres meses del primer mandato de Perón, el gobierno dispuso la expropiación de algunas bobinas de papel prensa para “satisfacer necesidades oficiales de orden educativo, cultural e informativo, pudiéndose distribuir los remanentes sobre la base de un prorrateo a efectuarse entre las empresas periodísticas que carezcan de papel”.
Al poco tiempo, el Banco Central decidió suspender el otorgamiento de permisos de cambio para la importación de papel de diario. Un año después, en 1948, el gobierno resolvió determinar el volumen de cada publicación, con la siguiente salvedad: “A los efectos de la limitación de páginas dispuesta no se tendrán en cuenta los espacios destinados a la publicación de noticias, comunicados, gráficos y fotografías provenientes de organismos del Estado”. Los diarios bajaron a ediciones de 16 páginas y luego de 12, llegando hasta seis páginas en 1950.

En su número del 4 de enero de 1970, La Nación recuerda aquellos años diciendo que el periódico “conoció formas curiosas de comercialización de sus ediciones. En las casas de departamentos, los canillitas se las ingeniaban para alquilar cada ejemplar por horas y llevarlos paulatinamente de un departamento a otro”.

 
El Multimedios P.

En su Breve historia de la política argentina, Ricardo de Tito describe que Apold articula un sistema de control y censura de los medios. El aparato propagandístico oficial monta un gran trust periodístico: la Cadena ALEA (que incluye siete diarios en la Capital y sesenta y tres en el interior) y la Editorial Haynes (que publica doce revistas y tiene quince radios que emiten en las principales ciudades del país y ocho talleres gráficos). A principios de 1951 La Prensa, paralizada por una serie de huelgas y luego expropiada, reaparece como organismo periodístico oficial de la CGT.

Apold se hizo cargo, a la vez, de la dirección de Sucesos argentinos, que se exhibía en todas las salas cinematográficas del país, y en paralelo comandó la Junta Arbitral de Exhibición Cinematográfica, la Dirección de Espectáculos Públicos, Defensa, Difusión, Publicidad y Archivo Gráfico, y los medios de difusión masivos y privados. ALEA, dirigido por Carlos Aloé, tuvo a su cargo Radio El Mundo y su Red Azul y Blanca de Emisoras Argentinas, Radio Splendid y Radio Belgrano, las agencias noticiosas Saporiti y Agencia Latina, las publicaciones El Hogar, Selecta, Caras y Caretas, PBT, Mundo Argentino, Mundo Infantil, Mundo Deportivo, Mundo Agrario, Mundo Radial y Mundo Atómico.

Szpolski y Gvirtz todavía tienen mucho que aprender: ALEA era una verdadera maniobra de ‘trustificación’ oficial sostenida con préstamos de bancos oficiales y financiada, cuándo no, por la publicidad del Estado adelantada convenientemente. Y todo empezó con el papel. 

Perdón: todo empezó el día en que todos pensaron que aquel iba a ser, solamente, un problema de La Prensa.

© Escrito por Jorge Lanata y publicado por el Diario Clarín de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 17 de Diciembre de 2011.