Un ascenso sin brillo, pero
merecido...
Ningún equipo fue mejor que River. Como periodista, como
testigo imparcial y hasta como hincha de fútbol, soy un convencido de la
necesidad de bajar brutalmente el nivel de angustia con el que se habla de un
resultado deportivo. Eso de “partidos de vida o muerte”, “jugarse la vida en
cada pelota”, “hoy no se puede perder”, “el drama del descenso” me suenan, de
movida, a mediocres recursos de cronistas de cuarta que, si se les propone
hablar del “cómo” o del “por qué”, lamentan haber tocado un amigo o presentado
un currículum para dedicarse a esto.
Sin embargo, en un fin de semana como éste no me animo a ser tan
contundente al respecto. Mejor dicho, me mantengo firme en mi convicción –y en
mis sentimientos–, pero no aspiraría que ningún hincha cuyo equipo haya estado,
esté o vaya a estar involucrado en este sube y baja ridículo del fútbol
argentino preste ni la menor atención a estas líneas. Mucho menos que adhiera.
Tal vez dentro de algunos días, cuando ese dique de angustia futbolera que,
según el resultado, nos hace desesperar por un choripán o nos impide tomar un
cafecito sea cosa del pasado, estén en condiciones de entender que los dramas
de la vida pasan por otro lado. Y los del fútbol también. Y los de los clubes
de fútbol involucrados, más aún. River y San Lorenzo son la muestra más acabada
de que aquello que nos desespera, despedaza o alivia está lejísimos de ser lo
realmente importante. Aun teniendo muy en cuenta que las administraciones de
ambos clubes tienen perfiles abismalmente opuestos –me quedo con la de Núñez,
por lejos– sus presentes impregnados de violencia, falsas promesas y
descalabros económicos e institucionales no me dejan mentir. Como ascender o no
descender pasan a ser las consignas insustituibles, todo lo demás pasa a
segundo plano. Y los responsables de ello lo aprovechan. Tengamos en cuenta que
la enorme mayoría, sino la totalidad de los desarreglos tiene que ver
exclusivamente con las actividades relacionadas con el fútbol profesional. Por
eso pongo en planos distintos al club que tiene como conductor deportivo a
Sergio Vigil respecto del que acaba de dejar ir –por desidia, por abandono, por
falta de todo apoyo– a Elizabeth Soler, flamante campeona panamericana de
patinaje artístico, anuncio que la propia Soler le hizo anteayer a mi compañero
Guido Bercovich.
De cualquier manera, como venimos hablando de fútbol, o de algo
similar, es bueno no perder demasiado el foco. Cuando se habla del ridículo
sube y baja de nuestro fútbol no podemos soslayar que estamos a horas de que
pueda demostrarse en los hechos la torpeza de los diseñadores de torneos en
nuestro medio. Bastaría que Tigre fuese campeón y quedase en zona de Promoción
para que lleguemos al éxtasis de la estupidez deportiva. En realidad, tampoco
hace falta tanto para llegar a esa conclusión. El sólo hecho de que un equipo
viva al mismo tiempo el mejor y el peor momento de su historia es la
sublimación del imprevisto.
Pero ya a comienzos de la semana tuvimos la muestra elocuente de
que algunas personas, dentro del fútbol argentino, gastan tanto empeño en armar
las valijas para viajar al Mundial que no les queda resto para pensar en
aquello que los justifica como dirigentes. Y conste que amanecí generoso y no
me pongo a hablar de cargos en la FIFA o en la Conmebol ni de asuntos de
corruptela.
Nadie podría sostenerse en su cargo si, a cinco días de la
definición más intensa y extravagante de la historia de nuestro fútbol, enviara
repartir entre los medios –y supongo que entre los representantes de los
clubes– dos hojas explicativas con enmiendas a una reglamentación que, 24 horas
antes, exponía un importante puñado de vacíos respecto de las cosas “que nunca
van a pasar” y que, de golpe pasaron. Entonces, paso a ser una realidad
devastadora la posibilidad de que un mismo equipo jugase un triangular de
desempate por el título, otro para evitar la promoción y, quizás, jugar la
promoción misma, lo que le equivaldría disputar seis partidos más de los
previstos. Ser campeón y descender al mismo tiempo. ¿Y en qué orden se jugaría?
¿Quién esté primero? ¿El huevo, la gallina o los impresentables?
No voy a aburrirlos enumerando las otras variables que sólo se
contemplaron cuando el agua les llegó al cuello y no antes de empezar el
torneo. Si les digo que, así como los problemas de violencia, programación,
logística y capacidad de estadios se soluciona con quitar a las barras del
camino, hoy quedó en evidencia que los promedios son la gran deformación del
fútbol argentino. Por algo los que deciden no se animan a acomodar los libros
en la biblioteca si, para lograrlo, alcanzaría con mandar a la papelera de
reciclaje dos cuadernos con hojas en blanco.
Tal es la dimensión del mamarracho que se llega al final de una
historia en la que la gran mayoría de los involucrados, en el caso de lograr el
objetivo, lograría mucho más una señal de alivio que de euforia. Ayer, la
excepción fue Quilmes, con su excepcional ascenso, uno más en la impecable
carrera de Omar de Felippe como entrenador. La excepción de hoy podría ser
Arsenal. Y Tigre, otra vez, esa extravagancia en la que el mismo que puede
vivir la euforia necesita sentir el alivio de zafar del descenso.
Sin dudas, la quintaesencia del alivio por encima de la alegría
fue River Plate. Estoy convencido de que el equipo de Almeyda logró un ascenso
absolutamente merecido. Aun sin haber hecho brillar a un plantel de excepción
que, me animo a decir, no volverá a verse en la categoría, ningún otro equipo
de la división puede arrogarse el anuncio de haber sido mejor que el conjunto
de Núñez. Pudo haberlo hecho Instituto. Pero su campeonato como mejor de todos
terminó hace no menos de seis fechas. Y la caída libre del final no permite
imaginarlo superando la Promoción, cosa que sólo logrará si vuelve a ser aquel
equipo que, por ejemplo, catapultaba a Dybala a las primeras divisiones
europeas.
River está de regreso en Primera y eso es una enorme noticia para
el fútbol argentino. Para Passarella es haber encontrado en el fútbol un tanque
de oxígeno. Es el mismo Passarella que tiene derecho a levantar banderas de
cosas bien hechas en otras disciplinas y áreas del club. Lamentablemente, la
sociedad futbolera condena a ser una rareza en vías de extinción cualquier cosa
que no sea su plantel profesional (y sus deudas enormes, y sus barras bravas, y
sus vaivenes deportivos). Esto no es privativo del flamante campeón del
ascenso. Es moneda corriente en demasiados clubes del país. En otros, toda
actividad que no sea el fútbol profesional es burdamente despreciada.
Ojalá esta vuelta a las fuentes le dé a River nuevos motivos para
hablar de su histórica grandeza futbolera. Ojalá sea la base de sustento para
potenciar su condición de club integral “con” fútbol y no “de” fútbol. Y ponga
arriba de la mesa lo necesario para que los violentos se queden en la calle.
© Escrito por Gonzalo Bonadeo
a y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el
domingo 24 de junio de 2012.