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domingo, 22 de abril de 2012

Cristinizar o reventar... De Alguna Manera...

Cristinizar o reventar...

 Super expropiadora, Cristina Fernández de Kirchner. Dibujo: Pablo Temes

El caso YPF como otra muestra de intentar acomodar la historia, los errores y las mentiras tras un barniz épico.

Cristinización es la palabra que mejor define lo que el Gobierno hizo con YPF-Repsol. No es riguroso denominar estatización o nacionalización a la expropiación del 51% de las acciones que manejaba un señor apellidado Brufau, al que la Presidenta elogiaba y llamaba afectuosamente “Antonio” hace apenas cinco meses. El neologismo “cristinizar” funciona como un verbo que implica someter o satanizar a una persona o institución que hasta hace poco en términos históricos reportaba con obediencia a la propia Cristina. Fueron cristinizados, por ejemplo, Alberto Fernández, Clarín, Jorge Brito, Esteban Righi y, ahora, Antonio Brufau.

La familia Eskenazi y el juez Rafecas están en proceso de cristinización. Es un espasmo que cambia de frente sorpresivamente, al estilo  Riquelme en sus mejores tiempos, y obliga a medio mundo a reacomodarse a la nueva realidad decretada por CFK. El lema es: “Los amigos de hoy serán los enemigos de mañana”. Tanto a la hora de justificar el romance como el divorcio, se hace desde el púlpito que les otorga un certificado de absolutos dueños de la verdad. No importa que lo que digan ahora sea contradictorio con lo que venían diciendo antes. Otra de las veinte verdades kirchneristas dice que “los que se equivocan, siempre son los demás”.

En 1992, “los demás” eran los que no comprendían por qué tanto Néstor como Cristina, en nombre de “la verdadera soberanía”, apoyaban a paso redoblado la privatización y extranjerización corrupta que comandó Carlos Saúl Primero.

El archivo no perdona y se puede consultar para asombrarse incluso con la terminología sobreactuada con la que el matrimonio Kirchner atacaba a los que los acusaban (con absoluta razón) de “traicionar sus historias militantes y entregar la soberanía”. Los detalles se pueden consultar, entre otros textos, en el Diario de Sesiones de la Legislatura provincial o en La Opinión Austral del 26 de septiembre de 1992. “No hay nada más soberano que conseguir inversiones. YPF era una empresa manejada por 15 o 20 gerentes pero que no llegaba a los santacruceños. Estos 500 millones de dólares van a llegar a todos los habitantes.” Néstor se refería a los tristemente célebres fondos de Santa Cruz que fueron depositados en el exterior. ¿Qué pasaría ahora si Scioli depositara algún dinero provincial en Suiza? Esa fortuna, además, se perdió en el agujero negro de la historia. Nadie vio jamás una boleta de depósito ni un resumen de cuenta de ese pago que era de los santacruceños y que Néstor recibió por respaldar la decisión más neoliberal de Menem.

Otro que hizo lo mismo fue el entonces diputado neuquino Oscar Parrilli, miembro informante del bloque. Fue todo un logro del menemismo porque Parrilli era cafierista. Aquel 24 de septiembre fue un día glorioso para Alvaro Alsogaray, que como diputado votó el proyecto que presentó el actual secretario general de la Presidencia. Parrilli sin ponerse colorado dijo: “No sentimos vergüenza por lo que somos y tampoco venimos a pedir disculpas por lo que estamos haciendo. Esta ley servirá para darle oxígeno a nuestro gobierno y será un apoyo explícito a nuestro compañero presidente (Carlos Menem)”.

La indignidad no fue generalizada. Uno solo de los cinco diputados de Santa Cruz levantó la manito: el actual ministro de Defensa, Arturo Puricelli. Lo acompañaron otras actuales estrellas K: José Luis Gioja y Eduardo Fellner. No quisieron ser cómplices Chacho Alvarez, Germán Abdala, Rafael Flores, entre otros, y el bloque radical, que se fue del recinto.

Es historia que merece recordarse, aunque en estos últimos días se pudo registrar una novedad. Hasta ahora el Gobierno ni se preocupaba por dar alguna explicación para justificar la modificación del rumbo. A Cristina siempre le alcanzó con no responder preguntas a los periodistas. Pero esta vez el cambio de convicciones fue demasiado veloz.

Fueron patéticas las declaraciones de Julio De Vido, citando a Cristina sobre “la excelencia de la empresa” y asegurando en Página/12, en diciembre de 2010, que con Brufau y Eskenazi “tendremos gas para noventa años”. O Guillermo Moreno alardeando que “va a llover gasoil” (12/10/06, con Néstor al lado, en la Casa Rosada), pese a las advertencias de opositores y periodistas que no se alquilan ni se venden que fueron acusados de “agoreros y destituyentes”.

Algo había que explicar. Hasta Horacio Verbitsky le dijo a Manuel Alzina, de la CTA oficialista, que “tengo muy claro lo desastrosa que ha sido la política de desnacionalización, pero también el ingreso de accionistas privados argentinos en condiciones absurdas como pagar su participación con utilidades, lo cual ya garantizaba que no iban a invertir porque todo lo que obtuvieran lo iban a aplicar para pagar su deuda”.

La Presidenta, consciente de sus responsabilidades, por lo menos en dos ocasiones trató de argumentar algo que no los dejara tan mal parados. Primero dijo que su esposo, en el libro de diálogos con Torcuato Di Tella editado en 2003, planteó que “el gran problema energético fue la desnacionalización de YPF”. Después respondió la pregunta que muchos se hacían sobre por qué no lo hicieron antes. Autocomplaciente, se quedó tranquila: “La historia no se construye como uno quiere sino como uno puede. El camino de la historia es sinuoso, con altibajos y obstáculos que hay que sortear”. 

Fue un resumen de lo que el profesor de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo Gabriel Chamorro utilizó para rematar una columna que citó la Presidenta: “(…) La humanidad sólo se plantea los problemas que puede resolver porque al examinarlos con mayor detalle siempre descubre que el problema mismo sólo surge cuando las condiciones materiales requeridas para su solución ya existen o, por lo menos, están en proceso de formación”. El concepto de Karl Marx en Contribuciones a la crítica de la economía política nos lleva al otro Marx, a Groucho, para tratar de entender cómo el máximo responsable de la desastrosa política energética que permitió el vaciamiento fue colocado al frente de la revolución cristinizadora. 

De Vido, de culpable a interventor de la YPF nac & pop, debería decir, como Groucho, que no pertenecería a un club que permitiera a un socio como él. El asesoramiento para la soberanía de Roberto Dromi y el voto K de Carlos Menem completan ese laberinto que encierra a los Marx. Y ya que estamos citadores, podemos terminar con Jean-Paul Sartre para iluminar mejor: “Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo”.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 21 de Abril de 2012.