Cinismo…
Filósofo Antístenes. "El cinismo es una traición intelectual". Norman Cousins Político, escritor, periodista y activista americano
Esta no es una profesión para cínicos, nos enseñó ese
maestro de periodistas, el polaco Ryszard Kapuscinski, para quien ser buena
gente, conmoverse con el sufrimiento ajeno, es una condición esencial para
ejercer el periodismo de manera correcta: “Una cosa es ser escépticos,
realistas, prudentes, lo que es necesario, y otra ser cínicos, que es una
actitud inhumana que nos aleja de nuestro oficio, al menos si se lo concibe de
manera seria”. Y como de maestros se trata, en estos tiempos en los que
hablamos más de personas que de temas, de periodistas con nombre y apellido que
de la prensa como función inherente al sistema de las libertades, vale seguir
el consejo de otro de los referentes éticos del periodismo, Javier Darío
Restrepo, quien ante sus alumnos advierte: “Hablemos de los males, no de los
malos”.
© Escrito por
Norma Morandini, periodista y escritora, el domingo 07/02/2016 y publicado por
el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Para huir al cinismo y la personalización en la que ha caído el debate en
torno al rol de los medios públicos y el periodismo en una sociedad democrática,
tras la década del "periodismo militante" en la que se distorsionó la
profesión de informar, cuyo destinatario es siempre el ciudadano. Nunca el
poder. Vale, por eso, recordar los valores esenciales que sustentan el trabajo
periodístico.
Las Constituciones democráticas protegen la función de la prensa, no como
privilegio del periodista sino como garantía del trabajo que realiza, mediar
entre la ciudadanía y el poder. ¿Por qué el periodista no está obligado a
revelar sus fuentes, ni sus críticas pueden considerarse desacato ni calumnias?
¿Por qué las leyes lo protegen de los tribunales y de sus mismos editores?
Precisamente para ofrecerle condiciones de libertad y seguridad para cumplir con lo que lo trasciende
personalmente, el derecho de la sociedad a ser informada con independencia y
honestidad.
La tradición autoritaria de nuestro país distorsionó la función de la
prensa, de la cual la política no es ajena. Ante los nuevos tiempos
democráticos, debió rehabilitarse de sus viejas prácticas propagandistas. Sin
embargo, sobrevivieron otros defectos. En Argentina, un anunciante y un
micrófono hacen a un periodista. Sobre todo en la televisión por cable, donde
los periodistas deben “alquilar espacios”, cual las Iglesias de los pastores
electrónicos.
Una herencia de los 90, cuando los negocios vaciaron las pantallas de
programas periodísticos en lugar de cumplir con la que es una obligación no
escrita de las empresas periodísticas, los programas políticos de gran
audiencia. Al final, es función de la prensa dinamizar el debate público, con
el que se puede medir sin errar el desarrollo democrático de una sociedad.
Mejores ciudadanos mejoran el sistema democrático.
Entre nosotros, todavía el debate televisivo carga con la marca de la
espectacularidad y la dictadura del “minuto a minuto”; el que no insulta está fuera de la única función que
cuenta en la televisión: atraer a la audiencia. Sobrevive en las redacciones la
vieja discusión entre lo que importa y lo que interesa. Hemos vivido
situaciones esquizofrénicas en las que los encuestadores nos decían que la
muerte del fiscal Nisman no interesaba a la sociedad, sin que gritáramos con
fuerza que sí importa que maten en una democracia a un fiscal de la república.
No importa si en las encuestas se deduce que a la sociedad no le interesa
la corrupción. Los buenos periodistas son los que se interesan por los temas que
importan a una sociedad, por más desinteresada que esté sobre esos temas, como
son la corrupción o la impunidad. Dos problemas de enorme importancia para la
salud democrática y las arcas públicas de la Nación. El buen periodista es el
que nunca pierde de vista lo que importa, que siempre tiene que ver con los
valores, sin caer en la tentación de gritar para concitar el interés de la
audiencia para así conseguir más auspicios.
Al llegar a Buenos Aires, en la mitad de los años 70, recibí un consejo que
hasta hoy me resuena: “No le digas a nadie que saliste de una universidad”. El
viejo prejuicio contra las escuelas de periodismo que por suerte ya no se
reconoce. Es cierto que en la universidad no se aprende a escribir, ni se
adquiere lo que es primordial a todo buen periodista, la curiosidad y el
interés público. Pero en las buenas escuelas de periodismo se enseña y se
debate lo que sustenta el trabajo periodístico, los derechos y la
responsabilidad inherente a ese privilegio de informar y hablar por los otros.
No deja de ser paradójico que aquellos que descreen del periodismo porque
son propagandistas de gobierno y confunden prensa con empresa, a la hora de la
libertad de empresa reivindican la libertad de prensa. Una actitud cínica que
no es propia de los verdaderos periodistas. Sólo por eso, aprovechemos el
momento para contribuir a definir la función de la prensa para que sea la misma
sociedad la que decida quién quiere que hable por ella, los que tienen vocación
de servicio y sacrificio o los que tan sólo defienden intereses personales o
grupales.
Cinismo: Actitud de la persona que miente con
descaro y defiende o practica de forma descarada, impúdica y deshonesta algo
que merece general desaprobación.
Cinismo: