Casero...
Por Youtube, el artista pide derecho a
réplica a 6,7,8.
Cuando uno se da cuenta de las reglas del juego, el juego se destruye. Se
podría decir que eso hizo Casero: descubrió que el juego del kirchnerismo
consistía en asustar a todos los que pensaran distinto bajo la amenaza de
acusarlos de apoyar a la dictadura y de ser enemigos del pueblo. Entonces, fue
directamente a sobreactuar lo opuesto para terminar, con ironía, develando el
juego K. Sería algo así como la terapia de la prescripción del síntoma que
promueve la Escuela de Palo Alto para tratar la neurosis.
La cuarta aparición pública de Casero, que es su segundo video en YouTube,
donde termina tarareando la música de Los Muppets y diciendo “informó Lex
Luthor”, el archienemigo de Superman, podría indicar eso. Me río de ustedes,
los provoco, señores de 6,7,8, TVR y Duro de domar.
Y lo logra porque los productos de Gvirtz fueron mucho más moderados, sumado
a que los de Szpolski directamente no se metieron cuando se hubieran cansado de
hacer tapas en el pasado. Es cierto también que el contexto es otro –cada vez
se les anima más gente– y no hubieran reaccionado igual hace varios años.
En la segunda aparición, también con Lanata pero en la televisión, y quizás
en consonancia con el marco de ese programa, aparece mayormente el Casero
polemista. Y ya en los dos videos de YouTube emerge totalmente el desafiante,
el que retando a duelo a Gvirtz, productor de los programas oficialistas, reta
a duelo al relato kirchnerista. Casero comienza triste (“yo viví”, “yo sentí”)
y termina alegre y sobrador (“yo me la banco”).
El Casero más argumentativo, el de la televisión con Lanata, ataca la
cuestión central de la puntuación en el análisis del discurso. Un clásico de la
teoría de la comunicación, donde un cambio en la puntuación cambia todo el
significado, y que Gregory Bateson popularizó con la rata del laboratorio
diciendo: “He logrado domesticar a mi experimentador, cada vez que apoyo la
palanca él me trae comida”.
El kirchnerismo pone el punto en 1976 y allí comienza su historia, Casero
corre el punto hacia atrás e incluye a la Triple A y la guerrilla de los 70, la
misma historia para él comienza antes.
Los primeros seis minutos de ese reportaje con Lanata, Casero tiene una
lógica argumentativa coherente, pero cuando vuelve sobre el tema de su padre
que no era su padre, su cara se transforma y entra en una confusión donde tiene
razón Carlotto en que su discurso se convierte en delirante, probablemente
afectado por emociones personales atravesadas por el Edipo, la crisis de la
mediana edad, cuestiones generacionales y hasta eventuales condensaciones de
Cabandié con su hijo, al que pareciera describir como filo kirchnerista, y de
él mismo con Cabandié por haber sido educado por un padre falso. Serían huellas
de esas emociones frases como “vos callate, que no sabés nada”; “vení, enseñame
lo que es la dictadura”; “es difícil explicarles a los jóvenes”; “yo soy
abuelo, tengo 50 años, pronto 51”. La diacronía es múltiple porque es cierto
que Cabandié vivió los efectos de la dictadura pero no la dictadura y que el
ADN con el que Casero descubre que su padre era otro nada tenía que ver con la
causa de las Abuelas de Plaza de Mayo, demostrando, como decía Freud, que el
inconsciente es atemporal.
Pero Casero se recupera volviendo a atacar con maestría el relato K al
denunciar que replica lo mismo que critica porque durante la dictadura se
defenestraba materialmente al crítico mientras que en la era K se lo defenestra
simbólicamente, con correctivos difamatorios de los medios de Gvirtz y
Szpolski, lo que genera otra forma de vivir coaccionado y con miedo.
El uso de la palabra “correctivos” mediáticos por parte de Casero apela al
destino de las pulsiones que Freud explicaba muy bien terminando en su
contrario: sadismo-masoquismo, por ejemplo. Ciertos setentistas o sus herederos
quedaron impregnados del mal que combatían. “Cuanto más se enardecen conmigo,
más me recuerdan a los militares”, agregó.
Aunque no tanto como el de Cabandié, los dos videos de YouTube de Casero
llamaron mucho la atención por la misma causa: no hablaban sólo de su
experiencia personal sino que fueron una metáfora de un conflicto latente en
todos.
Pero Casero cae en el mismo error en que un cambio de puntuación cambia todo
el significado, en su caso el del kirchnerismo, y a partir de la 125. El
sostiene que al comienzo de la era K simpatizaba con el Gobierno pero que todo
cambió el día que D’Elía maltrató a Fernando Peña, porque allí comprendió que
para los K “si no te gusta el modelo nacional y popular sos un oligarca hijo de
puta”.
Pero el problema ya venía de antes porque defenestrar al otro, ser
maniqueo, aplicar la lógica de amigo-enemigo y ser agresivo fue siempre un
sello del kirchnerismo, que ya traía desde su gobernación en Santa Cruz, nada
más que en los primeros años no se lo quería ver porque el Gobierno era útil en
otros planos.
Casero, con el desparpajo narcisista de los artistas, dice las mismas
verdades que a veces sólo se atreven a decir los locos y los niños. Lo bueno es
que cada vez menos gente tenga miedo a repensar un tema tabú.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el viernes 25/10/2013 y publicado por el
Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Los videos: