“Necesitamos una escuela para los
últimos, no para los buenos”, dice Francesco Tonucci…
Francesco
Tonucci. Fotografía: Santiago Mazzarovich
El pedagogo italiano
explicó, en entrevista con la diaria, por qué invita a las escuelas a abandonar
los deberes.
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Escrito por Cecilia Álvarez el jueves 25/08/2019 y publicado por La Diaria Educación, de
la Ciudad de Montevideo, República Oriental del Uruguay.
Francesco Tonucci: La asamblea de
los niños.
Video de #Aprendamosjuntos del BBVA
Francesco Tonucci,
maestro, pedagogo, ilustrador y creador del programa La ciudad de los
niños, estuvo esta semana en Montevideo. Llenó una sala para 1.000 personas
con la conferencia “Los niños y
niñas piensan de otra manera”, tuvo encuentros con jerarcas de la Intendencia de
Montevideo para promover la aplicación de su proyecto en Montevideo y participó
en la primera sesión del año del Parlamento de Niñas, Niños y Adolescentes, el
martes. En entrevista con la diaria, profundizó algunas de las
ideas que manejó en su conferencia, por ejemplo, fundamentando por qué las
escuelas no deberían mandar más deberes, y por qué los alumnos no son buenos o
malos, sino que la que debe ser buena es la escuela.
La città dei
bambini es un proyecto sobre autonomía y tiempo libre que, al comienzo
de su conferencia del lunes, graficó con ejemplos como el de este video: ladiaria.com.uy/UTe. El italiano llama a las familias y a las ciudades a
trabajar “para que los niños puedan volver a vivir la calle” y a ponerse “del
lado de los niños y en contra de los autos”.
Has
dicho que la escuela ya no tiene que enseñar las cosas. ¿Cuál es su rol hoy?
Te refieres a una
polémica que salió en La Nación hace unos años, sobre una
frase que decía que la escuela no debería preocuparse tanto de enseñar, que lo
hacen mejor otros instrumentos, y que yo esperaba de la escuela cosas más
importantes. Sigo pensando que todo lo que es aprendizaje, en el sentido más
corriente, en referencia a información, hoy en día los niños lo reciben por
todos los medios, con lo que perderse demasiado en esto no vale la pena.
Yo de la escuela espero
algunas cosas básicas, mucho más importantes. Una, lo que decía en la
conferencia: que ayude a todos los niños y niñas a descubrir su vocación, de
manera que se pueda cumplir con la ley, que la escuela sea el lugar donde se
desarrollan las potencialidades y las capacidades de cada uno de los alumnos
hasta el máximo nivel posible. Esto dice el artículo 29 de la Convención sobre
los Derechos del Niño, que es ley nacional en Uruguay desde 1990. Uno de los
papeles fundamentales de la escuela es ayudar a los alumnos a descubrir su
vocación y desarrollarla al máximo nivel posible. Esto debería tener como
consecuencia que los niños lleguen a ser muy capaces en lo suyo. Yo creo que si
permitimos a cada uno a desarrollar lo que Gabriel García Márquez llamaba su
“juguete preferido”, también tendrá ganas de recuperar lo que le falta.
Yo no pienso en una
escuela donde una persona que tiene una vocación por el canto o para la
artesanía debe desarrollar sólo eso y nada más. Así como lo pienso para los matemáticos
y para los que tienen una vocación literaria, me gustaría que desarrollaran
también el canto, la manualidad, el dibujo y el arte. Espero que los que tienen
una capacidad manual, musical o artística también puedan recuperar una parte de
estas competencias, literaria y matemática, que seguro son muy útiles en la
vida, pero reconociendo su competencia principal, por lo que los alumnos
deberían ser buenos porque tienen algo de especial. Uno es bueno porque tiene
una manualidad muy alta, otro porque tiene una capacidad matemática muy alta...
y cada uno puede ser el mejor. Esa es la idea.
La segunda cosa que me
parece importante, especialmente hoy en día, cuando la tecnología invita a los
niños a vivir solos –hay estudios que muestran que están bajando todos los
aspectos de encuentros y de amistades–, es que la escuela tiene un papel muy
importante en todo lo que puede considerarse social, por ejemplo, el trabajo de
grupo. La escuela no puede seguir diciendo que no se puede copiar, que cada uno
a lo suyo... Al contrario, debería favorecer el trabajo grupal. A mí me gusta
mucho el texto colectivo, escribir juntos. Cada uno escribe una frase, después
se eligen las mejores y se juntan hasta formar un texto que al final no es de
nadie porque es de todos. Tampoco pienso que es la única forma de desarrollar
la escritura, pero es una, y junto a la individual sería interesante
desarrollar también esto.
Por último, diría que la
escuela, como su papel de fondo, tiene que ser capaz de aprobar. Un maestro
italiano al que quise mucho, Mario Lodi, que falleció hace pocos años, en una
carta que escribió a los padres después de una semana de escuela, decía:
“Conocía a vuestros hijos, todos tienen una inteligencia normal, con todas las
diversidades debidas a las distintas experiencias, con lo cual, desde ahora,
puedo decir que todos ya aprobaron quinto de primaria, con el seguimiento de
los conocimientos mínimos que proponen los programas”.
Era la primera semana de
primer año de primaria. “Y si esto no ocurre, la culpa será del maestro y de la
escuela”. Me parece que eso es un buen maestro y da una buena definición de la
escuela: la escuela tiene que aprobar, pero no porque son buenos los alumnos,
sino porque es buena la escuela. Necesitamos una escuela para los últimos, no para
los buenos. [El educador italiano Lorenzo] Milani decía muchas veces: “La
escuela parece un hospital para sanos, que rechaza los enfermos”.
¿Por qué todas las
escuelas deberían tener un consejo de participación de estudiantes?
Por lo menos por dos
razones de fondo. Una, porque lo dice la ley, con lo cual la escuela que no lo
tiene es una escuela ilegal. Si la Convención es una ley, el artículo 12 dice
que los niños tienen derecho a ser escuchados y a expresar su opinión cuando se
toman decisiones que los afectan...
La segunda es que la
escuela se beneficiaría mucho de la participación de los niños, que puedan
asumir la escuela como su escuela y, con eso, preocuparse por que funcione
mejor que como funciona. Que los niños están contentos dentro de la escuela,
identificar las razones por las cual no lo están y, posiblemente, en acuerdo
con el director de la escuela, superar estas cosas que no funcionan. La escuela
debería desear esto con toda su alma, porque es una manera de acercar a los
niños, por eso no se entiende por qué no hacerlo. Claro, esto rompe un esquema
mental que quiere que los niños escuchen y no que sean escuchados. En la
escuela los niños están sentados, callados, escuchando lo que hablan los
maestros. Esta propuesta da vuelta esto: dice que vale la pena escucharlos.
Dije que iba a decir dos
razones, pero digo tres. Por último, los niños tienen algo para decir. Los
niños llevan consigo una vida. Cuando empiezan la escuela, con seis años, saben
cosas, y cada uno sabe de forma distinta, con lo cual para un maestro escuchar
a los niños es algo imprescindible, porque de lo contrario no sabe qué
proponer. ¿Cómo puede empezar a proponer si no sabe cómo están sus alumnos? La
única manera de hacerlo es pensar que los alumnos llegan con un nivel cero, pero
eso es falso. Si están todos a nivel cero yo puedo empezar, que me escuchen,
que aprendan, y después medir cuánto han aprendido. Todo esto es una manera de
pensar que no tiene ninguna relación con la realidad. Los niños son distintos,
los niños saben; nosotros no sabemos lo que saben, por lo cual si queremos
evaluarlos tenemos que conocer el punto de partida.
En tiempos en que se
multiplican las escuelas de doble horario o en que los niños tienen muchas
actividades extracurriculares, además de ir a la escuela, enfatizás en la
importancia del tiempo libre y del juego en el proceso de aprendizaje. ¿Por
qué?
Creo que la escuela
debería estar muy interesada en que sus alumnos vivan el tiempo libre fuera de
casa, con los amigos, teniendo experiencias que les gusten, porque en una
experiencia que viven con gusto, con interés, seguro van a ocurrir cosas, algún
descubrimiento, alguna sorpresa; cosas que encienden curiosidades. Eso es
material bueno para la escuela. Cuando el maestro y pedagogo francés Célestin Freinet
proponía el texto libre, proponía una técnica escolar muy particular: si cuando
estáis fuera de la escuela os ocurre algo de interesante y que pensáis que
puede ser interesante para vuestros compañeros –primera condición–, si queréis
–no es obligatorio, al contrario–, podéis escribirlo brevemente y llevarlo a la
escuela.
Luego, cuando llegamos a
la escuela vamos a leer los textos libres que llegaron, y después se abre un
debate, se hace una selección y se imprime el texto libre elegido, para ponerlo
en el periódico escolar. Repito: la escuela debería estar interesada en que los
niños puedan llevar algo. Hoy en día esto no es posible, porque lo que hacen
fuera de la escuela es tan aburrido y tan controlado por los adultos que no
tiene nada que pueda ser interesante.
El segundo aspecto es un
análisis pedagógico. Los deberes, que normalmente ocupan el tiempo de la tarde,
así como las actividades, desde mi punto de vista no tienen ningún interés
pedagógico. No consiguen tener los resultados que presumen; normalmente se justifican
diciendo que son para ayudar a los más débiles, que haciendo ejercicios
recuperan. El tema es que los más débiles casi siempre tienen familias muy
débiles, en particular culturalmente, que no pueden ayudarlos.
Muchas veces los padres y
las madres de estos niños saben menos que sus hijos, que saben ya poco, con lo
cual son niños que vuelven a casa, no encuentran a nadie que pueda ayudarlos y
no hacen los deberes o, si los hacen, los hacen mal. Por el contrario, es más
probable que los niños que los necesitan menos tengan padres preocupados,
atentos, que los ayudan. Con esto, al día siguiente, la diferencia entre esos
dos niños es un poco mayor. Entonces, de esta manera no se consiguen lo que se
presume, sino que se consigue el resultado opuesto.
Con esto no quiero decir
que no hay que hacer ejercicios ni profundizar, digo solamente que si lo
necesitan algunos alumnos, o todos, la escuela tiene que hacerlo en su horario,
bajo la garantía de los maestros que, tenemos que reconocerlo, son responsables
de esta laguna. Si un niño no aprendió, es porque el maestro no ha sabido
enseñarle. Después podemos examinar todas las justificaciones, pero es así. El
que enseña es el maestro; si los alumnos no aprenden, el maestro de alguna
manera no ha conseguido llegar a su objetivo.
Esa afirmación es
bastante confrontativa con los maestros.
Es la frase de Lodi que
cité antes: “Si esto no ocurre, la culpa será del maestro”. Un padre me paró un
día, me mostró el cuaderno de su hija, que estaba en primer año de primaria, y
me dijo: “Mira, la niña cuando escribe se equivoca siempre entre b y v”. “Tenéis
que hacer ejercicios”. “Yo a mi hija le enseñé a hablar, y cuando habla no se
equivoca nunca. A escribir le enseñó el maestro. ¿Por qué soy yo el que tiene
que hacer ejercicios?”.
¿Cómo conciliar la
importancia del tiempo libre y del juego entre los niños con los tiempos
familiares, con la incorporación de la mujer al mercado de trabajo? Muchas
veces los padres no tienen opciones a enviar por varias horas a sus hijos a la
escuela.
Aquí debe intervenir la
ciudad. Creo que las familias pueden hacer bastante reconociendo a los niños la
capacidad de hacer cosas que hoy se consideran imposibles y que para los mismos
padres fueron normales: salir, ir a la escuela, por la tarde juntarse con
amigos, hacer tonterías. Esto lo hemos hecho; no se entiende por qué los niños
de hoy no pueden hacerlo, pero claro, creo que tenemos que asumir este problema
como problema social, como problema político. Si yo fuera responsable de una
ciudad, trabajaría muchísimo para que los niños puedan volver a vivir la calle,
porque estoy convencido de que es la manera más tranquila, más fácil y más
barata de conseguir seguridad urbana, de devolver a los niños una necesidad que
tienen y de obligarnos, a nosotros los adultos, a modificar un poco nuestra
manera de actuar.
Se trata de proponer y
obligar a los adultos a optar entre autos y niños, que es una cosa con la que
todo el mundo va a estar de acuerdo, pero cuando vamos a los puntos críticos la
gente se queja si se le impide llegar a la puerta de la escuela, se queja si se
reduce la calzada para favorecer el paseo... De hecho, se queja cuando nos
ponemos del lado de los niños y en contra de los autos. Yo tengo una viñeta de
una niña que piensa: “Me gustaría mucho que mi padre me quisiera como quiera a
su auto”. Es muy triste, pero creo que tiene algo de verdadero.