Bancate ese defecto…
El rugby estuvo en estos días otra vez en el ojo de la tormenta y no justamente por alguna hazaña deportiva. Un episodio que puso en el centro otra vez cuestiones como el clasismo, la discriminación y la violencia.
© Escrito por Pablo Suárez (*) el 04/12/2020 y publicado por el Periódico Digital La Vanguardia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
En el humor, pero no
solo allí, es muy común establecer arquetipos o estereotipos acerca de
determinadas comunidades. Pueden ser nacionales (españoles, polacos,)
regionales (correntinos, andaluces) raciales (negros, indios, judíos), sexuales
o de género (los gays, los hombres, las mujeres) o los oficios (bajistas,
médicos, abogados, etc.).
Los
imaginarios sociales sobre los que trabajan esos estigmas se han construido
socialmente a lo largo del tiempo, algunos de ellos incluso dieron lugar a
legislaciones específicas (prostitutas, mujeres, negros, gays, judíos) que
operaban jurídicamente sobre esas caracterizaciones, en lo que fue una sanción
por parte de un sistema social racista, patriarcal, machista, antisemita, etc.
En
general, los estereotipos implican un machacar sobre supuestas conductas
defectuosas o fallidas atribuidas a esas comunidades (la vagancia de los
santiagueños, la tacañería de los judíos, las exageraciones andaluzas, la
ignorancia de los gallegos, la afición de los correntinos por los cuchillos).
En muchos de esos casos, esas supuestas conductas son explotadas
humorísticamente por la misma comunidad (los judíos son un caso paradigmático
en ese sentido), aunque como es de esperar de sociedades con marcadas
desigualdades, hay una gran cantidad de chistes sobre comunidades que pueden
ser catalogados como racistas, sexistas, supremacistas.
Muchas veces los estereotipos son explotados
humorísticamente por la misma comunidad (los judíos son un caso paradigmático
en ese sentido), aunque como es de esperar de sociedades con marcadas
desigualdades, hay una gran cantidad de chistes sobre comunidades que pueden
ser catalogados como racistas, sexistas, supremacistas.
El humor es el lugar más fácil y popular de construir esas generalizaciones, que por supuesto son construcciones sociales imaginarias llenas de extrapolaciones, cicatrices y remiendos. Obviamente, también es cierto que el humor sobre comunidades en general está escrito desde afuera de ellas y en muchos casos con intenciones denigratorias o estigmatizantes.
Pero si algo habla de hasta qué punto ese humor se construyó sobre las diferenciaciones sociales jerárquicas es que no haya un género de humor sobre chetos, ricos o gente pudiente. Hay humoristas que trabajaron y trabajan sobre ese estereotipo (lo hizo Carlos Perciavalle, lo hace Campa con Dicky del Solar y Verónica Llinás). Hay también algunos clichés sobre los que se hace hincapié: vagos, hijos de primos, racistas, asesinos de countries, en una línea de tiempo que va desde el tango con sus “niño bien pretencioso y engrupido”, hasta la pobre María Pía de Paolo que comía un Flynn Paff con cuchillo y tenedor. Sin embargo no terminó de decantarse un corpus de género humorístico que se haya consolidado para que sepamos lo que viene cuando alguien nos dice “te cuento uno de chetos”, como sí todos sabemos lo que viene cuando nos dicen «te cuento uno de correntinos» o «cucháte este de abogados».
Casualmente, los rugbiers involucrados en casos de repercusión mediática, pertenecen a sectores sociales “acomodados”, por lo cual es inevitable que se refuerce la identificación de ese deporte, con la violencia, el racismo (en el caso de los twits difundidos) y por supuesto, la impunidad, que es otro momento clásico de los delincuentes ricos en la Argentina.
Me gusta pensar que lo que se condensa en estas coyunturas en las que muchos salen a golpear a los defectos de los ricos a través de uno de sus arquetipos sociales más populares que son los rugbiers (no viene al caso si hoy hay pobres o indígenas que lo jueguen) es que lo que no se ha exorcizado por el lado del humor, emerge por el lado de la “crítica social”. Es la ventana por la cual gran parte de la sociedad se permite ajustar cuentas con ese personaje, bajarlo del pedestal al que cierta comunicación mediática y social lo ha subido.
Y
atención: no me refiero específicamente a Los Pumas o a los “valores del
rugby”, sino también a un discurso meritocrático que ha instalado a la riqueza
como única medida del éxito y al mérito como única manera de alcanzarla, aunque
muchos de los referentes de la riqueza argentina sean fundamentalmente
herederos y no me refiero a sus exponentes más grotescos como Esmeralda
Mitre, Ricardo Fort o Mauricio Macri.
De
alguna manera, y aunque sea injusto, al rugby le toca la ingrata labor de pagar
las cuentas de los defectos históricos de las clases altas con las que
históricamente está identificado, como ocurre (en menor medida, por cierto) con
el polo, los countries y Punta del Este, por poner ejemplos sencillos. Cuando
toma trascendencia un acto sancionable cometido con esos sectores sociales, que
están sobrerrepresentados positivamente en muchos medios, las críticas arrecian
no sólo por todo lo que no se dice públicamente sobre ellos durante el año,
sino que también emergen para señalar que su lugar de preeminencia social,
depende más de su poder económico que de una ética o moral intachables.
La comunidad rugbier tendrá que trabajar arduamente para
redibujar su presencia en el imaginario social, sabiendo que va a tomar tiempo
y que no depende solamente de cuántos pobres, gays, presos o indígenas
practiquen el deporte.
Nota:
Este articulista no ignora la presencia de machismo, xenofobia, homofobia y
violencia en otros deportes, como el fútbol. Pero tampoco ha encontrado tanto
escrito sobre los “valores del fútbol”. Por lo demás hay ciertos deportes
(fútbol, boxeo, por ejemplo) están tan asociados a la pobreza que se esgrime
como principal valor que “sacan a los pibes de la calle.
Será
injusto que eso ocurra en estos años en que -según nos dicen- la población de
quienes lo practican está variando y rompiendo la burbuja de clase en la que
vivió muchos años. Pero bueno, amigos, el deporte que mejor practican los ricos
argentinos es socializar las culpas y deudas propias, ya deberían saberlo.
La
comunidad rugbier tendrá que trabajar arduamente para redibujar su presencia en
el imaginario social, sabiendo que va a tomar tiempo y que no depende solamente
de cuántos pobres, gays, presos o indígenas practiquen el deporte. La imagen de
los gallegos no cambiará con mil gallegos universitarios, así como ni Sting ni
Pedro Aznar cambiaron los chistes sobre bajistas.
Abrirse a la sociedad no es sólo sumar “diversidad social”, sino también conocer los imaginarios que circulan por ella y revisar si las propias prácticas contribuyen a sostenerlos o a modificarlos. Es lo que hacemos todos, cada día, por ejemplo los historiadores, para que la gente no se dé cuenta de que somos tan aburridos.
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