Último discurso de Salvador Allende…
El 4 de septiembre de 1970 el médico socialista Salvador Allende triunfaba en los comicios presidenciales de Chile después de tres derrotas electorales.
© Publicado el miércoles 09/09/2020 por el www.elhistoriador.com.ar de la
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, República de los Argentinos.
La poderosa coalición de izquierda que encabezó Allende
estaba conformada por los partidos Comunista, Socialista, radicales, Izquierda
Cristiana, Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), Acción Popular
Independiente, entre otros.
A diferencia de los intentos anteriores, la coalición era
dirigida por primera vez por los sectores ligados a la clase trabajadora. El
programa del Frente Popular contenía propuestas de larga aspiración popular,
como una política exterior independiente, la reforma agraria y la
nacionalización del cobre.
El 4 de noviembre, Allende asumió la presidencia, pero
durante toda su gestión, debió enfrentar las conspiraciones internas y la
injerencia externa, hasta que finalmente fue derrocado por el general Augusto
Pinochet el 11 de septiembre de 1973. Transcribimos aquí el último discurso que
pronunciara en esa fecha poco antes de suicidarse en el Palacio de la Moneda.
Fuente: Salvador
Allende, Textos escogidos, Selección e introducción James D.
Cockcrot, Buenos Aires, Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, 2003,
págs. 274-275.
11 de septiembre de 1973
Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda
dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio
Postales y Radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción.
Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que
hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante
Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza,
general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno,
y que también se ha autodenominado Director General de carabineros.
Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores:
¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida
la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que
hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá
ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se
detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La
historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad
que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue
intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que
respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo,
el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la
lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción, creó el
clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara
el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo
sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena reconquistar
el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra
tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la
madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los
profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que siguieron
trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales,
colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad
capitalista de unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y
entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al
obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque
en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los
atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas,
destruyendo lo oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de quienes
tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los
juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal
tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo.
Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre
digno que fue leal con la Patria.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El
pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su
destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la
traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que
tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre,
para construir una sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que
mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una
lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
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