La mancha trágica…
El 24 de marzo de 1976 es la mancha trágica de nuestra
historia contemporánea. Amordazó la libertad, llenó de sufrimiento a miles de
hogares argentinos, nos humilló como país y nos
encerró en nosotros mismos. Un día largo que por momentos pareciera no termina
de pasar por los residuos autoritarios que sobreviven en nuestras relaciones
personales y políticas: la desconfianza y la intolerancia.
© Escrito por Norma Morandini, Directora del Observatorio de Derechos Humanos del Honorable Senado de la Nación, el jueves 24/03/2016 en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Con todo, ya nos separan cuarenta años de aquella fecha
fatídica, lo que significa que nuevas generaciones se han incorporado a la vida
democrática. Jóvenes nacidos y educados en libertad, un privilegio sobre las
generaciones pasadas cuyas vidas, en algún momento de su desarrollo,
transcurrieron bajo regímenes militares. Esto es, sin libertad para elegir y
decidir.
La transición entre el autoritarismo y la consolidación
democrática no fue sencilla. Lo más difícil fue dotar de vida a los Derechos
Humanos, una expresión que entre nosotros todavía connota con la muerte. ¿Cómo
anunciar los derechos que sustentan jurídicamente a la democracia cuando
todavía se buscan nietos desaparecidos y se exhuman los cadáveres en un país
sin tumbas ni exequias? Ni siquiera nos confrontamos con los dilemas éticos que
nos increpan como sociedad. No para hacer un mea culpa colectivo sino para
reconocernos parte de la misma tragedia colectiva.
Vale la sentencia de Primo Levi, sobreviviente de Auschwitz, quien dijo: “Si comprender es imposible, conocer es necesario”. En las primeras décadas de la democratización, la mejor energía estuvo puesta al servicio del conocer y condenar al Terrorismo de Estado, simbolizada en el Juicio a las Juntas. El presente nos confronta con lo que nos falta, una auténtica cultura de Derechos Humanos, que no es otra que el respeto a la igualdad y la universalidad.
En términos personales, vivo el 24 de marzo con
recogimiento y reflexión. Para que el sacrificio de todos aquellos que
murieron, debieron exiliarse dentro y fuera del país y se humillaron por el
terror no haya sido en vano debemos velar y cuidar de la democracia, el sistema
que hace de la deliberación y los derechos su razón de ser. Aquel que nos
permite encarnar definitivamente el “Nunca Más” a la violencia política, a la
negación del otro como a un igual al que debemos respetar.
El 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás
celebrarse. El rojo del calendario no podrá reemplazar nunca el duelo de
nuestros corazones, mientras recordemos a los que no están. Una forma de
honrarlos es que finalmente reconciliemos lo que fue violado: la convivencia
democrática.
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