Quién es quién… ¿Sabes si te mienten?...
La foto es
producto de lo que súbitamente me encontré caminando por la calle el día de la
asunción del presidente (2015).
Una
serie de causalidades me llevaron al desafío de abrevar herramientas para
descubrir un engaño. Espero no engañarlos.
© Escrito el domingo 13/12/2015 por Mariano
Marquevich y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires.
Primero lo básico. Un
estudio minucioso del lenguaje no-verbal es vital para detectar índices de
mendacidad en un
corte transversal (es decir, en el momento en que se emiten). La coherencia de
un sujeto entre lo que dice y cómo lo expresa brinda una información
valiosísima para evaluar el grado de veracidad de su palabra. Ese sería un
primer filtro.
Pero muchísimo más fácil –para
quién prefiera no leer tantos libros acerca del comportamiento humano y
contrastarlos con la práctica— es la siguiente consigna: “No
te fijes tanto en lo que te dicen las personas, fíjate en lo que hacen”.
Esa frase me repetía
incansablemente mi sabia tía Mari. De tan obvia que es la sentencia, se nos
hace difícil recordar, y hasta termina siendo fácil de olvidar. Pero muchos
problemas hubiéramos resuelto y, otros tantos evitado, con sólo tener presente
esa premisa.
Las personas demuestran
la consistencia de lo dicho a través de su capacidad o incapacidad de plasmarlo
en la realidad, de reflejarlo en hechos concretos.
Ahora bien, hay veces que no es
tan simple. Puede darse el caso de que una persona decida llevar a cabo
acciones con el objetivo de fingir o de ocultar otras que está haciendo; o que
diga que va a realizar algo –y haga cosas para que “parezca” que las hace—,
cuando en realidad no le importa o ni siquiera piensa en hacerlas. Ahí se nos
complica más…
Bueno, para esos casos hay un
tercer filtro que permite develar la esencia de los actos: cuando por alguna razón u otra se
termina el verdadero interés por el cual algo se hace.
Un caso evidente y clásico de
esto lo advertimos cuando una relación de pareja llega a su fin. A partir de la
disolución del vínculo, se corre el velo de lo que siempre estuvo encubriendo
la naturaleza de los actos. El comportamiento que adopte cada uno será lo que
de algún modo siempre estuvo, pero se mantenía oculto. Con facilidad se pone en
evidencia si se trataba de un amor genuino, o de una posesión enceguecida, o de
una negociación egoísta.
Lo mismo cuando llegan las
fiestas, se termina la inercia del año, ceden los automatismos anestesiantes y
emergen sentimientos reveladores.
A modo en extremo ilustrativo
de todo esto, recordemos la escena final de la películaTitanic: cuando ya es
inocultable que el barco se está hundiendo, las personas develan con
espontaneidad sus verdaderos caracteres. Se sabe a las claras quién es quién.
Los amantes de la música siguen tocando; los enamorados corren a proteger a sus
parejas; los altruistas se empecinan en salvar la mayor cantidad de personas
posible; y los menos iluminados desprecian y rechazan todo lo que no les sirva
para salvarse ellos mismos.
Lo mismo ocurre cuando el
interés de determinados discursos o acciones se hacen no con el fin de ayudar a
otros sino por el mero hecho de perpetuarse en el poder. Cuando
el poder se termina se corre el velo. Creo haber escrito poco y
demasiado; en ustedes está buscar la coherencia de esto con la realidad.
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