Gritos...
SÍMBOLOS de una época de altisonancia desmedida. Foto: Cedoc Perfil
Nunca duda. Sabe de todo. Y no sólo sobre corrupción. Como si contara
con el equivalente argentino de la Agencia Nacional de Seguridad de
EE.UU., que graba las conversaciones de todo el mundo, tiene siempre la
precisa y sabe lo que nadie sabe. Tanto sea sobre la Ley de Medios, el narcotráfico, el Código Civil o los presos que se escapan de las cárceles por una interna del PJ.
Y todo tiene siempre una explicación unívoca. Una sola causa, un solo
efecto. Siempre es por un intercambio, un toma y daca. Que pueden llegar
a ser tan triviales como que la Corte Suprema de Justicia decida el
fallo más controvertido de la última década para que su presidente cobre
los derechos de autor de un libro comentando el nuevo Código Civil.
Es una perspectiva sencilla e ideal para mantener la atención de la
audiencia más masiva de los programas periodísticos. El continuo “escándalo de la verdad robada”
es una forma económica de alcanzar siempre visibilidad. No es su
responsabilidad, los medios también tenemos la nuestra porque si el
Código Civil es bueno o es malo no es el tema. El tema es sólo que el
kirchnerismo es malo. Entonces, si el Gobierno le introdujo cambios que le pidió la Iglesia,
se lo critica porque al final presentará un código lavado. Si luego el
Gobierno no cedió a las presiones de la Iglesia, se aprobará un código
estatista que nos transformará en Venezuela.
Da un poco de vergüenza ajena ver que ahora todo lo que hace la Corte está mal,
salvo Fayt que, como fue el único que votó en contra del Gobierno en la
Ley de Medios, además de ser un jurista emérito hasta fue el único que
alertó sobre el problema del narcotráfico.
Que periodistas y medios cometan el error de creer que la información
es de su propiedad y no del público (no darle micrófono a Lorenzetti no
fue exclusivo de Lanata o Longobardi, sino de todas las decenas de
programas de radio y TV del Grupo Clarín), o que enojados con el
Gobierno sólo puedan distinguir lo negativo, es un triunfo de la cultura
antagonista que expandió el kirchnerismo.
Simplificando, se podría decir que hay dos tradiciones políticas:
la del conflicto versus la del contrato. En otras palabras: la de la
contradicción versus la del acuerdo, o la decisionista versus la
democrática. Vale recordar que no sólo el kirchnerismo cree que la
política es antagonismo, contradicción, conflicto y decisionismo.
Por el contrario, la democracia requiere consensualismo,
algo para lo que no estaba preparada nuestra sociedad en 2003 tras la
explosión violenta de nuestra decadencia económica, cuando incapaces de
confesar cualquier impotencia se pasó al contraataque convirtiendo miedo
en actitud desafiante e ignorancia en certeza.
Tras el fin de la Segunda Guerra, al psiquiatra y neurólogo alemán
Ernst Kretschmer le tocó reorganizar y presidir la c. No debe de ser casual que habiendo vivido la locura social alemana de la primera mitad del siglo pasado
haya escrito en uno de sus libros que “si la temperatura espiritual de
una época es equilibrada y el organismo social está sano, entonces los
anormales pululan impotentes y débiles en sus efectos en medio de la
masa de las personas sanas. Pero si en alguna parte aparece un punto
herido, si la atmósfera es demasiado agobiante o tensa, si algo va mal o
es frágil, entonces los bacilos se hacen enseguida virulentos, capaces
de atacar, penetran en todas partes y producen inflamación y
fermentación en toda la masa sana del pueblo… Los grandes fanáticos,
los profetas y exaltados, al igual que los pequeños granujas y los
delincuentes, están siempre allí; el aire está lleno de ellos. Pero tan
sólo cuando el espíritu de una época tiene fiebre ellos son capaces de
provocar guerras, revoluciones y movimientos espirituales de masas.
Podríamos afirmar con razón: los psicópatas existen siempre. Pero tan
sólo cuando el tiempo es fresco dictaminamos sobre ellos; cuando los
tiempos son calientes, esa gente nos domina”.
Discutible como casi toda tesis de psicología social, pero, sin duda,
en la Argentina de la última década las personalidades que expresaban
sus emociones con una intensidad anormal encontraron mayor eco que en otras épocas.
Y es probable que cansados de tantos gritos la Argentina de la
próxima década se oriente a premiar mejor a líderes más racionales o
menos conflictivos. Tanto los candidatos provenientes del peronismo,
como Scioli o Massa, como los del panradicalismo, como Sanz, Cobos o
Binner, tienen por característica la moderación y la disposición a las
concesiones recíprocas que hacen posible la democracia. Y se alejan del modelo kirchnerista de desprecio y agresividad
hacia quienes discrepan con ellos. Son personas que no experimentan la
política con perfeccionismo obsesivo, cuyo fracaso tantas veces conduce a
la paranoia. Aun en una estructura dogmática, como el Vaticano, el papa
Francisco puede dar ejemplo de quien acepta otras convicciones a las
suyas y no cree ser dueño de verdades absolutas.
Hasta la propia Cristina Kirchner subió su aprobación en las encuestas
cuando se mostró menos beligerante, ya sea por aquellos reportajes más
amistosos previos a su operación como por su período de convalecencia.
Las heridas postraumáticas del derrumbe de 2002 todavía no han
cicatrizado totalmente, como lo demuestra la problemática de la
inseguridad y la propia economía actual que genera turbulencias que
precisarán encontrar solución futura. Pero sería lógico esperar que en
2015 nuestra sociedad elija conductores que tengan menos exacerbado el carácter mesiánico,
que no se sientan amenazados por quienes discrepan con sus ideas ni
tampoco crean que ellas poseen en exclusividad el patrimonio de la
verdad y deben ser defendidas cueste lo que cueste.
© Escrito por Jorge Fontevecchia el sábado 16/11/2013 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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