Sobre viejos chotos y jóvenes
boludos...
En su habitual columna dominical,
Hugo Asch escribe sobre el Boca de Carlos Bianchi, el Racing Zubeldía y
Carusito y los años.
–Idiotas fueron siempre los jóvenes –declaró Rey–. ¿O hemos de suponer que
hay una sabiduría en el inexperto que luego se pierde?
–Sabiduría, no; integridad –opinó Arévalo–. La juventud no carece de
virtudes. Por falta de tiempo o experiencia no le tomó el gusto al dinero…
Rey sentenció:
–Una guerra idiota, en un mundo idiota. El más negado te acusa de viejo y
te suprime.
Adolfo Bioy Casares (1914-1999), de “Diario de la guerra del cerdo” (1968).
Años 70. Yo, un cronista veinteañero que volvía de la colimba. Frente a mí,
en su escritorio, el nuevo director de Siete Días, Julio Porta, un sesentón que
meses antes había desembarcado con una redacción nueva. Tenía que decidir qué
hacer conmigo. Debo haberle caído bien porque no me echó. Pero lo mejor no fue
eso, sino la frase. Una frase que deslizó como al pasar, con una mezcla de
melancolía, delicadeza y ferocidad.
—Mire Asch –me dijo–, en este trabajo, como en la vida, hay dos problemas:
su edad y la mía. Y si piensa que soy un viejo boludo, le advierto: los viejos
boludos no existen. Existen los jóvenes boludos, que envejecen.
Si Bianchi fuese el último Perón, el del ’73, más de uno culparía al
“cerco”. Pero Bianchi no es Perón y como su Boca no arrasa, el imaginario
tribunero pierde la paciencia. Braman: “Viejo choto”, “desastre”, “atrasa diez
años”, “elige mal”, “pifia en los cambios” y otros juicios de similar
intensidad trágica. El enojo –interpreto– además expresa el dolor por la
destrucción del mito del celular de Dios, símbolo de aquel tiempo feliz, cuando
ganar todo era rutina.
Bianchi no es un entrenador sofisticado. Puede que haya perdido, nomás, el
celular divino. Lo que no tiene, seguro, son esas piezas que jamás le fallaban.
Esa es la clave, no su cédula. En lugar de la telaraña que en el medio tejían
Cagna, Serna y Basualdo –que liberaba a Riquelme y lo juntaba con el Mellizo y
Palermo–, tiene un colador. Por allí se filtran los rivales que encaran sin
piedad a una defensa que no es la que se recitaba como un poema: Ibarra /
Bermúdez / Samuel/ Arruabarrena.
Contra Newell’s, Marín se comió un baile terrible con el dúo
Casco-Figueroa; solo, como Gary Cooper en A la hora señalada. Ledesma va pero
no vuelve. Y Ribair me recordó al pobre Makelele, del Madrid galáctico,
corriendo como un loco para tapar los huecos que dejaban los stars. Con Gago en
su lugar, era una masacre. Comparar es odioso y en este caso, inútil. Porque
Riquelme no es Highlander; Martínez, sin el nivel que alcanzó en Vélez, no es
Guillermo; Blandi y Gigliotti no suman medio Palermo; Cata Díaz asusta, pero no
impone la serena crueldad del Patrón Bermúdez y… para qué ensañarse.
¿Bianchi? Se lo ve raro. Adaptándose. Le fue mal con los que aburrían pero
ganaban con Falcioni; dinamitó todo y armó un plantel nuevo, sin estridencias.
Su Boca está lejos de ser un equipo sólido, confiable, muy a su estilo. Grave
problema. Porque él, como Monzón, es idolatrado –y tolerado por la prensa, con
la que mantiene una relación tensa, de mutua desconfianza– por ser un ganador
serial. Necesita la unanimidad del éxito. No tiene, como Ramón Díaz en River,
un aura hipnótica que disimule sus fallas. Hoy depende de una defensa que está
para el diván; que juega tensa, sin confianza, presintiendo el error.
A su lado, Zubeldía parece un adolescente. Como su Racing. A veces furioso;
otras, medio colgado, voluble, incapaz de dominar sus impulsos. Veloz pero
atolondrado, hábil pero yeitero. Arrasa o se duerme. El fenómeno trasciende la
escasa edad de sus estrellas. Lo mismo pasaba con el Racing de Russo, el de Gio
y Teo. Tenía un buen lejos, pero de cerca se notaba la falta; lo vulnerable que
se sentía.
En la historia de Zubeldía hay una constante: su precocidad. Habitué en los
juveniles de Pekerman, debutó en Primera a los 17 años, en 1998. Una lesión lo
obligó al retiro a los 23 y se dedicó a entrenar. A los 26, como ayudante de
Cabrero en Lanús, celebró el título de 2007. Tenía 27 cuando le dieron la
Primera. Todo a mil.
Cuentan que es obsesivo, detallista; un estudioso. Mito o realidad, en su
época de ayudante se decía que era él quien diseñaba la estrategia. Sin
embargo, su Racing es la antítesis de ese Lanús fino y letal. No tiene pausa,
no maneja los tiempos, no tiene término medio. Es un fighter que sale, palo y
palo, a noquear o ser noqueado. Depende de sus geniecillos. Si fallan, no hay
plan B; lo que no habla bien de su evolución como estratega.
Sumó muchos puntos, es cierto. Por eso le renovaron el contrato, un
exotismo en un club devora técnicos. Cantidad, sí; calidad, no. Rara vez ganó
el partido que debía ganar –incluido el último clásico contra Independiente–,
esos que definen cosas o cambian la historia. Circular y paradójico, Racing es
regular en su irregularidad. Como el amor clásico, garantiza placer y dolor.
Simeone, otro técnico precoz, maduró y supo adaptarse a lo que la coyuntura
exigía. Lo hizo en Estudiantes y River –donde fue campeón–, en Catania –los
salvó del descenso–, en Racing –lo blindó y lo dejó subcampeón del Apertura
2011– y ahora en Atlético de Madrid, donde levantó tres copas.
Bianchi 64, Zubeldía 32. Y entre ambos, con 51, Caruso, el gran showman.
¡No me podía fallar! Hace dos semanas, divagando sobre los mil candidatos,
advertí: “Sólo de una cosa estoy seguro: pronto armará otro escándalo y todos
hablaremos de él”. Lo hizo, obvio. Llamó Pizzirrucho al DT de San Lorenzo.
Curioso: de lo mismo –serrucharle el piso a Madelón– lo acusó Fabián García, su
partenaire en el célebre paso de comedia “¡No me midásss…!”, descomunal éxito
en YouTube. “Yo sé hablar y vendo, no como Pizzi”, chicaneó mirando a cámara,
mezclando valor y precio.
“El tiempo no tiene nada que ver, cuando se es boludo, se es boludooo…”,
cantaba Nacha hace mil años. Adoro ese viejo tema de Brassens.
© Escrito por Hugo Asch el domingo 18/08/2013
y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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