La ilusión que me condena…
Por aquel momento, estaba cursando
periodismo en TEA. Hace pocos meses había terminado el colegio y estaba
viviendo un momento en el que sólo me importaba una cosa y, por ese motivo,
dejé la facultad. Aún no me arrepiento de la decisión que tomé, porque estaba
feliz.
Pocas cosas compartía con mi papá y
comparto. Al estar mis viejos separados, siempre fue difícil dividir los
tiempos, más cuando uno va creciendo y empieza a tener responsabilidades. Eso
sí: toda la vida nos unieron muchas cosas. Pero, más que nada, siempre nos unió
el sentimiento por el Globo. Y ese año, más todavía.
Nunca me importó en esos 6 meses si iba a padecer una convulsión, por mi epilepsia, tampoco la Gripe A, que estaba liquidando a mucha gente. Sólo me importaba que llegue el fin de semana para ir a lo que era una cancha pero, al mismo tiempo, un teatro, algo único que llenaba los ojos de lágrimas a corazones esperanzados.
Recuerdo esos 6 meses como si hubieran sido ayer. Ir en el Ford Fiesta (como de costumbre, hecho bolsa), a la cancha para ver a lo que nos unía cada vez más a él y a mí. Jamás me voy a olvidar los partidos de visitante que fuimos juntos en los que la policía nos trató siempre mal. Tampoco me importó el maltrato en Rosario, donde nos llovían escupitajos, meadas y papel quemado desde la tribuna de los rosarinos.
Y, menos que menos, me voy a olvidar de los días previos a ese partido. Yo me dije a mi mismo: "después de esto, puedo morir tranquilo". Las entradas se sacaban el viernes, si no me equivoco, a las 9 de la mañana. Estuve haciendo 15hs de cola, rodeado de enfermos que compartían el mismo sentimiento que yo, que tampoco les importaba la Gripe A. Mi papá, con ambas rodillas destruídas, también estaba. Podía estar viniendo el apocalipsis, que todos íbamos a estar ahí, esperando el momento en que nuestras manos tocaran ese tan anhelado boleto a la ilusión. Ese momento llegó: salimos con mi papá y casi nos atropella un auto. Miré al cielo y dije: "si es mi momento, que lo sea, pero esperá hasta el domingo, por favor".
Ese día en donde casi todos hacemos fiaca, yo estaba en Liniers. Cada minuto era eterno, pero lo valía. Creía que iba a llegar uno de los momentos más esperados de mi vida.
Comenzó el pitazo. A los 8 minutos, marcamos el primer tanto, que fue anulado y ya nos la veíamos venir: no había buenas intenciones. Ese día había sol y llovió muchísimo... ¡Hasta cayó granizo!
Llegó la primera "ayudita", para el rival: un penal, el cual nuestro arquero Monzón, atajó de manera memorable. Todos los que estábamos ahí, inmediatamente pensamos que no se nos podía escapar. Era el año. Habíamos pasado muchos malos momentos y era nuestro turno de gritar de felicidad. Siendo sincero, miraba más el reloj que el partido. No nos cobraron un penal, y posteriormente llegó lo sucio: el grito eufórico de los hinchas de Vélez por un gol no válido, ya que nuestro arquero estaba tirado en el verde césped, luego de que recibiera un planchazo en la pierna. Mi inocente e ilusionada mente nunca dejó de pensar que íbamos a empatar. Pero eso nunca pasó.
Jamás vi tantas lágrimas concentradas en un sólo lugar, tantas familias sin consuelo, tanta impotencia. Ni en un velorio lo ví. Jamás voy a olvidar ese día. Mi papá, generalmente una piedra para llorar, tenía los ojos completamente vidriosos y, a pesar de eso, con sus pocas fuerzas, no me negó un abrazo contenedor. Cuatro años pasaron desde que tuve que pasar uno de los peores días de mi vida.
Cuatro años del robo a una ilusión. Cuatro años del despojo a LA HONESTIDAD. Igual, todavía sigo pensando en el día en que voy a festejar un campeonato con mi papá al lado y toda la familia huracánense unida. No olvidemos ese día, jamás. No por ser nuestro, sino porque el fútbol argentino mostró la hilacha.
© Escrito el viernes 05/07/2013 por Juan Ignacio Pérez, Socio e Hincha de Huracán y publicado por Patria Quemera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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