Soldados…
Aunque no sea una novedad absoluta, es un hecho sobresaliente. La Argentina
viene recuperando el valor, la reputación y el prestigio de lo militar, aunque
las Fuerzas Armadas regulares parecen estar más desvencijadas que nunca. Es,
por lo tanto, otra de las tantas paradojas argentinas. Una generación que luchó
armas en la mano contra el poder militar, y lo hizo tanto en democracia como en
dictadura, viene revelando cada vez con mayor frontalidad su veneración por lo
militar y por la actitud vertical que supone la pertenencia a una institución
castrense.
Los veneradores
de lo militar no son hoy ordinarios y monosilábicos suboficiales enganchados
por necesidad a las Fuerzas Armadas. Otra paradoja argentina es que otrora
distinguidos intelectuales y universitarios, supuestamente formados en los
rigores de la duda y la interpelación, se desesperan por ser conocidos como
“soldados”. Provocadores compulsivos, se denominan “soldados del pingüino”.
Esta semana, la misma Presidenta definió a Néstor Kirchner como un “soldado” el
martes 21 de agosto, al anunciar una nueva licitación de centrales
hidroeléctricas (La Nación, Economías y Negocios, 22/8/2012, pag.3).
La
autodescripción de los militantes como soldados es un fenómeno viejo que ha
regurgitado con fuerza en estos tiempos. Cuatro décadas después de que legiones
de jóvenes consideraban que “el poder nace de la punta del fusil” (frase
atribuida al líder Mao Zedong), la Presidenta homenajeó esta semana, nada menos
que en el Centro Islámico, a Envar El Kadri, uno de los fundadores de las
Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). No fue la primera ni la más importante de las
organizaciones guerrilleras que se reconocieron a sí mismas como “verdaderas”
encarnaciones del poder militar. El Ejército Guerrillero del Pueblo, instalado
en Salta a mediados de 1963, y el Ejército Revolucionario del Pueblo, fundado
en 1970, fueron también colectividades militantes que se asumieron como
instituciones armadas sometidas al modelo militar. Hubo unos fugaces Ejército
de Liberación Nacional y Ejército Nacional Revolucionario, y desde luego el
poderoso socio de los primigenios Montoneros, las Fuerzas Armadas
Revolucionarias.
Todas estas
organizaciones no parecieron vivir nunca una contradicción de valores, algo que
sucedió también en América latina desde comienzos de los años 70, cuando
ejércitos y fuerzas armadas revolucionarias surgieron en Venezuela, Colombia,
Guatemala, Nicaragua, El Salvador y Perú, emulando y copiando el modelo
militar. El caso de Montoneros de Argentina es proverbial y tal vez
insuperable: ya en su desbande y derrota final (1979-1981) se seguían reuniendo
en sus casas en Europa, vistiendo uniforme de fajina y saludándose entre ellos
como es habitual en los vituperados ejércitos regulares.
Ha habido una
fuerte y subrepticia admiración por lo militar en generaciones revolucionarias
que parecen haber echado de menos esa seductora posibilidad de las certezas
terminantes y de la disciplina acatada sin complejos. Fue esa obediencia
vertical lo que justificó asesinatos llamados “ajusticiamientos” y secuestros
extorsivos denominados “recuperaciones”. Ese militarismo esencial fue también
la argumentación racional que dio nacimiento a las “cárceles del pueblo”. Todo
poder “enemigo” debía generar un contrapoder propio, calcado de las mismas
formas y con los mismos valores de las instituciones a las que se presumía
querer destruir. En el mismo plano, en el invierno de 1973, la Juventud
Peronista organizó el llamado Operativo Dorrego junto al mismo Ejército
Argentino, que hacía pocas semanas había dejado el gobierno.
El 10 de marzo
de 1979, la Conducción Nacional del Partido Montonero y la comandancia en jefe
del Ejército Montonero emitieron un comunicado acusando al capitán (sic)
Rodolfo Galimberti (legajo Nº 00583), nacido el 5-5-47; al teniente 1º (sic)
Pablo Fernández Long (legajo Nº 00588), nacido el 16-11-45, libreta de
enrolamiento Nº 4.538.880; al teniente (sic) Roberto Mauriño (legajo Nº 00581),
al teniente (sic) Juan Gelman (sin legajo); a la subteniente (sic) Julieta
Bullrich (legajo 00678), nacida el 28-1-44, CF Nº 6.089.066, “todos ellos militantes
del Partido Montonero”, así como a otros milicianos “afectados voluntariamente
a tareas partidarias”. Los encausó “en los términos previstos por el Código de
Justicia Revolucionaria, de los cargos de Deserción (Art. 5), Insubordinación
(Art. 8), Conspiración (Art. 9) y Defraudación (Art. 11)”, lo que –aseguraron–
“constituiría el delito de Traición (Art. 4). La conducción nacional de
Montoneros convocó a la constitución del Tribunal Revolucionario que preceda a
la realización del juicio revolucionario correspondiente a los fines de la
consideración de la acusación precedente, solicitando al mismo la aplicación
del máximo rigor que corresponda a la imposición de las penas por los delitos
de que son acusados”. Firmaban, como comandantes (sic) Mario Firmenich, Raúl
Yager, Fernando Vaca Narvaja, Roberto Perdía y Horacio Mendizábal, y el 2º
comandante (sic) Domingo Campiglia.
La fascinación
por el núcleo conceptual del poder militar ha sido arquetípica en el peronismo.
La palabra “conducción” encarna en este movimiento un misterioso poder sagrado.
Aun cuando sea mil veces traicionada o marginada, a la “conducción” se la
obedece. Perón bautizó a sus jóvenes guerrilleros entre 1969 y 1973 como
“formaciones especiales”. No es azaroso que el actual Gobierno haya dado curso
a un murguero “Vatayón” carcelario, tal vez barruntando que cambiar la letra
“ll” por la letra “y” implica una modificación de valores.
Al homenajear a
El Kadri y a las FAP, la Presidenta hizo un gesto calculado y de muy bajo
precio, ofreciendo a sus soldados un instante de regocijo, una reparación
histórica. Las FAP de 1968 fueron una banda melancólica, apresada antes de
actuar, aunque la sigla reapareció en los sangrientos años setenta, cuando por
breve lapso compitió con movimientos parecidos, pero ya con hechos delictivos.
Aun cuando, tibiamente, la Presidenta pretendió criticar al vanguardismo de
aquellos iluminados y manifestó la superioridad de “lo colectivo”, en el
kirchnerismo realmente existente brilla sin eclipse la noción militar del
soldado militante que reporta a una generala infalible, inapelable y que sólo
responde a sí misma. Por eso, el homenaje a una guerrilla que se definía como
Fuerzas Armadas ilumina, desde lo que oculta, a esa vieja y perdurable
admiración por la obediencia.
©
Escrito por Pepe Eliaschev y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo
26 de Agosto de 2012.
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