domingo, 21 de octubre de 2012

Reportaje a Rodolfo Terragno... De Alguna Manera...


"Seré candidato para luchar por el consenso"...
 

Régimen. "Me parece que el gobierno de Venezuela es muy anticuado. Un régimen de dictadores populistas de la década del 50', legitimados en elecciones. No eran democráticos en ejercicio".

A horas de anunciar que se postulará como senador por la Ciudad de Buenos Aires en 2013, Rodolfo Terragno dice que la gente no cree en las soluciones de los políticos, y que Hugo Chávez es un gobernante al que no quisiera tener en la Argentina.

Regresando apenas de Boston, donde es parte de la Academia de Artes y Ciencias, el doctor Rodolfo Terragno (ex senador, ex diputado, ex ministro de la Nación por la UCR) ocupa un sitial como, en 1870, lo hicieran Washington o Jefferson cuando ya entonces la idea dominante era vincular las artes con la ciencia. Más tarde, Darwin o Einstein la enriquecieron con su presencia y sus aportes mientras que los argentinos Bernardo Houssay (Premio Nobel) o Federico Leloir (también Nobel) hicieron allí, de por vida, una profesión de talento e inteligencia.

—En Public Affaires somos 18 –explica Terragno– y, guardando las distancias –sonríe–, uno de ellos es, por ejemplo, Nelson Mandela. Pero, sobre todo, la Academia es un ámbito para aprender. Para escuchar.

—Y en ese cenáculo, por ejemplo, ¿qué decían de estos últimos tramos de la campaña presidencial norteamericana?
—No mucho. Pero lo que sacudió a todos fue el inesperado fiasco de Obama en el primer debate con Romney. Al día siguiente, uno de los comentarios fue: ¿quién es ese tipo que se hizo pasar por Obama? Es cierto. Estaba irreconocible. Quedaron relativamente parejos y la discusión se centró particularmente en pronosticar si la tendencia se revertiría o no en los próximos debates. Muchos coincidían en que Romney no dijo la verdad y que se muestra como un hombre bastante variable pero lo cierto es que Obama no reaccionaba. Estaba contra las cuerdas.

—Un cambio absoluto con lo que vimos en el segundo debate de esta semana, en el que Obama se alzó con las encuestas y se mostró fuerte como siempre… Con su amplia experiencia política, Terragno, cómo ve las elecciones norteamericanas?
—Las veo como comicios que van a dejar al futuro gobierno norteamericano sin mayoría en el Congreso. Hay que pensar en una elección muy pareja. Por supuesto que Obama ha sufrido un lógico desgaste y lo mismo que le ocurrió en el primer debate puede ocurrirle en el ejercicio del poder. Una estrella rutilante puede irse apagando. Pero, sin embargo, tiene un talento personal y una energía que le permitirán recuperarse. Un gobierno de Romney, en cambio, me parecería peligroso porque no sólo es un hombre variable (se lo ha encontrado hablando mal del 47% de la población) sino que tiene ideas reaccionarias que cambia cuando lo cree conveniente. Entonces, diría que es una incógnita. No es previsible y lo probable es que, si gana, haga un gobierno que se apoye en concepciones de derecha que no me parece que sean las que requieren los Estados Unidos.

—Y usted, Terragno, que fue (durante su exilio en Venezuela) asesor del presidente Carlos Andrés Pérez, ¿cómo evaluó el triunfo de Chávez?
—Yo estaba todavía en Boston en el momento de las elecciones y me pareció revivir cosas muy ingratas como el golpe contra Carlos Andrés Pérez…Para mí, Chávez fue siempre un hombre odioso e incluso me he abstenido de abrir juicio sobre él porque reconozco que mi juicio podía ser sesgado. Sin embargo, hoy en día, haciendo abstracción de los antecedentes y de mis sentimientos, creo que es un gobernante que no quisiera tener en la Argentina.

—¿Usted calificaría al gobierno de Venezuela como una democracia autoritaria?
—Creo que no se le puede poner un rótulo. Me parece que es un régimen muy anticuado. Un régimen de dictadores populistas de la década del 50 que poseían estas características. Eran dictadores legitimados en elecciones. Por lo tanto, eran de origen democrático pero, en el ejercicio del poder, no aplicaban los beneficios de la democracia. La diferencia que yo encuentro es que se podría criticar cualquier cosa de esos gobernantes de otra época. Podría decir también que, por ejemplo, Perón no hizo un ejercicio democrático del poder. Y hay muchos elementos que corroboran esto. Pero, al menos, Perón desarrolló la industria liviana del país; creó un proletariado; confirió identidad política al asalariado.

—Puso en funcionamiento el Estatuto del Docente y el Estatuto del Peón.
—Por eso mismo. Hubo allí una obra, y lo que queda en definitiva es la obra. Lo demás sólo afecta a la coyuntura pero no trasciende. Y podríamos decir que Pérez Jiménez dejó, en Venezuela, toda una enorme infraestructura. Eso no lo exime de la crítica por un ejercicio autoritario del poder pero, al menos, algo queda. Yo creo, en cambio, que de Chávez no va a quedar nada. Si analizamos su obra, ni siquiera encontramos una redistribución del ingreso. De haberla, por lo menos podríamos decir que hay un ejercicio populista… Volviendo a Perón, por ejemplo, Perón terminó su segundo mandato (mejor dicho la revolución de 1955 se lo quitó) con la distribución del ingreso más equitativa que había conocido el país. No es, repito, el caso de Chávez. De modo que yo no veo en él ninguna trascendencia positiva. Ahora bien, lo que sé, porque conozco Venezuela, es que hay toda una enorme clase social que vive en condiciones de pobreza y que nunca se sintió representada por los partidos políticos tradicionales (aun cuando tenía que votarlos). Esos partidos no eran, en general, arquetipos representativos de una clase media urbana y más o menos ilustrada que no aparecía como tratando de reivindicar los derechos de esos sectores más marginales. Entonces, aunque Chávez efectivamente no haya hecho nada, yo he visto a mucha gente que lo considera como “uno de nosotros”. O como a alguien que, aun no siendo de “nosotros”, “nos representa”. Quiero decir que, en política, importan tanto las razones subjetivas como las objetivas. Y tanto los intereses subjetivos como los intereses objetivos. Fíjese que Chávez tiene esa relación de modo que a mí no me parecía probable que Capriles ganara las elecciones. Pienso también que Venezuela (en cualquiera de los dos casos) habría estado en condiciones difíciles. No pueden hacerse pronósticos médicos pero creo que hay elementos como para pensar que, por lo menos, no está garantizado que Chávez pueda terminar su mandato. Por otra parte, es el típico gobernante que no deja crecer la hierba y su desaparición crearía una confrontación dentro de las fuerzas armadas y dentro del aparato político del chavismo.

—¿Por qué dentro de las fuerzas armadas de Venezuela?
—Porque él, en definitiva, también es un exponente de las fuerzas armadas. No sólo porque es militar y surgió inicialmente de un golpe militar (también tuvo que contrarrestar uno contra él mismo), sino que se ha ido cuidando de eliminar sospechosos de la cúpula castrense logrando así tener un ejército disciplinado. Pero, reitero, la desaparición de Chávez podría provocar grietas y, como le decía, no hay nada en marcha como para continuarlo. A la vez, un triunfo de Capriles hubiera sido muy, muy revulsivo en cierto sentido. No sé, por ejemplo, cómo hubiera asegurado Capriles la gobernabilidad. En primer término, porque las fuerzas armadas venezolanas están “ahí” aun cuando eso no significa necesariamente que vayan a dar un golpe de Estado. Mire, un gobierno que no controle a las fuerzas armadas sufre una debilidad importante. Luego, en ese caso, el chavismo hubiera quedado en la oposición y Capriles representa a un mosaico que se une cuando hay que votar contra Chávez pero cuando, después, hay que gobernar… ¡eso es otra cosa! Aquí la heterogeneidad tiene un papel importante. De modo que soy bastante pesimista acerca del futuro inmediato de Venezuela. Tampoco veo que Capriles tuviera una idea del tipo “hay que impulsar a Venezuela”. Pero es un país que quiero mucho y querría que, de una u otra manera, las cosas salieran bien.

—¡Qué interesante también su historia personal, Terragno… recordamos que por su revista “Cuestionario” usted tuvo que exiliarse en Venezuela durante la dictadura.
—Eramos contemporáneos con Galeano, y cuando nos encontramos en el exilio él me dijo textualmente: “Nosotros estamos aquí porque no confundimos cobardía con estupidez”. A pesar de que su revista Crisis y la mía eran diferentes, trabajamos mucho juntos.

—¿Y usted cómo llegó a Venezuela?
—Sonia, mi mujer, es hija de republicanos españoles que tuvieron que exiliarse cuando Franco ganó la Guerra Civil de España. Recalaron en Caracas. Allí quedó parte de la familia, y cuando nosotros tuvimos que salir de Argentina el primer destino fue justamente Venezuela. Fuimos a vivir a la casa de los padrinos de Sonia e inicialmente las cosas fueron difíciles, como le ocurre a cualquiera que tenga que marcharse imprevistamente de su país. Yo era abogado pero para poder ejercer en Venezuela no podía revalidar sin cursar la carrera completa. Tampoco era periodista puesto que también el periodismo era una carrera terciaria y estaba colegiado. De modo que tampoco podía hacer periodismo. Tuve que inventar entonces un diario y ser su director. Para director no hacía falta un carnet–acota, riéndose–. Se llamó El Diario de Caracas. Trabajé mucho como oferente: ofrecía cosas que no lograba vender nunca: libros, ventonita para uso petrolero, etc. Hasta que llegó el momento en el que me convocaron desde el gobierno venezolano y allí se inició una relación que fue muy fructífera con el área del Ministro de Información y Turismo y logramos armar y financiar un diario, lo cual era una empresa integral puesto que, desde la impresión hasta la distribución, era todo propio.

—¿Y cómo llegó a ser asesor del presidente Carlos Andrés Pérez?
—Esto ocurrió porque el ministro de Turismo había sido gobernador de Caracas hasta poco tiempo antes. Creamos, de la nada, el nuevo ministerio. Había que organizarlo todo. Un trabajo muy interesante ya que, en aquel momento, Carlos Andrés Pérez tenía una relación muy especial con el presidente Jimmy Carter y me tocaba prepararle todos los memorandos sobre desaparecidos para poder así transmitirle la información necesaria al presidente Carter. Era también una manera de sentir que uno estaba haciendo algo desde afuera del país.

—Volviendo al presente, doctor Terragno, son muchos los que señalan que el gobierno de Cristina Kirchner tiene una gran semejanza (en aumento) con el gobierno de Chávez. ¿Cómo analiza la relación entre los dos países? Más bien, entre los dos gobiernos.
—En muchos aspectos, como le decía, veo a Chávez como a un mero imitador del general Perón. Tiene que haber entonces ciertos elementos en común… El Perón antiguo (por así decirlo).

—Estamos hablando del coronel Perón…
—No. Hablamos del Perón de 1973, el hombre que vuelve descarnado. El hombre que convoca a todos los sectores a un gran proyecto nacional. Realmente era una prenda de paz. Y no era marketing político. Ese Perón, efectivamente, no sólo era un hombre poco respetuoso de las normas democráticas y de los principios institucionales sino que tenía esa convicción. Quizás era más lógica en la época de la posguerra que hoy en día. Hablamos de la idea de la estatización, por ejemplo. Pero hay una cosa que creo que no se comprende bien: cuando termina la Segunda Guerra Mundial, se pensaba que habría una tercera. La segunda contienda mundial había sido una guerra de ocupación y de apropiación de ciertos recursos básicos: las comunicaciones, la industria pesada… ¿Por qué se dice que la telefonía o la electricidad son estratégicas? Porque se les da un sentido militar. No era entonces una guerra con misiles sino una contienda de ocupación física. En aquel momento, entonces, la estatización tenía ese sentido. Y también por eso, estatizaban la derecha y la izquierda. Lo hacían tanto De Gaulle como Clement Attlee. Cuando en los 90 se ve que no es necesario que sea el Estado el que maneje todo esto porque no se lo considera estratégico en el sentido militar, como había ocurrido años antes, comienza el proceso de privatización. Recuerde que, en Europa, estatizar o privatizar no son decisiones ideológicas sino decisiones prácticas que tienen que ver con el momento. Y el momento del Perón estatizador se vincula con una situación mundial.

—En ese sentido, ¿cómo analizaría a la sociedad argentina?
—Yo creo que la sociedad argentina no tiene un perfil capitalista. Como sabemos, la ley básica del capitalismo es la oferta y la demanda. A mucha oferta, precios bajos, etc. Pero la idea de que el precio lo determinan la oferta y la demanda no es una idea generalizada entre nosotros. Más bien se piensa que el precio debería ser costo de producción más utilidad razonable. Entonces, se plantea el concepto de que es el Estado el que tiene que manejar la economía. Directa o indirectamente, aun cuando ya haya pasado la época de estatización de empresas, que prolongan los gobiernos actuales. Entonces, comparar a Chávez con la señora de Kirchner es quizás un poco arbitrario. Pero entender que hay elementos comunes en los procesos de los dos países es algo indudable.

—Volvamos al tema apasionante de las democracias autoritarias: “El que no piensa como yo es un enemigo” cuando, en realidad, es un adversario. ¿Usted no cree que los gobiernos de Argentina y Venezuela tienen muchos puntos de contacto en esta clase de conceptos?
—¿Si tienen comunes denominadores? Sí, claro. Por supuesto. Vuelvo a decirle que esto es una imitación. Reproduce el enfrentamiento entre peronistas y gorilas. Cosas que han dividido fuertemente a la sociedad argentina. Esto es aún más intenso hoy en Venezuela. Pero entre nosotros se está produciendo una peligrosa confrontación social. Intolerancia. Negación a comprender las razones del otro aunque uno no las comparta. En esto Venezuela ha ido más lejos que nosotros. El odio es muy fuerte y muy militante.

—¿Y la captación de la juventud a través del voto a los 16 años o de asociaciones como La Cámpora en las escuelas?
—Ese no es un monopolio de los gobiernos populistas, aun cuando lo llevan al paroxismo. Grupos de jóvenes siempre los ha habido, aunque de distintas características. La Juventud Peronista, la Coordinadora, con distintos métodos, han sido asociaciones de jóvenes. La Cámpora no me asusta aunque hay cosas que hay que analizar. Por ejemplo, el voto a los menores de edad. Incomprensiblemente, se habla de “voto joven”. Los jóvenes de 18 o de 19 años votan pero no hablamos de menores de edad. Creo que, cuando se reforman leyes que están en relación con la creación de poder, nunca pueden ser de vigencia inmediata. Las reformas de las que se sabe a quién benefician son jurídicamente muy débiles. La ley tiene que ser ciega para que sea realmente justa. Cuando tiene nombre y apellido o cuando se sabe que favorece a uno en contra de otro, es muy peligroso reformar el sistema institucional con ese criterio. En cuanto a la Constitución Nacional, yo no veo razones para reformarla y sí, en cambio, muchas razones para cumplirla. En realidad, lo que se está planteando el la re-eligibilidad del presidente o de quien lo sea. Y si esto se planteara hacia adelante, es decir, “creemos que conviene que el pueblo pueda reelegir y, a partir de 2019, tenga esa oportunidad”, bueno… ése es un argumento jurídico con el que se puede estar de acuerdo o no pero no se sabe a quién va a favorecer. Cuando se pretende que favorezca a quien detenta el poder esto es absolutamente criticable.

—Son temas de gran importancia y, diría también, casos de conciencia en determinadas oportunidades. ¿Es por eso que usted acaba de anunciar su postulación como senador cuando no lo esperábamos?
—Mire, yo he llegado a esta conclusión: la gente está angustiada por la inseguridad y la inflación y no cree que los políticos vayamos a darle solución. Ni espera nada del Congreso. Y entonces sale a la calle a protestar. Como salió en septiembre y como va a salir el 8.  Está muy bien pero la catarsis tampoco va a resolver esto ¿no? Y fue entonces cuando se me ocurrió lo siguiente: dentro de unos meses hay que elegir nuevos senadores y diputados y es necesario que los candidatos discutan mil cosas. Pero también que en esto tiren todos para el mismo lado y vayan sentando las bases de leyes que ayuden a contener justamente la inseguridad y la inflación. Usted se dará cuenta que si yo proponía eso en un artículo o en un libro no pasaba nada. Era sólo la opinión de un señor bien intencionado y nada más. Entonces decidí ser candidato para hablar con todos mis rivales. De todos los partidos. Y, ahí sí, luchar por el consenso. Ya sé que a algunos les parecerá ingenuo pero yo le propongo que hablemos dentro de unos meses. O cuando yo sea senador. ¿Qué le parece?

© Escrito por Magdalena Ruíz Guiñazú y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.


Lecciones para la Argentina... De Alguna Manera...

Encuentro con Lula, el estadista más grande de los últimos 50 años...
 
Presidente Luis Inácio Lula da Silva,

Crónica detallada y emocionada sobre el ex presidente de Brasil. Anécdotas de una historia particular. Y todas las definiciones en las que deberíamos inspirarnos.

Lula me miró emocionado, se golpeó el corazón con el puño cerrado y me llamó con una seña. Tardé un segundo en estar a su lado y me dio un abrazo de esos que sólo se les dan a los afectos más profundos. Después comprobé que lo hace con todo el mundo. Es cariñoso, incluso con quienes no conoce.

Los fotógrafos gatillaron mil veces, para mi felicidad. Jamás olvidaré esa imagen. Lula con el video Compañero presidente en la mano y a mi lado. Nunca imaginé semejante gratificación de quien considero el estadista más grande de la región de los últimos cincuenta años. Al principio no me atreví a acercarme a su mesa y el antiguo VHS se lo dio, gentilmente, el doctor Guillermo Lipera, miembro del comité organizador del coloquio de IDEA. Es un documental biográfico de Lula que comencé a hacer el día más importante de su trayectoria política, el 27 de octubre de 2002, cuando cumplió 57 años y se consagró presidente electo de Brasil después de haber perdido tres elecciones consecutivas.

¿Cómo llegué a ese lugar? Un periodista extranjero en la intimidad de la celebración de Lula fue posible gracias a Víctor De Gennaro, que en ese momento era el mejor amigo de Lula en Argentina. El me dio una tarjeta personal y me dijo que se la entregara a Carlos Grana, jefe de los metalúrgicos de San Bernardo do Campo en San Pablo. Ansioso, a las 7 de la mañana ya estaba en la puerta del gremio con el camarógrafo y el Zorro Milicich como productor, que se había puesto la camiseta de Rosario Central. Grana llegó solito y en un Gol sin vidrios polarizados. No había un solo custodio ni matón a su lado. Pensé en Armando Cavalieri y me dio vergüenza ajena. Grana me invitó a que lo acompañara.

¿Adónde vamos?, pregunté. “A la casa de Lula”, fue la respuesta que me aceleró el corazón. Y fue cierto. Entramos al Condominio Residencial Hill House, de Villa Teresinha, muy similar a los de clase media de Caballito, que hasta seguridad privada tenía. Ingresamos con otros viejos compañeros del sindicato en el que Lula se hizo dirigente, y 57 chicos con 57 tortas blancas con una estrella roja en el centro con sus respectivas velitas. Todos le cantaron el “parabienes”, con la música de nuestro “que los cumplas feliz”. Me acerqué, y sin pensarlo le dije:

 Alfredo Leuco y el Presidente Lula. Mar Del Plata, 2012. El columnista de PERFIL le entrega a Lula el viejo VHS con el documental sobre su vida, que hizo hace una década.

—Lula, le quiero desear un feliz cumpleaños y un feliz gobierno.
Me dijo “muito obrigado”, me estrechó la mano y siguió de largo como si nada. Tuve que apelar a mi arma secreta:

—Ah, Lula, el viernes estuve con Víctor De Gennaro y le manda un gran abrazo.
Logré detener su marcha sin mentir. Y le sacudí la primera pregunta:

—¿En quién pensó cuando apagó las velitas y se emocionó tanto?
—En mi madre. Ella era lavandera. Me acordé del día de su muerte. Yo estaba preso por la dictadura militar y ella se murió sin saberlo. Mi carcelero se conmovió y me sacó media hora a escondidas de sus superiores para que yo estuviese en el velorio. Pero no me permitieron estar en su entierro ni hablar con mis familiares.

—No pudo contener el llanto...
—Y, ¿qué le parece? Ella era analfabeta, igual que mi padre. Me mandaban a comprar el diario sólo para ver las fotos y los dibujos. Me hubiese gustado tanto tenerla esta noche a mi lado...

—Es comprensible, recuerdo....

En ese momento, un morochazo de dos metros tipo NBA me dijo claramente: no más preguntas, y me apartó con firmeza.

Pero yo ya había filmado con mi camarita familiar toda esa celebración. ¿Qué más podía pedir un periodista?

Así salió Lula de su casa rumbo al colegio Joao Firmino, donde votó frente a más de 300 lentes y flashes que habían llegado hasta de los países más recónditos de la Tierra para registrar la epopeya del lustrabotas que llegó a conducir el quinto país más importante del mundo por territorio y población, y que en poco tiempo estará en el mismo puesto pero en términos de poder económico.

Los chicos del barrio de Lula también le cantaron la canción-himno de campaña que pedía “un Brasil decente para un pueblo pobre pero noble y trabajador”.

En un momento hizo llorar hasta a los fotógrafos japoneses, que parecían muy distantes y profesionales. Lula cortó la torta que en su interior decía su nombre, escrito en chocolate. El primer bocado se lo dio en la boca a uno de los chiquitos cantores, que no podía caminar sin apoyarse en muletas. Fue un momento estremecedor. Lula se puso en cuclillas para estar a su altura y con la cucharita le hizo “avioncito” como cualquier padre le haría a su hijo. Sólo que Lula no era su padre. Y que se había acordado de doña Lindu, como él le decía a Eurídice, su madre lavandera y analfabeta.

Sin miedo. Las buenas noticias dicen que Lula viene derrotando a un maldito cáncer de garganta, como derrotó todo lo que se le puso adelante. Por eso me acordé de aquel día glorioso del año 2002, cuando la consigna de esa campaña que llevó a Lula a la presidencia decía así: “La esperanza vence al miedo”. Hoy, el pueblo brasileño que ama a Lula, frente al ataque del cáncer, dice lo mismo: “La esperanza vence al miedo”.

Después, pude cruzar un par de palabras más. Fue cuando se enteró de que yo era cordobés. Se confesó admirador de Agustín Tosco y la Córdoba clasista y combativa de finales de los 60 y principios de los 70. El Gringo Tosco fue un dirigente sindical, marxista independiente, lúcido, honrado y valiente como Lula que me habló de las experiencias de Sitrac-Sitram y de las similitudes del cinturón industrial paulista, cuna de las terminales automotrices, con lo que ocurre en mi provincia. Al final se despidió con una confesión: en un momento estuvo a punto de viajar a Córdoba para probar suerte en IKA-Renault. Tal vez hubiese cambiado la historia de Brasil y el Cordobazo habría tenido un grito en portugués. Fue la pueblada que derrocó a un gobernador fascista y que hirió de muerte al dictador patricio, el general Juan Carlos Onganía.

El miércoles fue la estrella de IDEA. Lula exhibió en plenitud su ideología y se acordó de aquel día de gloria, del que se va a cumplir exactamente una década dentro de seis días.

La pregunta inmediata en los pasillos fue: “¿Y cuál es la ideología de Lula?”. José Manuel de la Sota y Hugo Moyano se apresuraron en llevar agua para su molino y dijeron que era claramente un peronista del último Perón. Y algo de razón tienen. Es profundamente humanista, y cada día más cristiano. Se casó por iglesia con su actual mujer y la amistad del sacerdote Frei Betto debe sumarse a que la batalla contra el cáncer suele insuflar más fe y religiosidad a los hombres. Es muy interesante intentar observar que tiene el “lulismo” adentro. Es un debate conceptual que está creciendo para orientar definitivamente el rumbo de los gobiernos populares de América latina. ¿Es lo mismo Lula que Chávez? ¿Se puede caracterizar a Cristina de la misma manera que a Lula? El populismo beligerante de Chávez, más el manual de la confrontación permanente como forma de construcción política de Ernesto Laclau, son caminos divergentes en la teoría que proclamó Lula en su paso por Argentina.

Hizo la transformación social más grande de la historia de Brasil: llevó cuarenta millones de pobres a la clase media. Eso es movilidad social ascendente y no macanas. Y la diferencia con Argentina y Venezuela es que lo hizo sin fracturar la sociedad y sin inyectar odio en sus venas. Todo lo contrario: Brasil está hoy más cohesionado y no partido al medio como los países de Chávez y Cristina. Hoy Dilma continúa con la alianza y no la lucha de clases, con inflación controlada, sin malversar las estadísticas públicas, discutiendo a fondo con el periodismo pero sin intentar silenciarlo ni controlarlo, con un diálogo permanente con la sociedad en general y la oposición en particular, y apoyando la idea de que más de dos períodos de gobierno son monarquía. Lula lo dijo con todas las letras cuando elogió la alternancia “no sólo de hombres, sino también de sectores sociales” en el gobierno. “Es una conquista de la humanidad”, dijo. Y se puso a sí mismo como ejemplo. Le prohibió a su partido que moviera un dedo para reformar la Constitución y buscar la eternización en el poder. Pudo haberlo hecho porque tenía una aceptación del 87% cuando finalizó su gobierno. Pero no quiso, se autolimitó. Y aunque apoyó francamente a Chávez, dijo con toda claridad que debería empezar a construir su sucesión.

Fracaso. Ernesto Laclau, que ayer se reunió con Martín Sabbatella, propone cosas muy distintas, más infantilmente radicalizadas y cercanas al fracaso. Apoya la reelección permanente, la batalla contra los medios de comunicación convertidos en satanes y voceros de las corporaciones económicas, y el choque y el castigo como manera de elegir enemigos y diseñar su propia identidad. Plantea que “el constitucionalismo radical sostiene el poder conservador y el ultrainstitucionalismo es el típico discurso de la derecha”, a la que son funcionales tanto Binner como Pino Solanas y Libres del Sur. Corta tan finito, tan sectario, identifica tantos enemigos de Cristina que la obliga a quedarse cada vez más sola. A esa misma hora, el Pepe Mujica, otro que hay que ver actuar pero saber escuchar también, se alineó con Lula respecto de las dificultades que tienen los líderes populistas agresivos para encontrar sucesión: “Los mejores luchadores son los que dejan gente que los suplante”, sentenció ante el aplauso de jóvenes del radicalismo en La Plata. La ausencia de herencia política es el más grave problema tanto de Chávez como de Cristina.

Lula le dio un reportaje al diario La Nación y fue el principal orador del coloquio que nuclea a los 900 empresarios más importantes de la Argentina. Los Kirchner jamás cometieron semejante herejía. Lula llegó a decir que los periodistas que critican excesivamente pierden credibilidad. Y que los que elogian en forma desmedida, también. Por eso manifestó que él confía en la gente para valorar la verdad o la mentira y que quiere medios más libres y con menos injerencia del gobierno. “Yo fui tremendamente castigado por los medios y me fui con un altísimo nivel de aprobación”, fue su conclusión, similar a la que dijo Perón en su momento: “Subí con todos los medios en contra y me derrocaron con todos los medios a favor”. Todo lo contrario de esta Argentina manchada con viejas teorías paternalistas que creen que los diarios lavan el cerebro de la gente.

Disparador. José “Pepe” Nun, ex secretario de Cultura de Néstor Kirchner, el más aplaudido del coloquio en Mar del Plata, aportó otros elementos disparadores de ese debate dentro de lo que en los 70 se llamaba “campo popular”.

Nun, que está distanciado del cristinismo por varias razones pero sobre todo porque algunos funcionarios que él expulsó por ladrones hoy siguen enquistados en otros puestos de poder, también criticó con altura el populismo. Sostuvo que el individualismo extremo que no tiene límites para su codicia y que evade impuestos genera una masa de marginados y excluidos, que son carne de cañón para el populismo. Que el líder populista habla por esos sectores que no tienen voz y apunta a destruir las instituciones porque no quiere que nadie lo controle. Muchos llegan a creerse dioses. ¿Y quién se atreve a hacerle una auditoría a Dios?, preguntó Nun, con ironía. Palos compartidos para la avaricia empresaria y para el autoritarismo chavista.

Lula, al revés de Cristina, predica la conveniencia de aumentar las alianzas sociales y evitar caer en el aislamiento.

Contó lo difícil que fue explicarle a su partido la sociedad con José Alencar, quien fue su compañero de fórmula. Un empresario al que muchos de sus camaradas definían como un burgués. Romper los dogmas del martillo y la hoz, alejarse del estalinismo jurásico, abrirse a los nuevos tiempos sin bajar las banderas igualitarias del socialismo le permitieron concretar sus sueños desde el poder y sacarlos de las charlas de café.

Néstor y Cristina también comprendieron la necesidad de sumar sectores medios ubicados más a la derecha, y por eso Daniel Scioli, Julio Cobos y Amado Boudou fueron vicepresidentes. Hoy la sensación es que la Presidenta se encerró sobre sí misma y que le alegra perder el apoyo de muchos caceroleros que también la votaron.

La humildad de Lula es garantía de diálogo. Dedicó el 50% de su tiempo a reuniones con sus adversarios con el siguiente lema: “Un presidente no sabe de todo y por eso debe escuchar a toda la sociedad.”

En un desayuno con la cúpula del FAP, Lula le contó a De Gennaro que Carlos Grana, nuestro común amigo sindicalista metalúrgico, hoy es intendente de San Bernardo do Campo. Y se manifestó feliz porque el hijo del jardinero del cementerio más pobre de San Pablo está estudiando diplomacia. Es que Lula fue el primer presidente de la historia de Brasil sin título universitario. Y él se encargó de intentar ser el último. Fue el que más universidades construyó. Durmió en una casilla con sus siete hermanos y un padre golpeador. Vendió naranjas y sardinas por las calles. De lustrabotas a estadista. Sin rencores ni odios. Un constructor del futuro sin injusticias y con más libertad. Ojalá se transforme en un espejo para los argentinos.

Es generoso, sabe que vino al mundo a hacer el bien a los que la pasan mal. Hoy es un Che Guevara desarmado, un Salvador Allende que pudo concretar su obra, un Tosco que no se murió en la dictadura. Es asombrosa su capacidad de acción, pero también su impresionante facilidad para transformar conceptos complejos en consignas populares. “Democracia es que mi pueblo coma cinco veces al día y no que coman una vez cada cinco días”. Eso dijo. O que su proyecto político es que ningún brasileño tenga que agachar la cabeza ante ningún poderoso.

Más de una vez definió muy claramente su ideología: “Somos un partido socialista de extrema democracia”. Profundo y sencillo: justicia social mil, autoritarismo cero.

© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.

¿Les estalla antes la cabeza o la economía?... De Alguna Manera...


¿Les estalla antes la cabeza o la economía?...

“Los ritos y las ceremonias de las iglesias no hacen más que convertir a Dios en un payaso.” Søren Kierkegaard

 CRISTINA Y MORENO. Dos estilos de alteración.

El jueves, en un reportaje publicado en la revista Nuestra Palabra del Partido Comunista, Guillermo Moreno explicó que “la Presidenta fue muy clara cuando dijo que es inmanejable un país con una inflación por encima del 15, 18 o 20%. La inflación es la que realmente está midiendo el Gobierno”.

¿Qué parte de la población será analfabeta numéricamente como para todavía creerse que la inflación es del 9% o, más allá de cualquier porcentaje, creer que la inflación crece la mitad de lo que le aumentan su sueldo?

No parece resultar muy conveniente para el Gobierno recordar cuando Cristina Kirchner, en la Universidad de Harvard, sostuvo que “si la inflación fuera del 25%, el país estallaría por el aire”. Esa frase es para psiquiátrico: un país estallando por el aire si sucediera lo que ya sucede, advertido por la propia responsable de conducir ese país. Muchas interpretaciones son posibles  (palabra plena, lapsus del inconsciente), pero hay un único efecto: la sospecha de que no sólo podría estallar la economía del país sino, y no menos preocupante, que la cabeza de quienes gobiernan está tan mal como la inflación.

Todavía existen preconceptos culturales arcaicos sobre las mujeres que fácilmente son calificadas de locas. No sólo Cristina Kirchner soportó esa acusación sino también Elisa Carrió, de quien –hasta oficialmente– el que fue jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, dijo que a ella “le faltan varios jugadores” y que “no le llega agua al tanque”.

Es cierto que en el caso de los hombres ser “loco” hasta puede convertirse en un atributo valorativo distinto, significando que esa persona tiene un arrojo especial que le permite ir más allá de los límites, como podrían ser “el loco Moreno” o “el loco Néstor Kirchner”. Pero tampoco habría que detenerse en una discriminación opuesta que impida decir que una mujer luce alterada sin caer en violencia de género. Por eso es oportuno aquí juntar a Moreno con Cristina, ya que resulta hasta benigno calificar de locos a quienes  desde el Gobierno sostienen que si la inflación fuera del 25% el país estallaría.

El kirchnerismo apuesta a que en 2013 llegará un segundo viento de cola que acomode y disimule todos los problemas económicos que su modelo viene acumulando. Quizá se confíe demasiado, y en lo económico, al revés, sería cuerdo estar un poco más paranoico.

Pero, más allá de la economía, el Gobierno debe reconocer que una creciente parte de la sociedad tiene la percepción de que a su conductora la afecta algún tipo de excitación discursiva que –sea verdadera o falsa– atribuyen a algún grado de alteración de su ánimo.

Probablemente no sea más que otro mito urbano pero, a un año de las elecciones que el 23 de octubre de 2011 le permitieron a Cristina Kirchner ser reelecta con el 54% de los votos, el número de ciudadanos que dice que nunca la votaría creció en la misma proporción en la que cayeron su imagen positiva (más de veinte puntos) y la aprobación de su gobierno.

Es factible que Cristina Kirchner tenga hoy la misma oralidad exaltada de siempre y aquellos que dejaron de apoyarla por otros motivos decidieron prestar más atención a ese rasgo de su personalidad que siempre la caracterizó, cuya percepción se inhibía en época de luto, porque cualquier pensamiento negativo era reprimido y enviado al inconsciente. Si así fuera, retornaría ahora con más fuerza, como todo lo reprimido, y la población estaría atravesando “el   fin del luto”.

Simplificadamente: una parte de la sociedad votó a Cristina Kirchner en 2007 porque prometió iniciar una etapa de recuperación de la institucionalidad dejando atrás el estado de excepción, más tolerable en los primeros años poscrisis de 2002. En la primera presidencia de Cristina Kirchner no hubo avances republicanos, pero se atribuyó ese estancamiento a que su marido seguía gobernando en las sombras. Con su muerte, además de la solidaridad en el dolor, Cristina Kirchner renovó el crédito por la promesa electoral de 2007 no realizada, ya que recién sin él podría ser ella misma.

El actual fin del luto no sería sólo la caducidad del sentimiento de acompañar en el dolor a quien había enviudado sino, principalmente, el pase de una doble factura por incumplimiento de la promesa electoral tanto de 2007 como de 2011 (obvio, de aquellos que no son naturalmente kirchneristas).

La gente cuya politización es mediana percibe como perturbados a quienes tienen una ideologización extrema, sea de derecha o de izquierda. El predecesor de Obama, George W. Bush, también fue reelegido presidente; sin embargo, en su segundo mandato se hizo mayoritaria la idea de que sus creencias eran tan rígidas que derivaron en un encierro dogmático que distorsionó su percepción de la realidad.

El enamoramiento, como su contraparte, el odio, implica una forma de descalibramiento del radar con el que se registra lo externo. El amor a una religión o a una causa necesariamente requiere que la realidad sea retraducida de forma que no llegue a crear un conflicto insalvable con los sentimientos y las creencias, que al ser existenciales no pueden ser abandonadas por la persona sin perder su autoestima.

El problema del kirchnerismo es que gran parte del relato es la economía (más la explicación de por qué fracasó en el pasado y quiénes fueron los culpables). Otro fracaso demandaría otro relato.

© Escrito por Jorge Fontevecchia y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el sábado 20 de Octubre de 2012.