¿Cuánta verdad entra en el
sinceramiento?...
El develo me desvela: ¿Cuánta
verdad estamos dispuestos a tolerar frente al proceso de sinceramiento que vive
nuestro país? Los velos se caen y desnudan todo lo que no se quiso ver. Desde
la falsificación de los datos de las estadísticas oficiales a los nombramientos
en la administración pública, desde la ideologización de los temas y problemas
del país, “lo nacional y popular” para disfrazar el despojo de los recursos y
engordar lo único que verdaderamente fue institucionalizado en la década
pasada, la corrupción. Una práctica instalada y consagrada.
© Escrito por Norma Morandini el sábado 10/01/2016
y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En nombre de la intervención estatal se vació al
Estado y se lo despojó de sus mejores profesionales, en general los menos
obedientes. Se estatizó el discurso, pero las funciones fueron privatizadas al
dejarla en manos de terceros, empresas amigas del Gobierno, o universidades
dispuestas a encubrir esa distorsión.
¿Cómo el Estado puede regular o limitar a las
corporaciones con clientes electorales, sin competencia ni idoneidad. Cuando
esas organizaciones suelen ser más poderosas que los mismos estados y contratan
a los mejores, los más preparados y capaces? Una cuestión de sentido común que
desmiente las teorías de soberanía del relato que dominó la década.
La corrupción copó el Estado para delinquir y mató
a centenas de nuestros compatriotas por el desdén, la irresponsabilidad y la
codicia de los funcionarios que lejos de servir se sirvieron de la incredulidad
o el autoengaño de buena parte de los argentinos que creyeron vivir una gesta histórica a
tarjetazos de 12 cuotas y una eficaz maquinaria de propaganda oficial.
Fueron años en los que se hizo creer que la
unanimidad política es garantía de gobernabilidad. Cuando, en realidad, se
desmontaron los controles, se acobardó a los jueces, adoctrinó a los
periodistas, los espías del Estado fueron utilizados para la extorsión
política, periodística o judicial. La sociedad se fue resignando, una parte,
convencida de buena fe y otra, como sucedió siempre, aislada en su egoísmo
personal o grupal.
Las mendaces declaraciones de todo tipo, los
engaños y autoengaños pueden considerarse la infraestructura sobre la que se
apoyó lo que simplificamos como “el kirchnerismo”. De todos los autoengaños, el
que me quita el sueño es el que menos entiendo. ¿Cómo pudo ser que muchas
personas de buena fe y, tal vez, mucha culpa no reconocida, hayan podido creer
que el compromiso con los derechos humanos comenzó con la orden presidencial
para descolgar el cuadro de Videla en la pared? Cuando en realidad ese gesto
develó esa odiosa tradición argentina de hacer desaparecer lo que molesta, no
se soporta y se busca aniquilar. Nunca entender, persuadir, conquistar
domesticar o cambiar.
Tal vez porque resulta más fácil destruir que la
laboriosidad del día en la construcción a largo plazo de la vida compartida,
que es contradictoria, plural y cambiante como la vida misma. Pero sobre todo,
demanda coraje para mirar de frente nuestros defectos y carencia. Sin la
victimización de poner las culpas ajenas y la responsabilidad que cada uno de
nosotros tuvo y tiene en lo que hoy padecemos.
La mentira política comienza a desmontarse, pero no habíamos imaginado su descomunal dimensión. Vale preguntar ¿cuánta verdad está dispuesta a tolerar una sociedad que fue complaciente, creyó “el relato”, se autoengañó y como otras veces en su historia contemporánea, a la hora de la verdad, llega tarde y por eso niega el espejo que le devuelve el rostro de su humillación y vergüenza? De la respuesta que nos demos, tal vez, encontremos el indicio del devenir.
La mentira política comienza a desmontarse, pero no habíamos imaginado su descomunal dimensión. Vale preguntar ¿cuánta verdad está dispuesta a tolerar una sociedad que fue complaciente, creyó “el relato”, se autoengañó y como otras veces en su historia contemporánea, a la hora de la verdad, llega tarde y por eso niega el espejo que le devuelve el rostro de su humillación y vergüenza? De la respuesta que nos demos, tal vez, encontremos el indicio del devenir.