La máquina
de hacer poemas…
Hans Magnus
Enzensberger, uno de los escritores alemanes más agudos y polifacéticos del
siglo XX, presentó en el festival Lírica en el Río Lech, en julio de 2000, una
invención que creía destinada a revolucionar el mundo de la poesía.
El aporte
podía incluso llegar a cambiar lo que Enzensberger suponía –y probablemente
siga suponiendo– que es la función (entendida como un estado espiritual o un
fenómeno psicológico) de la poesía; eso que en palabras de Macedonio Fernández
sería más o menos el reflejo de lo que pasa en el alma del poeta cuando percibe
sentimentalmente la realidad y acepta dolorosamente la contingencia.
Lo que
Enzensberger inventó fue una máquina capaz de crear poemas en cantidades
industriales sin repetirse nunca. Un sueño que comenzó a alimentar en los años
70 y que vio la luz gracias –signo de los tiempos– a un programa informático.
El sueño del poeta costó 200 mil marcos de entonces, unos 100 mil dólares de
ahora.
El invento
se llamaba, algo previsiblemente, Poesie-Automat, tenía la apariencia de esos
paneles de arribos y partidas que hay en cualquier aeropuerto y funcionaba
sencillamente oprimiendo una tecla. El poema resultante siempre tenía seis
versos.
La
Poesie-Automat producía un poema cada treinta segundos, y como esa capacidad de
producción era inagotable, se calculaba que en poco tiempo habría fabricado un
número de poemas superior a toda la producción hasta entonces creada por la
humanidad. (De hecho, la máquina existe aún y sigue funcionando en el Museo
Literario de la ciudad de Marbach.)
Como casi
toda la obra de Enzensberger, el invento era lo suficientemente inquietante
como para abrir ciertos interrogantes.
Algunos de ellos se pudieron oír en la
conferencia de prensa donde presentó su invento.
Por
ejemplo: ¿quién sería el autor: el inventor o el que hacía uso del programa? ¿O
la máquina? ¿La entrada en actividad de esta máquina señalaría el fin de una de
las actividades más viejas y prolíficas del arte?
Enzensberger
no se atrevió entonces a responder ninguna de estas preguntas. Lo que sí dijo
fue que todo lo que pretendía era que su
invento oficiara de patrón: “Quien no es capaz de escribir una poesía mejor que
una máquina tiene que dedicarse a otra cosa”, dijo.
De todas
formas, el resultado no salió como estaba previsto.
© Escrito por Guillermo Piro el domingo 09/08/2015
y publicado en el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.