Ni la bengala ni el rock and roll…
Con la masacre de Cromañon consumada quienes
suelen instalar los discursos dominantes de la sociedad comenzaron a darle
respuestas a la sociedad, la que a esa altura todavía se encontraba
aturdida por la magnitud del daño generado.
Los primeros misiles fueron dirigidos al rock chabon o barrial, movimiento
musical suburbano de incipiente crecimiento a partir de la década de los
noventa que venía a romper con las partituras y las metáforas de los grandes
músicos de nuestro rock nacional, para contar la cotidianeidad de los pibes de
los barrios donde la política noventista más daño había hecho.
La
estigmatización de este movimiento rockero se agudizó tremendamente con la
masacre de cromañon, donde se señaló como primeros responsables a los negros
que curten esa cultura: “Esto en el Colon no podía pasar porque ahí asisten
artistas y gente bien, no como los cabezas que escuchan rocanrol” era, en
resumidas cuentas, el mensaje que se bajaba a la sociedad.
Convertidos
en seres marginales se instalaron mentiras que aun hoy siguen instaladas, como
la que decía que en el baño había guardería de niños. Pensémoslo. Estos
negros tienen muchos hijos, son tan cabezas que van esos antros con sus pibes
y, como si fuera poco, los hacinan en los baños. El discurso cerraba de manera
perfecta, lástima que es una mentira atroz que buscaba poner la lupa en las
víctimas y no en los victimarios.
Así
fue que se elaboró la teoría de la “futbolización del rock”, cuyo argumento
central gira en torno a la cuestión del aguante y de las banderas, los
canticos, la pertenencia barrial y, en ese momento, las bengalas (que hasta hoy
se usan en las canchas, ya no en los recitales).
Siempre
esa lectura de los jóvenes tuvo cierta cuestión tendenciosa que buscaba reunir
y señalar todos los comportamientos “antisociales” y colocarlos en el centro de
la escena, dejando en un segundo (o tercer) plano las responsabilidades de los
señores de traje y corbata. Es un dedo que señala siempre al eslabón mas débil
de la cadena para luego cortarlo y que para lograr tal fin, omite contar, por
ejemplo, que una gran parte de los chicos fallecidos salieron con vida de
Cromañon y fallecieron al volver entrar al local en su intento de ayudar a
otros.
Después
nos quedamos sin lugares para ir a ver bandas, para los grupos chicos fue
dificilísimo mantenerse en la escena. A esa altura éramos todos peligrosos.
Algo parecido a lo que pasa con el fútbol, donde por esos grupos “que todos
conocemos” nadie puede ir de visitante a la cancha y en algunos clubes no se
puede ir ni de local, aunque en el caso del rock, siempre los más peligrosos
fueron los dueños de los boliches, bah… en el fútbol pasa lo mismo.
Yo,
hijo de una profesional y un comerciante, clase media sin problemas materiales,
cuarta generación quemera de mi familia, egresado de una secundaria católica
salesiana, blanquito y bien nutrido fui a despedir el año con mis amigos a
Cromañon. A ver una banda que casualmente había escuchado por primera vez ese
año o el anterior, viajando a Córdoba a ver Huracán. De pura suerte los ocho
que fuimos logramos salir con vida, una vida muy distinta a la que teníamos
hasta ese entonces, pero vida al fin.
Estuve
casi dos años prácticamente sin ir a la cancha, desinteresado de casi todo lo
que antes me interesaba, hablando casi exclusivamente de Cromañon. Tratando de
desarticular estos discursos, malditos, que solo suman más dolor al dolor.
Buscando justicia y haciendo ejercicio de memoria.
Siempre
recuerdo que mi viejo, después de un largo abrazo, me dijo, esa misma noche en
la esquina de La Rioja y Rivadavia que me había estado buscando entre los
chicos fallecidos y que veía que todos éramos iguales “todos eran pibes, de la
misma edad, todos teñidos de negro, pantalón corto, en cuero, todos eran como
vos hijo… les miraba las piernas haber si encontraba tu tatuaje de Huracán”.
Somos
todos iguales. Como en la tribuna. No importa si venimos de La Matanza, de San
Isidro, de Parque Patricios, La Boca, Congreso o Recoleta. Todos somos personas
y tenemos derecho de ir a un recital o a ver un partido de futbol y volver a
casa.
Hace
10 años 194 personas perdieron la vida. Ellos son víctimas de la codicia de
empresarios y políticos, de personas inescrupulosas y siniestras que piensan
más en el dinero y en el negocio que en las personas. No los mató ni la bengala
ni el rock and roll, los mató la corrupción y es nuestra obligación como
sociedad recordar. Recordar siempre. Saber que nos pudo tocar a todos y que
nadie está a salvo de ser víctima de los efectos directos de la corrupción.
Estas
líneas buscan rendir homenaje a los pibes que ya no están, especialmente a
Pablo, a Maria, Gerardo y a Laurita, hinchas de Huracán que alientan desde
arriba y a todos los quemeros, que estuvimos ahí y que hoy nos damos el lujo de
poder festejar este gran año que tuvo Huracán.
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Escrito por Tago Barea el miércoles 31/12/2014 y publicado por Patria Quemera de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.