Carta abierta
a Luis Brandoni...
"Le hablo a usted, Luis Brandoni. Hace
ya tiempo que quería decirle algunas cosas. No lo tuteo porque no me conoce,
aunque yo sí a usted; bueno, quién no conoce a Luis Brandoni en la Argentina.
¿Ve?, en esto me lleva ventaja, porque mis palabras son las de un ciudadano
anónimo, lo que hace que a veces lo que uno dice se transforme en una muda
súplica. Pero las suyas son palabras precedidas por la fama de un actor que
tiene tantas películas memorables en su haber. Es por eso que creo que hay una
responsabilidad especialísima en usted.
De todas las películas que interpretó, hoy quiero recordar una: “La
Patagonia Rebelde”. ¿Se acuerda? Seguro que sí, Luis. Se lo abrevio al lector:
es una historia real ocurrida en el sur argentino a principios del siglo XX,
cuando los trabajadores laneros pedían mejores condiciones y salarios dignos, y
el gobierno radical, en defensa de los intereses de los dueños de las
estancias, dio la orden al ejército para que terminara con esas protestas.
Usted que es tan memorioso, ¿se acuerda cómo termina esa represión, Luis? El
teniente coronel Héctor Benigno Varela, cumpliendo con la orden de “normalizar”
la situación, terminó fusilando a casi 1.500 trabajadores y deportando a otros
cientos hacia Chile y España. En esa película, usted, Brandoni, interpretaba al
gallego Soto, Antonio Soto, un español escapado de la miseria de su país, que
al momento de las huelgas se desempeñaba como secretario general de la Sociedad
Obrera de Río Gallegos.
¡Qué
tiempos esos; los del gallego Antonio Soto y los suyos, Luis, cuando interpretó
a ese luchador que enfrentó con dignidad la explotación miserable y el maltrato
de los terratenientes!
Pero hagamos más memoria. ¿Sabe de los apellidos de esa oligarquía estanciera
que relata la película? Recordemos algunos: Adolfo Bullrich, vendedor de todo
lo que la campaña de Roca le quitó a los pueblos originarios y dueño de la
mansión que hoy es el Patio Bullrich. Es el tatarabuelo del ex ministro de
Educación y actual senador macrista Esteban José Bullrich Zorraquín Ocampo
Alvear, tal su apellido popular. Y familiar directo de la Patricia, la ministra
de Seguridad de la Nación, la tía segunda de Esteban, descendiente de Honorio
Pueyrredón, ministro de Agricultura y posteriormente ministro de Relaciones
Exteriores del presidente Hipólito Yrigoyen, cuando ocurrió la represión en la
Patagonia. Estaban también los Braun, los Peña Braun, los familiares directos
del “patriota” (según Carrió) Marquitos Peña, el jefe de Gabinete del Gran
Bonete Mauricio. Ah, casi me olvidaba de Pinedo, el apellido que selló el
tratado Roca-Runciman, el que entregó a los ingleses el comercio de las carnes,
los frigoríficos y tantas cosas que hacían a la soberanía de la Nación. Aquel
es el familiar directísimo del calmo don Federico del PRO, el que fue
presidente por unas horas. ¡Qué apellidos! Y no por apellidos sino porque cada
una de esas familias han transcurrido el siglo XX y ahora el XXI preñados del
mismo dogma de clase.
Pero volvamos al presente. Déjeme ahora recordarle al lector, también a
usted y a mí, las palabras que por estos días les dirigió a los militantes y
argentinos macristas, en un video que grabó en Madrid, adonde aclara que estaba
“cumpliendo un compromiso asumido hace muchos meses”. Allí, con una bien
actuada voz, tan cercana al tono de homilía dominical de un cura párroco, dijo
lo siguiente: “Acá estamos, en España… ¡preocupado… pero no derrotado! Al
contrario, queda mucho por hacer, todavía. Por lo pronto, el sábado, el sábado
24, salgamos a las calles y las plazas de todo el país para mostrar y
mostrarnos que somos muchos, muchos más los que queremos un país republicano,
democrático y decente. Y prepararnos para la de ‘en de veras’, la del 27 de
octubre, con fiscales en todas las mesas, convencidos y seguros. Perdimos la
República muchas veces… otra vez no”. Y finaliza sollozando: “Abrazos y viva la
patria… eh”.
¿Qué es lo que lo que tanto le preocupa, Luis? ¿Qué insinúa con ese tono
mendicante, de hablar bajito, cuando balbucea: “Queremos un país republicano,
democrático y decente... con fiscales en todas las mesas, convencidos y
seguros”? ¿A qué argentinos está alertando cuando clama bajito: “Perdimos la
República muchas veces… otra vez no”?
Su soberbia indigna, pero más su falta de sentido democrático y
republicano, el que reclama para sí y para los suyos como patrimonio, dejándome
a mí y a millones afuera. Por eso quiero contarle sucintamente quién soy yo,
aún a sabiendas de que quizás usted nunca se entere de mis palabras.
Me llamo Marcos Doño; soy periodista y escritor. Como la mayoría de los
millones de argentinos, soy un ciudadano común con una historia particular
llena de momentos felices y también trágicos. Me crié en una familia de clase
media; mis abuelos paternos eran inmigrantes venidos de Turquía y los maternos
de Ucrania, escapando a las persecuciones y los pogroms antisemitas. Fueron
luchadores incansables, como lo eran todos los inmigrantes llegados a
principios y mediados del siglo XX. Mis abuelos paternos trabajaron en la
ciudad de Buenos Aires, en Córdoba, en San Isidro y en el partido de Tigre,
donde nació mi padre, un genio natural, músico de jazz y luego un pequeño
industrial, un trabajador incansable que se vio obligado a salir al ruedo de la
vida desde muy temprano, a los ocho años, trabajando de canillita. Los maternos
se asentaron en una colonia de un campo de Entre Ríos, donde junto a otros
fundaron una cooperativa agrícola. Eran esos gauchos judíos que cuenta la
novela homónima de Gerchunof. Y eran socialistas; socialistas de Palacios y de
Repetto, como me decía siempre mi zeide (abuelo). Y hablando de ese patriotismo
republicano que usted declama como un puñal que se clava en contra de los otros
argentinos, los que usted denuesta con cada sílaba, hay un hecho que quiero
destacar: mis abuelos tenían la costumbre de colgar la bandera argentina del
balcón en cada fecha patria. Y una de esas banderas me fue dada en herencia
como un tesoro invalorable. Así crecí, como tantos millones de argentinos,
envuelto en esta identidad, educado en la escuela pública, aprendiendo día a
día el sentido fundamental del trabajo y la honestidad como los valores
esenciales para una vida digna. La ironía maldita quiso, sin embargo, que un
día, mejor dicho una noche eterna, cuando estaba secuestrado y torturado, uno
de mis verdugos me dijera: “Que seas zurdo vaya y pase… pero donde la cagaste
es en que sos judío… vos no sos argentino”. Pero resulta que yo estaba allí,
estaqueado en esa cama de metal, desaparecido para el mundo, por ser un joven
apasionado que se había decidido a luchar por la Patria, por la República y por
la Democracia que usted y los suyos dicen defender y yo no, señor Luis
Brandoni.
La República perdida, esa que tanto le asusta, se vuelva a perder con el
peronismo, fue secuestrada durante la larga noche que dio inicio el 24 de marzo
de 1976 con el golpe de Estado. ¿Recuerda usted, Brandoni, los apellidos de
esos cruzados de la muerte que asolaron la Argentina durante los años de la
dictadura videlista? Busque y se va a encontrar con la sorpresa de que son las
mismas familias, los mismos apellidos que vienen de lejos en el tiempo haciendo
las mismas iniquidades desde que decidieron que la Argentina sería por siempre
su propiedad privada. Son los mismos apellidos que aborrecían a San Martín y
Belgrano y su política de construir una América grande, respetando a sus
pueblos originarios en su cultura y en el derecho a la propiedad de sus tierras
y sus bienes. A José de San Martín lo odiaban como hoy se odia a otras y a otros.
Por eso el Libertador debió irse y morir en Francia, porque no quiso participar
de la desunión nacional que promovía el odio a una clase. Y porque su asesinato
estaba resuelto. Bien, la mayoría de estos apellidos los va encontrar también
reunidos en la Sociedad Rural Argentina. Son los mismos que no tuvieron empacho
en insultar y silbar a Raúl Alfonsín, su amado Alfonsín, quien fue claro cuando
dijo que Macri era el límite para un radical, en un acto antidemocrático en
contra de todo lo que representaba su política distributiva. Usted lo sabe, don
Luis, esos gritones ganaderos no eran peronistas.
No, Luis. La vida y la historia no son blanco y negro. Y como en las
mejores familias, en los partidos hay de todo; un Alfonsín y un Sanz, un Moreau
y un Negri, un Néstor y un López Rega, como el que lo persiguió a usted. Y
también a mí, don Brandoni. Y también a tantos peronistas asesinados por esa
banda de ultraderecha, las Tres A, que usted siempre pone en punta de lengua
cuando quiere tipificar al peronismo de antidemocrático y antirrepublicano. Eso
se llama maniqueísmo, Brandoni. Porque usted sabe, o debería saber, que el
“brujo” López Rega era de la misma estirpe ideológica que Rivarena Carlés,
aquel allegado al radicalismo que casi un siglo atrás comandó la Liga
Patriótica durante la Semana Trágica.
No hay ángeles ni demonios, como usted quiere don Luis Brandoni. Sólo hay
seres humanos. Por eso la historia es así, sinuosa, como los amores y los
odios. Pero si se trata de robo, de saqueo masivo, de robar la República,
debería coincidir conmigo en que son ellos, don Luis, los que verdaderamente se
robaron la República, una y otra vez. Y mire usted, son los apellidos que hoy
defiende con tanto ahínco como la garantía de la democracia y el
republicanismo. Tampoco ignora usted, Brandoni, quiénes llenaron las cárceles
de la dictadura de los Pinedo, los Bullrich, los Ortiz Ocampo, los Alvear. En
su mayoría eran peronistas. ¿Entonces?
Y conste que por esos días yo no sólo no era peronista sino que muchas
veces me había comportado como un gorila profesional. Pero eso sí, mi gorilismo
jamás rozó el odio, como el que usted transpira. ¿Cómo podría odiar sabiendo
que allí anidaba el clamor de la mayoría del pueblo argentino trabajador? Lo
mío era un antiperonismo como el de Julio Cortázar o el del Che Guevara. Era
más bien un arraigo cultural, una costra de prejuicio nacida de la mirada
general de una clase media que odiaba al general, y también de cierta ortodoxia
marxista que cabalgaba en mis venas y que me impedía acceder, como lo haría
años después, y como finalmente lo hicieron Cortázar, el Che y tantos, a la
comprensión de un movimiento popular que para otros millones nunca dejaría de
ser la encarnación de todos los males de la Argentina. Reconozco que en mí
siempre había anidado una llama que más de una vez me hacía repensar mi
posición.
Esa llama la había encendido mi madre, quien desde lo puramente sentimental
se había sentido cerca de ese pueblo peronista al que el odio de clase no
esperó para etiquetar como el “aluvión zoológico”, desde ese primer 17 de
octubre, cuando las masas obreras llegaron y se concentraron en la Plaza de
Mayo.
Seguro que usted, Brandoni, como tantos otros millones de argentinos, están
convencidos al día de hoy quienes comenzaron con la grieta. Pero no busque tan
cerca porque no fue ni Cristina, ni Néstor, ni Perón, ni en alguna grieta
lejana en el tiempo, que de tanto en tanto se abre. Esta última, la que divide
a peronistas de gorilas, no la va a encontrar en los cuentos y diatribas de
Jorge Lanata, Majul, Leuco y usted mismo. ¡No! Al menos tenga valentía
intelectual de buscarla en el odio de clase que bautizó a la clase trabajadora
de “aluvión zoológico”, cuando la alegría de sentirse dignificados y visibles
los llevó a marchar y concentrarse por primera vez en la historia en la Plaza
de Mayo, ese 17 de octubre de 1945. Ahí la va encontrar, en el odio explícito y
explicitado de una clase social en contra de otra. Hoy, el aluvión tiene otros
nombres para ese odio de clase. Se llama “grasa militante”, “choripaneros”,
“planeros”, “camporistas”, “vamo' a volver”.
Por todo esto, por sus dudas y por las dudas que peligrosamente usted está
tratando de inyectarle a la población, don Brandoni, quiero decirle lo
siguiente: Yo soy un ciudadano común que sufrió la cárcel de la dictadura por
espacio de casi dos años. Yo viví la muerte, la tortura y las vejaciones más
indecentes en carne propia y las sufridas por mujeres y hombres que lucharon
por recuperar la República perdida, la República de todos.
Yo soy un ciudadano que se alegró como millones de argentinos cuando la
democracia volvió de la mano de Alfonsín como presidente. Un Alfonsín que fue
votado por propios y por peronistas. Un Alfonsín que poco tiempo después,
cuando su gobierno estuvo acorralado por los militares golpistas carapintadas,
se sostuvo en el poder por el apoyo y la lucha de todos los argentinos que
salimos a defender la democracia y la República.
Yo soy un hombre común, Brandoni. Soy un hombre decente y republicano que a
pesar de haber sufrido el exilio y escarnio, y de haber estado tantas veces
cerca de la muerte junto a mi esposa, pude formar una familia maravillosa con
tres hijos y nietos que somos parte de la construcción de esta Nación que usted
cree es honesta sólo si se la piensa como usted. Por eso yo no voy a permitirle
que desde el odio y el resentimiento más profundos, únicas guías de su lengua,
me acuse a mí y acuse a millones de argentinos de ser parte de una especie de
conspiración que quiere destruir la República.
Le pido que repase en su memoria los apellidos que hoy gobiernan este país
y que usted hoy defiende con tanta pasión, alimentado por su memoria cada día
más selectiva, tan selectiva como lo es una clase dominante en detrimento de la
clase dominada. Son ellos, Brandoni. Allí va a encontrar los apellidos que se
robaron la República y la Democracia con toda la indecencia que se pueda uno
imaginar.
Y concluyo: no lo odio Brandoni como sí usted me odia a mí. Lo que sí puedo
afirmar y decir con razón es que le he perdido todo respeto".