Doble desafío papal…
A solas. Francisco recibió esta semana a Nelson
Castro, en medio de la cumbre anti pederastía. Fotografía: Gentileza Santa
Sede
Puso la tolerancia cero y abuso cero como
objetivos, pero tiene internas en el Vaticano. Jornadas históricas.
© Escrito por Nelson Castro el domingo 24/02/2018 y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Roma eterna; bella Roma; Roma intensa;
apasionante. Ciudad
de confluencia de lo antiguo y lo moderno. Ciudad de
encuentro. Ciudad de vértigo. Sucia en muchas partes. Viva y pujante en todas
partes.
En el medio de
ese mundo representativo de lo que podríamos llamar lo “italiano” –con todo su
fragor– se levanta la Ciudad
del Vaticano.
Caminar por sus jardines
–imponentes,majestuosos, feéricos– es entrar en un tiempo ido. Reina allí un
silencio estrepitoso. Son jardines de un verde intenso que están impecablemente
cuidados. Hay un aire de medievo que se percibe a cada paso. La historia sale
el encuentro del visitante en cada rincón.
La historia del
papado no es solo la historia del catolicismo, sino también la historia de la
humanidad. Es el reflejo de la Iglesia “inmaculata ex maculata” (santa e
integrada por pecadores) de la que habló Benedicto XVI en una homilía devenida
célebre. En el Vaticano conviven
la santidad y el pecado. Hay santidad en las miles de historias
de fieles servidores de la Iglesia del orden religioso y del orden laico que
son ejemplos de vida cristiana: humildes, serviciales, solidarios, generosos y
misericordiosos.
Hay pecado en
otras muchas historias de quienes, debiendo ser servidores de la Iglesia, se
sirven de ella en la búsqueda de poder y riqueza. Los males del poder son la
causa de las intrigas vaticanas. Son novelescas las de los papas de la
Antigüedad. Cómo no
recordar las de Alejandro VI (Rodrigo Borgia), Julio II (Giuliano della
Rovere), o Inocencio III (Lotario di Segni). Son también
novelescas las intrigas de los papados de la modernidad. Las sufrió Benedicto
XVI. Tanto las
sufrió que decidió abdicar. Y las sufre también Francisco.
En ese contexto
se han venido realizando las jornadas del encuentro sobre “La protección de los menores en la
Iglesia”, que han atraído la atención del mundo por la
dimensión de la convocatoria y porque es la primera vez que un papa propicia
una reunión de este tenor para tratar el doloroso, duro, traumático y dramático
tema del abuso sexual en sus diversas formas por parte de sacerdotes y
religiosos en sus distintas jerarquías.
La amplia
participación –los presidentes de 114 conferencias episcopales, madres
superioras de diez instituciones religiosas femeninas y 190 relatores– le ha
dado al encuentro un marco de alto impacto. Es la amplitud de esa participación
la que ha servido para contrarrestar las voces de los sectores
ultraconservadores de la Iglesia que son los enemigos declarados de Francisco y
que intentaron boicotear esta iniciativa. Sus voceros fueron en estos días el
cardenal Raymond
Leo Burke, que fue prefecto del Tribunal Supremo de la
Signatura Apostólica, y del cardenal Walter
Brandmüller, presidente emérito del Comité Pontificio de
Ciencias Históricas. Ambos
vienen criticando fuertemente al Papa y negando la existencia de estos delitos.
Los dos están identificados claramente con el clericalismo, que es una
corriente de pensamiento que sostiene que el clero debe inmiscuirse en los
asuntos de la política a la manera de una casta superior e intocable.
Histórico. Las circunstancias han
querido que este encuentro histórico coincidiera con la fecha de la entrevista
que me concedió el Sumo Pontífice para mi próximo libro La salud de los papas, de León XIII a
Francisco. “Tenemos un gran desafío con este encuentro: escuchar a las víctimas y comenzar a
trabajar seriamente en la prevención.” Y está claro que
Francisco ha estado trabajando sobre el tema con intensidad. De ahí que en la
primera jornada haya presentado un protocolo de 21 puntos con la idea de que
esa sea la hoja de ruta concreta sobre la que se orienten las conclusiones de
estas jornadas y su posterior implementación.
He ahí un
verdadero desafío. Un desafío que reconoce la existencia de un camino lleno de
dificultades. Dificultades
que nacen de la compleja realidad interna de la Iglesia. Uno de
los temas de mayor discusión ha sido la necesidad de uniformar el accionar de
los distintos episcopados. Esto será posible si hay por parte de cada uno de
ellos una convicción verdadera de avanzar sin fisuras en la dirección que les
impone el Papa. Y ahí aparecen las primeras dudas tanto dentro como fuera de la
Iglesia. Marco
Politti, coautor junto con Carl Bernstein del
libro Su Santidad,
en el que revela los manejos políticos del Vaticano durante el papado de Juan
Pablo II y
su rol en la caída del comunismo y un profundo conocedor de la curia,
nos señalaba las dudas que genera la real voluntad que tengan los obispos y
cardenales de cada país de poner en práctica estas medidas. El arzobispo de
Malta, monseñor Charles
Jude Scicluna, un obispo clave en las investigaciones de
los casos de abuso que terminaron por desenmascarar las conductas perversas del
sacerdote chileno Fernando
Karadima y la protección que le brindó el obispo de
Osorno Juan de
la Cruz Barros Madrid, fue claro al respecto: “Deberemos trabajar intensamente para
lograr que esto se lleve a la práctica”.
Francisco también sufre las intrigas del papado, como las sufrió
Benedicto XVI
Pero junto con
las resistencias que pudieran aparecer en los distintos episcopados, están las
resistencias internas de la curia romana. Esta es una preocupación no solo de
Francisco, sino también de su predecesor, Benedicto XVI. El cardenal Sean
Patrich O’Malley, arzobispo de Boston nombrado por el Papa
a fin de encabezar una comisión que trata el tema de los abusos a chicos, fue
muy claro: “Este es uno
de los puntos más importantes de esta reunión y sobre esto tendrán que trabajar
mucho”. La presencia de O’Malley como uno de los expositores en
la conferencia de prensa tuvo, además, un fuerte contenido político desde el
punto de vista de la interna vaticana. O’Malley, que fue uno de los papables en
el cónclave de 2013, es un hombre que tiene posturas muy firmes respecto de la
necesidad de ser absolutamente inflexibles con los curas abusadores. Fue él
quien hizo sentir su voz acerca de la necesidad de escuchar el reclamo y los
testimonios de las víctimas que denunciaban a Barros durante el viaje
conflictivo de Francisco a Chile en enero de 2018.
Esa alerta dio pie a
ríos de rumores que hablaban del distanciamiento entre Francisco y O’Malley. La presencia del arzobispo de Boston
en condición de integrante del panel de expositores fue una desmentida rotunda
a tales rumores.
“Concretezza e
efficacia” (concreción y eficacia) es lo que está requiriendo el Papa de este
encuentro, conceptos que pronunció con énfasis en su discurso de apertura de la
jornada inicial. Lo dijo sabiendo lo que todos los participantes iban a
escuchar como primer testimonio de una de las muchas víctimas que se han hecho
presentes en Roma. Ese testimonio fue el de Juan
Carlos Cruz: “Ustedes son los doctores de las almas, y sin
embargo, con excepciones, se
han convertido, en algunos casos, en los asesinos de la fe”.
Caso
clave. Cruz es un protagonista clave de todo el proceso que culminó con
esta reunión inédita en la historia de la Iglesia. Fue –es– una de las víctimas
del sacerdote chileno Juan Carlos Karadima. El caso Karadima, que complicó
seriamente al obispo de Osorno, Juan Barros Madrid, tuvo repercusión mundial
durante la visita de Francisco a Chile. Karadima era un sacerdote de alta
llegada a las clases media alta y alta de la sociedad en Santiago de Chile, y
las denuncias en su contra tuvieron alto impacto. El hoy sancionado obispo
Barros era entonces un sacerdote que había sido discípulo del cura abusador.
Cuando las víctimas denunciaron a Karadima hicieron saber que, teniendo
conocimiento de lo que estaba pasando, Barros nunca lo denunció. En ocasión de
su viaje a Chile, el Papa fue informado del caso y, en busca de su
confirmación, habló con el cardenal Francisco
Javier Errázuriz Ossa, primado de la Iglesia chilena. “Le pregunté en cuatro ocasiones si lo
del encubrimiento de monseñor Barros era verdad y las cuatro veces me lo negó”,
se le escuchó decir al Papa como respuesta ante quienes lo alertaron de lo
equivocado que era defender al entonces obispo de Osorno. Por eso Francisco
contestó destempladamente a los periodistas chilenos que lo consultaron sobre
ese tema en aquel viaje realizado sobre fines de enero del año pasado.
Afortunadamente, las evidencias de la inconducta de Barros le
llegaron al Papa en el tramo de la gira que lo llevó a Perú.
Advertido de su error, el
Sumo Pontífice pidió perdón en la conferencia de prensa a bordo del avión que
lo llevaba de regreso a Roma. Una vez allí convocó a Juan
Carlos Cruz y a otras víctimas del padre Karadima ante las que se disculpó y a
las que escuchó con toda atención para luego llamar al Vaticano a todos los
obispos chilenos. Allí los reprendió por su actitud de ocultamiento del caso,
lo que derivó en la renuncia de varios de ellos, empezando por el cardenal
Errázuriz.
La presencia del arzobispo de Boston desmintió rumores de
distancia con el Papa.
Como bien escribió Ignacio Cloppet en
la edición de ayer de PERFIL,
el Papa ha decidido ponerse la Iglesia sobre sus hombros. La frase expresa a la
perfección el valor de estas jornadas. Y es así de cierto porque ha sido el
empeño personal de Francisco el que ha movilizado todas las estructuras de la
Iglesia para que esto fuera posible. Movilizar estas estructuras significa
vencer resistencias. Resistencias que se han manifestado durante los tres días
de discusión. Cuando esta edición esté en la calle, ya habra culminado la misa
de cierre.
Los dos desafíos –una de las palabras claves durante todo el
encuentro– que quedan planteados son: tolerancia cero y abuso cero. Tolerancia
cero refiere al castigo a quienes cometen estos hechos aberrantes. Prevención
cero habla de la necesidad de extremar las alertas y trabajar intensamente en
mejorar la formación de los sacerdotes para evitar la comisión de estos
delitos. Una de las herramientas fundamentales será la evaluación psicológica
de todos y cada uno de los aspirantes al sacerdocio. En este marco apareció el
tema de la homosexualidad. Monseñor Scicluna fue muy claro: “De ninguna manera podemos asociar a la
homosexualidad con el delito de abuso sexual” –dijo ante una
pregunta sobre este punto.
"Ustedes son los doctores de almas, pero en algunos casos,
fueron asesinos de la fe"
Entre las víctimas hay posiciones diferentes. Es algo
absolutamente entendible. Cada una de ellas procesa sus terribles experiencias
como puede. Hay quienes, como Cruz, valoran la decisión del Papa y
comprenden las dificultades que tendrá para imponer su deseo de
tolerancia cero y abuso cero. Y hay quienes, como Miguel Hurtado, un catalán de
32 años abusado por el abad de Monserrat, Andreu Soler, que se siente desencantado
porque cree que hay un riesgo muy alto de que el Papa diga una cosa y los
obispos terminen haciendo otra. Y en el medio hay un tema no menor: el dinero.
Hay víctimas que demandan un resarcimiento económico. Y esto también es una
alerta que preocupa a los obispos.
En Boston,
luego de haberse denunciado los muchos casos que allí hubo, llegaron demandas
civiles que obligaron a la Iglesia a pagar altas indemnizaciones –80 millones
de dólares– que complicaron –y complican– aún hoy fuertemente sus finanzas.
Obispos en alerta: hay víctimas que demandan un resarcimiento
económico.
“El abuso sexual de niños y jóvenes se
debe, en gran medida, al abuso de poder en el ámbito de la administración.En
este sentido, la administración no ha ayudado a cumplir la misión de la
Iglesia, sino que, por el contrario, la ha oscurecido, la ha desacreditado y la
ha hecho imposible”, expresa uno de los párrafos más significativos de la
declaración de los obispos de ayer.
Este párrafo
refleja contundentemente las intrigas y las complicidades de poderosos sectores
internos de la Iglesia que han impedido investigar y castigar a los autores del
aberrante delito del abuso sexual. Acabar con este mal genera luchas intestinas
intensas, feroces. Hoy la Iglesia “inmaculata ex maculata” de la que hablaba
Benedicto XVI asiste a una verdadera cruzada en pos de acabar con ese entramado
de complicidades que encubrió a tantos curas delincuentes y perversos. De cual
sea el resultado de esta cruzada depende no el papado de Francisco, sino, como
lo dijo con todas las letras el cardenal de Chicago Blase
Cupich, el futuro de la Iglesia católica.
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