El Estado Islámico declaró una guerra global...
Contexto. Los
ataques en París se inscriben en la misma lógica de extrema violencia que
caracterizó las tres operaciones anteriores, destinadas a “sancionar” a los
enemigos del EI, que en los últimos meses intensificaron su participación en la
guerra contra los yihadistas en Siria. Ahora faltarían Irán, Estados Unidos y
varios países europeos. Foto: AFP
Las cinco horas que duró el múltiple ataque en
París permitieron comprender, entre otras cosas, que se amplió el perímetro de
la confrontación con el terrorismo yihadista y que el mundo entró en una
dimensión atroz de la política, con la cual será necesario convivir durante un
largo tiempo.
Los horrendos atentados del viernes en París
representan una escalada en la estrategia del movimiento yihadista Estado Islámico
(EI) para extender el perímetro de la guerra al exterior de Oriente Medio y, en
particular, a Estados Unidos y a las principales potencias europeas. Pero ese
círculo del terror ciego también incluye otros países en lucha contra los
grupos islamistas más radicales, como Rusia, el movimiento chiita Hezbollah y
probablemente Irán.
Esa interpretación, formulada por expertos en
cuestiones de terrorismo islamista y por los servicios de inteligencia
franceses, confirma el sentido que tiene la serie de recientes atentados
reivindicados por el grupo terrorista que dirige el autoproclamado califa Abu
Bakr al-Baghdadi.
También surge de una proclama difundida en marzo
pasado por el vocero oficial del EI, Abu Mohammad al-Adnani, anunciando que su
movimiento proyectaba atacar París “antes de Roma y antes de Al-Andalous”
(nombre de España durante la dominación árabe de 711 a 1492). En la misma
declaración, prometía igualmente “hacer explotar la Casa Blanca, el Big Ben y
la Torre Eiffel”, clara alusión a posibles ataques contra Washington, Londres y
París.
En esa lista, curiosamente, no figura Alemania.
Esa ausencia se explica, tal vez, por el hecho de que ese país tiene una
participación extremadamente limitada en la lucha contra el EI, también
conocido como Daesh o ISIS, por sus siglas en árabe o en inglés.
La extensión del perímetro de la guerra comenzó
con el atentado perpetrado el 11 de octubre en Turquía, que provocó 97 muertos
y 507 heridos durante una manifestación kurda por la paz en el centro de
Ankara. El ataque, oficialmente reivindicado por Daesh, fue el más sangriento
de la historia moderna del país. Desde el punto de vista político, constituyó
una agresión contra el presidente Recep Tayyip Erdogan, que había mantenido una
posición ambigua en el conflicto sirio hasta que pactó una revisión de su
alianza con Estados Unidos. Erdogan aceptó facilitarles el uso de la base aérea
de Incirlik y lanzar ataques contra el EI a cambio de tener manos libres para
bombardear a los resistentes kurdos en la frontera sirio-iraquí.
Detrás de ese episodio se produjo la explosión de
una bomba colocada en un Airbus A-321 de la empresa rusa Metrojet, que había
despegado poco antes de la estación balnearia de Sharm el-Sheikh, en la
península del Sinaí. El atentado perpetrado el 31 de octubre, que provocó 224
muertos, fue reivindicado por el grupo yihadista Wilayat Sina (Provincia del
Sinaí), rama egipcia de Daesh, en represalia por la intervención rusa en Siria
desde fines de septiembre.
El tercer ataque de gran envergadura ocurrió el
jueves pasado en el barrio de Bourj al-Barajné, un feudo del movimiento chiita
Hezbollah ubicado en el sur de Beirut. Dos kamikazes hicieron estallar sus
cinturones con explosivos en una calle comercial, en lo que constituyó el
atentado más sangriento perpetrado en el Líbano desde el final de la guerra
civil, en 1990: 41 muertos y más de 200 heridos.
Los ataques de París se inscriben en la misma
lógica de extrema violencia que caracterizaron las tres operaciones anteriores,
destinadas a “sancionar” a los enemigos del EI que en los últimos meses
intensificaron su participación en la guerra contra los yihadistas en Siria.
Si el EI continúa con ese método, faltarían ahora
Irán, Estados Unidos y los países europeos descriptos por Al-Adnani en marzo
último.
En cualquier caso, a la luz de los atentados de
París, resulta evidente que en las últimas semanas el EI dio un verdadero salto
cualitativo y cuantitativo en su acción. En lugar de los ataques punitivos
puntuales contra objetivos simbólicos, como ocurrió en enero último en París
con el semanario satírico Charlie Hebdo y el supermercado judío, ahora las
operaciones tienen un carácter masivo e indiscriminado.
“Entramos en una nueva etapa del terrorismo. Ya no
hay blancos privilegiados. Matan donde ven que hay vida”, analizó Christophe
Caupenne, ex negociador del RAID (siglas francesas de Investigación,
Asistencia, Intervención y Disuasión), cuerpo de élite de la Policía francesa.
Otra característica de esa escalada es que eligen
“objetivos extremadamente vulnerables, en los que hay una gran presencia de
público y que, por definición, son extremadamente difíciles de proteger”,
indicó por su parte el profesor Mathieu Guidère, experto en geopolítica e
historia del mundo árabe y musulmán. “El único objetivo que persiguen es causar
miedo, miedo, miedo”, agregó. Conociendo ese modus operandi, las fuerzas de
seguridad se preparan desde hace años para ese tipo de acciones.
El cambio de estrategia comenzó a operarse después
de la toma de rehenes en el teatro de la Dubrovka de Moscú, en octubre de 2002,
y en la escuela de Beslan (Rusia), organizada en septiembre de 2004. Ambos
ataques, perpetrados por terroristas chechenos, tuvieron como pretexto
emprender una larga negociación con las autoridades con el argumento de
organizar la liberación de rehenes a cambio de los prisioneros de ese grupo
separatista. Pero, en realidad, “el verdadero objetivo es lograr un fin
propagandístico: ganar tiempo para que crezca el sentimiento de miedo en la
población”, explica Frédérik Gallois, ex responsable del Grupo de Intervención
de la Gendarmería Nacional (GIGN).
Por esa
razón, cuando se trata de tomas masivas de rehenes –como el viernes en París–,
los cuerpos de élite no se dejan arrastrar a un proceso de negociación porque
saben que, in fine, los secuestradores quieren dilatar el desenlace y nunca
liberarán la gente que tienen en su poder.
Fue esa experiencia la que indujo al RAID y al
GIGN a desechar los contactos que intentó el comando que irrumpió a sangre y
fuego en la sala de espectáculos Bataclan. En dos ocasiones, aparentemente, los
terroristas intentaron tomar contacto con la policía para abrir discusiones.
Pero, sabiendo que el comando había provocado numerosas víctimas y que seguía
matando uno a uno a los rehenes, la única posibilidad de poner término a ese
baño de sangre era intervenir en forma inmediata, explicaron Caupenne y
Gallois.
Las cinco horas que duró el múltiple ataque de
París permitieron –entre otras cosas– comprender que se amplió el perímetro de
la confrontación con el terrorismo yihadista y que el mundo entró en una
dimensión atroz de la política con la cual será necesario convivir durante un
largo tiempo.
© Escrito
por Christian Riavale el domingo 15/11/2015 desde la Ciudad de París y
publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.