Muchachos cristinistas...
Las espadas del pensamiento y la acción oficial se cruzan
duro en el momento menos oportuno. Culpas y riesgos.
De pronto, en un segundo, Cristina, la mujer más poderosa de nuestra
historia política, puso su vida en manos de un cirujano santafesino. Corrió
frío por la espalda de la democracia y de 40 millones de ciudadanos. El cáncer
se transformó en metáfora de la fragilidad del ser humano y la soledad del
poder, ejercido en forma unipersonal, dejó de tener todas las respuestas.
Muchos se preguntaron mil veces sobre la utilidad de tanta concentración en una
sola espalda y por la nula representatividad de la línea sucesoria, tanto de
Amado Boudou como de Beatriz Alperovich.
Fue muy extraño porque sucedió justo en un momento de cuestionamientos
puertas adentro del kirchnerismo como no había ocurrido jamás en ocho años. Lo
nuevo es que algunas incipientes rebeldías agrietaron el relato monolítico y el
dique de contención del debate interno. A saber:
Una ley de terror.
El ala frepasista se atrevió a levantar la voz contra una orden de la
Presidenta aunque, en su versión parlamentaria, votó “con obediencia debida,
escupiendo para arriba”, como calificó Pablo Micheli, líder de la CTA. Horacio
Verbitsky, Eugenio Zaffaroni, Estela de Carlotto, Hebe de Bonafini y Ricardo
Forster coincidieron en señalar que el Gobierno cedió ante “una extorsión de
los Estados Unidos a través del GAFI”. También en que el concepto de terrorismo
es bastante difuso (etéreo, dijo Forster) y que el peligro no es el gobierno de
Cristina, que ya demostró que no criminaliza la protesta social, sino “los
jueces de la dictadura o los gobiernos fachos que puedan venir” (Bonafini).
Algunos se animaron a pedirle a la Presidenta que vetara la ley, pero ella se
expresó a través de sus diputados. Desde Martín Sabbatella hasta Remo Carlotto
votaron esa ley represiva y reaccionaria pese a que los números siempre fueron
holgados para el oficialismo.
No me peguen, soy Feinmann.
La blogosfera K todavía está debatiendo qué fue peor: la declaración
filmada que José Pablo Feinmann le hizo al diario La Nación, la que luego quiso
aclarar y oscureció por radio, o su intento de victimizarse de una puñalada en
la columna que escribió en Página/12. Hubo críticas feroces como pocas veces
entre “gente del palo”. Terminología que habitualmente se utiliza contra los
que están del otro lado de la medianera que divide el campo popular de la
derecha destituyente. En la versión puntocom de los productos subsidiados de
Diego Gvirtz se acusó a Feinmann de haber actuado “sartreanamente de mala fe”
porque “ofreció en bandeja de plata el mejor título que podría haber deseado La
Nación”. Feinmann exigió cosas insólitas, como que Cristina done diez millones
de dólares para construir un barrio, y fue muy duro con los camporistas de
Estado por tener “un exceso de pragmatismo y carencia de ideas”. No entendió
que Cristina toma cada reproche a La Cámpora como un insulto personal. En su
último discurso público, la Presidenta tuvo sentado en primera fila al estado
mayor de esa agrupación, que actúa como el brazo ejecutor de las ideas de la
única persona en la Tierra capaz de cuestionar en la cara a Cristina: Máximo.
Ricardo Forster le tiró un gancho de izquierda al lugar más vulnerable de
Feinmann: su ego. Le dijo textualmente a María O’Donnell que “su problema era
ser feinmanniano, porque si es sólo él, no piensa que también hay un nosotros.
No supo salir de ese horrible discurso que construyó”. Es que Feinmann no sólo
manifestó su incomodidad por “adherir a un gobierno popular de dos
multimillonarios que te hablan de hambre”, en referencia a la fortuna de más de
70 millones de pesos que el matrimonio Kirchner acumuló durante estos años en
los que tuvo cargos públicos, desde 1987. Después, quiso justificar lo
injustificable y al igual que la diputada Diana Conti en su momento planteó
algo así como que Cristina necesitaba el dinero por si en algún momento tenía
que exiliarse.
Aristocracia obrera y ajuste ortodoxo.
Julio Piumato logró un récord. Fue el primer kirchnerista que tuvo la
osadía de llamar “gorila” a dos cuadros de confianza de la Presidenta: Aníbal
Fernández y Ricardo Echegaray. Fue una respuesta a los cuestionamientos
antisindicales que la Presidenta volvió a plantear ante los gobernadores y en
clara referencia a los camioneros, judiciales, trabajadores de la AFIP y de
Aerolíneas, entre otros, que llamó “aristocracia” que defiende más sus
privilegios que los derechos laborales. Fue Bakunin el primero que utilizó en
1872 el concepto de “aristocracia obrera” al decir que esas elites laborales
“no son la flor del proletariado” ni los más revolucionarios. Pablo Moyano no
entiende de sutilezas anarquistas y amenazó con tirarle el camión encima a la
patronal y consiguió el bono de 2.500 pesos para fin de año que otros gremios
envidian y quieren imitar. Por eso, porque no se domestican ante Cristina, está
“suspendido” para siempre el diálogo entre la Presidenta y el jefe de la CGT.
Hay agendas distintas para el futuro próximo.
En el cuestionamiento al titular de la AFIP, además de los gremialistas del
sector que lo acusaron de “creerse Dios y tener actitudes casi dictatoriales”,
se sumó un dirigente honesto y valiente que se las trae, Marcelo Saín. Primero
respaldó la versión de intelectual crítico de Feinmann, aunque luego el recule
en chancletas del filósofo lo dejó colgado del pincel. Pero Saín, que es
diputado por el sabbatellismo, fue muy feroz contra Echegaray al sugerir que
había “protegido a contrabandistas en la Aduana”. Dicen que habrá más
informaciones para este boletín y que en los próximos días Saín aportará una
denuncia con pruebas firmes. Eso dejaría a Echegaray con un pie afuera del Gobierno
y a Saín con los dos afuera del kirchnerismo y acusado de “traidor”.
La Cámpora destituyente.
Institucionalmente, es peligroso que legisladores o funcionarios
camporistas sólo acaten las órdenes de Cristina o Máximo y desafíen a sus
superiores. Es el caso de Cobos pero al revés. Daniel Scioli lo padeció desde
el primer minuto y fue sólo un anticipo. Le pasó lo mismo a Daniel Peralta, el
gobernador santacruceño más despreciado por Cristina. Esa obsesión presidencial
produce inestabilidad destituyente a los jefes provinciales que fueron elegidos
por el mismo voto popular que ella. Intervenir o teledirigir las provincias en
forma encubierta no es un ejemplo republicano.
Cierta insubordinación de la tropa que recién amanece es una medicina
amarga. Y ponerles el cuerpo a todos y cada uno de los problemas no es la mejor
actitud para una Presidenta de todos que tiene que entrar a un quirófano.
© Escrito por Alfredo Leuco y publicado por el Diario
Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el viernes 30 de Diciembre de 2011.