Aprecios y desprecios...
Control o acuerdo, los precios siempre son el punto de fuga, el agujero que desagota el salario. El problema es el mismo, pero los remedios cambian. El aumento de precios ha sido y es un instrumento para aumentar ganancias bajando la capacidad adquisitiva del salario. En vez de control de precios, el Gobierno eligió el acuerdo de precios. Fue una apuesta a la madurez democrática. Disparar los precios, como pretenden algunos empresarios ahora es querer fusilar los salarios, pero además es suicida para el proceso de crecimiento económico del que también resultaron favorecidos los empresarios de todos los sectores de la economía.
Repetición y olvido, olvido y
repetición, repetición y tragedia. Gobiernos populares, distribución del
ingreso, aumento de la demanda, disparada de precios. “En esto, compañeros, ha
habido siempre falsos mirajes producidos por los intereses. El que no quiere
molestarse en nada dice que el Gobierno haga bajar los precios: el comerciante
que quiere robar dice que lo que corresponde es dejar los precios libres.”
Frases y frases: “Veamos y tengan calma; y espero que anoten bien nuestros
enemigos. Veamos el aumento del consumo. La redistribución de los ingresos, el
que compañeros que no trabajaban, trabajen, el que los que recibían menos de dos
sueldos vitales tuvieran un reajuste superior al alza del costo de la vida, ha
significado una mayor demanda”. Son frases de Perón y Allende, con sus
diferencias, uno justicialista y el otro socialista, pero protagonistas ambos
de gobiernos populares en un pasado en el que esos gobiernos nunca terminaban
bien. Un pasado que abrió el camino de la violencia.
Todos los gobiernos que sucedieron a
esos procesos se dedicaron a deconstruir, a retrasar y deshacer lo que se había
avanzado. Fue un proceso de desigualamiento material, pero también en la
cultura, en el cercenamiento de derechos y en el descrédito de las ideologías
populares, en general de todas las formas de pensar que no profesaran la nueva
fe de los Chicago Boys, del capitalismo salvaje y el neoliberalismo.
No hay demasiadas nuevas, también
está en la historia que los golpistas prepararon el clima a través de
periodistas y medios de la derecha conservadora que se dedicaron a amplificar
la desazón y la angustia profetizando la llegada de un Apocalipsis final por
culpa de esos “irresponsables” o “tontos” o “maliciosos” o “rojos” o
“fascistas” o “ignorantes” o “corruptos”. Esa campaña nunca iba a reconocer que
el verdadero pecado no era ninguno de ésos, sino las políticas de distribución
del ingreso y ampliación de derechos, lo que equivalía a la pérdida de
privilegios de las clases acomodadas. Alguna de esas injurias pasaron de moda,
pero la mayoría se vuelve a escuchar o leer ahora como una letanía que acompaña
siempre a procesos o medidas que afectan intereses. Hubo personajones que
criticaron por izquierda los avances de esos procesos y que, olvidándose de sus
falsas y grandiosas nacionalizaciones y socializaciones con las que se
opusieron a las que sí se hacían, se sumaron sin vergüenza a estas campañas
conservadoras. Tampoco eso es nuevo.
“Hace pocos días dije al pueblo de
la República, desde esta misma casa, que era menester que nos pusiéramos a
trabajar conscientemente para derribar las causas de la inequidad creada a raíz
de la especulación, de la explotación del agio por los malos comerciantes.” Eso
decía Perón en 1953. El ingreso al consumo de cientos de miles de trabajadores
había llenado los bolsillos de empresarios y comerciantes. Y a su vez, estos
empresarios y comerciantes subían los precios y saboteaban el proceso que los
había enriquecido. Los precios eran el punto de fuga de las políticas
igualitarias. Tanto Perón como Allende y como en general todos los gobiernos
populares democráticos de ese ciclo histórico tuvieron que plantearse el
control de precios.
“Sin embargo, como he dicho hace un
instante –decía Allende en 1971–, ha habido escasez de productos, por el mayor
poder de compra de las masas, por la tendencia al acaparamiento de ciertos
sectores que compran más de lo que necesitan. Hay una presión psicológica que
hace que la gente compre más de lo que necesita.”
En esos mismos discursos, con
diferencia de casi veinte años, pero insertos en el mismo ciclo histórico con
los mismos paradigmas, Perón y Allende insistían en el control de precios por
parte del aparato estatal y con la participación popular. Tanto Perón como
Allende decretaban los precios de todos los artículos y después vigilaban su
cumplimiento con policía y sindicatos, en el caso de Perón, y con los
carabineros y las Juntas de Abastecimiento Popular, en el caso de Allende.
Ninguna de las dos experiencias pudo evitar que se extendieran el mercado
negro, la especulación y el desabastecimiento que abonaron el clima y le dieron
excusas al golpismo. Hubo consecuencias positivas y negativas de esas medidas.
Durante un tiempo pudieron contener la presión y resguardar el crecimiento de
la calidad de vida de los trabajadores y de los sectores populares. Pero, por
otro lado, generaron un fenómeno que fue inevitable hasta para la Revolución
Cubana que, a diferencia de los gobiernos de Perón y Allende, controla todo el
proceso productivo y de comercialización.
El kirchnerismo eligió un camino
intermedio, que dio también resultados intermedios. En vez de intervenir por
decreto en la marcación del valor de los productos, intentó hacerlo a través de
acuerdos con los formadores de precios. Y matizó el acuerdo con advertencias
enérgicas para quien no cumpliera, encarnadas durante muchos años por el ex
secretario de Comercio Guillermo Moreno, el “cuco” del kirchnerismo. En todos
estos años se usaron medidas de todo tipo, algunas más y otras menos ortodoxas
para que el efecto “precios” no se derramara sobre toda la economía. El
Gobierno ha sido cuestionado por los índices del Indec y por negarse a hablar
en público de inflación o a darle entidad mediática. Fue una desgastadora
disputa de poder en la que el Gobierno evitó intervenir por decreto en la
economía, pero usó las mismas armas políticas, mediáticas y psicológicas que
aplican los formadores de precios.
El resultado hasta ahora muestra que
los precios fueron aumentando, pero no se pudieron comer los progresos del
salario ni de calidad de vida. Es un resultado discutido, impuro. En esa pelea,
el Gobierno se ganó una lluvia de críticas por manejos o actitudes, pero logró
una resultante positiva. Tampoco se acumularon tensiones que llevaran a la
especulación desaforada o a un mercado negro considerable.
En los últimos días la excusa ha
sido el dólar que tironeó de todas las variables y creó un cuello de botella.
El peso se devaluó y ahora toda la coacción está otra vez sobre los precios. El
Gobierno mantiene la decisión de no decidir por decreto sobre el dólar ni los
precios. E insistió con la política de acuerdos. Pero al mismo tiempo exhortó a
una participación ciudadana en el control para que los valores acordados sean
respetados. De manera espontánea surgió una idea original como la huelga de
consumidores de ayer en los supermercados, muchos de los cuales participaron en
los acuerdos con el Gobierno, pero han sido los primeros en inventar trampas
para no respetarlos. La huelga de consumidores puede ser una herramienta
poderosa si se masifica porque interviene en el mecanismo básico de oferta y
demanda de los mercados. Y hubo organizaciones sociales que decidieron
movilizar para controlar que se cumplan los precios acordados. Sin embargo, no
se puede decir que haya control ni congelamiento de precios. Lo que hay son
precios acordados de una canasta básica en diferentes áreas que se busca que
funcionen como referentes del mercado para evitar las remarcaciones
arbitrarias.
Más allá de la estrategia oficial,
además de causas económicas, las corridas contra los precios tienen un fuerte
componente político, siempre de carácter antidemocrático y muchas veces de
carácter golpista. Son acciones que agreden a la mayoría de la sociedad, sin
importar si son kirchneristas o no. Y después de treinta años de democracia,
los argentinos recién están aprendiendo a reaccionar contra estas movidas
antidemocráticas. Los protagonistas no son los militares, pero, en definitiva,
los objetivos son los mismos que los de los viejos golpistas. Frente a ellos,
la sociedad tendría que reaccionar en forma conjunta, por encima de los colores
partidarios. Sería interesante saber lo que pensarían Perón y Allende de estas
situaciones.
© Escrito por Luis
Bruschtein el sábado 08/02/2014 y publicado por
el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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