Amilanados…
Y un día
tuvieron que comerse las palabras. Es cierto, ya se las habían tenido que
devorar antes, en situaciones generalmente bochornosas. Se callaron cuando se
supo lo de Bonafini y Schoklender. Enmudecieron ante la desaparición de Julio
López. Aprendieron a deglutir a Boudou y su historia. Entregaron el pacto con
Irán, un régimen nefasto. Todo pasó, pero quedaba un hilo de luz, una tenue
esperanza. Justo en eso no iban a aflojar los autoproclamados abanderados de la
pureza en materia de derechos humanos. Error: es una tropa miliciana resuelta a
decir que sí, no importa a qué ni cómo. Sentido profundo del ir “por todo”: por
todas las arrugadas, las genuflexiones, las cegueras, los cinismos. Cesar
Milani ya es teniente general. La orden se cumplió a rajatabla; no hubo
siquiera simulacro de pataleo.
Alberto Agapito Ledo
El
grupo gobernante no tolera siquiera zafarranchos de pensamiento propio. Espacio
que jamás cuestiona una orden, aun cuando implique zambullirse en el abismo, el
oficialismo le dio al Gobierno los 39 votos en el Senado que necesitaba para
que Milani alcance el grado necesario para encabezar el Ejército. Toda la
argamasa de conjeturas, sospechas, alusiones y agujeros negros que en otros
casos le sirvieron al grupo gobernante para escarnecer y/o desplazar a quienes no
admitía, acá se derrumbó. Hubo zona liberada para el turbio Milani, aun cuando
el CELS de Horacio Verbitsky hubiese objetado al oblicuo general del arma de
Inteligencia, en un arranque de postrera dignidad. No sirvió: al CELS se lo
llevó puesto la milicia legislativa kirchnerista. “Obediencia debida” llamó
Nora Cortiñas a la brutal agachada de los 39 amilanados.
Vale
la pena tomar nota de los 39 amilanados. Éste es el listado de la milicia
senatorial que promovió a Milani: Aguilar, Aguirre, Barrionuevo, Bermejo,
Bertone, Blas, Cabral, Magni, De la Rosa, Fellner, Fernández, Fiore Viñuales,
Fuentes, García Larraburu, Giménez, Godoy, González, Guastavino, Guinle,
Higonet, Irrazábal, Cappellini, Kunath, Labado, Latorre, Leguizamón, Luna,
Mansilla, Mayans, Meabe, Montenegro, Pérsico, Pichetto, Pilatti Vergara,
Riofrío, Rojkes de Alperovich, Roldán, Urtubey y Zamora.
Notable
mueca del devenir: los monjes de la memoria pura prefirieron una aviesa
amnesia. Los sacristanes de la intransigencia mutaron en blandos pedazos de
plastilina y le dieron a Cristina Kirchner la unción de Milani. Ya había pasado
con Roberto Bendini, jefe del Ejército de Kirchner famoso por sus denuncias de
“invasión sionista” en la Patagonia argentina. Néstor no cedió ni un tranco y
Bendini, antecesor nacional-popular-chavista de Milani, fue ungido jefe.
Lo
grave de Milani ahora no es, sin embargo, su participación en la vieja historia
del colimba desaparecido en La Rioja, una época donde el actual héroe militar
kirchnerista era un oficial en servicio activo, en guerra contra la subversión.
Dice ahora que no sabía, que ignoraba, que no se dio cuenta. Fue por esa
candorosa omisión de conocimiento que lo coronó Bonafini, con la misma gélida
alevosía con la que supo admitir a Schoklender como hijo. No es, empero, lo
central. Lo cierto e implacablemente objetivo es la enorme transformación del
estado de derecho de la Argentina que implica la llegada de Milani a la
jefatura del Estado Mayor del arma. No importa cuán desvencijada esté, sigue
siendo la estructura militar más importante del país. Los cazabombarderos no
vuelan y las naves de la Armada se hunden en el puerto o duermen la siesta
eterna, ancladas, pero los “verdes” tienen tanques y piezas de artillería.
Milani
significa cambio de doctrina y una época nueva. Es un hombre coronado para
servir un proyecto, peón de un diseño que no ha ocultado. Por eso la lúgubre
foto con una Bonafini que se sacó el pañuelo para anexarse al ahora teniente
general. Once son los predecesores de Milani desde la democracia: Jorge
Arguindegui (1983–1984), Ricardo Pianta (1984–1985), Héctor Ríos Ereñú
(1985–1987), José Segundo Dante Caridi (1987–1988), Francisco Gassino
(1988–1989), Isidro Cáceres (1989–1990), Martín Bonnet (1990–1991), Martín
Balza (1991–1999), Ricardo Brinzoni (1999–2003), Roberto Bendini (2003–2008) y
Luis Alberto Pozzi (2008–2013). Milani es el primero que se ha atrevido desde
1983 a explicitar su ánimo deliberado de transgredir el orden preexistente.
Núcleo conceptual de estirpe chavista, renace con él la vieja monserga de un
ejército “nacional y popular”. Es lo ostensible, pero no lo único. Algo debe
haber visto Cristina Kirchner en este revisor de archivos y rastrillador de
bases de datos (en la precaria Argentina un “espía” es apenas un cartonero de
datos privados, munido de algunos fierros novedosos). Enamorado del silencio,
la intriga, la opacidad y el gobierno desde las sombras, el grupo gobernante
halla en Milani la horma ideal.
Súbitamente
politizado, munido ya de un muy buen pasar privado y dispuesto a ser el mayor
de los “transgresores”, como le prometió a Bonafini, este Milani coronado
escenifica un derrape colosal. Al hacer fila para depositar su promesa de
vasallaje, legisladores y relatores del Gobierno acreditan que la caída no tiene
límites. Su vergonzoso chapaleo en el barro del Senado revela que no tendrán
escrúpulos. Están donde están mientras obedezcan. Han firmado la rendición y
tenido que aceptar que el ídolo militar del modelo nacional y popular sea un
oficial que proviene de las sombras de la larga noche argentina. Van por todo y
no juegan juegos.
© Escrito por Pepe Eliaschev el sábado 21/12/2013 y publicado por el Diairo Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
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