Minucias...
Para atrás. Largas colas de personas aguantando en silencio y sin
protestar, alineadas tras informales paradas de colectivos escolares fletados
para transportar gente sin cobrarle el pasaje. No hay costo, no hay precio, no
hay lógica.
Dos ómnibus llenos de gente proveniente de Laferrere, en el
Gran Buenos Aires, llegan al Santojanni, el hospital de Liniers. Los ocupantes
de los micros ingresan violentamente al hospital y arrasan con todo, alegando
protestar por la mujer que murió tras un parto, en una supuesta mala praxis
médica.
La Argentina apesta a vejez de la mala. Los nuevos
contenedores de residuos instalados por el Gobierno de la Ciudad, grandes y
fornidos artefactos presentados como “inrobables” de puro pesados, ya son
prolijamente vaciados cada día por los cartoneros. La basura que los vecinos
depositan en su interior es sacada y comercializada. La producción de pobreza
va más rápido y es más fuerte que las alternativas civilizadas que se diseñan
para mejorar la vida cotidiana. La máquina de crear pobres trabaja a todo
vapor, día y noche. No hay ciudad verde que se sostenga en una urbe sobre la
que convergen día y noche interminables batallones de indigentes. Los médicos y
las enfermeras atacados en el Santojanni eran asistentes de salud de los
humildes, esas personas que no pueden pagarse un abono a Swiss Medical o a
Galeno. Sin embargo, numerosos y reiterados casos de violencia revelan que los
profesionales de la salud son permanentemente castigados y asustados por
agresivas incursiones de marginales.
Curiosa deriva de una Argentina que eligió ser gobernada por
un Estado Leviatán; cada vez son más las funciones y las responsabilidades que
los argentinos descargan en la esfera oficial, sin preguntarse si las puede
pagar y cómo y con qué puede hacerlo. Sin embargo, la calidad de vida se
devalúa todos los días un poco más. Los mensajes que se bajan desde el poder
son claros: la demolición del Banco Ciudad por parte de la Casa Rosada es un
recurso de tierra arrasada. Fue prolijamente diseñado y ejecutado por gente
arrobada de admiración por Stalin, como la indescriptible diputada Diana Conti,
autora del proyecto de ley aprobado subrepticiamente por la Cámara baja. Se
trataba de liquidar la capacidad de la Ciudad para conceder créditos de
vivienda, instrumentos decisivos para la gente pero irrelevantes para otro
batallón, el de los afortunados que se hamacan entre El Calafate y Puerto
Madero, emblemas urbanísticos del kirchnerismo.
Variable estratégica y hasta definitoria es el colosal costo
de oportunidades dilapidadas que paga casi sin chistar la sociedad argentina.
Hasta el jueves 9 incluido, los alrededor de 4.500 empleados del subte
acumulaban 16 días de huelga en 2012, un promedio de un día de huelga cada 15
días calendario.
La penosa situación implicó atascos interminables, la
inmovilidad de hecho de decenas de miles de personas y sus secuelas
previsibles. Por un supuesto conflicto salarial, se toleró una agresión brutal
contra el funcionamiento de la vida cotidiana, incluyendo nuevo descenso de la
productividad, incremento del lucro cesante de una cantidad indeterminada de
personas, empresas y reparticiones, y mayores costos para el Estado comunal
(¿quién pagó los micros escolares desplegados de urgencia y para que la gente
pudiera ir y volver del trabajo?).
La pena es que estos conceptos han perdido respetabilidad en
la Argentina. Una acendrada banalidad presupuestaria empapa decisiones y
políticas. ¿Productividad, presentismo, ausentismo, esfuerzo? ¡Categorías
reaccionarias, antipopulares, neoliberales, pergeñadas por el Consenso de
Washington! Los efectos se perciben de modo cruel y ostensible en toda la
región metropolitana, cuya calidad de vida no para de empeorar. Los tiempos de
circulación en la calle son eternos, los costos de todo tipo son siempre
superiores, y una diseminada y pegajosa costra de fatalismo y resignación se ha
ido aposentando con ribetes trágicos en el inconsciente colectivo.
Pero la seriedad de la coyuntura no genera respuestas superadoras.
Antes bien, tal parece que la fiesta continuará. Diputados ya aprobó y giró al
Senado un proyecto de ley que declara un nuevo feriado nacional, “por única
vez”, al 24 de septiembre, para que el país no vaya a olvidarse del
bicentenario de la Batalla de Tucumán. Con la venia del Senado, se agregará así
un nuevo fin de semana largo, antes del ya previsto para el 12 de octubre (que,
naturalmente, y para ser coherente con el cocoliche “multicultural” reinante,
fue anticipado para el lunes 8), en oportunidad de ese disparate llamado Día
del Respeto a la Diversidad Cultural.
Así, la Argentina se agasaja a sí misma
este año con 11 fines de semana largos, para terminar 2012 con un récord de
nada menos que 18 feriados nacionales. Los fines de semana largos, que fueron
ocho en 2011, serán diez en 2012. Ya el pasado 27 de febrero fue declarado
feriado, también “por una sola vez”, cuando legisladores santafesinos tuvieron
éxito en su lobby para detener al país en ocasión del bicentenario de la
creación de la Bandera. Ahora van por más: diputados de Rosario y otras
localidades santafesinas laboran abnegadamente para que el 3 de febrero de 2013
sea también feriado, en ocasión de otro bicentenario, el de la batalla de San
Lorenzo. El lunes de la semana próxima, 20 de agosto, también se descansa, para
recordar no el nacimiento, claro, sino la muerte de José de San Martín, que se
produjo el 17 de agosto, pero ¿qué importa? Los argentinos no pierden tiempo en
minucias de calendario.
© Escrito por Pepe
Eliaschev y publicado por el Diario Perfil de la Ciudad Autónoma de Buenos
Aires el sábado 12 de Agosto de 2012.
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