domingo, 5 de septiembre de 2010

Yo confío... Alejandro Lacquaniti... De Alguna Manera...

Yo confío...

...en nuestra justicia, confío sin generalizar, ni tampoco confío en abstracto, confío concretamente en los míos, confío en la justicia que conozco y en la que vivo, confío en la justicia de mí País, la de mi Nación, la de mi Patria, la que utiliza mi Bandera, en la que he contribuído a formar con mis votos, confío en nuestras leyes nacionales, provinciales y municipales, confío en nuestra constitución y en todos los tratados sumados a ella, confío en nuestros códigos, penales, civiles, nacionales, provinciales y municipales, confío en nuestras policías, en la federal y en la de cada jurisdicción, confío en sus procedimientos, confío en nuestros forenses y en nuestros peritos, confío en nuestros abogados, confío en nuestros fiscales, confío en nuestros jueces y en todo el personal de cada juzgado a su cargo y al nuestro, confío en cada instancia de cada una de nuestras cortes, confío en nuestros legisladores y en sus asesores, nacionales, provinciales y municipales, confío en nuestros ministros y en sus asesores, nacionales, provinciales y municipales, confío en todos los miembros de nuestro poder ejecutivo y en sus asesores, nacionales, provinciales y municipales, hasta en nuestra más alta funcionaria, y lo mismo para cada provincia y municipio, confío en su responsabilidad, confío en su preparación y en su aptitud, en su integridad, en su contracción al trabajo, en su visión de futuro, en su estatura de funcionarios y de estadistas, directamente proporcional a mi estatura de ciudadano, demócrata y participativo.

Por todas estas razones siento la sensación de seguridad que siento.

Ni más, ni menos.

Confío en las garantías de una legítima defensa, en la de los debidos procesos, en los cambios de carátulas, confío en los innumerables atenuantes, confío en las dudas razonables, confío en la reducción de penas, en las conmutaciones, en los indultos, confío en la buena conducta carcelaria, en las rehabilitaciones, tanto como entiendo a las emociones violentas, creo entender el efecto de las drogas, o los efectos del alcohol y creo comprender la mezcla de ambos tóxicos como generadores de temeridad y liberadores del miedo, me parece que la valentía es otra cosa, bastante más que la ausencia de temor, porque sí sé un poco sobre el miedo, el que veo en los ojos y conductas de mis vecinos y en los de vecinos de otros barrios, los que están instalados en mis clientes, en mis conocidos, en mis amigos, en mis familiares, percibo el miedo que veo en mis ojos.

¿Será porque comprendo que el lugar más peligroso que hay ahora es la puerta o el portón de garage de la casa que habito ? ¿Nuestras veredas ? ¿Será a causa de mi confianza ?

No sé.

Yo confío en mis instituciones. Es por esta confianza mía, querido Isidro, que te pido humildemente perdón, es evidente que un ser superior determinó que no te quedaras entre nosotros, para vivir lo que nosotros vivimos, pero te pido perdón por la violencia con que te fué impuesto, tu alma inocente e inerme se merecía cierta cortesía, alguna delicadeza que, como tus anfitriones, como tus mayores, no supimos brindarte, además, se me ocurre, que debías ser vos quien, al menos en tu parte, lo decidiera, porque vos sabés Isidro que en la vida hay cosas hermosas, las disfrutaste, desde tu concepción en el seno de tu mami y en el cuidado, en el amor que venían brindándote tus papis, tu familia. Sin embargo, confío en que han sido destinadas para vos cosas infinitamente mejores, es egoísta de mi parte haber deseado que, terrenalmente, fueras solo un argentino más, como nosotros.

Para tus asesinos, entregadores, marcadores, dolosos, culposos o lo que resulten, todos partícipes necesarios de tu muerte, exijo todos los derechos que les asistan, hasta los humanos, es decir, hasta los que dudo que ellos conozcan, ni comprendan, para ellos deseo todas las garantías, como debe ser, para ellos todos los beneficios, todos los cómputos, todas las oportunidades, todas las reinserciones y recontraincersiones que necesiten, si es que la fatalidad no se interpone en su carrera dentro de la profesión a la que nuestra sociedad imperfecta despiadadamente los arrojó, confío en que siempre les demos una ocasión más de demostrarnos su índole, para que hasta el último segundo de su existencia recuerden cada uno de sus actos, los que realizaron antes que lo que te hicieron a vos, Isidro, lo que nos hicieron quitándote la vida, aunque ni los asuman o los releven de ello, y los que ejecuten en el futuro, aunque jamás los alcande el mínimo arrepentimiento. Yo, por confiar, te pido disculpas y le pido disculpas a tu familia, aún sabiendo que no alcanza.

© Alejandro Lacquaniti.


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