“Nos están deseducando groseramente y nadie dice nada”…
Enrique Medina nació en Buenos Aires en 1937. Su primera novela Las Tumbas
marcó un antes y un después en la literatura argentina. Su obra fue censurada
por distintos gobiernos. Su pluma sigue vigente y su lengua no calla sus
verdades.
- Las Tumbas fue exorcizar su infancia, contar su historia y sus vivencias
en el reformatorio ¿qué cree que le impactó al lector de su obra?
- Luego de que uno
intentó expresarse en la pintura, después en el teatro, el cine y la
televisión, y no logró hacerlo, ya llegando a los 30 años, comienza a
desesperarse por el paso del tiempo y la urgencia por hacer una obra. Así que
recurrí a la amante a la que durante toda la vida le había sido algo infiel
pero nunca había dejado: la literatura. La ventaja que tiene es que sólo hay
que tener algo que decir, y decirlo. En las disciplinas previas se necesitaba
trabajar en equipo y eso dificulta pronunciarse libremente.
Contaba con una gran ventaja. Había leído
mucho. Toda la literatura argentina y lo fundamental de la extranjera. Subía al
ring conociendo las reglas. Juvenilia, de Cané (muchachos pupilos en un centro
estudiantil), El sendero de los nidos de araña (visión de la guerra a través de
los ojos de un niño) de Calvino y un
librito de Alvaro Yunque: Barcos de papel (historias de chicos de barrio), me dejaron en claro que podía hacer lo mismo,
contar historias, muy diferentes, de chicos, narradas por chicos marginales en
ambientes hasta entonces ignorados o descartados. Desde esa instancia nació Las
Tumbas, que al mismo tiempo, fue, de alguna manera, exorcizar mi bella
infancia.
En cuanto al
impacto debo decir que tuve en claro que debía hacer mi obra con los desechos
del lenguaje que la academia había colocado en el índex. Me venían al pelo
para la historia. El lenguaje, el
desparpajo narrativo, y fundamentalmente, el decorado, original hasta entonces
(y le diría que hasta hoy) hicieron que la novela no pasara desapercibida.
- En ese tiempo sufrió diversas
censuras con obras como Solo ángeles, El Duke, Las muecas del miedo.
¿Qué recuerda de ese momento?
- Recuerdo pequeñas
anécdotas jocosas. Cuando concurrí a la central de policía para averiguar el
porqué de la prohibición de Sólo Ángeles, me encontré a los abrazos con amigos
de las tumbas, que se habían hecho policías. Me presentaron al director de
moralidad. Me trató con suma caballerosidad hasta que llegamos al punto de
interés, donde él golpeó el librito sobre la mesa y me dijo: ¡Medina, sabemos
de qué estamos hablando!, y ahí sentí que se me arrugaban los huesos, porque el
buen señor tenía sus razones. Pero salí gallardamente del paso. El juicio se
ganó, pero la novelita siguieron
secuestrándola de los kioscos porque la policía, que la secuestraba,
argumentaba que quien había sido
absuelto era el escritor, pero no la novela.
El Duke fue una
novela que intentó ser la primera de una nueva editorial (Eskol) de Manuel
Quiñoy. Era el año 76. Publiqué 3 libros al mismo tiempo, El Duke, Strip-Tease,
y Pelusa rumbo al sol, una obrita de
teatro infantil que los libreros devolvían porque argumentaban que estaba
prohibido el escritor, y cualquier librito del susodicho era pasible de una
multa peligrosa. Así desaparecí del mercado del libro.
Strip-Tease era mi
novela más enferma, más loca y más delirante. Le cabía la guillotina bien aceitada.
Se prohibió sin contratiempos. Pese a que Bioy Casares, quien había firmando
una circular en mi defensa cuando se prohibió Sólo Ángeles, me ofreció hacer
trámites en el gobierno para averiguar motivaciones y ver si de alguna manera
yo podía zafar sin quedar muy lesionado. Preferí no rebajarme ante el poder. El
tiempo, Dios que todo lo puede, siempre pone las cosas en su lugar. La novela
anticipaba lo que se venía, mis personajes que vivían en sótanos de los aciagos
teatritos, cuando salían a las calles caminaban sobre cadáveres.
- Las Hienas es uno de los primeros libros que habla de forma directa de la
situación que vivió el país en época de dictadura. ¿En algún momento pensó que
podrían chuparlo por el contenido? ¿Cómo fue el proceso de escritura?
- En ningún momento
pensé eso. Era un escritor, lo soy, comprometido con la literatura y conmigo
mismo. Siempre fui independiente y nunca estuve en ninguna secta secreta. Y
menos contra mi país.
Se publicó en el 75
y es el primero en narrar sobre la represión. Se anticipa. Habla de la antesala
del infierno y prefigura lo que se avecinaba. Es un libro que quiero mucho.
Había publicado Transparente en
Sudamericana, y Enrique Pezzoni, el director de publicaciones, me pidió
algo porque se vendía muy bien. Debíamos reunirnos por la tarde. Recogí cuentos
que tenía hechos y publicados en revistas y armé un volumen sin título. Vi que
faltaba un relato que hiciera de caballo cadenero, un relato de peso, el corpus
del libro. Me senté y en el tiempo que se usa para leerlo escribí Las Hienas.
Llegué a tiempo a la cita. El clima político estaba espeso, creí que la
editorial pondría peros al relato y pediría que lo quitara o lo suavizara. No
fue así y se publicó con éxito.
El diario La Opinión, en la crítica habló maravillas
del libro diciendo que el protagonista era un parapolicial oficial, es decir
del gobierno. Y me fui a pasear al
interior por unos meses porque levantar el tubo del teléfono y escuchar
cosas feas me ponía mal. Se consideró venta restringida y exhibición limitada,
pero en lo práctico y real se prohibió luego de algunas ediciones.
- La novela Con el trapo en la boca es una mirada de la juventud con todas sus dudas, conflictos y miedos.
¿Cree que cambio algo de aquella adolescencia al día de hoy?
- Escrita bajo el
período militar, es un retrato de los jóvenes de ese tiempo. A través de la
protagonista, clase media acomodada y rebelde, intenté un testimonio que
pasados los años me deja satisfecho. Fue el comienzo de la descomposición
social que vive la juventud hoy. Acompañada por todo un mundo envilecido hasta
el caracú. En aquel tiempo había esperanzas, hoy ya no lo creo. La ventaja de
escribir para uno conlleva la satisfacción de que uno lee su libro-diario y
computa aciertos y errores, aprende. La juventud había empezado a deslizarse
por el tobogán de la humillación y la ignominia. Recién estaba subiendo la
escalera del tobogán. Hoy está cayendo en picada cual kamikazes. La bohemia
descontrolada, el afán por el alcohol y la promiscuidad sexual, era un pasatiempo,
un copiar a los rebeldes de otros países.
Se intensificaba la locura esperando
que llegara la detención del mundo y todo volviera a empezar, un pasatiempo
casi necesario para no perecer y mantenerse vivo con la idea de reflotar el
espíritu de país una vez que sonara la campana avisando que el recreo había
terminado. Hoy, todo eso más los tatuajes, los aritos, la estupidez como
característica, el bobaje galopante, la mafia fútbolera, la infamia política,
la salvación por el juego, la obsesión bobina por esos aparatitos que nos
ayudan a cruzar la calle sin que nos pise un auto porque Dios existe aunque
haya dejado de ser argentino, la delincuencia piraña, los barrios tomados, el
incremento de las villas miserias, y la droga que maneja todo gracias a la
falta de ejército y de no cuidar las fronteras y permitir el lavado de dinero
mal habido, hacen que la caída sea sin regreso.
- Según entiendo ¿estamos peor como país?
- Este país se
terminó, así de simple. Aparentemente Colombia pudo recuperarse, eso parece. En
cambio México va camino del desastre. Y
nosotros vamos detrás muy contentos, cantando que crecemos y tenemos
patria, cuando en verdad pareciera que volvemos a la época de las cavernas. Si
me permito utilizar el concepto básico de Baudelaire: la patria es la infancia,
creo que este país dejó de ser mi patria. Este despropósito que vivimos hacia
el apocalípsis es lo que cuento en mis últimos libros a partir de El Fiera, y
muy especialmente en Los Hámsteres, que se está distribuyendo en librerías en
estos momentos. En el capítulo El Presidento-Trava, el periodista y los
jubilados, aprovecho a hacerle un homenaje a mi Strip-Tease, casi como una
despedida a un tiempo que fue de oro, y a mí, los malos consejos, me hicieron
creer de chatarra.
- Retomo su frase la descomposición social que vive la juventud y le
pregunto ¿Qué opinión le merecen programas como Gran Hermano? ¿Por qué cree que
el público los consume?
- No puedo opinar
sobre algo que desconozco. Sé algo de oído. No me interesa. Es más de nuestra
decadencia. Recontradrogado de imbecilismo el público consume lo que le den. La
mayoría de la gente no tiene mucha conciencia de las cosas, quizás poco y nada,
salvo fútbol, distracciones parecidas, y mucho alcohol. Estamos viviendo el pan
y circo de los antiguos romanos. El genocidio con los jubilados y con la niñez
envuelta en dosis de paco a nadie le importa. No hay metas.
Deambulamos sin
rumbo, dominados por la corrupción desmedida, traficantes de drogas, la trata
de blancas, negras y travestis y todas las porquerías que se inventen. Nos
están deseducando groseramente y nadie dice nada. Es pavoroso el bajo nivel
dirigencial de lo que en otro tiempo se denominaba las fuerzas vivas. La
mediocridad promedio del argentino es alarmante y empeora.
Se entiende: los
vivos hacen su negocio; lo calamitoso es que hay gente, mucha, que aplaude.
- Desde su rol de periodista ¿Cuál es su visión sobre los negocios de poder
donde se ven involucrados los comunicadores? ¿Cómo ve hoy en día el periodismo?
- Es afrentoso ver
periodistas que de un día para el otro cambian su discurso con una facilidad y
caradurez que asombra. Creo que son infiltrados de los poderes foráneos que
trabajan para destruirnos y enarbolar otra bandera en lugar de la celeste y
blanca del general Belgrano. Saben que todo se viene abajo. Suman dólares para
rajarse cuando sea necesario.
Hay periodistas muy “prestigiosos” que han
sugerido regalarles la Patagonia a los chilenos. Bueno, según he escuchado
dentro de las cláusulas secretas con los chinos, figura una en la cual la
primera tanda de los que vendrán a trabajar a la Patagonia es de veinticinco
millones de chinos. Ahora sí, se entiende, el porqué se les permitirá tener sus
propias leyes. Luego se les permitirá imprimir sus propios patagones, y por fin
su propia bandera
- Volviendo al terreno literario. Si un nuevo lector entrara a una librería
buscando una novela suya, ¿Cuál le recomendaría y por qué?
- Hoy estoy fuera
del mercado. Los principales medios literarios que manejan este negocio, me
ignoran, a sabiendas, o sanamente porque no saben ni jota de mí. Strip-Tease es
una novela que nunca quise reeditar, a pesar de que muchas editoriales me lo
pedían. Fue Diego Kenis quien me insistió para volverla a publicar luego de
haberla descubierto en la antigua biblioteca de su tío. En agradecimiento le
pedí un prólogo. Lo mismo ocurrió con Marcelo Ibarra Farías que casi por
obligación tuvo que leer La Yegua sin saber quién la había escrito. A pesar de
toda la contra con la que uno lucha hasta el final de sus días, de tanto en
tanto me siento gratificado, casi como si recibiera un título universitario,
que siempre lamenté no tener.
Estos jóvenes, periodistas y escritores ambos,
creo que manifiestan la vigencia de mi literatura que yo no podría concentrar
señalando un libro. Mis 30 libros, novelas, ensayos, relatos, teatro infantil,
poesía, son mi columna vertebral, estarán unidos hasta cuando me acueste en el
cajón. No hay uno que prefiera más que otro. Puede que sí, ciertas páginas. En
todos estoy, o mirando por la ventana o arreglando una filtración en el techo,
cuestionando y erigiendo mi torrecita de Babel. Quizás hoy, me animaría a
recomendar mi libro de poesía Ocre Urbano. O Los Hámsteres. O El Jardín de
Anías, novela de terror que me gusta mucho y creo que está bien escrita.
- ¿Cómo ve hoy en día el desarrollo literario en nuestro país? ¿Qué autores
recomienda?
- Muy bueno. Hay
una gran cantidad de escritores que no
se dejan atropellar por la desorganización del país y contra viento y marea
hacen lo suyo con seriedad y brillantez. Lo mismo en otros espacios y
disciplinas. A pesar de mi pesimismo reconozco que hay luchadores admirables
que hacen lo imposible para que todos recuperemos nuestra dignidad. Hay de
todo, bueno, mejor y excelente. Algunos consiguen editoriales y viajan en
trasatlánticos y otros deben navegar en canoa y sin remos ni editores, o
pagarse ellos la edición. Son lo mejor que le queda al país para soñar un
recupero. Si algo puede salvarnos, o al menos redimirnos, será nuestro arte.
De entre muchos
puedo mencionar a Alejandra Tenaglia (curiosamente el argumento de su novela a
publicar si convence al editor, habla de una mujer que vuelve a su pueblo a
vengarse de quien la violó en la infancia, algo que en estos días la crónica
cuenta sobre varios casos), Diego y Marcelo, ya están mencionados; Alfredo
Vento vive en Europa pero piensa en argentino y reunió su poesía de años en un
tomo lúcido; Carlos Crosa, sigue escribiendo y publicando con la decisión de un
santo a pesar de que el mercado se muestra esquivo; Ignacio Camdessus publicó
su muy buena primera novela Circunualación; Facundo Soto, Federico Racca con su
novela Chango, en la que se cuestiona a un intocable de nuestro folclore; Ramón
Minieri, representando nuestro sur; Lucas Gómez Cano, con una excelente novela
policial La mirada del Hampón; Javier Ragau con El ataque de los moscovitas;
Susana Aguirre y sus libros sobre el tango; Leandro Alva y su libro de poesía
Tundra. Y así podría seguir enumerando.
- ¿Qué autor contemporáneo puede recomendar? ¿Por qué?
- Louis-Ferdinand
Céline. Además de ser contemporáneo como nadie, cambió la novelística del siglo
XX y lo sigue haciendo en nuestros días: publicó Viaje al Fin de la Noche en
1932. Toda la generación beat norteamericana y la novelística europea le deben
a él haber descubierto un nuevo rumbo a la narrativa cuando ésta caminaba sobre
un oxidado alambre de púas. Escritores como Miller, Kerouac, y hasta Bukowski
lo han reconocido como el number one. Leerlo significó descubrir mi camino.
Céline es como Gardel, cada día escribe mejor. Todo cierra, como este
reportaje. Muchas gracias
Producción
periodística: Néstor Genta.
© Escrito por Gabriel Bianco el miércoles
27/05/2015 y publicado por Tribuna de Periodistas de la Ciudad Autónoma de
Buenos Aires.