domingo, 26 de diciembre de 2010

Jorge Rafael Videla...El dinosaurio está vivo y habló… De Alguna Manera...

El dinosaurio está vivo y habló...

El miércoles Jorge Rafael Videla fue sentenciado a perpetua por segunda vez en 25 años. Antes desarrolló un alegato con siete mensajes políticos dirigidos al Gobierno y a la sociedad argentina.

Al final tenía razón Susana Giménez. Ella preguntó una vez si un dinosaurio estaba vivo y se le rieron. Y resulta que esta semana apareció un dinosaurio vivo. Se llama Jorge Rafael Videla, tiene 85 años, era general hasta que fue degradado y acaba de recibir su segunda condena a reclusión perpetua en 25 años. En su alegato de defensa repitió antiguas falacias de la Guerra Fría con un condimento actual. “Ni sé si esta guerra, sin medios violentos, ha terminado”, se preguntó.

A principios de octubre de 1975, el entonces presidente interino Italo Luder, a cargo del Estado porque Isabel Perón había pedido licencia, convocó a los comandantes generales. Videla ya era jefe del Ejército. Este es el recuerdo que acaba de elegir para narrar ese momento: “Debí exponer y dije que habiéndose agotado la instancia de represión a cargo de las fuerzas de seguridad y la inoperancia de la Justicia, que por temor no había dictado ni una condena, parecía llegado el momento de apelar al uso de las Fuerzas Armadas para combatir el terrorismo subversivo”. Y agregó: “Eso implicaba reconocer un estado de guerra interna”. Para continuar, en un párrafo que conviene leer más de una vez: “Las Fuerzas Armadas no estaban preparadas para reprimir. No disponían de balas de goma, balines, carros hidrantes. Pero fundamentalmente no tenían entrenamiento para reprimir sino para hacer la guerra, en donde se muere o se mata”. Es decir que como no estaban preparadas para reprimir, mataron. Según Videla, Luder dio su acuerdo y el país se dividió en zonas bajo la responsabilidad de las Fuerzas Armadas.

Es bueno aclarar que cuando Videla habla de “guerra” no resulta muy preciso. Pero en general parece referirse a la guerra como una acción entablada por un enemigo que instaló “un conflicto bélico interno de profunda raíz ideológica y fomentado de manera internacional”. Esa guerra, según él de carácter “irregular”, esa guerra de cuyo fin tiene dudas ahora el dinosaurio, abarcó “operaciones militares” que “hicieron crisis en 1975 y 1976 y comenzaron a declinar a fines de 1977”.

Videla habló antes de que el miércoles último fuera condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal N0 1 de Córdoba por asesinatos y tormentos cometidos entre abril y septiembre de 1976. Ya había sido condenado a perpetua en el Juicio a las Juntas de 1985. Aquella sentencia de hace 25 años está firme porque en agosto la Corte Suprema declaró inconstitucional el indulto con que el ex presidente Carlos Menem benefició al dictador en 1990. Así, Videla tiene hoy dos perpetuas.

Siete novedades

El alegato fue impactante. Quienes recuerden, por edad, el tono de voz de Videla desde su anticipo del golpe de Estado en la Navidad de 1975, entonces un teniente general de 50 años, hasta sus discursos como presidente de facto entre 1976 y 1981, habrán notado que el timbre vocal suena idéntico pese al tiempo transcurrido y las canas. El resto puede constatar, en el YouTube o en http://www.eldiariodeljuicio.com.ar, el excelente site de H.I.J.O.S. filial Córdoba, que el tono de lectura fue firme y pausado. El ex general que en el juicio de 1985 fingía indiferencia ante la justicia humana leyendo textos sobre la guerra santa, esta vez lucía erguido.

¿Cuáles son las novedades que incorporó el dinosaurio en su alegato de Córdoba?

En primer lugar, los destinatarios: la sociedad argentina y “su juventud manipulada por la desinformación”.

También su idea primitiva de que existiría una continuidad demoníaca inmune al paso de la historia: “En aquellos años se decía que cuando llegue el tiempo de la política y sobrevenga en ellos (en los generales) el temor porque no saben practicarla, será el momento de derrotarlos porque no saben manejarse en ella. No hay duda de que cumplieron su palabra porque hoy gobiernan. No necesitan de la violencia porque ya están en el poder e intentan implementar un régimen marxista de base gramsciana anulando las instituciones”.

En tercer lugar, su autodefinición como “preso político”. ¿Quiénes lo mantienen preso? “Quienes después de ser militarmente derrotados se encuentran hoy ocupando los más diversos cargos del Estado.”

Cuarto, la noción de que existe sobre la década del ’70 “una versión sesgada de la realidad”.

Quinto, la justificación del robo de bebés cuando habla de la forma de operar del ERP y Montoneros: “Estos jóvenes cumplían de día sus funciones como estudiantes, hijos, obreros, y de noche, con una pastilla de cianuro y un arma escondida a veces en coches cuna, acompañados por sus parejas generalmente embarazadas para ser usadas como escudo, asaltaban, ponían bombas, etcétera”.

Sexta idea, la incorporación abierta de Sudáfrica como un país clave en medio de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética desatada después de la victoria de los aliados contra el nazismo en 1945. Dijo Videla: “Existían dos agrupamientos antagónicos desde el punto de vista ideológico. La imposibilidad de la destrucción masiva y simultánea dio lugar a la Guerra Fría y su equilibrio inestable, que nadie se atrevió a romper. La URSS ideó un subterfugio para romper ese equilibrio, alentando en Sudáfrica y en Sudamérica la toma del poder en aquellos países mediante formas violentas. La Argentina no fue ajena a esa situación”. La Marina, mientras estaba conducida por Emilio Eduardo Massera, el Mengele de los experimentos políticos, tomó a la Sudáfrica del apartheid como un aliado natural y concibió el territorio sudafricano como un aguantadero para el relax y los negocios de las patotas de la Escuela de Mecánica de la Armada, incluyendo por cierto al propio Alfredo Astiz. Es posible que el alegato de Videla marque la primera vez en que un jefe no perteneciente al ala masserista recuerde a la Sudáfrica de aquel momento dentro de una concepción estratégico-militar internacional de la que la Argentina formaba parte.

Y séptimo, la idea de que el terrorismo “es un crimen contra la humanidad”.

El comunista italiano Antonio Gramsci murió en las prisiones de Benito Mussolini en 1937. Mientras el Vaticano inventó la versión de que Gramsci pidió la extremaunción antes morir para atenuar su laicismo radical –-aplicable contra cualquier dogma, religioso o político–, distintas caricaturas del marxista italiano intentaron que perdiera su riqueza. Gramsci, por ejemplo, tenía claro que un Estado moderno debía limitar el poder del Vaticano pero a la vez advertía contra un anticlericalismo bobo y recogía los valores colectivos que muchos trabajadores mantenían como herencia, aún, del cristianismo primitivo.

En la Argentina, la caricatura que fue dibujando la extrema derecha integrista pintó un Gramsci astuto animando desde el más allá la conquista de las mentes y la toma del poder desde dentro de las instituciones. Como se ve, ese identikit simplote se conecta en estos tiempos con un republicanismo conservador que ya decretó, en la Argentina, la muerte institucional a manos de un populismo que demuele todos los días un artículo distinto de la Constitución.

El escrito que leyó Videla toma en cuenta esta dimensión y le suma un hilo argumental. Si los marxistas gramscianos que hoy gobiernan ya tomaron las instituciones y las liquidaron, esas instituciones no son legítimas. Naturalmente, Videla no tiene en cuenta el papel de una Argentina que vota y debate, pero no hay por qué pedírselo al primer presidente de un gobierno tiránico que hasta se autoasignó un papel fundacional en la transformación definitiva de la Argentina.

Al costado de ese hilo que procura quitar legitimidad y legalidad a la democracia, la mención del terrorismo como autor de crímenes contra la humanidad no suena ingenua. Tal vez apunte a sembrar sospechas que tiendan a igualar al Estado terrorista con la guerrilla, pero un juez debería probar que la guerrilla cometió actos masivos y sistemáticos de violaciones de derechos humanos contra la población civil. Más allá de la valoración histórica, política y moral que cada uno tenga de la guerrilla argentina, sus actos no se asemejan a los del Khmer Rouge camboyano o a los peruanos de Sendero Luminoso con sus matanzas de campesinos. Por otra parte, cuando las Fuerzas Armadas asumieron el poder, el 24 de marzo de 1976, Montoneros no tenía poder de fuego más allá de la posibilidad de cometer atentados y el Ejército Revolucionario del Pueblo ya había sufrido una masacre decisiva cuando fracasó en el intento de tomar el regimiento Viejobueno de Monte Chingolo, a fines de 1975.

La Guerra Fría

Quizá con la colaboración de algún periodista o abogado, o con la ayuda de alguien que reúne ambas asimetrías a la vez, Videla trató de presentar un esquema simple de aquellos años. Fue didáctico hasta el esquematismo cuando colocó a la Argentina viviendo su guerra dentro de la Guerra Fría. Como toda lectura tosca de la Guerra Fría –y conste que también hay lecturas toscas desde la izquierda, con la gran diferencia de que éstas no desembocaron en el terrorismo de Estado– el enfrentamiento entre Washington y Moscú aparece totalizador y omnipresente. Berlín oriental y Viena habrían tenido el mismo nivel de importancia que Tucumán o Villa Ortúzar.

La escala mundial le permite a Videla utilizar la misma sencillez aparente para describir fenómenos que sí merecen puntualizaciones más exactas. Dice en un momento: “A mediados de la década del ’70 los elementos terroristas habían proliferado. A ellos se sumaban las guardias sindicales y la Triple A, que operaba bajo la conducción de José López Rega”, ministro de Bienestar Social de Juan Perón y, a la muerte del líder, el 1 de julio de 1974, influyente secretario privado de Isabel Martínez.

Sin embargo, la guerrilla estaba en declinación y no en auge en 1975. Incluso su único ejercicio rural de entonces, encarnado por el ERP en Tucumán, terminó en un experimento de represión por izquierda que abarcó como blancos a los propios guerrilleros y a cientos de dirigentes sindicales sin relación con ellos.

Es cierto que los grandes sindicatos, como la Unión Obrera Metalúrgica, dispusieron de grupos organizados, pero su poder letal ya iba disminuyendo en el segundo semestre de 1975, justamente porque las diversas vertientes de la izquierda estaban diezmadas o en franca derrota.

En cuanto a la Triple A, sus comandos articulaban con el grupo de comisarios que dependían del jefe de Policía de Isabel Perón, el general Albano Harguindeguy, luego ministro del Interior de Videla. También la Triple A reduciría su intensidad a fines de 1975, en parte porque José López Rega había sido obligado a alejarse del país tras la tarea cumplida y en parte porque ya estaba claro que a la etapa de represión dispersa le seguiría una etapa de represión sistemática del mismo modo que, en economía, el intento ultraliberal de Celestino Rodrigo en 1975 sería continuado por un proceso de concentración y financierización persistente en 1976.

Videla, uno de los jefes políticos de aquella tiranía con vocación sistemática, terminó su alegato expresando su deseo de que la Argentina sea un país “reconciliado y pujante”.

El tribunal estableció que debe cumplir su condena en una cárcel común. Un lugar apropiado para profundizar sus conocimientos sobre la Guerra Fría y la guerra santa mientras, como el resto de los jefes, espera cumplir su objetivo: morir en medio del pacto de silencio, llevándose sus secretos a la tumba.

© Escrito por Martín Granovsky y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el domingo 26 de Diciembre de 2010

Videos de la sentencia.






viernes, 24 de diciembre de 2010

¡¡¡Natividad de Jesús!!!... De Alguna Manera...

La Natividad de Jesús...


La historia que conmemora el mundo cristiano en cada Navidad es la más bella y hermosa del mundo. Se trata del nacimiento de un niño pobre- muy pobre hijo de una humilde doncella y un rústico carpintero. La historia se desarrolla en un pequeño pueblo llamado Belén y está llena de un encanto especial, que la convierten en el relato más extraordinario del mundo.

Anunciado por un formidable y reluciente ángel, celebrado por un coro de voces celestiales, que proclaman su llegada con un resonante ¡Gloria a Dios en las Alturas! ¡y buscado por unos extraños sabios y magos del Oriente, que siguiendo una brillante estrella, esperan encontrarle y rendirle tributo y obsequiarle ricos presentes.


Todo ese marco real, milagroso y fantástico, nos enfrenta un nacimiento sencillo mísero y pobre. Este rey tan anunciado y esperado, que nace en la más extrema pobreza, en el frío y entre los animales y el estiércol de un miserable establo de una aldea pobre.
¿Es este el rey de quién tanto hablamos los cristianos? ¿Qué clase de rey es éste? ¿Un rey sin riquezas no corona y nacido entre las bestias y el estiércol de un mísero establo? ¿Un rey anunciado por ángeles y coros celestiales que nace pobre y olvidado? ¿Cuál será entonces la relidad y la verdad de su reino? ¿Cuál será entonces la grandeza de este rey de los cristianos?

Esta hermosa historia, que se recrea en cada Navidad, no debe conmemorar, en modo alguno, a un Cristo olvidado por el mundo que se dice cristiano y que cada día lo somete al martirio de la cruxifición, porque su palabra cae en boca de algunos fariseos que alegan predicar su mensaje.

El Cristo que debemos conmemorar es uno que está lleno de la hermosura de su dignidad moral y de la importancia y trascendencia de su nueva ley: la ley del amor, el ejemplo del amor.

Jesús nació en un establo. Un establo, un verdadero establo, no es el alegre pórtico ligero que los pintores cristianos han edificado al hijo de David, como si estuviesen avergonzados de que Jesús hubiese nacido en la miseria y la suciedad. Y no es el pesebre de yeso que los imagineros han ideado en tiempos modernos: el pesebre limpio y amable, gracioso de color. Esta puede ser un lujo de nuestro tiempo, pero no es, en verdad, el establo donde nació Jesús.


Y es que este cuadro que nos presenta el establo donde nació Jesús presenta un marco simbólico: los animales serán la naturaleza, los pastores el pueblo pobre y humilde y los Tres Reyes serán la sabiduría y la ciencia antigua.


Y este marco simbólico oculta tras de sí un profundo mensaje cristiano:

"Bienaventurados los pobres, los que sufren y lloran... los que tienen hambre y sed de justicia, porque de ellos es el verdadero reino de los cielos."

© Del libro, Historia de Cristo cuyo autor es Giovani Papini

jueves, 23 de diciembre de 2010

Los papeles de Walsh, crítica a la conducción montonera... De Alguna Manera...

Los papeles de Walsh, crítica a la conducción montonera...


Durante los últimos meses de su vida, Rodolfo Walsh ocupó parte de su tiempo en expresar críticas y una salida alternativa a la conducción de Montoneros. Enemigo del triunfalismo, el escritor manifestaba la gravedad de la situación con una lucidez que no compartía la dirección de la organización. Papeles urgentes que tenían como objetivo evitar el aniquilamiento de sus fuerzas, la lectura de los documentos revelan la coherencia y el compromiso de un revolucionario que intentaba comprender la raíz de una dolorosa derrota.

1. Estaba solo. Sentado en un banco del Jardín Botánico. En camisa, con el saco en la mano. La mirada perdida en el cielo gris, que apenas dejaba filtrar unos rayos tibios de sol. En silencio. No había, a su alrededor, más que algunos gatos perezosos y el regular murmullo de los pájaros. Solo. La mirada perdida. El rostro marcado por la tristeza. Era a finales de 1976, cuando un amigo reconoció a Rodolfo Walsh sentado en un banco del Jardín Botánico. Había pasado lo de Paco. Había pasado lo de Vicky. Quizá, también, lo de Pablo y Mariana. Rodolfo Walsh estaba encerrado en su laberinto interior, de cara al cielo, cuando un amigo lo vio mal, “con una cara un poco desencajada”, diría después. Quiso acercarse, hablar con él, pensó en caminar hasta la esquina y meterse al Botánico por Malabia. Pero no se animó. “Me arrepentí. Me dio miedo”, contó, años después. No eran tiempos sencillos aquellos, cuando los encuentros casuales en una esquina podían resultar peligrosos.(1) Rodolfo se quedó solo. Con el gris marcado en los ojos, buscando un resquicio de sol entre tantos nubarrones.

2. Las primeras semanas después del golpe habían sido devastadoras para la organización. El cerco se estrechaba desde el interior hacia Buenos Aires, y la garra criminal de los militares parecía capaz de aniquilar cualquier estructura clandestina. Un día uno, al día después otro, los compañeros faltaban a las citas, se ausentaban de las reuniones, se esfumaban sin dejar rastro. Las caídas se sucedían y no había respuestas. La efectividad de los grupos de tareas en su faena asesina no dejaba célula de pie. Para octubre de 1976, el Consejo Ejecutivo Nacional de Montoneros había girado un extenso informe sobre resoluciones tácticas y estratégicas a cumplir por la militancia en sus frentes de trabajo.

En el detallado documento, se destacaba el fracaso del gobierno militar en su intento de apertura hacia los partidos políticos, la profundización de contradicciones internas en el seno de las Fuerzas Armadas y la carencia de reservas estratégicas del enemigo para persistir con la represión contra las masas y su vanguardia.

Sin embargo, y a pesar del diagnóstico optimista con respecto al desarrollo de una dictadura que contaba con la iniciativa táctica y un “claro avance militar” sobre las fuerzas propias, la conducción montonera aprovechó el informe para admitir problemas y fallas a nivel político y militar. “Las insuficiencias en la política de poder para las masas, el déficit de propaganda, el aparatismo, el militarismo y el internismo nos han impedido capitalizar hasta el momento, la hostilidad popular hacia la dictadura para convertirla en acumulación de fuerzas”, señalan como eje de la autocrítica. Un elemento recorre y se repite en cada página del informe: el “internismo”. La conducción evidencia en este aspecto una clave de la situación actual de sus fuerzas, a la vez que se hace eco y responde propuestas y críticas deslizadas por un sector de la organización. La Columna Norte, más precisamente, había insistido en su idea de descentralizar la organización y distribuir las finanzas en cada regional, para intentar preservar a los cuadros ligados a la militancia de base; aquellos más expuestos ante la represión. La respuesta fue exactamente lo inverso: centralizar aún mas el mando sin otorgar autonomía táctica y personificar la conducción a nivel popular bajo la consigna: “Firmenich conduce la resistencia”. Asimismo, también desaconsejaba suponer que el aparato partidario era “un espacio seguro para el repliegue del conjunto de las fuerzas propias” y recomendó para la preservación de la militancia “la mimetización en los niveles sociales más numerosos”. La propuesta era confundirse con la población a través de un mecanismo sencillo: “La pregunta que debemos formularnos para resolver cada uno de estos problemas es: ‘¿Cómo resolvería un obrero común esta situación?’...”

Este informe es el que provocaría la respuesta por escrito de Rodolfo Walsh (entonces Oficial 2° y encargado de tareas en Prensa e Inteligencia en Montoneros), a partir de la discusión en su ámbito de militancia. Fueron, en total, cinco documentos críticos enviados a la conducción nacional, con una distancia de seis semanas entre el primero de ellos, fechado el 23 de noviembre de 1976; y el último, del 5 de enero de 1977. A lo largo de esas seis semanas, los informes que después recibirían el nombre de Los papeles de Walsh, van agudizando la crítica desde resoluciones tácticas particulares y el señalamiento de diferencias con respecto a ciertas visiones estratégicas, hasta plantear de forma concreta una línea alternativa a nivel político para preservar a la militancia; además de proponer cambios en la estructura interna de la organización con el objetivo de evitar el aniquilamiento y buscar las raíces de los problemas que determinaron una lectura equivocada de la realidad por parte de la conducción. Si el primero de los documentos se plantea como un aporte a la discusión en el ámbito partidario, en el último se especifica que las divergencias y las dudas manifestadas no deben entenderse “como una forma de cuestionamiento, sino de diálogo interno”.

¿Se tratan, en definitiva, de documentos de ruptura? ¿Supo interpretar Walsh la opinión y el sentir de una porción importante de la militancia de base montonera? ¿Los papeles de Walsh constituyen un esbozo de plan alternativo del escritor, más allá de cuestiones tácticas; en oposición a la estrategia de la conducción nacional? ¿Generaron estas críticas el debate interno que pretendía provocar entre los militantes de la organización? ¿Respondió la conducción a las críticas allí expuestas? Esos han sido, a lo largo de décadas, algunos de los interrogantes que generó Rodolfo Walsh con sus aportes críticos en tiempos de un cerco criminal que se estrechaba cada día un poco más. Su validez, en todo caso y como primer aspecto a resaltar, no radica en la exactitud o no de su caracterización de la etapa o en la eficacia (incomprobable, por otro lado) de sus propuestas concretas para preservar a los cuadros; sino en la valentía y la coherencia de intentar ofrecer otra opción. De frente a una catástrofe a nivel nacional (y también personal), Walsh intentó “politizar” sus diferencias con muchas decisiones tomadas por la conducción y provocar un debate en tiempos en que cualquier diferencia era señalada como desviación; toda crítica, una tendencia a priorizar el “internismo” y cualquier duda, como signo inequívoco de debilidad ideológica.

3. En la primera de las críticas al informe de la conducción, Walsh reconoce coincidencias parciales con las rectificaciones allí expuestas, señala aciertos en algunos planteos y lo considera “un avance significativo para el conjunto”. También deja entrever su optimismo con respecto a las perspectivas de la lucha contra la dictadura: “Si corregimos nuestros errores volveremos a convertirnos en una alternativa de poder”.

Sin embargo, ya en el inicio de sus observaciones, especifica que las rectificaciones “son solo parciales” y que corresponde ahora “una autocrítica profunda sobre los errores que nos condujeron a la actual situación”. A partir de entonces, Walsh señala como primer punto, evitar confundir la situación política de entonces con una guerra colonial, como las desarrolladas por chinos o vietnamitas, donde la unidad del pueblo con su vanguardia surge de hecho, ante la amenaza del invasor externo: “Nosotros en cambio tenemos que empezar por ganar la representación de nuestro pueblo a partir de los elementos con que contamos”.

En segundo lugar, señala como falencia de la organización la decisión de abandonar la lucha interna dentro del peronismo para priorizar la estrategia militar por encima de la política y para dedicar la atención “a profundizar acuerdos ideológicos con la ultraizquierda”...

© Nota y entrevistas de Hugo Montero e Ignacio Portela publicado por Revista Sudestada Nº 65 de Diciembre 2007

La Información y la Verdad...

La Información y la Verdad...

EL CUENTO DE LA VERDAD VERDADERA

Si tomamos la ver­dad, la verdad única, absoluta, obje­tiva, verdadera, como posible de ser transmitida por los medios de difu­sión, armare­mos una estruc­tura con­denada a de­rrumbarse.
En los medios de difusión, la verdad no es nada más que un punto de vista, una parcialidad, un cos­tado, un pedacito. Es fácil descubrir la can­tidad inevitable de re­cortes que sufre la realidad al con­vertirse en información. Imaginemos el dina­mismo perio­dístico, cierto apuro, ciertos límites de tiempo. Un pe­riodista, una persona normal, hará un inevita­ble recorte, una ob­servación hu­mana­mente parcial de lo que tiene delante, para luego expre­sarlo con­dicionado por su for­mación, por aquello que más le ha impresio­nado, inclusive por su faci­lidad o di­fi­cultad para transformarlo en un men­saje. Cada pe­rio­dista nos dará, inevitablemente, un mensaje dife­rente. Es una prueba que puede ha­cerse en casa, con los amigos, des­cribiendo lo que pasó en una re­u­nión.
Digamos por otro lado que los hechos no son objetos aislados, se inscriben en un contexto más am­plio de re­laciones múltiples.
Sumemos a esto último la edi­ción de la infor­mación. Para una noticia no es lo mismo la tapa que la página 30 de un diario. No es igual algo que nos lee un locutor, que tres minutos de imágenes sobre el tema.
Esa selección cotidiana, condi­cionada por es­ca­las de valo­res casi nunca explícitas, a veces par­ti­cu­larmente ocultas, están muy lejos de ser objeti­vas.
Con la más sana intención o con la peor de las inten­ciones, con respeto por el público o sin él, sin responsa­bilidad sobre lo que le pase al otro o ha­ciéndose cargo de la sociedad en cada palabra, igualmente todo lo que se puede hacer es transmi­tir una subjetividad.

Si apelamos a un criterio democrático, tendría­mos que partir del reconocimiento respetuoso del punto de vista del otro, de la existencia de otras verdades que, sumadas, hacen el punto de vista, la opinión, la posición de la sociedad plural con res­pecto a la realidad. Un sim­ple respeto por no­sotros mismos, además, nos haría caer en la cuenta de que, con el tiempo, hemos ido mo­dificando nues­tras verdades. Las ampliamos, las sinteti­zamos, las re­formulamos y/o las seguimos bus­cando.
Aportemos, por último, un dato emocional­mente contundente: casi siempre sostienen la existencia de la verdad única los sectores totalita­rios, absolutis­tas, que prefieren dis­parar sus armas en de­fensa de lo indiscuti­ble.
Pero más allá de ese debate profundo hay un tema más cercano y más humano para compren­der: es la im­posibilidad de limitar la realidad en páginas, puntos de vista, ta­ma­ños de tipografía, imágenes, segun­dos, caras, gestos, voces, compa­gi­naciones, cortes, etc., y aun así, tan tremenda­mente re­lativi­zada, creer que se puede transmitir la verdad. Bien. La res­puesta es no.

Carlos Abrevaya


ATOLONDRAMIENTO INFORMATIVO

Un rasgo particular de lo que podríamos llamar la era de las co­municaciones es nuestra actual capacidad para malenten­der­nos. Pa­rece que junto con nuestra mayor habilidad para transmi­tir mensajes a un ritmo ver­tiginoso y conectarnos en di­recto con casi cualquier parte del país y del mundo, acabamos siendo víc­timas de un cierto atolondramiento informativo.
Un noti­ciero suele ser una muestra caótica, acele­rada, con aire de urgen­cia, inquietante, morbosamente seductora, de he­chos arbi­traria­mente amputados, sinte­ti­zados en sus puntos cul­minantes con un criterio selec­tivo que privilegia aquello que pro­voque un cierto sa­cu­dón en el receptor. De lo esbozado po­dríamos concluir que reci­bi­mos un discurso imposible de rete­ner, oral-vi­sual apa­bu­llante y ace­lerado por el emisor, por lo que nos resul­tará casi im­posible anali­zarlo en un tiempo hu­mano o con­frontar lo que en­tendimos con lo que nos di­jeron.
Suele venderse la imagen de que en esos espacios se ofrece “toda la información”, como si esto fuera poco, sobre “todo” o bien –más perverso aún– sobre “todo lo que im­porta”, lo im­por­tante, lo que a usted le debe im­portar porque si no será un tonto, marginal, inadaptado, enfermo, despreciable y etcétera.
Los que pueden emitir su opinión son sólo aquellos que dis­po­nen de la fortuna económica para comprar y mantener un me­dio de difusión. ¿El hecho de que cinco empresas nos cuen­ten lo que pasa nos garantiza que re­cibiremos todos los puntos de vista? ¿No podría pa­sar que sólo recibiéramos los puntos de vista de los dueños de esas empresas? Más allá de las diferen­cias cir­cuns­tan­ciales o super­ficiales, ¿no podríamos acabar re­ci­biendo, en el fondo, un mismo punto de vista?
Creo que estamos en condiciones de acordar que convivi­mos con un fenómeno social de desentendi­miento. Difícil es organi­zar una cultura y sus correspon­dientes acciones desde bases de in­compren­sión. En esa incapacidad de comprensión han tenido, tie­nen y ten­drán mucho que ver los medios de di­fusión masivos. Triste pa­radoja: recibir montones de noticias para saber poco y nada de verdadera utilidad para nuestros pro­yectos de vida.

Carlos Abrevaya


Los productos del periodista, sus crónicas, sus gacetillas, sus reportajes, son comparables a las secciones de una fábrica: son productos que el equipo financiero utilizará como mercancías.

Manuel Vazquez Montalbán


CONSTRUIR EL ACONTECIMIENTO

Ese objeto cultural que llamamos actua­lidad –tal como nos la presenta, por ejemplo, el noticiero de un ca­nal de televisión en un día cual­quiera– tiene el mismo status que un automóvil: es un producto, un objeto fabri­cado que sale de esa fábrica que es un me­dio informa­tivo. Se trata de los discur­sos que nos relatan cotidiana­mente lo que ocu­rre en el mundo.
En mayor o menor grado, cada uno de nosotros cree en los acon­tecimientos de la actualidad; da­mos crédito, nece­sa­riamente, a al­guna imagen de la ac­tuali­dad. Sin em­bargo, en la enorme mayoría de los casos no hemos tenido ninguna experiencia per­sonal de los he­chos en cuestión. Si damos crédito es porque al­gún discurso ha engen­drado en nosotros la creencia y en él he­mos de­po­sitado nuestra con­fianza. La con­fianza se apoya en el si­guiente meca­nismo: el dis­curso en el que creemos es aquel cu­yas descripciones postulamos como las más próximas a las des­crip­ciones que noso­tros mismos hu­biéramos hecho del aconteci­miento si hubié­ramos te­nido de éste una “expe­riencia di­recta”. En nues­tra rela­ción con los me­dios, no es por­que hemos consta­tado que un discurso es verdadero que cre­emos en él; es porque creemos en él que lo consi­dera­mos verdadero.

Eliseo Verón


MIRANDO LAS NOTICIAS

El noticiero de televisión es una pieza funda­mental del con­sumo informativo de la pobla­ción. Mi­llones de per­sonas están diariamente frente al televi­sor mi­rando noticias de un modo fragmenta­rio: casi nadie lo ve entero desde que empieza hasta que termina y me­nos aún –si ello fuera posi­ble– sin ha­berlo interrum­pido cambiando mo­mentáneamente de canal.
Este estilo discontinuo de exposición al medio no hace más que potenciar el carácter fragmenta­rio que tiene el discurso informativo de la televi­sión. Un no­ti­cioso es una secuencia agregativa de cues­tiones que se van sucediendo generalmente sin un orden temá­tico: la polí­tica nacional, curio­si­dades, el casa­miento de una estrella internacio­nal, los goles del campeonato italiano, un re­por­taje, una concen­tración, el comentario financiero, el vía satélite de guerras des­conocidas que no se sabe bien dónde quedan, cuándo empezaron, una inundación, etc. Es como si una noticia anulara a la otra en un dis­curso plano que depende del po­si­ble comentario que la acom­pañe o del énfasis en la lectura de la noticia. Esto hace a una situa­ción propia del len­guaje televi­sivo. La agregación frag­mentaria de noti­cias y el hecho de que no son se­guidas hasta su de­senlace, esta­blece notables bre­chas en el relato que son sus­cepti­bles de ser signi­fi­cadas por el receptor de di­versa manera.
El noticiero tiene gran influencia y alcance como me­dio informativo y en ello también en­cuen­tra la posi­bili­dad de incorporarse a la vida coti­diana de las per­sonas bajo la forma nada ino­cente de la ob­viedad. Está tan a la mano, es tan fre­cuente y de fácil acceso que lo que pasa entre la pantalla y el espectador está naturali­zado por una consolidada cotidianeidad y proximi­dad. Pero sin embargo, la imagen de la pantalla remite a la cara no vi­sible de la emisión con sus tecnologías, ad­minis­tracio­nes, ne­gocios, jerarquías y técnicas pe­rio­dísticas, rela­ciones con el poder, etc..
La imagen funciona como autentificadora, se pre­senta como inocente, naturalizada, aparece como un mensaje sin código, donde está oculta la fuerte co­difi­ca­ción a la que este mensaje está su­jeto por la cámara que moldea y sesga el aconte­cimiento; la imagen emi­tida es producto de la lectura de quien maneja la cá­mara, de la elección de determinados actos y el olvido de otros.
La noticia que nos muestra la pantalla no es un he­cho en bruto frente al cual el medio y el pe­rio­dista deben funcionar sólo como un veraz y obje­tivo trans­portador del mismo hasta la audien­cia. La noti­cia está siempre cons­truida por el me­dio, aun­que la televisión funcione con el “efecto de reali­dad” de la cámara.
Lo dicho hasta ahora no desconoce lo referido a las posibili­dades ideológicas o políticas de des­in­for­mación que tienen los medios. Mario Bene­detti enu­mera y ana­liza una serie de proce­dimien­tos de desin­formación: in­formar lo contrario a lo acae­cido; infor­mar sólo una parte de lo sucedido; suprimir una parte importante de una cita; aislar una cita de su contexto; distorsio­nar un hecho acaecido, mante­niendo una parte de verdad; utili­zar un título ine­xacto o tenden­cioso para una no­ticia veraz­mente transcripta; usar tendenciosa y descalificadora­mente el adjetivo o las comillas; simular un estilo obje­tivo; desequilibrar los datos con determinada inten­ción política; borrar (o por lo menos empañar) la historia.
Desde el comienzo de este texto está presente sin explicitarse un problema que podemos sinteti­zar con una afirmación de Ingmar Bergman: “de­cidir dónde colocar la cámara es una cues­tión ética”.

Oscar Landi


LA PRENSA “INDEPENDIENTE”

Nada hay más engañoso que la prensa llamada in­depen­diente.
El método utilizado por la prensa “inde­pendiente”, cuya pri­mera trampa es esa su­puesta in­dependencia, no con­siste sólo en la deformación de los he­chos in­forma­dos y en la reiteración constante y destacada de los he­chos, doctrinas y soluciones con­ve­nientes a la realidad que hay detrás de esa indepen­dencia, sino al manipuleo de las in­for­ma­ciones que no se adecúan a sus fi­nes.
Así puede convertirse un he­cho o per­sona intrascen­dente en importante, y disi­mular lo que ver­daderamente lo es, aparen­tando cumplir con la objetividad de la infor­mación.
Cuando se quiere destacar lo que se dice, esto va en primera página, y si no en página impar. Los grandes tí­tulos, el tipo de le­tra, y el armado de la noticia –por ejemplo un recua­dro o el acom­pa­ña­miento de ilus­tración grá­fica– destacan lo que se quiere que sea leído. Con letra pequeña, poco tí­tulo perdido en una pá­gina uni­forme y con reducido espacio o entre los avisos, irá lo que se quiere que no llame la atención, pero cuya publi­ca­ción permite continuar con la imagen de la ob­jetividad que al mismo tiempo se quiere dar al lector.
Hay miles de recursos de esta natu­ra­leza que forman parte fun­damental de la “cocina” periodís­tica.

Arturo Jauretche


LA GRAN PRENSA

¡La “gran” prensa! En la historia de la prensa europea hay un ejemplario magnífico de lo que ha sido y de lo que es, o llega a ser, la “gran” prensa, al servicio, siempre de los “dominadores”, sean emperadores, generales o banqueros. Hela aquí:
Cuando Napoleón huyó de la Isla de Elba y desembarcó en el golfo Juan, el periódico más importante de Francia escribía:
-El bandido corso intenta volver a Francia.
Al hallarse el bandido corso a medio camino de París, el mismo periódico escribía:
-El general Bonaparte continúa su marcha hacia París.
Cuando el general Bonaparte se encontraba a una jornada de París, el periódico decía:
-Napoleón sigue su marcha triunfal.
Y al entrar Napoleón a la capital de su perdido imperio, el periódico remataba el proceso de sus informaciones con esta:
-¡Su Majestad el Emperador ha entrado en París, siendo entusiastamente recibido por el pueblo!

Deodoro Roca


CÓMO SE “PRODUCE” UNA NOTICIA

Las audiencias saben que el periodista sabe… que si no hay noticia, las noticias se in­ventan. Siempre habrá que decir algo nuevo, algo que na­die ha dicho todavía, o algo que parezca nuevo. El éxito o el fracaso en esta producción de news radica en un juego de espejos: el periodista debe te­ner la capacidad de conocer qué sabe, qué no sabe y qué espera el interlocutor, el lector, el público considerado “cau­tivo”.
Ya es un lugar común de­cir que la noticia es una cons­trucción que implica selección, jerarquización, recorte y edi­ción. En todos esos mecanis­mos, que se desarrollan a par­tir de la necesidad de adaptar la noticia a una determinada duración y extensión, inter­viene un punto de vista que establece cómo se desplegará la información.
¿Y qué ocurre cuando nada ocurre? ¿Cuando no aparece la materia prima para fabricar noticias? La noticia se fabrica igual, sobre la base de esa ausencia. Noticias basa­das en hipótesis, especulacio­nes, rumores o declaraciones no confirmadas y que no reci­ben rectificación posterior en ningún medio, entran en este rubro, aunque también noticias inventadas o erróneas. El no-acontecimiento es un hecho no sucedido, que tampoco está previsto cuándo puede suceder, pero capaz de produ­cir una no-información que, de todos modos, se convierte en noticia. Esta produce un efecto de desinformación: el cíclico retorno de algún monstruo de la laguna es uno de los ejem­plos más obvios, aunque tam­bién puede serlo el rumor de que cierto príncipe pedirá la mano de una famosa modelo.
Una de las características de la noticia basada en el no-acontecimiento es su camuflaje de objetividad: se presenta como si fuese verdadera, y solo una lectura cuidadosa o un seguimiento del caso permite detectar los elementos que indican su irrealidad.

Osvaldo Baigorria


EL GRAN SILENCIO

¿Qué es la verdad? Para la masa, es la que a diario lee y oye. Ya puede un pobre tonto recluirse y reunir razones para establecer “la verdad”: seguirá siendo simplemente su verdad. La otra, la verdad pública del momento, la única que importa en el mundo efectivo de las acciones y de los éxitos, es hoy un producto de la prensa. Lo que ésta quiere es la verdad. Sus jefes producen, transforman, truecan verdades. Tres meses de labor periodística, y todo el mundo ha reconocido la verdad. Sus fundamentos son irrefutables mientras haya dinero para repetirlos sin cesar. La antigua retórica también procuraba más impresionar que razonar, pero se limitaba a los presentes y al instante. El dinamismo de la prensa quiere efectos permanentes. Ha de tener a los espíritus permanentemente bajo presión. Sus argumentos quedan refutados tan pronto como una potencia económica mayor tiene interés en los contraargumentos y los ofrece con más frecuencia a los oídos y a los ojos. En el instante mismo, la aguja magnética de la opinión pública se vuelve hacia el polo más fuerte. Todo el mundo se convence enseguida de la nueva verdad.
Siéndole lícito a todo el mundo decir lo que quiera, la prensa es también libre de tomarlo en cuenta o no. Puede la prensa condenar a muerte una “verdad”; bástale con no comunicarla al mundo. Es ésta una formidable censura del silencio, tanto más poderosa cuanto que la masa servil de los lectores de periódicos no nota su existencia.

Oswald Spengler


El periodismo es un oficio fácil. Es cuestión de escribir lo que dicen los demás.

Howard P. Lovecraft


Reúne primero los datos, que ya tendrás tiempo de distorsionarlos como te plazca.

Mark Twain


ENGAÑAR CON AUTORIDAD

Lo que a uno le sorprende es ver, en cualquier asunto en que se halle vivamente interesada la opinión pública, qué extremos alcanza la facultad humana de mentir. Podría uno afirmar, sin miedo a equivocarse, que los periódicos no dicen la verdad más que en ca­sos excepcionales.
Zola escribió de la prensa financiera fran­cesa que podría dividirse en dos grupos: la venal y la titulada “incorruptible”, es decir, aquella que solo se vendía en casos especia­les y por mucho dinero. Algo parecido se po­dría decir acerca de la facultad de mentir de los periódicos en general. La prensa amarilla de cafetín miente constantemente, sin reparos ni miramientos de ninguna clase. En cambio, periódicos del corte de Times o Les temps di­cen la verdad en los asuntos triviales e indife­rentes para, de este modo, conquistarse el de­recho de engañar a la opinión pública en los asuntos grandes con la necesaria autoridad.

León Trotsky


MUCHO MÁS QUE UN MEDIO

Un diario tiene algún parecido a un ser humano. Un ser humano se integra de millo­nes de partículas muertas, de nitrógeno, de hierro, de calcio, de sodio, que permanecen estables o se renuevan fuera del alcance de nuestra voluntad. Así, al menos, nos lo asegu­ran los químicos, obstinados en hacemos creer que el residuo polvoriento y el poco de humo de un cuerpo cremado, es lo único que el cuerpo contenía. El aserto químico no nos ha conven­cido nunca. Nos parece una expe­riencia can­dorosa, como muchas otras muy científicas, semejantes a la experiencia del niño que re­coge un poco de agua en la palma de la mano y asegura que eso es el mar.
Un diario tiene su director, su secretario de redacción, su jefe de noticias, sus cronis­tas, sus corresponsales, su imprenta, su concesio­nario. Pero ese conjunto no es el diario. El dia­rio es algo más. Es ese algo que se es­capa de las manos del niño y de la pericia analítica del químico. El diario es la manifes­tación concreta de algo más grande que el diario mismo. Por eso el lector, que estima que los diarios son la simple materialidad de papel que adquiere por unas monedas, se sorprende del alcance de los temas que se desenvuelven a su entorno. Esos lectores no han comprendido aún que el periodismo no es más que una expresión del estado del país.

Raúl Scalabrini Ortiz


PRO­DUCTO CON SEN­TIDO

La presentación preten­di­da­mente imparcial de los he­chos es ya una men­tira. Los hechos apa­recen car­gados ya de valo­ración, y esto es natu­ral­mente más claro que en ningún sitio en la TV, es la sola presenta­ción de las noti­cias mis­mas, para no ha­blar de las demás co­sas, la que las hace ya significativas, sig­nos de algo, señas que se le es­tán haciendo a los te­levi­dentes que se están for­mando, que están en­trando en un pro­ceso de for­mación de ma­sas. De manera que los co­menta­rios posteriores que se puedan añadir, en ver­dad, no hacen sino di­simular esa condición ya valora­tiva, ya moral que desde su na­cimiento mismo tie­nen las noticias, tienen los he­chos. No hay que ol­vi­dar que los propios locu­to­res tele­visivos se ven obli­gados a de­cir las noti­cias que se “han produ­cido” hoy. Que se han pro­ducido quiere decir, que se han producido como se pro­du­cen los productos comer­ciales, lo cual implica ya un sen­tido, una orientación a fi­nes de­ter­minados, así que la cosa no puede estar más clara.

Agustín García Calvo

Bibliografía:
* Abrevaya Carlos. Medios locos. Cap. 13: “El cuento de la verdad verdadera”. Cap. 3: “¿Democracia? ¿Qué democracia?”. Cap. 14: “El tor­cido derecho a la informa­ción”. Ediciones de la Urraca. Bs. As., 1989.
* Jauretche Arturo. Los profetas del odio y La Yapa. La colonización pedagógica. 3ra. parte: “La superestructura cultural. Su instrumental”. Cap. 1: “Los medios de información y opinión”. A. Peña Lillo Ed. Bs. As., 1967.
* Landi Oscar. El discurso político. “Mirando las noticias”.
* Verón Eliseo. Construir el acontecimiento. “Prefacio a la se­gunda edición” e “Introducción”. Ed. Gedisa.
* Rodríguez Esteban (compilador). Contra la prensa. Antología de diatribas y apostillas. Colihue. Buenos Aires, 2001.


Memoria, Verdad y Justicia... De Alguna Manera...

Memoria, Verdad y Justicia...
Generaciones de la Democracia...

El ex dictador Jorge Rafael Videla y Luciano Menéndez, en los tribunales de Córdoba. Télam

Todo hubiera sido más fácil para esta sociedad si la primera condena a Videla hubiera permanecido en firme. Se hubieran ahorrado casi veinte años de frustraciones. Toda la marcha atrás a la que fue forzado Alfonsín y que profundizó por voluntad propia Carlos Menem y mantuvieron en forma inalterable los gobiernos de la Alianza y los sucesivos de postcrisis, hasta Duhalde, fue una manera de prolongar una situación injusta que sensibilizaba sobre todo a las generaciones de jóvenes que se sucedieron desde aquel momento. Nuevas generaciones de militantes de izquierda, de peronistas y radicales se foguearon en las marchas por Juicio y Castigo.

La condena a Videla resignifica a esta democracia. Es como si la volviera a bautizar. No podía concebirse una democracia con Videla en libertad. Esa carga simbólica se convertía en una carga de dinamita contra la idea de democracia. O de construcción de una democracia verdadera, en un país que casi no tenía experiencias democráticas genuinas. Es difícil de comprobar si, como afirmó Videla, Balbín le pidió el golpe. Pero en esa época, no solamente radicales, sino también peronistas y hasta socialistas y de otras corrientes políticas de izquierda y derecha participaban en las decisiones golpistas. Era una forma de hacer política, desde antes de que existiera la guerrilla. Hasta podría decirse que esa forma de hacer política tuvo mucho que ver con el crecimiento de la guerrilla. Para ser justos habría que decir que también había políticos, como el Alfonsín que llegó a diciembre de 1983, que no habían tenido esos manejos, pero eran una minoría.

En un sistema básicamente hipócrita, la última dictadura militar fue su emergente más ominoso. Se había forjado un camino que llevaba indefectiblemente a ese desenlace. En los demás países de América latina había procesos similares con diferencia de matices. En todos, las Fuerzas Armadas se habían convertido, desde casi principios del siglo XX, en la casta que tutelaba y aprisionaba el juego político. No había ninguna posibilidad de cambio democrático o de gobiernos populares y bajo ese esquema se formaron varias generaciones. Ese también fue un camino casi inexorable. La última generación que se formó bajo ese esquema tomó las armas para romperlo.

Esta vez hubo generaciones que se han formado durante veinte años bajo el signo de esa carga simbólica, en la que una fuerza inasible y suprademocrática impedía que fueran juzgados los torturadores y violadores de la dictadura. Con la condena a Videla y los demás juicios, estas generaciones pudieron llegar a un desenlace positivo de sus luchas y esperanzas.

Así, con las condenas y los juicios, estas generaciones se constituyen en generaciones de la democracia. Son el escalón que permitirá mejorar lo que hay y lograr una democracia superior. Porque con sus luchas, junto a los organismos de derechos humanos y con la decisión política del ex presidente Néstor Kirchner de anular la legislación de impunidad, ellos pudieron derrotar a esa sombra suprademocrática que hacía que la democracia no lo fuera tanto.

Los presidentes y los políticos que obstaculizaron estos juicios estaban diciendo que la democracia es esencialmente injusta, que los delitos más horribles que se cometen desde el poder no pueden ser juzgados por sociedades democráticas. Esos dirigentes que se rasgaban las vestiduras por la democracia fueron sus peores propagandistas. En el fondo, y al igual que la mayoría de los viejos políticos del siglo pasado, no fueron realmente democráticos y formaron generaciones iguales a ellos o, como la de los ’70, totalmente opuesta.

En este caso, la condena a Videla es mucho más que un hecho judicial. La poderosa carga simbólica que implica se proyecta sobre toda la sociedad como una reivindicación de la democracia, porque se logró en democracia. Y además se materializa como un gran acusador de los que todos estos años trataron de impedirla hipócritamente en nombre de una democracia en la que no creen.

© Escrito por Luis Bruschtein y publicado por el Diario Página/12 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Memoria, Verdad y Justicia...

domingo, 19 de diciembre de 2010

Rodolfo Terragno presentó su Plan 10/16... De Alguna Manera...

Rodolfo Terragno presentó su Plan 10/16...

Si San Martín hacía una encuesta, no cruzaba la Cordillera...

Asistieron a la presentación: el presidente de la UCR, Gerardo Morales, los presidentes de los bloques parlamentarios del radicalismo --Ernesto Sanz y Oscar Aguad--, la líder del GEN, Margarita Stolbizer; el presidente del Partido Socialista, Rubén Giustiniani; el ex ministro de Educación y actual senador por el Frente para la Victoria Daniel Filmus; la diputada nacional por la Coalición Cívica Patricia Bullrich; y el diputado bonaerense por la Coalición Cívica Jaime Linares.

Cobos invitó a Terragno a exponer el Plan en el ámbito del Senado.

Rodolfo Terragno lanzó hoy el Plan 10/16, un programa de seis años para el desarrollo económico, social y cultural de la Argentina: desde el Bicentenario de Mayo al Bicentenario de la Independencia.

En un auditorio colmado por periodistas, empresarios y dirigentes políticos y sociales, Terragno planteó las bases de un programa de crecimiento que será debatido a partir de hoy y hasta el 25 de mayo de 2010. Entre otras figuras políticas, estuvieron presentes el presidente de la UCR Gerardo Morales, los presidentes de los bloques parlamentarios de la UCR, el diputado Oscar Aguad y el senador Ernesto Sanz; el presidente del Partido Socialista Rubén Giustiniani, la titular de GEN Margarita Stolbizer, la diputada Patricia Bullrich y el senador del Frente para la Victoria Daniel Filmus. El vicepresidente Julio Cobos invitó a Terragno a presentar el Plan 10/16 en el Senado de la Nación.

“Seis años bastaron, en el siglo XIX, para que nuestros antepasados construyeran –de la nada- una Nación. En un período similar podemos hacer de esta Argentina sin ilusiones, un país de esperanzas”, afirmó Terragno al inciciar la charla.

“No se trata de un proyecto unipersonal. Un programa así no puede ser obra de una persona. Yo he hecho las propuestas básicas, he planteado una serie de interrogantes y me propongo dirigir el trabajo de elaboración del plan final”, explicó.

El trabajo se organiza en ocho capítulos que serán presentados en forma mensual y que abren, desde el inicio, polémicas:

- Un paquete de medidas para asegurar la cohesión social.

- Una reforma para la profesionalización del Estado y su transparencia.

- Pasos para alcanzar una educación de excelencia.

- Creación del Consejo Nacional para la Competitividad.

- Una fórmula práctica para destrabar la coparticipación y lograr una justa distribución territorial del ingreso.

- Modelo exportador, incluyendo una política cambiaria de doble propósito: asegurar la competitividad y no provocar inflación.

- Adopción de un ecologismo racional, que proteja el medio ambiente y la salud humana sin que la Argentina renuncie a su industrialización y desarrollo tecnológico.

- Cálculo de lo que Estado y privados deben invertir en energía y definición de las reglas de juego necesarias para que los inversores corran el riesgo.

Para seguir las actividades del Plan y sumar aportes a los equipos técnicos, es necesario escribir a:

Correo electrónico: plan1016@terragno.org.ar

O ingresar a: http://www.terragno.org.ar


Lo que de verdad ocultan los Gobiernos... De Alguna Manera...

La que de verdad ocultan los Gobiernos...

El interés por los papeles de WikiLeaks se explica porque revelan como nunca antes hasta qué grado los políticos de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos.

El interés global concitado por los papeles de Wikileaks se explica principalmente por una razón muy simple, pero al mismo tiempo poderosa: porque revelan de forma exhaustiva, como seguramente no había sucedido jamás, hasta qué grado las clases políticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos. EL PAÍS ha asumido desde el principio el reto de revelar lo que el poder oculta y responder a la obligación profesional de informar a sus lectores.

» 1. La filtración y sus consecuencias. Cuando un viernes por la tarde del mes de noviembre Julian Assange llamó a mi teléfono móvil, apenas le podía oír. Entrecortada por la barahúnda habitual de un fin de semana en el aeropuerto de Roma, donde me encontraba aquel día de regreso a Madrid, la conversación fue extrañamente breve. Assange habla despacio, sopesa con extremo cuidado cada palabra que pronuncia y su voz grave, como de barítono, tiende a volverse inaudible al final de la frase, característica ésta que no facilita precisamente la comprensión. Momentos antes los carabinieri habían mostrado un interés especial por mi escaso equipaje, y en ese preciso momento se aprestaban a analizar las trazas químicas de un trapito blanco con el que previamente habían repasado todas las superficies de mi iPad, aunque nunca supe si era en busca de explosivos, de drogas o de las dos cosas.

Se trata por lo general de una situación que me intranquiliza, pero a la que ese día apenas presté atención. Assange, según entendí, estaba dispuesto a facilitar a EL PAÍS 250.000 comunicaciones entre el Departamento de Estado y las embajadas de Estados Unidos en una treintena de países, en lo que suponía de hecho la mayor filtración de documentos secretos de la historia. Acordamos proseguir la conversación en otro momento más propicio y luego nos despedimos. Cuando retomamos el diálogo dos días después, esta vez ya en profundidad, empezaron a perfilarse con una claridad inusitada las gigantescas cuadernas del proyecto que ha venido luego a conocerse como el cablegate. En paralelo me fui dando cuenta, con mayor precisión si cabe, de las importantes consecuencias que de todo ello se iban a derivar para la maquinaria diplomática de EE UU, para la reputación de su Gobierno, la de sus aliados, la de sus adversarios, para el futuro del periodismo y aun para el debate sobre las libertades en las democracias occidentales.

Hoy, tres semanas después de que The Guardian, The New York Times, Le Monde, Der Spiegel y EL PAÍS comenzáramos a publicar las informaciones que ahora todo el mundo conoce, me atrevería a afirmar que de todo este asunto se puede extraer ya una primera conclusión, siquiera provisional, pero muy importante según trataré de explicar luego. Más que un agudo estado de crisis de seguridad supranacional, como anticiparon algunos, lo que verdaderamente se ha instalado entre las élites políticas en Washington y en Europa es una espesa atmósfera de irritación y de embarazosa contrariedad que resulta extremadamente reveladora del alcance y del significado real de los papeles de Wikileaks.

No fueron precisamente esos los augurios. Bien al contrario. Desde antes de publicarse la primera línea se sucedieron las más diversas admoniciones en contra, tanto en público como en privado. Portavoces en Washington advirtieron de la irresponsabilidad del empeño. Los directores de los periódicos responsables del proyecto fuimos también debidamente advertidos de que la publicación del material que ya teníamos en nuestro poder -tanto las crónicas elaboradas por nuestras redacciones como los despachos en las que aquellas se basaban- pondría en peligro decenas de vidas, arruinaría nobles esfuerzos diplomáticos vitales para cimentar la lucha contra el terrorismo mundial y debilitaría de forma irremediable la coalición internacional encabezada por Estados Unidos, al exponer a sus socios a situaciones tan embarazosas que dificultarían o impedirían la colaboración entre ellos.

No me sorprendió pues que el presidente Barack Obama calificase las filtraciones de actos deplorables. Tampoco que la secretaria de Estado Hillary Clinton utilizase esos argumentos, casi con esas mismas palabras, durante su primera comparecencia ante la prensa en Washington para condenar las acciones de Wikileaks y lamentar la decisión que, sin atender a los ruegos de su Administración, finalmente tomamos los cinco periódicos que habíamos tenido acceso al material filtrado.

Lo que éste comenzó enseguida a revelar dejó seguramente pequeñas las peores pesadillas del Departamento de Estado, al tiempo que levantó quejas amargas de diplomáticos en todo el mundo. No sólo quedaban al descubierto algunas de sus maniobras u órdenes menos confesables, sino que también se acumulaban pruebas del doble discurso de los aliados de Washington en los más diversos asuntos -muchos de ellos en clave estrictamente nacional-, que veían con estupefacción cómo la publicación de los despachos les dejaba en evidencia, ora frente a países vecinos y aliados, ora frente a sus conciudadanos, quienes descubrían con comprensible irritación opiniones, declaraciones o acciones de sus líderes que les habían sido convenientemente ocultadas.

» 2. América, haciendo su trabajo. No dispongo en estos momentos de información precisa, pero resulta evidente para cualquier observador que la Administración estadounidense llegó bien pronto a la conclusión de que su estrategia inicial de condenar las filtraciones, deplorar su difusión y predecir un apocalipsis diplomático como consecuencia inmediata de su publicación no surtía el efecto deseado. Así que pronto se articuló otra muy distinta que encontró con rapidez su camino en hartos editoriales y artículos de opinión en importantes periódicos, revistas y televisiones de Estados Unidos y de otros países.

Más que mentiras o engaños, los telegramas mostrarían las habilidades de los diplomáticos estadounidenses, según esta nueva interpretación apoyada sobre todo por medios conservadores. Más que sus fracasos, la información que se iba conociendo pondría de relieve cómo la maquinaria de Washington se conduce, in situ y en privado, según los mismos altos principios proclamados en público desde los púlpitos oficiales del Capitolio. Y en toda ocasión, América demostraría profesar más atención a los intereses de la seguridad internacional que a los suyos propios.

Como casi siempre y para desgracia de los españoles, se dio también una versión castiza de las exculpaciones anteriores, que devino en estrambote nacional cuando fueron los propios periódicos los que sostuvieron sin rubor que la mayor parte de los contenidos de los cables filtrados, y aun el conjunto de ellos en su totalidad, no pasaba de la categoría de cotilleos o chismes sin valor alguno para los ciudadanos en general y para sus lectores en particular, a los que consiguientemente se les hurtó la información. No pocos comentaristas y tertulianos en España les siguieron en esa tosca argumentación, por pereza mental o por otras motivaciones igualmente espurias, ignorando así de forma bochornosa la oleada de interés público que la publicación de los papeles de Wikileaks ha suscitado en todo el planeta.

» 3. Mintiendo a los ciudadanos. Nada de lo anterior resultó cierto, naturalmente, como a estas alturas han podido comprobar por sí mismos los millones de lectores que han seguido con avidez la información en periódicos, webs, blogs y demás contenedores informativos en todo el mundo. Sería tarea vana dedicar mayor esfuerzo a refutarlo. Por el contrario, tengo para mí que el interés global concitado por los papeles de Wikileaks se explica principalmente por una razón muy simple, pero al mismo tiempo muy poderosa: porque revelan de forma exhaustiva, como seguramente no había sucedido jamás, hasta qué grado las clases políticas en las democracias avanzadas de Occidente han estado engañando a sus ciudadanos.

Lo mismo cabría predicar desde luego de Gobiernos con menor pedigrí democrático en otras zonas del mundo, lo que si se quiere resulta menos sorprendente y, desde luego, constituiría materia de otro ensayo. Baste reseñar aquí el inicial júbilo de la dictadura cubana, que celebró con alborozo los apuros por los que previsiblemente iba a pasar Washington en los días siguientes. Júbilo que se trocó primero en incomodidad al trascender los relatos sobre el grado de implicación de sus agentes secretos en Venezuela y otros países latinoamericanos, así como el nivel de deterioro de su economía, y que acabó luego en insultos a este periódico y a su grupo editor.

La lista de argucias que dejan al descubierto los papeles de Wikileaks es larga, y no pretendo aquí realizar un recuento exhaustivo. La enumeración de algunas de entre ellas, sin embargo, sí resulta imprescindible para la argumentación de este esbozo, pues la mayoría afecta a los fundamentos democráticos de nuestras sociedades, así como a su correlato moral en unos tiempos de creciente escepticismo de los ciudadanos con sus gobernantes.

Decenas de miles de soldados libran en Afganistán una guerra que sus respectivos primeros ministros o presidentes consideran de imposible victoria. Decenas de miles de soldados sostienen con sus esfuerzos a un Gobierno cuya corrupción es conocida y tolerada por aquellos que les enviaron a luchar. Según revelan los despachos de Wikileaks, ninguna de las principales potencias occidentales involucrada cree firmemente en la posibilidad de que el país sea viable a medio plazo, por no hablar ya de su altamente hipotético ingreso al club de las democracias, objetivo declarado de los combatientes. Así que a nadie debería sorprender que el vicepresidente afgano traslade al extranjero millones de dólares en maletines con el consentimiento de sus patronos en aras de mantener la fachada de que el país asiático cuenta con un Gobierno si no decente, al menos semisolvente.

Pakistán se ahoga en la corrupción, mantiene un arsenal nuclear en tan lamentable estado que cabe razonablemente temer por su seguridad y ayuda a grupos terroristas que se emplean a fondo contra India y en países de Occidente. Dinero en abundancia proveniente de donantes en Arabia Saudí o los emiratos del Golfo financia también el terrorismo de grupos suníes sin que Estados Unidos denuncie a sus firmes aliados en la región como potencias del mal ante las tribunas internacionales. Clinton o alguno de sus subordinados más directos ordenó espiar en la ONU no sólo a un grupito de países raros -sospechosos desde siempre por su excentricidad en la geopolítica global y sobre cuya necesidad de ser espiados parece existir consenso entre los más desenvueltos- sino al propio secretario general de la organización sin que éste, que se sepa, haya exigido explicación alguna a semejante violación de su estatuto internacional.

Parecería ahora, a tenor de aquellos que sostienen que los papeles de las embajadas no contienen novedades de envergadura, que los ciudadanos estaban ya al corriente de todo lo anterior, así como del resto de exclusivas de impacto que han inundado las primeras páginas de los periódicos de todo el mundo durante dos semanas. No voy a insistir más en la falacia de tal aseveración. Me interesa más señalar que la publicación de los cables secretos revela por añadidura que, colectivamente, la clase política en Occidente era consciente de la situación en Afganistán, de las turbias maquinaciones de Pakistán o de las ambigüedades de los países árabes aliados de Washington, por limitarme únicamente a los ejemplos antes citados, en un ejercicio de doble moral sin muchos precedentes conocidos. Sabían, pero ocultaban. Y los destinatarios de semejante impostura eran sus electores, las sociedades con cuyo esfuerzo en soldados y en impuestos se sostiene la guerra en Afganistán. No me parece ya exagerada la comparación de agudos observadores, como John Naugthon, cuando señalan que el régimen de Karzai resulta igual de corrupto y de incompetente que el Vietnam del Sur sostenido por Estados Unidos en los setenta. Y que Washington y la OTAN se están hundiendo en una ciénaga, la afgana, cada vez más similar a la que sufrió Estados Unidos con el régimen de Saigón hace cuarenta años.

» 4. La incompetencia de las élites políticas. Sin duda argumentarán los más cínicos que nada de todo esto resulta ajeno a la forma en la que tradicionalmente se ha conducido la alta política internacional, y que el correlato objetivo del oficio consiste precisamente en el mantenimiento de los secretos diplomáticos, sin los cuales el mundo resultaría más ingobernable si cabe y por ende más peligroso para todos. Las clases políticas a ambos lados del Atlántico vienen por ello a transmitir un mensaje tan sencillo como ventajista: confíen en nosotros; no intenten desvelar nuestros secretos; a cambio, les ofrecemos seguridad.

¿Pero cuánta seguridad ofrecen realmente a cambio de aceptar tamaño chantaje moral? Poca o ninguna, pues se da la triste paradoja de que se trata de la misma clase política que se mostró incapaz de supervisar adecuadamente el sistema financiero internacional cuyo estallido provocó la mayor crisis desde 1929, arruinó a países enteros o condenó al desempleo y a la depauperación a millones de trabajadores. Los mismos responsables del deterioro de los niveles de vida y de riqueza de sus conciudadanos, del incierto destino del euro, de la falta de un proyecto europeo de futuro y en fin, de la crisis de gobernanza global que atenaza al mundo en los últimos años y a la que no son ajenas las élites en el poder en Washington y Bruselas. No estoy seguro de que mantener ocultos los secretos de las embajadas nos garantice una mejor diplomacia o un desenlace más benigno a las encrucijadas actuales.

Las incompetencias de los Gobiernos occidentales respecto a la crisis económica, el cambio climático, la corrupción o la agresión militar ilegal en Irak y otros países han quedado abundantemente expuestas ante la opinión pública en los últimos años. Ahora sabemos además, gracias a los papeles de Wikileaks, que todos ellos son conscientes de su desgraciada falibilidad, y que sólo la inercia de las maquinarias oficiales y el poder de mantener los secretos les evitan tener que rendir cuentas ante los ciudadanos, razón última en una democracia.

Ese poder inmenso, el de evitar que la verdad aflore, el de mantener secretos los secretos, es el que ahora, siquiera de forma parcial, limitada, aleatoria han venido a quebrar las revelaciones que nos ocupan.

Comprendo bien que, ante semejante destrozo en sus reputaciones, tanto para el Gobierno de Estados Unidos como, en un tono menor, para sus aliados occidentales resulte irresistible centrar la culpa en Julian Asssange. Ahí creen tener un blanco fácil. ¿Cuáles son sus motivaciones? ¿Qué inconfesables procedimientos emplea? ¿Por qué y bajo qué condiciones cinco grandes medios de prestigio internacional accedieron a colaborar con él y con su organización? No son preguntas ilícitas, naturalmente, y han sido contestadas a satisfacción en los últimos días por los directores de los cinco periódicos que hemos llevado adelante este proyecto, pese a que el martilleo oficial -o peor aún, el martilleo sicario que se embosca en ciertos periódicos y televisiones- insista una y otra vez en lo contrario.

» 5. Assange y los procedimientos. Aunque el director adjunto de EL PAÍS, Vicente Jiménez, y el subdirector Jan Martínez Ahrens mantuvieron varias reuniones con él en Suiza, yo sólo conozco a Assange de un encuentro en persona en Londres que se alargó muchas horas y del par de conversaciones telefónicas que he relatado al inicio de este texto. Insuficiente desde luego para que pretendiera esbozar aquí un perfil con el imprescindible rigor periodístico. Pero sí bastante para dar testimonio de que lo único que se discutió en todos los encuentros fue la conveniencia de acordar un calendario común de publicación y la exigencia de proteger nombres, fuentes o datos que pudiesen poner en riesgo la vida de personas en países en los que la pena de muerte sigue vigente, o en los que no rige el Estado de derecho como se disfruta en Occidente.

Ni hubo petición de contraprestación económica alguna por su parte ni EL PAÍS la hubiese aceptado. Los papeles, en sí, ofrecen una fiabilidad fuera de todo cuestionamiento y nadie, ni siquiera en las filas de los adversarios de su publicación, empezando por la Administración estadounidense, ha dudado de su autenticidad.

Tanta obcecación por centrar la atención en Assange y sus métodos, tanto interés por escrutar sus motivaciones, tantas maniobras por destruir su reputación personal contrastan sin embargo con la colosal falta de respeto, cuando menos, que los diplomáticos estadounidenses muestran hacia las legislaciones, las normas y los procedimientos de los países en los que ejercen su oficio, empezando por España, a juzgar por los cables publicados.

Lo más importante de las revelaciones de Wikileaks son sin duda alguna las propias revelaciones, pese a que gran parte de la cobertura mediática sobre Assange haya preferido hurgar en los supuestos pactos inconfesables con los periódicos que hemos difundido las informaciones, en la financiación de su organización, en su pretendida opacidad o en unas acusaciones de agresión sexual cuya endeblez, a expensas de lo que finalmente determine la justicia sueca si se produce la extradición, no deja de resultar inquietante.

Y pese al fascinante debate que se ha abierto sobre el futuro del periodismo y las nuevas tecnologías en la era de Wikileaks, tampoco debería éste centrar ahora todo el interés de los periodistas. Resulta de todo punto imprescindible insistir por ello en que nos encontramos ante noticias de cuya importancia solo fingen dudar aquellos interesados en ocultar los daños que han causado en nuestras democracias.

Más allá de lo que determinen las leyes, después de quince días de revelaciones ha quedado meridianamente claro que la Embajada de Estados Unidos en Madrid presionó, conspiró e hizo lo posible y lo imposible para lograr aquello que, en público, ningún embajador se hubiese atrevido ni siquiera a sugerir, no digamos ya exigir.

Todos los casos son graves, y no es cuestión aquí y ahora de extenderse en cada uno de ellos. Pero a ningún observador atento se le escapa que las maniobras para conseguir el archivo de los tres casos en la Audiencia Nacional que de una manera u otra afectaban a Estados Unidos, así como las gestiones para forzar a bancos y empresas españolas a abandonar los negocios que de acuerdo con la legislación internacional realizaban en Irán comparten una misma característica: el desprecio por la legislación española, y aun por la internacional.

Que los jueces españoles sean ferozmente independientes, como recordó a la embajada en más de una ocasión el fiscal general o algún ministro, o que ninguno de los bancos u empresas con transacciones en Irán violase ninguna norma, no ya española, sino tampoco de rango internacional, no fue óbice para el ejercicio de las presiones más obscenas, de las que hemos publicado hasta los últimos detalles.

» 6. Los daños morales. Desconozco de quién partió la orden. No sé si se trató de una directiva recibida de Washington o fue producto del espíritu emprendedor del propio jefe de la legación. Pero la determinación en ambos asuntos, por lo que conocemos del relato detallado de los hechos, fue rotunda: cerrar los casos de la Audiencia Nacional a como diese lugar e impedir los negocios con Irán de firmas españolas.

No se dudó para ello en emplear cualquier método, sin reparar en los costes. Y los costes fueron altos. A expensas de que se haya podido cometer algún delito tipificado en el Código Penal que convendría aclarar debidamente, del embrollo en la Audiencia Nacional quedó en la retina de los españoles la excesiva promiscuidad con la embajada de ministros y fiscales, la sensación de un doble discurso, de una doble moral, de un paisaje demoledor para la salud democrática de este país.

De forma similar, los diplomáticos estadounidenses en Berlín advirtieron al Ejecutivo alemán de las graves consecuencias de proseguir con el procedimiento legal contra los agentes de la CIA acusados de secuestrar a Khaled El-Masri, ciudadano germano, y trasladarlo a Afganistán para ser interrogado bajo tortura. El-Masri fue posteriormente abandonado en Albania toda vez que los agentes descubrieron que habían secuestrado a la persona equivocada. El secuestro y la tortura son delitos graves. Ningún Gobierno, tampoco el de Estados Unidos, debería contemplarlos con la indulgencia que transpiran los documentos secretos. Presionar a un Gobierno aliado para evitar que los acusados sean investigados resulta inaceptable y, francamente, encaja con dificultad con la idea de que los papeles de Wikileaks muestran tan solo a diplomáticos estadounidenses haciendo mal que bien su trabajo.

Otro tanto cabría predicar del caso de las empresas y bancos españoles en Irán. Para clausurar sus magros negocios en el país de los ayatolás y sus minúsculas oficinas de representación, en el caso de los bancos, se recurrió a conseguir información del Banco de España que el mismo subgobernador, a la sazón José Viñals, se encargó de recabar y hacer llegar a la Embajada. Leí con interés las explicaciones de los portavoces del banco central. A mí no me tranquilizaron. Y puedo imaginarme que la misma sensación que tuve de que la Embajada estadounidense dispone de un poder excesivo sobre los principales organismos de este país la habrán compartido muchos ciudadanos, conscientes de la importancia de la independencia y la dignidad de las instituciones en una sociedad democrática.

La distancia entre los objetivos y los medios empleados para conseguirlos resulta por ello de una desproporción devastadora. El caso Couso sigue abierto, un desarrollo que en última instancia honra y salva al sistema judicial español. Los raquíticos intercambios comerciales y financieros de las empresas y bancos españoles afectados de poco servían para avanzar la causa de los ayatolás, ciertamente inquietante por lo demás. Pero a cambio de lograr tan escuálido resultado no se dudó en violar todos los procedimientos. Una democracia se compone de los más diversos elementos, instituciones y normativas: elecciones con regularidad, jueces independientes y prensa libre, entre muchos otros. En la base se encuentran los procedimientos. Cuando se atropellan estos últimos, se pone en riesgo todo lo anterior.

Eso es lo que, en última instancia, muestran los papeles de Wikileaks: un desprecio constante por los procedimientos incompatible no solo con el funcionamiento de las instituciones de un país sino también, o especialmente, con la mejor tradición legal y democrática de Estados Unidos. De paso, en su destrozo, daña más allá de cualquier reparación posible la imagen de tantos Gobiernos que muestran, a la luz de lo revelado hasta ahora, una necesidad de acomodo y una triste desnudez moral que resulta patética a ojos de los ciudadanos.

Es de justicia aceptar que existe una distinción fundamental entre el Gobierno elegido por los ciudadanos de un país, temporal siempre en su ejercicio del poder, y el aparato militar, burocrático o diplomático en el que aquel se sostiene, pero al que no siempre controla, o lo hace de forma superficial, que en numerosas ocasiones funciona al margen y casi siempre con un deficiente grado de rendición de responsabilidades. Esta idea antigua, formulada hace ya cien años por Theodore Roosevelt en su plataforma progresista de 1912, es lo que las revelaciones contenidas en los papeles filtrados vienen tristemente a certificar.

No digo que Obama o Clinton no deban ofrecer explicaciones. Me limito a constatar que casi todo lo que hemos conocido por los cables tuvo lugar al margen e independientemente de quién ocupaba la cúpula del poder en Washington. Que con seguridad sucedía de forma similar antes de tomar posesión la actual Administración demócrata y con probabilidad seguirá sucediendo cuando ésta haya abandonado la Casa Blanca.

» 7. Las obligaciones de los periódicos. El poder detesta la verdad revelada, escribía sir Simon Jenkins en The Guardian a propósito de Wikileaks. Yo añadiría que, sobre todo, el poder teme la verdad cuando la verdad no coincide con su discurso. Aquel viernes en que recibí la primera llamada telefónica de Assange supe de inmediato que EL PAÍS tenía entre manos una gran historia, y que nuestro deber era publicarla.

Vinieron luego las conversaciones con el resto de diarios, la evaluación de los pros y los contras, el cuidadoso sopesar de las consecuencias, los días y las noches y de nuevo los días de cavilaciones. Pero hubo algo que nunca, nadie de los que participamos en todo el proceso puso jamás en duda: lo verdaderamente responsable, lo legal y lo importante para las sociedades democráticas a las que nos dirigimos -y con cuyo impulso y progreso nos sentimos comprometidos- era dar a conocer la historia. Revelar lo oculto constituye la piedra de toque definitiva del periodismo comprometido, y nuestra raison d'être última.

Publicar informaciones confidenciales, reservadas o cuyas consecuencias políticas, económicas o sociales exceden de lo común plantea siempre un dilema, sobre todo si se trata de documentos de los que los Gobiernos puedan aducir, con razón o sin ella, que amenazan la seguridad nacional o la vida de determinadas personas. Dar a conocer esas informaciones pone a prueba algunos límites morales. Por supuesto, también tantea los contornos de determinadas normas legales. A veces puede ser irresponsable. Y siempre resulta incómodo.

Los papeles del Departamento de Estado no han sido una excepción. Y en verdad no suelen darse tantas: en mis casi cinco años como director de este periódico la situación no se ha producido en más de una decena de ocasiones. Puedo entender las objeciones oficiales a hacer públicos ciertos detalles, operaciones aún en marcha, nombres o lugares por el alto riesgo que su publicación comporta. A evitarlo los periodistas de EL PAÍS han aplicado toda su capacidad profesional, que es mucha, así como a proveer del contexto necesario una información que de por sí puede resultar prolija en exceso y difícil de seguir en todas sus consecuencias.

No comparto, naturalmente, otras objeciones. Sobre todo aquellas que persiguen mantener ocultos hechos que no ponen en riesgo más que la carrera política o la estatura moral de quien ha emitido opiniones francas, en demasiadas ocasiones contrarias a aquellas que sostiene en público, en el convencimiento de que su doble juego no corría riesgo alguno de acabar en las primeras páginas de cinco periódicos de alcance internacional.

Soy consciente de que publicar esta información pese a las objeciones de los Gobiernos supuso correr determinados riesgos. Pero también sé que nos resultaba de todo punto impensable escamotear a los lectores de EL PAÍS, a ambos lados del Atlántico, el relato detallado de lo que nuestros Gobiernos, así como el de Estados Unidos, hacen en nombre suyo, en el convencimiento de que, finalmente, la información redundará siempre en un ciudadano más comprometido con la democracia.

Es tarea de los Gobiernos, no de la prensa, mantener los secretos mientras puedan, y no seré yo quien discuta su derecho, ciertamente legítimo, a hacerlo así siempre que ello no encubra hechos dolosos o engaños a los ciudadanos.

Pero el principal de los deberes de un diario consiste en publicar aquello que haya averiguado, y en buscar las noticias allá donde las pueda conseguir. Como dije ya en un chat con los lectores de EL PAÍS, los periódicos tenemos muchas obligaciones en una sociedad democrática: la responsabilidad, la veracidad, el equilibrio y el compromiso con los ciudadanos. Entre ellas no se encuentra la de proteger a los Gobiernos, y al poder en general, de revelaciones embarazosas.

© Escrito por Javier Moreno y publicado por el Diario el País e Madrid el domingo 19 de Diciembre de 2010