“Ser León Gieco cansa un poco”
Es tal vez uno de los músicos más queridos en su ambiente y reconocido por su tarea solidaria. Él dice que ayudar le alivia la vida, le quita el lastre de concentrar las miradas sobre un escenario. Está por estrenar su primera película, Mundo Alas, filmada con los artistas discapacitados que muchas veces comparten con él escenario.
Jura que infinidad de veces se sentó a pensar por qué lo hace y nunca encontró una respuesta. Repasa su historia personal y no encuentra allí ni un mandato familiar ni una herencia ligada al compromiso social.
Afirma que no hace ningún esfuerzo cada vez que ayuda a alguien, que no busca reconocimiento, que no lucra y que ya no necesita que lo quieran tanto. A días de estrenar Mundo Alas, su primera película –que codirigió junto a Sebastián Schindel y Fernando Molnar–, y que es una realidad ficcionada, cuyos protagonistas son artistas con capacidades diferentes que logran cumplir sus sueños, León Gieco intenta meterse en los laberintos de su pasado para entender al hombre en el que se convirtió.
–La verdad es que no lo sé. Pero puedo contarte qué me pasó a mí. Yo me di cuenta de que cuando actué con todos los artistas de Mundo Alas, por primera vez en
–Un poco sí, porque no soy tan atractivo como para que me miren y además no entiendo qué tiene de atractivo mirar a una persona que canta. Por eso siempre pongo una pantalla atrás para pasar videos ¡Vamos, no soy Elvis Presley! Porque si al menos bailase como él o como Sandro cuando era joven, vaya y pase.
“Sufrí de pánico por siete meses, en el 96. Como no sé por qué vino, ni cómo se fue, tampoco sé si va a volver”.
–Me da un poco de pánico.
–Bueno, vos sufriste pánico en una época.
–Durante un período de siete meses en el año 96. Pero como no sé por qué vino ni cómo se fue, tampoco sé si va a volver y siempre estoy esperando que el pánico vuelva.
–Además de ese período de siete meses, ¿habías tenido algún episodio anterior?
–Con el tiempo, haciendo un inventario, recordé un recital en San Genaro, en donde estaban mi papá, mi mamá y mi hermana en la platea y sentí algo muy fuerte porque me vieran tocar. Es que, en realidad, mi mamá y mi papá me prepararon para ser un artista. Sin tener ellos ninguna preparación en la música, desde que yo era chiquito mi mamá atendió a un artista, me conseguía las botitas, las bombachas, la charretera para bailar folclore y se ponía feliz cuando le decían lo bien que bailaba su hijo. Mamá me miraba todo el tiempo y me decía: "Vos sos un artista". Entonces, el primer suceso fue ese día que estaba mi familia en la platea. No sabía lo que era, pensé que la batería me había aturdido, tuve un lapsus, miré al tecladista para que me dijera la letra y en qué canción estaba y volví a enganchar. Pasaron varias semanas, voy al programa de Juan Alberto Badía donde intuí que me iba a perder en las letras así que le pedí a mi manager que me anotara “La colina de la vida”, “El fantasma de Canterville” y “Sólo le pido a Dios” y me sentí muy seguro. Esos fueron los primeros indicios, hasta que un día, antes de viajar a los Estados Unidos para grabar "Los Orozco", me volvió a pasar el ataque con taquicardia, al día siguiente viajé y cuando llegué me interné en una clínica. Me diagnosticaron el panic attack. Fue en el 96 y nunca más volvió, pero cada tanto, si viene un avance, me calmo con un cuarto de Rivotril.
–¿Esto te pasó alguna vez tocando con los músicos de Mundo Alas?
–Vos sabés que eso es lo loco: jamás. Es eso de que no siento la presión de la mirada del público.
–Parece que funciona como un antídoto para el pánico.
–Lo podés analizar desde ese punto de vista o desde cualquier otro. Pero lo cierto es que con ellos hago un espectáculo que no me lleva ningún compromiso ni el más mínimo tiempo. Cuando me llamaron para invitarme al último festival de Cosquín les dije que no podía porque no tenía tiempo de preparar algo especial. Pero los organizadores me insistieron tanto y ahí dije "chau, Mundo Alas". Los llamé a todos y los convoqué para que nos juntásemos a las dos de la tarde para probar sonido y tocar a la noche. Nos cagamos de la risa y todo el público se emocionó y lloraron, algo que sucede siempre y que seguro también pasará con la película.
–¿Por qué creés que se emocionaron?
–Creo que la gente llora porque le da impotencia pensar en cuánto esfuerzo tonto hizo quejándose por pelotudeces, se preguntan cómo este chico puede ser tan feliz en una silla de ruedas o por qué este otro pibe que pintaba para ser un gran deportista ahora baila hermosamente en su silla y le encontró la vuelta para que lo aplaudan 60 mil personas. Y además, Panchito, sin brazos y sin piernas, grabó tres discos propios y grabó y actuó tocando la armónica con
–No lo sé y no es que no lo haya pensado. Funciono así. Cada vez que doy un concierto me llevo discos y remeras para vender y lo que recaudo se lo doy al Padre Farinello. Invité a un montón de actores, que son re cholulos y les encanta cantar y nunca tienen cómo y les propuse grabar dos discos para juntar guita para los actores grandes que viven en
–No lo sé, y hago esto desde chiquitito. Me da placer ver que alguien se ponga contento con el solo hecho de darle algo que tengo, que me sobra o que puedo hacer. ¡Qué se yo! Te cuento un caso y sacá tus propias conclusiones, porque no le encuentro la vuelta; en mi familia nadie era así. Yo era un pibe de familia muy pobre, a los siete años conseguí un laburo de repartidor de carne desde las siete de la mañana hasta las 10. Como no me alcanzaba, desde las 10 hasta las 12 también trabajaba para una señora imposibilitada que no quería salir de la casa y yo le hacía todos los mandados. Después comía, iba al colegio hasta las seis de la tarde y volvía a casa para hacer la tarea; terminaba muerto. Eso lo hice durante cuatro años. Pero el punto es que, cuando cruzaba las vías del tren para llevar la carne al otro barrio, me llamaban la atención dos linyeras que se tiraban por ahí todos los martes y los viernes. Eran dos tipos que habían renunciado a la vida. Ahora los crotos no existen, están los cagados de hambre.
“Me da placer que alguien se ponga contento con el solo hecho de darle algo que tengo, o que puedo hacer”.
Un día detecté que tenían un refugio y atrás de todo había unas latas acumuladas con unas brasitas y ahí se me ocurrió que se pondrían muy contentos si yo todos los martes y los viernes les llevaba un pedazo de carne. Le encanuté al carnicero un cacho de carne con hueso, que no le iba a hacer nada, ni se iba a dar cuenta; fui y les pregunté si tenían ganas de comer carne, no sabés cómo se pusieron. Me dijeron que Dios me bendiga y yo sentí que de alguna forma ellos me estaban protegiendo. Sentí como que hice una gran cosa que no significó nada. Lo hice muchísimo tiempo y era muy placentero, me daba seguridad, me dejaba contento por el resto del día, me ponía en un estado creativo como cuando compongo una canción, es una sensación en el estómago que te llena de adrenalina. Bueno, ahora sacá tus propias conclusiones.
–Parece un pensamiento lineal, del tipo " doy algo bueno porque seguro recibiré algo bueno a cambio".
–Y... puede ser, la condición humana es rara. Hay gente que me dice que yo ayudo para que me quieran. Otros pelotudos piensan que yo concentro la solidaridad del país, como un periodista de un diario porteño que le dijo en una nota a Patricia Sosa, cuando fue a tocar gratis a El Chaco, que tenía que hablar conmigo porque la ayuda es mi tema.
¡Y qué querés que opine!, ese comentario me parece de muy mal gusto, porque yo no lo hago por eso, lo hago porque lo siento y porque no me cuesta nada.
–Estás casado hace 35 años con la misma mujer, tenés dos hijas y dos nietas. ¿Cómo sos como padre, esposo, abuelo?
–(Se ríe a carcajadas). Eso deberías preguntárselo a ellas, estoy casi seguro de que hablarían bien de mí, el amor que nos tenemos es inmenso y siempre fui un padre cariñoso, me preocupé. Siempre hay problemas, que no siempre vienen de uno, sino de situaciones externas.
–Cuando tuvimos a Liza, mi hija mayor, nos exiliamos y ella era chiquita y tenía a sus dos padres en exclusividad y la pasó genial. Pero a la segunda le tocó crecer con el advenimiento de la democracia, cuando mi popularidad creció y a ella no le gustaba caminar conmigo por la calle porque la gente me pedía autógrafos o quería sacar fotos. No había un problema entre ella y yo, era el entorno que la agobiaba. Y sigue siendo así.
Desde hace tiempo salgo a andar en bicicleta con un barbijo, es que me las tengo que ingeniar para que no me reconozcan. El fin de semana pasado me fui a una feria de Palermo impresionante, en la que vendían jamones y chorizos y con el barbijo nadie se me acercó.
–¿Y como marido, cómo sos?
–El 11 de marzo, en el aniversario de la asunción de Cámpora, cumplimos 35 años. Ese día nos reencontramos después de un tiempo porque ella era la esposa de mi íntimo amigo, Horacio Fumero, un bajista increíble que vive en Barcelona y que es mi amigo del alma.
–¿Te quedaste con la mujer de tu mejor amigo?
–Pará que te explico: nosotros éramos tan amigos que siempre estábamos en contacto con las mismas chicas, por ahí él tenía una novia que dejaba de andar con él y empezaba a andar conmigo o al revés. Y así pasó, nos casamos con la misma mujer, bah, él se casó, duró tres o cuatro meses con Alicia y después de un año nos reencontramos gritando por el triunfo de Cámpora y nunca más nos separamos. No nos casamos porque siempre sostuvimos que los papeles no eran necesarios y desde ese momento sabemos convivir con el entorno, ya que mi vida artística más intensa empezó con ella, que sabe que a la noche salgo a tocar, sabe que estoy siempre ocupado, que mis horarios son raros, que ahora no uso celular y no sabe dónde estoy. Pero se acomodó perfectamente a ese tipo de cosas porque su personalidad es bastante claustrofóbica y los problemas entre nosotros empiezan cuando estamos juntos dos semanas seguidas. Ahí empiezan los líos: guardá esa ropa, por qué dejaste la valija tirada... entonces más vale que me vaya con la valija por ahí. Tengo mi estudio, adonde puedo venir y vivo en hoteles, que me encantan.
–Después de tanto tiempo viajando ¿te sigue gustando dormir en hoteles?
–No sólo me gusta, cuando entro a un hotel, me emociono. Me acostumbré y no se por qué me gustan tanto, pero me fascinan. Y me emociona uno cualunque, no tiene que ser de gran categoría porque cuando entro ya está, estoy protegido, nada malo me puede pasar. Me hace acordar a los aeropuertos, que también me fascinan, son lugares neutros, nadie va a venir a matarte o a robarte. En los hoteles y en los aeropuertos es como estar en mundos protegidos y esa sensación sólo la tengo en el escenario, una jaula segura donde soy una especie de mono que hace piruetas y todos disfrutan pero no suben al escenario.
–Me cierra perfecto, amo los no lugares, amo los hoteles, la ruta y los aeropuertos, porque en los no lugares nadie me conoce y la paso bomba.
–¿Qué influencia tuvo tu mujer en tu música?
–Mucha, porque ella es una piba (bah, una piba de 60 años, pero sigue siendo una piba), muy lectora, sabe mucho, es culta y memoriosa y es mi agenda, no de teléfonos sino mi agenda de palabras y situaciones. Cuando tengo que enfrentar reportajes me instruye en cómo encarar los temas. Con la pelea entre el Gobierno y el campo, me dijo que en cualquier cosa que dijera iba a estar equivocado, por eso opté por no opinar. Además, es una gran compositora. Cuando hago el primer demo de cada disco, lo escucho con todas mis mujeres, incluso mis nietas; ellas son mis peores jueces y por ahí salta una y me dice: "Esto es muy Valeria Lynch, dejate de hinchar las pelotas". Viste cómo somos los seres humanos, demasiado exigentes; y somos todos cóndores, ninguno quiere ser gorrión, todos con la altivez al palo. Y se ve que a los hombres les cuesta ingresar en esta familia, durante mucho tiempo el único hombre que entró fue un perro, pero cada tanto alguno entra. Y bueno, estamos como queremos (risas).
–Filmaste tu primera película. ¿Cómo te sentiste en el rol de director y qué aprendiste?
–Aprendí que el cine es muy mentiroso, que podés mentir a lo loco y eso me encantó, porque en una canción no podés mentir. Además, filmando esta película me vinieron dos historias más que ya tengo cerradas, sólo me falta escribir un guión con un escritor fantasma y las voy a filmar. Una de las películas se va a llamar Canalla, es sobre la realidad social y la otra, Grandes premios.
“Anda a saber si mi película no gana premios importantes, si a mí siempre me fue bien sin buscarlo”.
–¿El cineasta va a ir desplazando al músico?
–No creo, de hecho ya estoy preparando un nuevo disco que tratará temas de la condición humana, porque últimamente me han sucedido algunos hechos desagradables con personas allegadas que me hicieron reflexionar. Y por otro lado, quiero seguir filmando, para empatar a Fito Páez (risas). No, fuera de joda, vale la pena insistir un poquito más con el cine porque andá a saber si esta película no gana grandes premios, si a mí
siempre me fue bien sin buscarlo. Mirá si en los diarios le ponen "excelente", me encantaría.
–¿Te importa la opinión de la crítica?
–Por supuesto, todos vivimos de eso. Lo mismo pasa cuando tenés un kiosco y la gente no entra, ahí hay que cambiar algo. No me voy a hacer el hippie de decir que no me importa, quiero que tenga éxito como todo lo que hago, si yo quería tener éxito desde chiquito. Cuando canté por primera vez en el colegio tuve éxito; vino mi mamá me dio un beso y me dijo: "La gente dice que cantás muy bien", y ya está, eso es el éxito.
–¿Tus padres cuándo murieron?
–Mi mamá murió el año pasado; siempre fue una fanática que tenía empapeladas las paredes con mis fotos. Mi papá falleció en el 92. Él no vio la mejor parte de mi carrera, que empezó cuando dejé de tomar vino y algunas pastillas, porque yo pintaba para ser como mi viejo y su muerte, por alcoholismo, me hizo cambiar. Dejé de tomar, estuve mucho tiempo probando diferentes spa, pero recién cuando murió mi viejo pude salir adelante. Él me regaló con su muerte una nueva vida y fue la parte más grossa de mi carrera, desde Mensajes del alma hasta
ahora. Su muerte al menos sirvió para algo, para que yo empezara otra vida.
Todos los artistas
Mundo Alas comienza como un reclutamiento de artistas para hacer una gira por el interior del país que se convertirá en un viaje iniciático para cumplir sueños compartidos. En el medio de la ruta, los recitales y las cenas hasta cualquier hora, surgen los miedos, las charlas sobre música y canciones que hablan de amores perdidos. Mientras todos persiguen un fin —actuar en el Luna Park—, habrá episodios desopilantes, declaraciones que calan profundo, relaciones amorosas e historias de vidas singulares que el espectador irá conociendo de a poco. La primera película filmada por León Gieco junto a Fernando Molnar y Sebastián Schindel —cuyo estreno está previsto para este jueves— es el resultado de las relaciones que el músico fue tejiendo durante 15 años con los protagonistas: artistas con capacidades diferentes.
El detonante de esta historia fue Panchito Chévez, un armonicista rosarino que nació sin brazos ni piernas y que ya lleva editados tres discos y actuó y grabó con grupos como
© Escrito por María Fernanda Mainelli y publicado en