La masacre de La
Bomba: memoria oral vs. historia oficial...
En octubre de 1947, en
el paraje La Bomba, Formosa, tuvo lugar la más reciente y oculta masacre
sufrida por el pueblo pilagá. La directora de “Octubre Pilagá” analiza los
motivos del silencio.
Desde finales de septiembre y hasta principios de octubre
decenas de familias que se habían trasladado desde los más remotos parajes se
instalaron en el lugar en torno a Tonkiet, un hombre que según los ancianos
sobrevivientes, sanaba con su palabra. Todas las tardes y hasta bien entrada la
madrugada el sonido de los tambores, los cánticos y las alabanzas se escuchaban
a varios kilómetros de distancia. Las familias continuaban llegando y con el
correr de los días ya eran varios cientos de personas, quizás miles, ocupando
las orillas del madrejón. Pronto la multitudinaria reunión fue vista con recelo
por las “autoridades” militares y civiles a cargo de la vigilancia del entonces
territorio nacional y se intimó a las familias para que abandonaran el paraje.
Un hombre sobresalió por aquellos días como interlocutor entre los pilagá y las
“autoridades”: Oñedié, conocido como el cacique Pablito Navarro, que por sus
conocimientos del castellano obró de mediador en un conflicto desigual con un
final que ya estaba escrito y que extendería la conquista al desierto chaqueño
hasta mediados del siglo XX.
A pesar de las advertencias, los caciques y los sabios se
negaron a abandonar un espacio que no sólo consideraban sagrado sino que se
encontraba dentro de su territorio ancestral, y esta actitud fue asumida como
un acto de rebeldía. En la tarde del día 10, efectivos de la Gendarmería
Nacional apuntaron sus fusiles y ametralladoras y dieron comienzo al genocidio
que se extendió por lo menos durante ocho días, abarcando un territorio de cien
kilómetros cuadrados. La masacre de La Bomba dio como resultado un número aún
hoy indeterminado de muertos y desaparecidos de todas las edades, la reducción
de cientos de cautivos en “colonias indígenas” y el despojo territorial que
trajo aparejada la persecución y el destierro.
¿Qué fue lo que mantuvo a estos hechos silenciados durante
tanto tiempo?
Como ocurre en todos los genocidios, las víctimas del año 47
fueron criminalizadas. Los titulares de los diarios recrearon la amenaza de un
malón indio atacando el pueblo de Las Lomitas, describieron un escenario de
guerreros avanzando sobre el regimiento de Gendarmería y hasta consignaron el
asesinato de una mujer y el robo de ganado de propiedad de los vecinos. La
justificación fue construida con éxito y se convirtió en razón suficiente para
actuar con toda impunidad persiguiendo y escarmentando a las familias que
huían. Pero a los pocos días los diarios desmintieron sus propias afirmaciones
hasta llegar a aseverar que “los sucesos no tuvieron la importancia que se
suponía” y que los pilagá, habiendo recibido víveres y dinero, se habían
“replegado pacíficamente hacia los montes” obedeciendo a una orden y sin mediar
violencia alguna. Las fuentes militares eligieron el mismo camino para relatar
los hechos en la documentación secreta y reservada emitida por el Ministerio de
Guerra y Marina. En pocos días los acontecimientos desaparecieron de los
titulares y nadie reclamó investigación alguna.
Más de sesenta años de silencio extendieron las
consecuencias de este genocidio hasta nuestros días, sumando al accionar
exterminador del Estado la negación sistemática del reconocimiento de las
víctimas como tales y la prevención generada en ciertos sectores que evitan
señalar este hecho como genocida por haberse producido durante un gobierno, que
a diferencia de sus predecesores oligárquicos y militares, llegó al poder por
el voto popular.
En el año 2006 dos abogados chaqueños iniciaron una causa
judicial por crímenes de lesa humanidad y pretendiendo avanzar con rapidez en
la búsqueda de la justicia sobrevaloraron las fuentes escritas (diarios de la
época y publicaciones de la Gendarmería) y restaron importancia a los
testimonios orales obviando la participación activa de las personas afectadas
en la redacción de la demanda. Una vez iniciada la causa, la burocracia
judicial hizo lo que tan bien sabe hacer, y a seis años del inicio del juicio
aún no han llamado a los ancianos a declarar en la causa penal por la masacre.
Durante ese tiempo cinco sobrevivientes fallecieron debido a su avanzada edad.
En vista de la poca voluntad que los organismos estatales
demuestran para reparar este y otros genocidios cuando de pueblos originarios
se trata, iniciamos junto a los ancianos la recopilación de sus memorias en
video y un resumen de este trabajo dio lugar a Octubre Pilagá, relatos sobre el
silencio, un documental estrenado en Bafici 2010. Durante los cuatro años que
nos llevó esta tarea no dejó de sorprendernos la ansiedad con la que los
ancianos esperaban testimoniar ante la cámara. Los relatos eran sorprendentes y
no solo revelaban la complejidad del proceso genocida sino que se oponían
claramente a las versiones escritas que retrataban a los pilagá como
criminales. Elevar estos testimonios al lugar que merecían era una forma de
resarcir moralmente a las víctimas, sortear el desprecio que sufrían por su
condición de no escribientes y salvar de la marginación los detalles de un
genocidio que el Estado argentino se niega a reconocer y reparar.
Hoy sigue siendo necesario interpelar a lectores y
espectadores con las preguntas que hieren a los sobrevivientes cada vez que la
versión oficial sobre la masacre de La Bomba se reproduce criminalizándolos
nuevamente ¿Hasta cuándo permitiremos que la falacia oficial se convierta en
verdad por el sólo hecho de haber sido escrita? ¿Hasta cuándo se considerará
superiores a los que escriben en relación a los que no lo hacen?
La tradición y la práctica de la memoria oral han sido el
resguardo más eficaz de los sucesos acaecidos en La Bomba. Lo mismo ocurre en
cada comunidad mapuche, tehuelche, mbya, qom o cualquier otra de las decenas de
comunidades que sobrevivieron a hechos similares. Los relatos de represiones,
destierros, encierros y esclavitud de los pueblos originarios incomodan a los
“hombres blancos” porque socavan los cimientos de una nación construida por un
grupo de “héroes” que pocos cuestionan. Un debate sobre el genocidio de los
pueblos originarios del actual territorio argentino es urgente, sólo de esa
manera podrá evitarse que la crueldad de la historia reaparezca reproduciendo
sin fin los más horrendos y vergonzosos crímenes.
*Estas reflexiones nacieron de la generosa propuesta, que
superando mi enojo por el articulo titulado La comida que mata, me hiciera el
periodista Gabriel Levinas a quien agradezco su comprensión y amabilidad.
Las fotos: